Le metimos duro a los Gringos

En una ocasión recuerdo que me salí de un aula militar, me iban a sancionar, bueno, me salgo de aquí. Estábamos haciendo el curso de Estado Mayor y trajeron como sesenta gringos. Era parte del plan del Gobierno de aquel entonces para tratar de influir en nosotros y frenar la rebelión que ya venía, palpitaba. Era casi que abierto el enfrentamiento en las aulas, en los cuarteles, con los bolivarianos. Ya nos llamaban los bolivarianos, y nos dábamos el lujo incluso de enfrentar a superiores en discusiones sobre Bolívar y la política nacional. Recuerdo en ese curso que me paré a defender a las empresas de Guayana, porque llevaron a un expositor, economista y tal. ¿A qué?, a vendernos a nosotros los militares la tesis de la privatización. Recuerdo que defendí esto que ahora con orgullo estamos ayudando a rescatar. Uno luchaba en silencio ahí dentro, ¿no? A mí me da mucho sentimiento decir esto y recordar, porque, ¡oye!, cuántas cosas pasaron, cuántas batallas chiquitas, silenciosas que nos fueron llevando a lo que nos llevó aquello.

Entonces una vez vienen esos gringos, y nos pusieron a jugar a la guerra. A mí me ponen de oficial de operaciones de una parte, y los gringos de la otra. ¡Les metimos duro en el juego de la guerra! A mí me andaban vigilando, yo era un objetivo psicológico y de investigación allí en el curso. Esos gringos eran casi todos sociólogos, psicólogos. Militares, pero casi todos asimilados, analistas políticos, disfrazados ahí. Era una labor de inteligencia descarada, delante de nosotros. Yo lo sabía y llegué a decirlo en alguna reunión. Bueno, así que hicimos un juego de guerra ahí y les metimos medio pa’ los frescos en el juego de la guerra. Les tomamos hasta la retaguardia a los gringuitos esos. Entonces se me acerca uno, un coronel: “Comandante, ¿usted cómo es que se llama?”. “Yo soy el comandante Chávez”. Me dijo: “Usted es bien agresivo pa’ jugar a la guerra”. Porque yo era el que tomaba decisiones operacionales, y les clavé cuatro batallones de tanques por un flanco, compadre, “¡ra, ra, ra!”, y les metimos los tanques hasta el fondo, hasta que se rindieron pues. Un juego, pero que tiene su ciencia y su arte, como jugar un ajedrez: la audacia y la estrategia. Y no era yo, sino un equipo. Estaba Ortiz Contreras ahí en ese equipo, que en paz descanse, mi compadre Ortiz.
Jugamos softbol y los matamos, les ganamos por nocaut. Tenían a un gringo ahí, así grandote, que pulseaba y le ganaba a todo el mundo. Le dije yo: “A mí me vas a ganar, pero a que no le ganas a mi compadre Urdaneta”. Lamento mucho lo que ha pasado, pero fue un gran amigo, un hermano fue Jesús Urdaneta. Él a lo mejor se pone bravo porque yo lo nombro, pero no importa, hace poco murió su papá, me dolió mucho, el viejo Urdaneta. Bueno, pero yo tengo los recuerdos, pues. ¿Quién me los va a quitar? Nadie me va a quitar mis recuerdos. Es como cuando uno amó a una mujer. Me podrás quitar todo, pero mis recuerdos no me los quita nadie. Los amigos de verdad que pasaron, uno los tiene aquí como recuerdo.

Entonces le dije al gringo: “Mira, ¡ah!, tú andas ahí fanfarroneando”. Estaba tomando cerveza en el casino, allá en Fuerte Tiuna. Le digo: “A que tú no le ganas a mi compadre Urdaneta”. “¿Apostamos?” “Epa, Jesús Urdaneta. Ven acá, compadre. Mira, este gringo dice que te va a ganar pulseando”. “¿A mí?”, “¿quién me gana pulseando a mí?”. ¡Ajá! Y todo el mundo rodeó a los dos. Urdaneta que se le reventaban… Yo dije: “Voy a ser culpable de que se muera Urdaneta”. Porque aquel gringo era un gigante, chico, y Urdaneta es un hombre fuerte pero no es un gigante, pero con una gran voluntad, sin duda. Ojalá se mantenga siempre así para cosas buenas. Entonces Urdaneta, y todos nosotros aplaudiendo. A Urdaneta las arterias parecía que se le iban a explotar, vale, pero aquel hombre nada. Hasta que el gringo empezó, miren, a “culipandear”. ¡Pum! ¡Le volteó Urdaneta la mano al gringo! Les ganamos en todito a los gringos esos. Están muy equivocados los que andan diciendo por ahí: “Una invasión gringa, una invasión de Estados Unidos y no duraría cuatro horas la guerra”. O “los Estados Unidos controlarían este país sin necesidad de poner una bota aquí”. No lo controlarían ni con un millón de botas. ¡A este país no lo controla nadie! ¡Solo los venezolanos podemos echar este país adelante!, ¡solo nosotros podemos hacerlo!

Hugo Chávez Frías