Siria: una posición internacionalista ante la caída de Al Assad

Por: Fracción Trotskista – Cuarta Internacional 

Declaración de las organizaciones socialistas revolucionarias de la FT-CI que impulsan la Red Internacional de La Izquierda Diario.

Después de casi 25 años en el poder, el gobierno de Bashar al-Assad se desmoronó el pasado 8 de diciembre. Al Assad huyó a Rusia cuando las milicias islamistas del Hayat Tahrir al-Sham (HTS) y otros grupos como el Ejército Nacional Sirio respaldado por Turquía ingresaron a Damasco. Así culminaron 12 días de rápida ofensiva desde la toma de Alepo por esas fuerzas. En los primeros cuatro días después de la caída de Assad, Israel ha bombardeado más de 500 veces en Siria, mientras avanza con fuerzas terrestres en su territorio. Turquía y Estados Unidos buscan también capitalizar a su favor la nueva situación, aunque el futuro de Siria es totalmente incierto.

Al Assad asumió la presidencia de Siria en 2000, sucediendo a su padre, Hafez al-Assad, que había tomado el poder en la década de 1970 mediante un golpe de Estado. El régimen bonapartista del Partido Baaz consolidó su poder a través de ciertas políticas sociales combinadas con una fuerte represión. Esto creó una relación de dependencia hacia el ejército y los servicios secretos para mantener su poder. Assad, de la minoría alauita, efectuó un giro neoliberal al mismo tiempo que mantuvo con mano de hierro un Estado basado en la opresión de otros grupos religiosos y nacionales. Las organizaciones obreras quedaron bajo control estatal y el Partido Comunista, que rechazó las movilizaciones masivas de 2011 como una «conspiración imperialista», fue cooptado por el régimen. Incluso antes de la guerra civil, existían restricciones legales al derecho de organización sindical, y la Confederación General de Sindicatos de Trabajadores (GFTUW) dependía del Partido Baaz. Por otra parte, la opresión de la nación kurda se ha intensificado durante la dictadura de Bashar al-Assad.

El régimen era totalmente reaccionario y represivo, con miles de presos, torturados y asesinados en cárceles como la de Saydnaya, llamada el «matadero humano». Por eso, estos días, miles de sirios, dentro y fuera de sus fronteras, han celebrado la huida de Assad y la apertura de las cárceles. Comprendemos su alegría por la caída de un régimen odiado y su esperanza de volver a casa y disfrutar de la liberación, aunque lamentablemente no la podamos compartir, dado que las fuerzas que han derrocado a Al Assad son también profundamente reaccionarias. Su triunfo no augura nada bueno para la mayoría de la población siria, diezmada y desgarrada después de 13 años de una terrible guerra civil y sucesivas intervenciones imperialistas.

Los acontecimientos de estos días mostraron que el Ejército sirio se encontraba muy endeble, tanto material como moralmente. A esto se suman las sanciones económicas, la huida de millones de personas y la destrucción de ciudades e infraestructuras, que condenaron a la población a hambrunas y terribles padecimientos. En estas condiciones, ante las cuales el régimen incrementó sus mecanismos represivos, Assad no logró consolidar su dominación. Y esta debilidad ya no podía ser absorbida por sus aliados, Rusia, Irán y Hezbollah, que lo dejaron caer. Assad sobrevivió estos años sobre todo por el apoyo de Rusia e Irán, pero había perdido el control de varios territorios en Siria. En este escenario, los oponentes aprovecharon la fragilidad de al-Assad para derrotarlo.

Las fuerzas que derrocaron a Al Assad y tomaron el poder en Damasco son un conjunto heterogéneo de facciones islamistas y milicias respaldadas por Turquía. Estos grupos, que tenían su base en el noroeste y norte del país, están encabezados por dos grandes organizaciones. Hay’at Tahrir al-Sham (HTS) [Organismo de Liberación del Levante] liderado por Mohammed al-Julani es una escisión de Al Nusra, filial siria de Al Qaeda. En el último período, el grupo ha intentado distanciarse públicamente de Al Qaeda y se presenta como una fuerza política más moderada. Viene ejerciendo el gobierno de facto en la región de Idlib desde 2017, donde gestiona los servicios públicos, la educación, la salud, la justicia, las infraestructuras y las finanzas. Diversas organizaciones denuncian ejecuciones extrajudiciales, arrestos arbitrarios y detenciones ilegales de civiles. HTS mantiene el objetivo de imponer un Estado islámico en Siria, aunque en los últimos días ha planteado que no reprimirá a otros grupos religiosos.

El Ejército Nacional Sirio es una organización que aglutina a diferentes milicias respaldadas por Turquía. Además de enfrentar a Al Assad, su objetivo todo este tiempo ha sido luchar contra las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS), una alianza formada por kurdosirios y otros sectores, que controla el noreste de Siria y está respaldada por Estados Unidos.

A la ofensiva contra Al Assad se unieron también otras facciones y milicias, como las fuerzas drusas desde la provincia de Sueida. Otras fuerzas que participaron en el derrocamiento de Assad fueron los islamistas y salafistas de Ahrar Al Sham, vinculados a los talibanes afganos. En las estepas orientales se encuentran milicias del Estado Islámico (EI), que, si bien no participaron de la toma de Damasco, podrían aprovechar el momento para expandir sus territorios. Eso teme EEUU, por lo que está realizando bombardeos en la región.

Mohammed al Bashir del HTS ha asumido lo que llama un «gobierno provisional» en Siria, y varios países como Turquía, Israel y Estados Unidos están intentando influenciar en la «transición», aunque no está nada claro cómo se va a desarrollar esta.

De la Primavera árabe al largo infierno de la guerra civil

En 2011 irrumpió un profundo levantamiento popular en el país, como parte del proceso revolucionario de la Primavera Árabe, una ola de rebeliones populares, estallidos y movilizaciones que, con desigualdades, se extendió por todo Medio Oriente, desde Túnez a Egipto, pasando por Bahréin, Libia, Yemen y Siria. En Siria, los manifestantes exigían la democratización del régimen y mejoras en las condiciones de vida de una población empobrecida por décadas. En 2010, casi el 30% de la población del país vivía por debajo del umbral de la pobreza debido a las políticas neoliberales y el 55% de la juventud estaba desempleada. Los acontecimientos comenzaron con un levantamiento popular que se inició en Daraa en marzo de 2011. La detención de varios jóvenes que habían escrito grafitis contra el gobierno de Assad provocó protestas generalizadas. La ira estalló contra los elevados precios del combustible, clamando por la dimisión del gobernador de Homs, conocido por la represión y la corrupción, y contra las malas condiciones de vida en la ciudad costera de Banyas, donde el desempleo era elevado. Al mismo tiempo, los partidarios de los Hermanos Musulmanes y algunos otros grupos islamistas radicales, que llevaban mucho tiempo organizados en la clandestinidad en Siria, tomaron las calles. En poco tiempo, tomaron el control de las plazas con sus fuerzas organizadas. Sin embargo, aquellas protestas fueron ahogadas en sangre por Al Assad. En septiembre de 2011 el régimen asesinó a más de 1500 personas para aplastar las movilizaciones, llegando a más de 5000 asesinados, según la ONU al final de ese año. La violenta represión de Assad y la injerencia de potencias regionales como Turquía y diversas potencias imperialistas llevó a la regimentación de la resistencia de la mano de su militarización, este proceso socavó el carácter autónomo y de masas, impidió la continuidad del proceso revolucionario y dio poder a los movimientos reaccionarios y a sus patrocinadores extranjeros. De esta manera, la Primavera siria fue derrotada, dando paso a una guerra civil reaccionaria en varios frentes que resultó devastadora, dejando cientos de miles de muertos y millones de desplazados y refugiados.

Durante los primeros años de guerra civil, el ejército regular de Al Assad -con el apoyo de Irán y Rusia- se enfrentó a diversas milicias y facciones, que a su vez chocaban entre sí, y que contaban con el patrocinio de potencias regionales –Turquía, Arabia Saudita, Qatar- y el financiamiento de Estados Unidos.

La proclamación del califato por parte del Estado Islámico (ISIS) en 2014, con la ciudad siria de Raqqa como su capital, abrió un nuevo período (el califato llegó a ocupar el 30% de Siria y el 40% de Irak). Estados Unidos intervino directamente al frente de una coalición contra el Estado Islámico en ambos países, una intervención que duraría años. Aunque el califato fue derrotado en 2019, Estados Unidos mantiene una presencia militar en el Este de Siria (además del apoyo financiero y militar que brinda a los kurdos) y estos días ha bombardeado varias posiciones de las milicias de Isis.

Rusia inició una intervención militar directa en Siria desde 2015, cuando acudió en apoyo del gobierno de Assad. Estableció la base militar en Latakia, que se sumó a la que ya tenía en Tartous, proporcionó fuerzas especiales y privadas como Wagner y realizó bombardeos aéreos que posibilitaron la reconquista de Alepo en 2016. La intervención de Irán también se intensificó, con financiamiento, armas y la presencia en el terreno de las milicias proiraníes de Hezbolá. Un apoyo que fue clave para la supervivencia del régimen de Al Assad, pero que debilitó fuertemente políticamente a este grupo en el Líbano al apoyar a un régimen odiado por las masas de la región.

Durante todo este período, Turquía fue otro actor clave del conflicto, a través de milicias proxi y mediante incursiones directas, aunque no logro su objetivo máximo que era la caida de Assad. La operación «Escudo del Eufrates» en 2016, apuntaba simultáneamente contra el Estado Islámico y contra los kurdos. En 2018 llevó adelante la operación «Rama de Olivo» con el objetivo de ocupar la región kurda de Afrin con ataques aéreos y tropas terrestres. Turquía prácticamente ha ocupado Afrin como su propio enclave. Destruyó las estructuras democráticas kurdas, cedió la representación política a grupos islámicos, expulsó a parte de la población kurda y saqueó las posesiones y propiedades locales, como la cosecha de aceite de oliva.

Estos 13 años de guerra civil e intervenciones imperialistas han dejado un saldo devastador para el pueblo sirio, con ciudades enteras destruidas. La histórica Alepo fue reducida a ruinas en el transcurso de la guerra civil y se convirtió en una fosa común para miles de sirios. La población sigue careciendo de alimentos, atención médica y seguridad. En Al Yarmouk, los refugiados palestinos fueron bombardeados y condenados al hambre por el ejército sirio. De acuerdo a varias estimaciones, al menos 500.000 civiles han muerto en el conflicto, lo que incluye a decenas de miles de niños. En este período, más de 12 millones de personas han sido desplazadas, y 5,2 millones de sirios han pedido refugio en países cercanos —Turquía alberga al 62,3%—. Las atrocidades de Assad tras la Primavera Árabe, la destrucción infligida por las milicias islamistas de Isis, los ataques contra los kurdos de fuerzas comandadas por Turquía y los bombardeos de la coalición internacional liderada por EEUU, han hundido a la población en un infierno sin fin.

Turquía, Israel y el imperialismo buscan controlar la «transición» y reorganizar Medio Oriente a su favor

El Estado de Israel está aprovechando la situación para ampliar su dominio regional, mientras continúa con el genocidio en Palestina y aún tiene tropas en Líbano. El ejército sionista ya ha anunciado que considera a Siria como su «cuarto frente» de guerra, junto con Gaza, Cisjordania y Líbano. Mientras bombardea varias regiones, ingresó en su territorio con tropas terrestres, desplazando tanques desde los Altos del Golán. Esta zona limita con Israel, Siria, Líbano y Jordania, por lo que es una posición estratégica importante. Además, proporciona casi un tercio del agua de Israel. Las fuerzas israelíes ocuparon la región durante la Guerra de los Seis Días en 1967 y luego se la anexionaron unilateralmente en diciembre de 1981. Donald Trump reconoció formalmente el control israelí de los Altos del Golán en 2019. Ahora, Israel pretende consolidar su anexión, extendiendo la zona tapón.

Netanyahu ve la caída de Assad como expresión de debilidad de Hezbollah y de Irán y por lo tanto como la oportunidad de desarrollar el proyecto de crear un «gran Israel». Viene de éxitos tácticos importantes en su disputa con Irán, después de descabezar a Hezbollah (aunque los resultados de su invasión terrestre sean limitados) y golpear severamente a Hamas. Y por primera vez intercambió ataques militares directos con Irán. Con la llegada de Trump a la Casa Blanca, espera poder capitalizar estos éxitos en un nuevo equilibrio regional mucho más reaccionario que el que ya había.

La respuesta de Irán aún no está clara. Si continuará con su «respuesta contenida» o si esta ofensiva lo empuja a acelerar el desarrollo de armamento nuclear. Es un régimen debilitado, que se volvió bastante impopular y dividido internamente. La posición interna de Netanyahu también es complicada, teniendo que declarar estos días ante la justicia por acusaciones de corrupción pendientes de su anterior gobierno. Un nuevo frente de guerra es también una vía para reafirmarse en el poder. Pero el Estado sionista no podría llevar adelante el brutal genocidio contra el pueblo palestino y su ofensiva en la región sin el apoyo de Estados Unidos y los Estados europeos, que lo financian y venden armas. Por eso, «Genocida Joe», o «Israel asesina, Europa patrocina», son gritos masivos en las manifestaciones en solidaridad con el pueblo palestino en New york, París, Londres o Madrid.

Turquía también intenta cosechar beneficios por la caída de Al Assad. Erdogan tiene ambiciones geopolíticas de influir decisivamente en el reordenamiento regional, e internamente busca condiciones para forzar una reelección que por ahora no tiene permitida. Las acciones de las constructoras y cementeras turcas subieron tras el anuncio de la caída de Assad, mostrando que varias empresas turcas esperan desempeñar un papel estratégico en la reconstrucción.

Tras la caída de Assad, el movimiento kurdo se ha mostrado dispuesto a dialogar con HTS en el poder, sin embargo, están siendo atacados. En estos días, el Ejército Nacional Sirio, controlado por Turquía, ha entrado en Minbic y está cometiendo crímenes de guerra. Se han producido saqueos en la ciudad contra la población kurda y se han incendiado casas. Las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS) kurdas han acordado un alto el fuego mediado por Estados Unidos, lo que significa que deben retirarse de esa región. El cantón multiétnico de Manbij había sido liberado del autodenominado Estado Islámico (EI) por las FDS y las unidades de defensa femenina YPJ en 2016 con apoyo norteamericano. Erdoğan anuncia en repetidas ocasiones la intención de su país de ocupar una franja de 30 kilómetros de profundidad a lo largo de la frontera en territorio sirio. El siguiente objetivo sería Kobane, una ciudad que se hizo mundialmente famosa en 2015 cuando ISIS intentó tomar la ciudad durante varios meses, aunque fracasó debido a la resistencia kurda.

El movimiento kurdo justifica su cooperación con EEUU como una «táctica militar», pero ha subordinado la lucha por la autodeterminación a una alianza con la potencia imperialista más grande del planeta, y no podemos ignorar los mecanismos de dependencia que han surgido de ella. La dirección político-militar kurda presentó a sus «socios» imperialistas como una «protección» frente a Assad y especialmente frente a Erdogan. Y aunque esto les permitió un respiro circunstancial, no representa una solución de fondo, ni a largo plazo. Los compromisos con los Estados imperialistas occidentales, en particular con Estados Unidos, para obtener el reconocimiento de la «autonomía en Rojava» han obstaculizado tanto la autodeterminación del oprimido pueblo kurdo como las posibilidades de un cambio social profundo. La situación actual, en la que los kurdos están siendo arrinconados nuevamente, demuestra que quienes han presentado a los Estados imperialistas como protectores o incluso aliados de las naciones oprimidas han dejado al pueblo kurdo atado de manos, sin una estrategia de independencia de clase y antiimperialista.

La Europa racista e imperialista quiere expulsar a los refugiados sirios

Con el fin del régimen de Assad en Siria, en los países europeos se ha desarrollado rápidamente un debate racista sobre las deportaciones. Los gobiernos se preparan para deportaciones masivas a Siria. En Alemania, la Oficina Federal de Migración y Refugiados (BAMF) ha dejado en suspenso con efecto inmediato todas las solicitudes de asilo de refugiados sirios. Pero la situación en Siria no es en absoluto segura.

Algunos refugiados querrán sin duda volver a casa. Después de todo, rara vez han encontrado la protección que esperaban. Por el contrario, se han enfrentado sobre todo a violencia racista, campañas de odio en los medios de comunicación y condiciones de vida y de trabajo inseguras. Sin embargo, también hay un número significativo de ellos que quiere quedarse. Hay decenas de miles de hijos de refugiados sirios que van a la escuela, hacen prácticas o ya trabajan. Que los sirios quieran volver a su patria o quedarse en Europa debe ser decisión exclusivamente suya.

Frente a la extrema derecha, que agita la islamofobia y el racismo, todos los gobiernos imperialistas asumen su agenda reaccionaria. Pero los refugiados sirios y de otras nacionalidades huyen de las guerras y la miseria provocadas por las intervenciones de esas mismas potencias imperialista y sus aliados. La clase trabajadora, nativa y extranjera, necesita combatir el racismo y la xenofobia que los capitalistas utilizan para dividirla y fragmentarla. Es clave tomar la lucha por la regularización de todos los migrantes, el cierre de los centros de detención de extranjeros, la derogación de las leyes de extranjería y la ruptura de todos los pactos de la UE con regímenes como Turquía, Libia, Túnez o Marruecos para que estos sean «gendarmes» de sus fronteras.

Un mundo cada vez más turbulento

La caída de al Assad no puede entenderse por fuera de un escenario global turbulento, en el marco de la crisis del orden mundial con hegemonía norteamericana. La guerra de Ucrania ha exacerbado el militarismo y los choques entre grandes potencias. Los imperialismos occidentales de la OTAN vienen actuando por procuración, sosteniendo al ejército ucraniano en su enfrentamiento con Rusia, que cuenta con el apoyo de Irán, China y Corea del Norte.

El conflicto ha escalado en los últimos meses. A la incursión del ejército ucraniano en la región rusa de Kursk, le siguió la autorización de EEUU, Reino Unido y Francia para lanzar misiles de largo alcance desde Ucrania a territorio ruso. Esto fue respondido con el lanzamiento de misiles balísticos experimentales contra Ucrania por Rusia.

La guerra ha implicado un enorme desgaste de fuerzas económicas y militares para Ucrania y Rusia. En el caso de Putín, aunque venía mejor posicionado que Zelenzky en Ucrania ante una eventual negociación, los esfuerzos en esa guerra parecen haber hecho imposible seguir sosteniendo al debilitado ejército de Assad en Siria, abriendo un flanco para el avance de Turquía, Israel y Estados Unidos en la región. La caída de Assad es un golpe duro para Rusia y sus ambiciones geopolíticas, considerando la importancia de la región como vía de salida al Mediterráneo y para su proyección en el Sahel; pero también teniendo en cuenta que la intervención rusa en Siria le permitió presionar a las potencias occidentales en otros temas, especialmente la crisis en Ucrania post-2014.

La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca el próximo 20 de enero, no hace más que agregar incertidumbre a la situación mundial. Toda negociación en Ucrania será muy difícil y no pueden descartarse nuevas escaladas. En Europa, los países imperialistas han avanzado en el rearme imperialista, pero el eje franco-alemán se encuentra atravesado por fuertes crisis políticas y de gobierno. Si Trump sube los aranceles como promete, las economías europeas se verán fuertemente afectadas, con tendencias recesivas, como ya se vislumbran en Alemania.

Por su parte, las modificaciones del escenario regional afectan como nunca al régimen de los ayatolás. Irán ha entrado en una fase de profunda incertidumbre caracterizada por numerosos factores exógenos y endógenos al sistema político nacional. La caída de Assad y el debilitamiento de Rusia e Irán son también una mala noticia para China, que ve descarrilarse su estrategia en Medio Oriente. China había dado un importante apoyo a Bashar al Asad, quien visitó ese país en 2023, para anunciar una «asociación estratégica» con Pekin.

Todo indica que las tendencias más convulsivas de la situación internacional se profundizarán.

Una posición internacionalista y antiimperialista

Ante la agudización del choque entre potencias y el incremento de crisis, la gran mayoría de la izquierda a nivel internacional tiende a ubicarse en posiciones «campistas», subordinada a diferentes sectores capitalistas e imperialistas. Ante la guerra de Ucrania, sectores reformistas como Die Linke, hasta organizaciones más pequeñas como la LIT o la UIT-CI se alinearon con el campo de la OTAN y el ejército de Zelensky». De igual modo, algunos hoy presentan la caída de Al Assad a manos de milicias yihadistas y proturcas, con el beneplácito de EEUU e Israel, como resultado de una «revolución democrática triunfante». Como si de la mano del imperialismo y milicias militares reaccionarias pudiera haber alguna emancipación para las masas sirias.

En el ángulo opuesto, sectores de la izquierda populista o neoestalinista, lamentan la caída de la dictadura de Assad. Lo presentan, junto al resto del «Eje de la resistencia» comandado por el reaccionario régimen iraní, como una alternativa progresista y antiimperialista. Otro argumento es que los enemigos de nuestro enemigo deberían ser nuestros aliados, porque desafían la «hegemonía occidental». Esto ignora por completo el carácter de clase de esas potencias. Estas fuerzas más que apoyar la causa Palestina o de los pueblos oprimidos, lo que buscan es oponerse a un reordenamiento de la región dictado por Israel y Estados Unidos, que las marginaría, en un momento en que intentan reconciliarse con las monarquías proimperialistas del Golfo.

Por nuestra parte, desde la Fracción Trotskista- Cuarta Internacional, hemos mantenido una posición internacionalista, antiimperialista y de independencia de clase ante los principales hechos de la situación mundial.

Repudiamos todas las agresiones imperialistas en la región, como las sanciones o los ataques que realizó Israel (con aval de EEUU) contra Irán, Líbano y ahora en Siria, alegando un supuesto «derecho a la defensa». Luchamos contra el enclave sionista del Estado de Israel y por la expulsión del imperialismo de Medio Oriente. Pero lo hacemos sin depositar el más mínimo apoyo político en las burguesías de la región, ni en los regímenes reaccionarios aliados con Irán.

La declaración de Balfour en 1917, por medio de la cual los británicos se comprometían a promover la colonización sionista de Palestina y los acuerdos de Sykes Picot entre Francia y Reino Unido en 1916, sellaron el destino de la región bajo la opresión imperialista. La división de las antiguas provincias otomanas en zonas de influencia para cada potencia imperialista está en el origen de la creación de Siria e Irak, agrupando a diferentes grupos étnicos, nacionales y religiosos. El pueblo kurdo sin Estado fue dividido en cuatro partes a raíz de los acuerdos entre las potencias imperialistas. Desde entonces, la cuestión kurda sigue sin resolverse en cuatro países (Turquía, Siria, Irak e Irán). Por ello, se niega al Kurdistán el derecho a la autodeterminación. La creación del Estado de Israel, en 1948, consolidó la presencia imperialista, y en especial de EEUU, en la región. Más recientemente, las guerras de Irak y Afganistán incrementaron extraordinariamente el padecimiento de las masas, y aceleraron procesos de fragmentación y crisis de los Estados, en medio de la cual reemergieron los enfrentamientos entre sectores sunitas y chiitas del islam, alentados de forma reaccionaria por potencias regionales y el imperialismo. En estas guerras nuestra posición partió de la necesaria derrota de la agresión imperialista.

En la medida que crecen las tendencias a la guerra y las crisis de los regímenes, solo la lucha de la clase obrera, junto al campesinado, las mujeres y la juventud, puede abrir una salida progresiva en Medio Oriente. Hoy, más que nunca, defendemos el derecho de los refugiados sirios a decidir si quieren regresar a Siria o quedarse en Europa con plenos derechos laborales, políticos y sociales. ¡No a las deportaciones! Planteamos la necesidad de seguir desarrollando el movimiento de solidaridad y la lucha por terminar con el genocidio en Palestina, por el desmantelamiento del Estado de Israel y por una Palestina obrera y socialista, en donde puedan convivir en paz y fraternalmente los pueblos de todas las etnias y religiones. Y planteamos: ¡Fuera las manos del imperialismo, Israel y Turquía de Siria! Por la autodeterminación del pueblo kurdo.

La lucha por el pan, por la libertad y por terminar con la guerra, se encuentra ligada a la lucha contra el imperialismo y las burguesías locales reaccionarias. Por lo tanto, es una lucha por gobiernos de trabajadores, basados en la democracia de la clase trabajadora y el pueblo pobre, y una Federación de Repúblicas socialistas en la región.