Siempre que se explican las causas por las cuales Venezuela es tan codiciada por el capitalismo hegemónico, se menciona el petróleo, el oro, el hierro, la bauxita, el coltán, el agua, los atractivos turísticos… Ya nadie nombra al cacao y sus derivados. Pero Venezuela podría ser una potencia cacaotera y chocolatera como pocas en el planeta.
De hecho, fue el primer productor mundial de cacao en tiempos coloniales y ha ocupado un lugar privilegiado no solo por la cantidad exportada sino también por la calidad superlativa del producto.
La cantidad se perdió por completo en el transcurso del tiempo. El rubro fue desplazado por el café. Esto ocurrió en las primeras décadas de Venezuela como país independiente y ya escindido de la Gran Colombia (1830 en adelante). Luego, junto con las demás actividades agrícolas, el cacao pasó a un lejano segundo plano por la insurgencia del petróleo, ya en el siglo XX.
Sobre la calidad nos ha quedado al menos la fama. La expresión “el mejor cacao del mundo” es algo más que mercadotecnia. Los expertos en la materia insisten en que, pese al desarrollo agrocientífico logrado en otros países con estos cultivos, las especies venezolanas siguen a la vanguardia. No obstante, naciones con mayor presencia en el mercado han asumido para sí el emblema de la calidad. Eso pasa: en el competido mundo comercial, los vacíos los llena el más rápido y el que tenga el mejor aparato de propaganda.
Algunos conocedores del tema consideran que si el país se volcara decididamente hacia la producción de cacao, en unos pocos años podría ser de nuevo una nada desdeñable fuente de ingresos en divisas, porque se trata de un producto de alta rentabilidad. Dados los atributos de su principal producto, el chocolate, es considerado una especie de fruto de la felicidad. Y la felicidad se paga cara en este mundo.
El cacao siempre ha causado una fascinación especial. Los habitantes originarios obtenían de sus frutos una maravillosa bebida caliente, a la que llamaban chacote, y una manteca que era empleada en diversos ritos religiosos. Los europeos que invadieron América se dieron cuenta del provecho que podría obtenerse de este prodigio natural. No pasó mucho tiempo hasta que llevaron ese material a Europa y comenzaron a experimentar con él, descubriendo que aparte de su estupendo sabor, generaba sensaciones muy positivas en el estado de ánimo.
Con rapidez se desarrolló una poderosa industria que utilizaba como materia prima el cacao procedente no solo de Venezuela, sino también de todos los países ubicados en la franja tropical.
De esa época datan las controversias acerca de dónde fue que se usó por primera vez. Si se le pregunta a un mexicano, dirá que fue en México, y citará fuentes de la cultura azteca. Lo mismo pasará con los centroamericanos, colombianos, ecuatorianos y brasileños.
Y la polémica no es solo internacional. Dentro del territorio venezolano, la pugna por la paternidad del cacao es larga. Algunos expertos, como Luis Alberto Ramírez Méndez, han desarrollado investigaciones que concluyen en que los primeros en cultivar cacao fueron los indígenas del sur del Lago de Maracaibo, en el piedemonte andino, quienes le daban diferentes nombres, entre ellos espití, chiré y tiboo.
Otros sostienen que fue en Mérida y Trujillo. En lo que parece haber acuerdo es que fue en esa zona suroccidental, aunque luego el árbol de cacao resultó ser capaz de establecerse en las más diversas zonas del territorio nacional, empezando en la ribera norte del Orinoco y abarcando la franja costera casi completa, desde Falcón hasta Sucre.
Justamente ha sido en el centro de esa franja costera, en los pueblos agrícolas y pesqueros del estado Aragua y en la región de Barlovento, donde se ha alcanzado la gloria de los cacaos venezolanos. El de Chuao es considerado el tope de la gama, el papá de los cacaos.
En tiempos coloniales, la expansión de la frontera cacaotera cubrió también zonas de Caracas (donde no existía inicialmente) y sus alrededores hasta los valles de Aragua. Los hacendados más ricos de la época abandonaron otros cultivos (tabaco, añil) y se dedicaron a este rubro porque era el que mejor se cotizaba en sus mercados legales e ilegales. Este no es un detalle menor, pues bien se sabe que la corona española se reservaba el monopolio de las exportaciones, pero existía un creciente contrabando hacia el Caribe.
La vinculación de las clases altas con este producto agrícola es la razón de ser de la denominación “gran cacao” para los oligarcas venezolanos, en especial para los que, como se decía en algún tiempo, “se las dan de mucho”.
En la actualidad, la participación de Venezuela en el mercado internacional es casi insignificante. En algunos estudios se indica que no llega al 1%, mientras las grandes potencias del momento son países africanos como Costa de Marfil, Nigeria, Ghana y Camerún, ubicados en latitudes parecidas a la nuestra. En el continente americano siguen liderando naciones como Brasil, Perú y Ecuador y varios de los centroamericanos.
Los esfuerzos realizados durante los últimos años por reimpulsar el sector han dado pocos resultados debido a diversas razones, entre ellas los conflictos de propiedad de las tierras y problemas de inseguridad en las regiones productoras. Quizá el declive de la industria petrolera y los graves daños infligidos a la economía por el bloqueo y las medidas coercitivas unilaterales de EEUU y sus socios ayuden a que el país vuelva la mirada hacia el cacao, uno de sus productos estrella en el recorrido histórico de algo más de medio milenio. Tal vez dentro de poco estemos, de nuevo, produciendo y exportando estos frutos de la felicidad, o –mejor aún– sus productos procesados. ¿Será?
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¡Fino, fino!
La Organización Internacional del Cacao (ICCO) define al cacao fino de aroma como la variedad de exquisito aroma y sabor. Solo 8% del cacao del mundo tiene esta característica, pero 76% del que se produce sale de Ecuador, Colombia, Perú y Venezuela. En nuestro caso, 95% de toda la producción nacional es catalogada como fino de aroma.
Los expertos aseguran que el cacao venezolano es considerablemente más variado, desde el punto de vista genético, que el de cualquiera de los otros países.
En Venezuela hay tres tipos de cacao: criollo, forastero y trinitario. El criollo es el de máxima calidad. Los otros dos son más resistentes a plagas y enfermedades.
Aunque no es el estado que más suena en este rubro, Sucre produce el 65% del total del cacao del país.
En las últimas décadas, Japón ha sido uno de los principales compradores de cacao venezolano.
El país también tiene destacados expertos en la materia, entre ellos Elevina Pérez, doctora en Ciencia y Tecnología de los Alimentos, quien ha investigado sobre la amplia variedad genética del cacao venezolano y ha presentado propuestas para utilizar los residuos industriales (cáscara, cascarilla y mucílago) como fertilizantes y para la alimentación animal.
Pérez ha publicado numerosos artículos científicos y varios libros, entre ellos uno en inglés, titulado: The uses of Cocoa and Copuacu by products in industry, health and gastronomy.
CLODOVALDO HERNÁNDEZ
» Dicen los abuelos, que cuando tomamos una taza de cacao, el cacao va directo a nuestra alma y a nuestro espíritu recordándonos disfrutar del regalo de la vida. Invitándonos a sonreír con la sonrisa del alma, la sonrisa de nuestro niño interno.
Cada vez que tomamos una tacita de cacao recordamos que dentro de nuestro corazón, están todas las respuestas que necesitamos, solo tenemos que confiar en nosotros mismos y escuchar nuestra intuición. El cacao es la bebida del amor. Un regalo de la Madre Tierra.»