Tres siglos de absoluto poderío quedaban sepultados en Carabobo.

Venezuela se levantaba libre, del polvo enrojecido con la sangre de sus hijos, y golpeaba con sus pesados grillos la espalda de sus dominadores. La tiranía vencida, se abate espantada, cómo sus factores los déspotas, cuando el hierro que esgrimen se les rompe en las manos, y de alzan las víctimas, y les muestran los cerrados puños, donde sangran las llagas testimonio de las estrechas ligaduras.
Semejante derrota, más que un desmoronamiento, era un vértigo horrible, inexplicable, en aquellos pujantes legionarios que tantas veces nos dispararon la victoria. Los más valientes, todos, pues todos lo eran, corrían despavoridos, nuestra caballería acuchillaba a aquellos leones, como a simples corderos, empero, algo aún más terrífico que el bote de las lanzas, los hacía estremecer, los acosaba: la sombra de todas sus pasadas crueldades se erguía ante ellos y les causaba espanto .
Venezuela Heroica
Eduardo Blanco
Página 271 272
Carabobo
Título XXVI

Ejemplo del ayer de nuestra gesta heroica y cómo hoy, de la resolución y determinación absoluta de un pueblo, depende la derrota de los tiranos.

A pesar de todas las miserias y las dificultades a que tantas veces se viera expuesta en Venezuela la causa de los independientes, la Revolución se había mantenido honrada. Los que ansiaron el poder únicamente por la gloria de acaudillar el movimiento regenerador, sin pensar jamás en los provechos qué se pudieran redundar de la suprema dirección de la República, fueron derrotados. En el desprendimiento de los intereses materiales, estribó la mayor fuerza de aquellos nobles lidiadores. Sus miras se reflejaban más alto. Se ambicionaba la gloria, no la riqueza. Los concusionarios, si los hubo, rarísimo, quedaron deshonrados, cual llama abrasadora, el desprecio público pasó sobre ellos los convirtió en cenizas, cenizas que esparció el viento y que aún desprecia la posteridad. La aspiración moral mataba toda tendencia material. Aquel heroico ejército, sometido a todo género de penalidades, sin paga de ordinario, denudo casi siempre, y a menudo sin pan, no profería una queja, moría vitoreando a la Patria, sin cuidarse de sus propias miserias. Ser el más bravo, el mar abnegado, el más heroico, era preferible a ser el más acaudalado. El orgullo era noble, la ambición generosa. De ahí la pujante virilidad de aquella generación que hizo prodigios armada con la espada de los héroes, aunque cubierta por los harapos del mendigo.
Venezuela Heroica
Eduardo Blanco
Página 252-253
Carabobo
Título VI