A romper las cadenas que atan a la empresa estatal socialista

Por Miguel Alfonso Sandelis

Cuba atraviesa una severa crisis económica y el gobierno centra su mirada en las posibles fuentes de ingresos: remesas, donaciones impuestos y todo lo que aparezca, y prioriza también la estabilización de los principales indicadores macroeconómicos: inflación, déficit presupuestario, balanza de pagos… Pero existe un actor de la economía que es clave para salir de la crisis, porque produce el 80% del producto interno bruto, emplea a más de un millón 400 000 trabajadores y conforma un gran conglomerado de más de 2400 entidades. Es la empresa estatal socialista. Ella es la encargada de producir la mayor cantidad de bienes y servicios, la responsable de aportar el peso fundamental de los recursos materiales y financieros que necesita el país. Pero no lo está haciendo.

Según datos del año pasado, el 22,6 % de las empresas estatales recibían subsidios, el 15,6 % tenía pérdidas y el 13,8 % mostraba una rentabilidad del 0,5 % o menor. En resumen, el 52 % presentaba problemas. ¿Por qué esta situación?

La guerra económica (más que bloqueo) que lleva a cabo Estados Unidos contra Cuba es el mayor obstáculo para el desarrollo del país y, como tal, para el sistema empresarial, porque impide el acceso al financiamiento para las tan necesitadas inversiones, a las relaciones comerciales, a tecnologías, al mercado, a recursos energéticos, a piezas de repuesto y a lubricantes. Y en ese escenario tan adverso, la empresa estatal se ha convertido en La Cenicienta de los actores que operan en la economía cubana.

Cuando el estado tiene urgencia de recursos se produce un círculo vicioso, porque exprime a la empresa estatal, la descapitaliza y, como consecuencia, la empresa cada vez tiene menos recursos para aportarle al estado. Eso, por una parte.

Por otra, en medio de las prioridades macroeconómicas que tiene el gobierno, hay un ambiente microeconómico no propicio para el desempeño de la empresa, con restricciones para el acceso a un mercado de bienes y servicios (al que debiera concurrir según las posibilidades que le brinden sus resultados y no como ocurre hoy, que los recursos le son asignados de manera administrativa), sin un mercado monetario que le propicie el financiamiento a través del crédito bancario, sin que el contrato juegue su papel en las relaciones entre las entidades, y con la divisa que produce al cambio de 1x 24 o de 1×120 en algunos casos seleccionados, cuando en el mercado negro el cambio suele ser a 300 y más.

Para darle el disparo de gracia a las posibilidades de éxito de la empresa estatal, está la ausencia de la tan cacareada autonomía a nivel de entidad. Donde el empresario se ve limitado para tomar decisiones sobre proyectos, plantillas, salarios y otros aspectos claves para el desempeño de la empresa. Donde no puede decidir sobre un negocio sin depender de las OSDES, porque tiene que esperar autorizaciones. Donde tiene que consultar a un dirigente superior para firmar los contratos. Donde existen regulaciones arcaicas que le obstaculizan el accionar. Donde no puede manejar su divisa, convirtiéndose en la práctica en una unidad presupuestada, sin incentivo por el ahorro, la reducción de los gastos o el impulso a las iniciativas de negocios. Donde no tiene autonomía para asociarse, ya sea con actores estatales, no estatales o extranjeros. Donde después de satisfacer su objeto social se ve limitado a buscar nuevas posibilidades de negocios. Donde se le controla más por los procedimientos administrativos, que por su desempeño. Donde a los cuadros se les evalúa más por formalidades que por resultados.

La guerra económica de Estados Unidos contra Cuba, llámese bloqueo, sí es el mayor obstáculo para el desarrollo del país y de la empresa, y tenemos que seguirlo denunciando. Pero romper esa cadena no está en nuestras manos. Sí lo está romper la cadena de la burocracia y el conservadurismo que lastran a la empresa estatal, haciendo las transformaciones que sea necesario hacer.

Se impone una revolución en el sistema empresarial cubano y para ello la tan demorada Ley de Empresa debe jugar un papel muy importante, porque deje plasmadas, de manera legal, las transformaciones que hay que hacer en la estructura rígida y monolítica de la empresa, y los espacios de mercado que hoy son inaccesibles a ella. Una ley que constituya el marco institucional y regulatorio que diseñe los cauces del funcionamiento de la empresa.

Hoy se habla de corregir distorsiones, pero ello no puede ser un eslogan. ¿Qué distorsiones? ¿Cuáles tienen que ver con la empresa estatal? Eso hay que informarlo y desmenuzarlo.

Es preciso hacer una ofensiva informativa sobre el accionar del sistema empresarial. Dar información sistemática de la situación de las empresas y de las transformaciones. Abrir foros debate en Cubadebate, la Mesa Redonda y Cuadrando la Caja, o crear un espacio específico para ello en la televisión. Hacer trabajos periodísticos sobre empresas exitosas y empresas con problemas, y las causas de los problemas. Llevar a los foros debate y entrevistar a los cuadros con resultados. El Partido, la UJC, la CTC y sus sindicatos tienen que jugar su papel a los diferentes niveles, dinamizando las transformaciones a realizar, comprometiendo a los dirigentes y a los trabajadores con los cambios, y exigiendo que se cumplan las nuevas disposiciones.

El estado es el albacea, pero las empresas son del pueblo y tienen que responder a los intereses del pueblo y, como tal, de sus trabajadores. Quien no esté a la altura de los cambios que hay que hacer, debe ser sustituido, ya sea de una empresa, de una OSDE, de un ministerio o a nivel gubernamental. Hacen falta cuadros que estén a la altura de las circunstancias; que piensen y actúen por la empresa y por la sociedad, por encima de sus intereses personales. Hacen falta cuadros que sean osados.

En el éxito del sistema empresarial estatal, en la producción eficaz y eficiente de bienes y servicios, le va la vida a la economía socialista, y al país.

2 de marzo del 2025