Es un lamento profundo, un eco de nuestras conversaciones interminables en la Plaza Parque Carabobo, donde la noche se llenaba de ideas y risas. En esos bancos de piedra, discutimos política, filosofía y literatura, mientras el ajedrez se convertía en un campo de batalla de ingenios.
Eduardo, con su mirada serena y su voz pausada, era un faro de sabiduría. Su poesía, aunque breve, resonaba con una intensidad que desbordaba el silencio. Recuerdo cómo sus palabras tejían un puente entre el dolor y la esperanza, reflejando la lucha por la libertad en un país marcado por la violencia. Era un revolucionario del pensamiento, un poeta que desnudaba el alma humana.
Hoy celebro su vida y lloro su partida. Su ausencia deja un vacío inmenso, pero su legado perdura. En cada verso que escribió, en cada partida de ajedrez que compartimos, se encuentra la esencia de un hombre que amaba profundamente. Eduardo no solo fue un amigo; fue un hermano en la búsqueda de la verdad y la belleza.
Mientras miro hacia el horizonte, siento que su espíritu sigue vivo en cada rincón de nuestra ciudad. Las noches estrelladas en las que discutíamos sobre el sentido de la existencia ahora son testigos silenciosos de su memoria. Con cada lágrima derramada, honro su vida y su obra, que seguirán iluminando el camino de quienes buscamos respuestas en la oscuridad.
En este requiem, no solo lloro su ausencia; también celebro su legado. Eduardo Gasca es eterno en nuestras memorias y corazones.
AGUSTÍN BEAUMONT ✒️