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Por Oleg Yasinsky, Haize Gorriak, Resumen Latinoamericano, 2 de marzo de 2025.
Después de ver el ‘show’ completo, protagonizado por el líder ucraniano en la Sala Oval de la Casa Blanca, pensé que es injusto acusar a Vladímir Zelenski de ser un payaso, porque lo que es en verdad es un mago, que logró ayer un milagro: consiguió que millones de personas que toda su vida odiaron al imperialismo estadounidense simpatizaran por unos minutos con Donald Trump y J. D. Vance.
Creo que para entender mejor lo que sucedió, habría que ver la grabación de este encuentro sin sonido, para poder concentrarnos solo en el lenguaje no verbal de los participantes y en la cara de desesperación de la embajadora de Ucrania en EE.UU., Oksana Makárova.
Cuando Zelenski por fin fue expulsado del evento, recordé una vieja historia que nunca pensé hacer pública. Sucedió hace años, en tiempos de mi trabajo con turismo en Sudamérica. Tuve un cliente por un corto tiempo, pues no lo aguanté. Era un hombre rico y solitario, que viajaba con su «novia», a la que había encargado por catálogo vip. Su belleza de modelo solo era eclipsada por su sincera estupidez. Era encantadora y se maravillaba de todo: de que hubiera arena en el desierto, de que hiciera calor en el trópico, de que el río desembocara en el mar y no al revés, «aunque hubiera más agua en el mar», y estaba convencida de que en los restaurantes caros pero sin estrellas de la guía Michelin «comían solo los pobres».
Cuando estos «enamorados» discutían, la peor amenaza de su novio era enviarla a casa comprándole el pasaje de vuelta en clase turista. Frente a esta posibilidad tan terrible, siempre llegaban las lágrimas de remordimiento y de reconciliación. Viendo el desenlace de la tragicomedia de ayer, pensé horrorizado: ¿y si Trump envía a su huésped a casa en clase turista?
Seamos claros, no vamos a creer aquí en el pacifismo de Trump, ni que está tan «dolido» por los muertos ucranianos y al mismo tiempo tan indiferente de los tantos más palestinos y otros.
ntendemos muy bien su afán imperial de hacerse con las enormes riquezas naturales de Ucrania que supuestamente quedaron sin dueño, gracias a la ocupación occidental del país o de lo que queda de él.
Este es el peor momento para el Gobierno de Ucrania, tanto del periodo legal e ilegal, mientras el instinto carroñero del empresario Trump le indica que esta es la hora de actuar, ya que Rusia está ganando la guerra y los territorios y el tiempo abiertos para el saqueo rápidamente se reducen.
El régimen de Vladímir Zelenski, que desde hace tres años depende por completo del sostenimiento económico, militar, político y mediático de Occidente, encabezado por EE.UU., no tenía ningún derecho a tener opinión propia acerca de los recursos de su país, que desde hace tiempo no son de él. Y si sus nuevos dueños, desde la conveniencia, le exigieron realizar elecciones presidenciales para sustituir la marioneta, un empleado como él tendría que haber obedecido sonriente y agradecido.
En la conferencia de prensa en la Casa Blanca de ayer, se hizo evidente para el mundo que ya hace varios meses los líderes de Occidente querían cambiar a Zelenski por ser incapaz de servir a sus intereses en la nueva etapa de guerra contra Rusia.
Recordemos lo que Washington hizo con Pinochet, cuando este cumplió sus objetivos de asesinar, torturar y reformatear la configuración social de Chile, eliminando la «amenaza» del retorno al poder de una fuerza democrática de izquierda (uso estas dos últimas palabras en su sentido inicial, no posmoderno). Las viejas y nuevas élites económicas chilenas, que aumentaron y obtuvieron su poder gracias a la dictadura, necesitaban crecer, exportar y globalizarse, pero la horrorosa imagen internacional de Pinochet se los impedía. Había que darle al régimen una nueva fachada democrática. Cuando el dictador no lo entendió de primera ni a las buenas, en EE.UU. se produjo el escándalo de las «uvas envenenadas» provenientes de Chile, con la posterior prohibición a sus exportaciones, y entonces, los prudentes empresarios chilenos entendieron el mensaje, muchos de ellos pasando a apoyar a la oposición antipinochetista, completamente controlada por el país norteamericano.
En los últimos meses, Zelenski ha demostrado que no entiende ni las señales sutiles ni las órdenes directas. En estos años los líderes occidentales que lo mimaron y animaron tanto su prepotencia, impunidad y total desfachatez y desubicación lograron que él perdiera cualquier noción de realidad, hasta protagonizar por fin en la Casa Blanca el más grotesco ‘show’ de su carrera artística, logrando también finalizar su carrera política. Incluso se quedó sin el almuerzo al que inicialmente estaba invitado. Digan lo que digan ahora sus amigos europeos, que tratan de salvar su propia imagen, el actual líder del régimen de Kiev ya no sirve a ninguno de los dos bandos de ese «mundo civilizado».
Algunos analistas, aseguran que todo lo que vimos desde sus inicios fue un espectáculo programado y plantean dos versiones. La primera, que fue una encerrona tendida por Trump y Vence contra Zelenski para «ablandarlo» antes de sus negociaciones con Rusia. O, según la otra, que fue por conveniencia mutua, ya que así el presidente ucraniano subiría su apoyo dentro de Ucrania, mostrándose como un líder valiente y duro, capaz de enfrentarse a la potencia más poderosa del mundo.
Esto último me parece poco probable. Zelenski no es tan buen actor, como suelen decir, y durante su presentación escandalosa en la Casa Blanca, él se veía extremadamente nervioso, totalmente fuera de control y sus acompañantes ucranianos estaban claramente desesperados, pues también sería el fin de la carrera de ellos. Por parte de él no hubo un discurso coherente, solo balbuceó, gesticuló como un mal estudiante de teatro provinciano y hasta insultó. Claramente, no es el gobernante que necesitan para Ucrania sus dueños en esta nueva etapa.
Sobre lo de la «encerrona», como se sabe, la iniciativa de viajar a EE.UU. para reunirse personalmente con el presidente estadounidense fue de Zelenski, no de Trump. Él necesitaba convencer a las autoridades de Washington de «la maldad» de Vladímir Putin, antes de que los presidentes de EE.UU. y de Rusia se vuelvan a reunir personalmente. Para él, eso era mucho más importante que firmar un acuerdo colonial y claramente humillante sobre los metales y las tierras raras ucranianas, que se usó como la principal excusa para su viaje.
Zelenski sabía muy bien que su conferencia de prensa con Trump se transmitiría en vivo para todo el planeta, y aun así logró dejar lo peor para la imagen internacional de su gobierno, entrando a la historia de la diplomacia mundial como un trastornado (por decirlo de manera suave).
No generó simpatías ni admiración de nadie, aparte de sus cómplices guerreristas europeos, con dudosas capacidades cognitivas como la jefa de la diplomacia de la Unión Europea, Kaja Kallas, o la presidenta del organismo, Ursula von der Leyen, o de algunos otros declarados nazis ucranianos, desesperados por seguir matando a los rusos. Para el resto del mundo, mucho más allá de su opinión del gobierno de Putin, fue un espectáculo penoso e impresentable, que representa solo un claro deterioro del nivel de la política internacional.
¿Quiénes ganaron con esto? Creo que todo el mundo que vio la transmisión en directo, que logró ver a través de esa ventanita la calidad intelectual y humana de los que deciden sobre la vida o la muerte de cientos de miles de personas y, sin duda, los empleados de la Casa Blanca que obtuvieron un almuerzo presidencial, al cual inicialmente no estaban