Abril de 2002: la ruta fallida… y muy repetida

Han transcurrido 19 años desde aquellos días de abril de 2002 en los que se acuñó la verdad histórica con una frase matemática: todo 11 tiene su 13.

En ese tiempo la oposición tomó una ruta, falló feamente, pero ha insistido en seguir por allí o en volver a ese camino con una perseverancia que ojalá hubiese empleado en otros proyectos.

El 11 de abril hizo eclosión un intenso proceso que venía gestándose desde 2001, año en el que se les acabó la paciencia a los enemigos fundamentales de la Revolución Bolivariana: Estados Unidos, la burguesía doméstica y los abollados partidos políticos de la IV República.

Hay que poner los hechos en su contexto. En septiembre de 2001 ocurrieron los atentados contra las torres del World Trade Center y el Pentágono, que le sirvieron al insípido y nulo gobierno de George W. Bush para crearse un necesario enemigo externo y, con esa excusa, destruir dos países.

La reacción de la superpotencia ante lo que se presentó como el primer gran ataque perpetrado dentro del territorio estadounidense en la historia fue admitida sin chistar por el mundo entero… Bueno, excepto por un tal Hugo Chávez, quien desde su humilde lugar de presidente de un pequeño país latinoamericano se atrevió a alzar su voz a favor de los niños masacrados en Afganistán. Así quedó anotado en la lista de prioridades del libro de los rencores de los genocidas de Washington. Siete meses exactos después del 11S sobrevino el 11A.

Otro antecedente medular fue la puesta en vigencia de 49 leyes, un gran lote en el que estaban la Ley de Tierras y Desarrollo Agrario y la Ley de Pesca. Con esas dos fue suficiente para enardecer a la oligarquía nacional y a sus sucursales regionales en los estados agrícolas y costeros. Pero, además, también estaba la Ley de Hidrocarburos, que le dio todavía más razones a EEUU para ordenar que se montara uno de sus típicos golpes de Estado, utilizando a militares que cuidadosamente habían sido formados en la Escuela de las Américas y por otros mecanismos de adoctrinamiento imperial.

Lo de la Ley de Hidrocarburos activó la conspiración interna en Petróleos de Venezuela. El país oyó hablar de la meritocracia petrolera, una banda de directivos y gerentes que se asumieron Estado dentro del Estado y se declararon en rebeldía ante el Gobierno. El despido de algunos de ellos fue el detonante para el paro que sirvió de preámbulo al derrocamiento del Comandante Chávez.

Los partidos desplazados del poder por el chavismo tuvieron un rol secundario, aunque uno de los líderes de la asonada fue el dirigente sindical acciondemocratista Carlos Ortega. Esos días fueron también clave para el surgimiento de las nuevas organizaciones de la derecha, en particular Primero Justicia.

Ese descontento del poder global y de sus expresiones locales en lo político, económico y militar requería, obviamente, de una masa de gente en la calle. Y en eso –necesario es reconocerlo–, los factores complotados fueron muy eficientes. La burguesía terrateniente, industrial y comercial logró que un amplio segmento de la clase media apoyara “sus luchas”, a pesar de que en su mayoría ese sector social no era propietario ni de tierras ni de negocios.

En esta labor de incorporar a la clase media, y aun a sectores populares, fueron fundamentales los medios de comunicación social, no por casualidad propiedad de los mismos dueños de las tierras, las industrias y los comercios. De hecho, son muchos los analistas que consideran al del 11 de abril como un golpe mediático, pues sus cabecillas fueron los grandes capos de la televisión y la prensa nacional.

Hasta este punto del relato el golpe de abril fue bastante típico: los poderosos del mundo y los ricos del país, con el apoyo de una clase media manipulada, habían derrocado a un gobierno popular que estaba apenas dando los primeros pasos hacia un país más equitativo.

La diferencia, lo que hace de abril de 2002 un hecho histórico único, es el contragolpe. Ese 13 que tuvo el 11.

Las fuerzas golpistas demostraron de inmediato a lo que iban. Instalaron un gobierno autoproclamado, emitieron un decreto de tierra arrasada y empezaron a reprimir al pueblo y a “cazar” chavistas.

Ante los temblores y los ruidos profundos del volcán de pueblo que se había activado, los golpistas se descalabraron en cuestión de horas. Los envalentonados medios cerraron sus picos y sumieron al país en el silencio informativo. No querían transmitir la noticia de su propio fracaso.

La reacción marcó, además, uno de los hitos del encuentro cívico-militar que tanto atormentaba (y sigue atormentando) al bando opositor. Quien no lo haya pensado, pues que lo considere aunque sea ahora, 19 años más tarde: si la respuesta hubiese sido solamente del pueblo civil, el gobierno de facto y sus aspirantes a gorilas no habrían dudado en aplastarla a sangre y fuego. Pero la candela de los barrios y los pueblos ardía también en los cuarteles. Los golpistas huyeron despavoridos.

La lección debió servirles para enmendar la ruta. Pero no lo hicieron. Ya para finales de 2002 estaban de nuevo transitando la ruta de la violencia, con el sabotaje petrolero; y siguieron en 2004 con paramilitares colombianos y guarimbas; en 2013, con sus actos de “calentera”; en 2014 y 2017, con terrorismo puro en las calles; en 2018 con un magnicidio frustrado; en 2019 con un nuevo autoproclamado, una “invasión humanitaria” y otro fallido golpe de Estado; y en 2020, con un desembarco mercenario. Hoy, para completar 19 años tropezándose con la misma piedra, andan como locos, tratando de prender un casus belli en las llanuras apureñas. No han aprendido nada.

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La mediocre mediocracia

Subrayemos el componente mediático de los sucesos de abril. Me consta personalmente toda la trama que se tejió entre los dueños de los grandes medios de ese tiempo. Y fui testigo –por mucho, lo peor del asunto– de la alegría de bastantes de mis compañeros de El Universal la madrugada del 12 de abril; de su euforia cuando Pedro Carmona se juramentó a sí mismo; y –como recompensa– de su incertidumbre y miedo parejo el día 13.
Pero, volvemos a lo mismo: el choque a alta velocidad con la realidad no los hizo cambiar de rumbo. Unos meses después ya andaban dando saltos de felicidad por el circo de la plaza Altamira y en diciembre del mismo 2002 perdieron toda compostura con el paro petrolero.
Los medios convencionales siguieron en esa línea hasta que muchos de ellos desaparecieron y otros han quedado convertidos en caricaturas de lo que fueron, cual ricachones venidos a menos.
En lugar de esos medios tradicionales han surgido otros, presuntamente nuevos e independientes, la “prensa libre”, como la llaman, financiada por potencias extranjeras.
Esos nuevos medios siguen haciendo lo mismo que hicieron los viejos y, por cierto, cometiendo las mismas barbaridades en materia de ética. Basta ver su cobertura de lo que está pasando en este abril de 2021 en Apure para concluir que es la misma actitud de sus antecesores de 2002. Tampoco aprendieron nada.

Clodovaldo Hernández