Mujeres rurales:

«la Paz no es solo un punto de llegada, sino de partida»

Publicado el:  por izquande

Por: Ximena Dorado

En el conflicto colombiano las mujeres son las principales víctimas y sobrevivientes, y son las mujeres rurales las más afectadas, sin embargo, son ellas precisamente las más invisibles y menos convocadas a los procesos, mesas, diálogos, acuerdos, políticas y cualquier tipo de espacio institucionalizado que busca la paz, sin embargo, construyen propuestas de paz desde la juntanza que van más allá de que se silencien las armas.

En Colombia, como en muchos países que viven o han vivido conflictos armados internos o guerras, la violencia y el militarismo han impactado la vida de miles de personas de diversas formas, y a manera de reconocimiento a las víctimas, se creó la Ley 1448 de 2011, legislación que reconoce el conflicto armado interno y otorga el estatus de víctima a quienes han sido afectadas, y reconoce al menos 11 hechos victimizantes o tipos de violencia, entre ellos: amenazas; atentado terrorista; desplazamiento forzado; minas antipersonales; violación a la integridad sexual; tortura; desaparición forzada; homicidio; masacre; secuestro; y reclutamiento forzado de menores, entre otros.

En este variopinto de atrocidades y víctimas las mujeres han llevado la peor parte. Según la Unidad para las Victimas, institución creada por la Ley 1448/11, a enero de 2025 se registraban 4.961.649 mujeres víctimas, lo que significa el 50,2% del total de personas registradas en el Registro Único de Víctimas (RUV). Los datos no identifican con claridad la procedencia de las mujeres, pero como el conflicto no se ha vivido de forma intensa en las ciudades, se estimaría que en su gran mayoría son rurales.

A pesar de lo anterior, las mujeres rurales han estado relegadas de las mesas de diálogo, así lo comentó Ingrid Cadena, directora de la Fundación Bitácora Ciudadana y coordinadora regional pacífico de la Alianza Iniciativa de Mujer por la paz (IMP):

Tomando como ejemplo Nariño, las mujeres rurales se han visto relegadas en los procesos de construcción de paz “institucionales” debido a que no tienen acceso a información y no están formadas o no han tenido la posibilidad de participar en espacios como las mesas de negociación o semejantes. Estos escenarios siempre se han hecho en cabeceras municipales, ciudades o incluso en las ciudades capitales o Bogotá. Entonces, no han podido poner, en esos espacios, sus voces, contar lo que les pasa y lo que les interesa y decir sus expectativas

Ante este panorama de exclusión, las mujeres no se han quedado inmóviles y han buscado participar a través de diferentes formas, y con varias estrategias, exponer sus propuestas, su sentir, y decirlo: bien sea en voz alta o en voz baja, como les toque, pero con voluntad inquebrantable por construir no solo paz sino comunidad. Así lo recalcó Emma una mujer rural y lideresa en temas de paz en el departamento de Nariño:

Nosotras, siempre estaremos dispuestas a la paz y en beneficio de la comunidad, del territorio, y aportando con un ´granito de arena´.

Mujeres rurales constructoras de paz

Clara*, Emma*, Estrella*, Nubia* y Sol* son cinco mujeres rurales de Samaniego y Cumbal, en el departamento de Nariño, que le siguen apostando a la paz en medio de la violencia que viven en sus territorios, y a pesar de la exclusión que han sufrido en los procesos institucionales de construcción de paz, ellas, junto con sus organizaciones, desde su experiencia y con gran expectativa, continúan participando en diversos procesos y espacios para esta construcción, que saben no es fácil y que no la hacen solas.

Por esto hacen parte del grupo de mujeres de Nariño y participaron del Encuentro Departamental de Construcción del Plan de Transformación para la Paz, una propuesta de IMP y la Fundación Bitácora Ciudadana, y en en el que participaron 30 mujeres entre 2024 y 2025.

Emma, quién ha vivido el conflicto armado toda su vida y ha sufrido más de cinco hechos victimizantes declarados, entre ellos violencia sexual y tres desplazamientos forzados, cree que la paz va más allá de la firma de un acuerdo, aunque sin duda reconoce que esto es fundamental, para ella la paz debe entenderse como algo cotidiano y no solo institucional:

[la paz] es un ejemplo de vida, es una construcción diaria que no solo la hacen los grupos armados o por el silencio de los fúsiles. La paz es un trabajo de todos y todas que se hace desde el hogar, desde la escuela (…) es cuando un funcionario público trabaja con humanidad en el ejercicio del poder que tiene (…) es cuando, como mujeres, nos podemos hacer una citología en el municipio, una mamografía, es cuando hay derechos para las mujeres.

Construyendo instrumentos para la incidencia

Mujeres rurales construyendo El Plan de Transformación para la Paz – Foto: Andrés Gómez

Las 30 mujeres rurales, entre campesinas e indígenas, que participan en la construcción del Plan de Transformación plantean que la paz es una necesidad que anhelan, pero demandan una construcción que las acoja y las tenga en cuenta como protagonistas, que vaya más allá de la teoría y las leyes, para superar las diferentes exclusiones a las que han sido sometidas. Una paz donde sean escuchadas sus propuestas, como dijo Sol, otra participante:

Anhelamos la paz tanto en nuestro pueblo, en nuestro hogar, como en nuestra Colombia. ¡Anhelamos la paz! Pero necesitamos saber, necesitamos estar (…) porque no nos han dado la participación como mujeres rurales e indígenas,. Esta vez me llamaron: ¿quiere participar? Sí, le dije, quiero participar, quiero saber. Porque hemos visto el conflicto armado (…) a mi hijo me lo han llamado de las organizaciones esas [reclutamiento forzado], y también porque fuimos criadas en medio de la violencia, entonces queremos aportar.

Participación a cuentagotas

La necesidad que las mujeres tienen de ser convocadas, escuchadas y formadas para participar en los procesos, diálogos y políticas de paz ha sido reconocida en diversos escenarios y por varios instrumentos globales desde hace varios años, uno de ellos es la Resolución 1325 de 2000 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, el cual insta a los Estados Miembros a velar por que aumente la representación de la mujer en todos los niveles, desde la prevención, pasando por la gestión y hasta la solución de conflictos.

Estrella, otra participante y lideresa en temas de paz desde la visión indígena ve en la 1325 una posibilidad de construcción de paz que va más allá del conflicto armado: «(…) no solamente con los temas de los grupos armados, sino también desde la misma incidencia como mujeres del territorio».

Estrella también enfatiza que este debe ser un proceso consultado, que incluya a los territorios y a las mujeres afectadas, y resalta la importancia de pasar de la discusión a la acción para consolidar avances:

Necesitamos que haya mayor inclusión, que haya esas autonomías, porque ese poder que existe dentro de las reglas y de las normas debe ser consultado y ser más incluyente desde los territorios y sobre todo con las mujeres afectadas para que nos lleve a trazar unas luces e ir consolidando estos temas que a diario se han vuelto como más de discusión que de acciones.

Ejemplo de lo que dice Estrella, es que a pesar de la importancia de la Res. 1325, y de que este instrumento data de hace 25 años, apenas en el 2023 el “país anunció la formulación, implementación y seguimiento de un Plan de Acción Nacional de la Resolución 1325”, lo que demuestra que en Colombia, la deuda con las mujeres para ser tenidas en cuenta en la construcción de la paz se paga a cuentagotas, y las mujeres rurales han ido ganado su lugar muy lentamente.

Ante la guerra las mujeres se convirtieron en lideresas

Las mujeres como mayores sobrevivientes de víctimas de desaparición forzazada buscan sus seres queridos – Foto: Andrés Gómez

Durante el 2024, Nariño fue uno de los departamentos más impactados por el conflicto armado, según la Oficina de las Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA). En ese año, Nariño fue el departamento con mayor número de víctimas por desplazamiento masivo y ocupo el tercer lugar, a nivel nacional, con víctimas de Minas Antipersona (MAP), solo por mencionar dos hechos victimizantes.

En este contexto, las mujeres son uno de los grupos poblacionales más afectados, pero también de los más activos. Las mujeres rurales continúan organizándose para aprender, participar y replicar en sus comunidades lo que saben: cuáles son las rutas institucionales para las víctimas; qué estrategias se deben crear para la búsqueda de personas desaparecidas o para declarar hechos victimizantes; qué hacer frente a desplazamientos masivos; y en general, gestionar todo tipo de recursos y acciones, tanto institucionales como comunitarias, e incluso acudir a la filantropía. Todo para ayudar a otros y aliviar el impacto del conflicto, así lo comentó Nubia, mujer lideresa, víctima y constructora de paz:

Nos organizamos a partir de algo que sucedió hace aproximadamente un año atrás [2023] que hubo un desplazamiento. Yo trabajaba con otra organización. [Pero] durante 8 meses [que las personas desplazadas duraron en un “albergue”] me di cuenta que habían personas que por la situación en la que se vive: de conflicto y de riesgo, no sabían cómo hacer las rutas para buscar a una persona desaparecida y había muchas personas desaparecidas. Entonces, mirando la necesidad, y como indígena, decidí conformar esta nueva organización.

Muchas mujeres en Colombia al igual que las lideresas en Nariño han acudido a la juntanza, y en las palabras Nubia se entiende la necesidad de hacerse ver e incidir:

Desde ahí iniciamos a organizar, primero comenzar a activar rutas para la búsqueda con las dos entidades que hemos trabajado, más que todo la Unidad de Búsqueda de Personas dadas por Desaparecidas (UBPD), y la Cruz Roja Internacional (CICR). Lo primero que quisimos hacer fue hacernos visibles porque no éramos reconocidas e íbamos a iniciar un proceso (…) mirando la necesidad que en el territorio no había un liderazgo (…) tomé eso y se organizó, pero con la razón de unirnos para juntar fuerzas. Otro objetivo, que era grande para nosotros, y una lucha que veníamos por muchos años, era hacer incidencia en el territorio como indígenas.

Lo que significa la paz para las mujeres rurales en Nariño.

Una de las conclusiones de las mujeres rurales nariñenses en su agenda como constructoras de paz, es la necesidad de enfatizar que la paz no es solo la ausencia de la violencia armada. Después de ser víctimas de varios hechos victimizantes a lo largo de su vida y por más de dos décadas, ellas indican que la paz debe comprenderse como el derecho a vivir una vida libre de violencias de cualquier tipo, tanto en escenarios públicos y privados donde ellas participen, y que sean convocadas y escuchadas. Así lo expresó Emma:

Si queremos paz tiene que haber inversión social. Las mujeres ¡qué creemos!, según mi experiencia y lo que he tenido que vivir con diferentes mujeres, es que si hablamos del tema de paz tiene que haber justicia: nuestras mujeres hacen las denuncias por temas de diferentes tipos de violencia en el hogar o en el trabajo, y más arriesgamos la vida denunciando y nunca miramos resultados (…) nosotras hemos hecho capacitaciones a funcionarios públicos, por ejemplo, en el tema de violencia basada en género para que ellos sepan cómo actuar y conozcan la ruta y cómo deben trabajar, pero el cambio de funcionarios públicos a cada rato nos perjudica.

Emma concibe la paz como una forma de sociedad en la que se reconozcan las labores de cuidado no remuneradas, se garantice atención a la salud física y mental de las mujeres sobrevivientes del conflicto, que las instituciones no las revictimicen, y no haya impunidad en ningún caso de Violencias Basadas en Género (VBG), al tiempo que se promueva la justicia y la inversión social con enfoque de género. Emma lo dice porque ha vivido como víctima la falta de respeto y la poca voluntad hacia ella como población víctima, y como mujer:

[Además] cuando uno ha sufrido [el conflicto armado] le dicen: ´Usted tiene que por lo menos una vez en semana ir a la cita con el psicólogo´. La primera [cita] es fácil, pero después le dicen: ´No, no hay cupos´; ¿Cuántos psicólogos hay? Y dicen: ´Uno´ ¿entonces? A nosotras nos pasó, (…) la primera cita nos atendió un psicólogo y cuando fuimos a la segunda, que por fin pudimos conseguir la cita después de meses, que era otro psicólogo ¿Entonces?, y para seguir contando y contando lo que nos pasó, pues no (…) no contamos con un ginecólogo permanente ni con un pediatra [y] para sacar una cita especializada es un lío (…) nosotras queremos eso, que se le dé cumplimiento a los derechos de las mujeres, que los funcionarios públicos hagan su trabajo y que no solo lo hagan por la plata, que sean más humanos (…) que se apoye los diferentes emprendimientos que tienen las mujeres (…) [porque] hay una situación económica difícil para las mujeres en particular, porque a raíz del desplazamiento a muchas mujeres nos toca empezar de cero una y otra vez.

Uno de los llamados más relevantes que hacen las mujeres rurales que día a día construyen la paz, es comprender que la paz será real y sostenible si se integra la prevención, atención y reparación de las mujeres, niñas y adolescentes víctimas de las violencias machistas, sean en el marco del conflicto o no.

En Nariño se han incrementado las cifras de Feminicidios y Violencias Basadas en Género (VBG) en los últimos años, según el Instituto Departamental de Salud de Nariño (IDSN) en el 2024: “hubo 17 casos de feminicidio y 3.245 de VBG”, y según el medio Informativo El Guaico: «la mayoría de los casos se presentan dentro del hogar y vías públicas, y cerca del 70% de los casos los agresores son familiares».

Claudia Natali Leyton Colimba, comumera del Resguardo del Gran Cumbal, presunta víctima de feminicidio el 7 de mayo de 2023 en Pasto – Foto: Andrés Gómez

Una Paz propia

Otra de las demandas que hacen las mujeres rurales, especialmente indígenas, para construir una paz duradera es que esta construcción debe anclarse en el reconocimiento de saberes propios, la soberanía alimentaria, la autonomía organizativa de las mujeres y reconocer al territorio como un sujeto de derechos, así lo expresó Estrella:

Es como volver a armonizar desde el mismo sentir, pensar y actuar para que nos lleve a una construcción de identificación de los talentos, de identificación de los mismos conocimientos y saberes y los cuidados del territorio para poder ofrecer estos conocimientos, y los productos que hay, desde la misma Madre Tierra, y convertirlos en una actividad económica (…) todo va articulado (…) la afectación que hay en los territorios donde existen las mujeres [es que] no ha habido como esa tranquilidad, porque los actores del conflicto armado han hecho presencia en los territorios y entonces ha hecho que haya desplazamientos, que haya como esos desenlaces entre los núcleos familiares, tener que migrar, todas esas situaciones, y todavía el gobierno o los instituciones competentes no han hecho ese seguimiento directo, entonces eso hace que se corte en el camino ese tejido social y por eso no ha permitido avanzar, especialmente a las mujeres.

Las mujeres rurales indicaron que si el Estado no llega a los territorios con una presencia diferente a la militar, el ciclo de violencia que trae el conflicto armado, y que afecta particularmente a las mujeres, se convierte en un asunto de nunca acabar, en donde el reclutamiento de menores, el desplazamiento forzado, la violencia sexual, la desaparición forzada, las amenazas, especialmente al liderazgo social, y los asesinatos, volverán una y otra vez, así lo expresó Clara*.

Esto ya se vivió con el Acuerdo con FARC-EP. Entonces hacemos un llamado a la Mesa de diálogos con Comuneros del sur, por ejemplo, que cuando se llegue a un buen fin, a un acuerdo, el Estado, por un lado, llegue con justicia social, y por otro, se siga buscando diálogo con los otros grupos que quedan, porque ya se sabe que si no se hace así, el ciclo de violencia es un círculo vicioso.

Justicia Ordinaria y Justicia Especial Indígena deben dialogar

Las mujeres constructoras de paz se preparan para hacer sus propuestas – Foto: Andrés Gómez

Las mujeres rurales exigen su participación en la construcción de la paz institucional, ya no quieren seguir siendo “testigos de piedra”, y por esto reconocen que cada exclusión a la que han sido sometidas debe abordarse para hacer propuestas.

Cada mujer, junto con su organización, están cargadas de iniciativas e ideas que deben ser abordadas por los gobiernos de turno en la construcción de una paz sostenible, duradera y eficaz, una paz que no se piense desde las ciudades o desde el centralismo, sino una paz que pueda ser construida conjuntamente con ellas, para que la sientan como suya y que las dignifique. Una paz desde lo cotidiano y no solo como un trámite institucional, y por ello formulan una serie de propuestas con las que visionan una paz que las impacte, y que se centran en lo siguiente:

  • Tener en cuenta la ley de origen, la ley natural y el derecho propio para el manejo del suelo y del subsuelo.
  • No incentivar ningún tipo de monocultivo.
  • Mejorar la economía de las mujeres para contrarrestar la dependencia y los ciclos de violencia intrafamiliar.
  • Conectar las políticas de seguridad con la salud mental de las mujeres.
  • Seguir abriendo espacios para que las mujeres, y sobre todo las jóvenes, se formen en participación política y liderazgo.
  • Garantizar los derechos sexuales y reproductivos, especialmente para las mujeres indígenas.
  • Fortalecer los procesos etno-educativos formales y populares para la paz.
  • Vincular a los hombres rurales con las nuevas masculinidades.
  • Continuar los procesos de desminado humanitario.
  • Que los mandatos de las instituciones creadas por el Acuerdo de paz de 2016 se extiendan y continúen.

Las mujeres también exigen que la Justicia Ordinaria y la Justicia Especial Indígena dialoguen y trabajen eficazmente para que se elimine la impunidad en cualquier caso de delitos, especialmente contra la libertad e integridad sexual que se comete contra las mujeres, niñas y adolescentes por cualquier tipo de victimario, y sostienen que, mientras haya violencia contra las mujeres, sea por el conflicto armado, en el hogar, o en cualquier proceso comunitario o político, la paz seguirá siendo un punto de partida y una consigna por la que se seguirá trabajando.


* Agradezco a Clara, Emma, Estrella, Nubia y Sol por sus voces, y a todas las mujeres rurales que han participado en los procesos de estos años de trabajo por la paz en Nariño.

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