El Idioma.

La palabra si no pasa por el cuerpo a sensibilizarse en lo inmemorial del ADN ira al viento, a decir técnicamente no a sentir. Necesitamos acercarnos a la memoria mayor en busca de un sentimiento cultural que aún se mueve bajo las ruinas y desechos del desapego occidental.
Inevitable adentrarse en el santo y seña de las traducciones hechas desde nuestro lenguaje, al parecer es donde reside la mayor esstafa al sentimiento originario. Hay razones de la conciencia que hemos enunciado para no amar las palabras cuando esconden su intención, sobre todo al ser incapaz por determinaciones históricas de comunicar con honestidad la juntura de lo que dice con la energía de los sentidos que la deslumbran.El idioma español en esgrimida evidencia histórica termina cumpliendo el papel de intruso cultural en nuestras generaciones y en  la razón de vida de nuestra cultura primaria. Al ser el alfabeto del enemigo el que nos impusieron luego del exterminio indígena, se pierde en la duda y se torna sospechoso. Se fueron expulsados los invasores en parte por la voluntad de independencia nacional, y con ellos también se iba la impunidad, pero nos dejaron instalado el idioma y por consecuencia su cultura imperial.Sabían del ejército poderoso que implicaban las palabras, tanto las de ellos como las nuestras. Quedábamos entonces sujetos a otra guerra aún más sofisticada, la de la egolatría académica foránea y la del olvido para que no nos entendiéramos sensiblemente en los recuerdos.A su pesar, inconscientemente anhelamos nuestra habla ancestral, sin océanos ni intermediarios ni trampas interpretativas de la noche ansiosa de los quebrantos, y sin apartar la vergüenza que a estas alturas de la torpediada identidad originaria pueda significar para los operados transculturalmente de lo ancestral. Sin incluir la discriminación que existe para todo aquel que en la vida cotidiana se atreva a imponerse y defender su lengua originaria en las ciudades reproducidas desde la añoranza colonial. En el ahora se conoce, con imprecisión interesada, la existencia de unos 420 idiomas originarios en latinoamérica. De ellos un 30% va camino a la extinción sin nombrar los ya desaparecidos. Con la pérdida del acumulado lingüistico que costó tantos siglos constituir similar se pierde la evolución cultural de todo un pueblo y por consecuencia fatal su identidad, ambos irreversibles. Guatemala, a manera de ejemplo, es un país multilingüe, país en el cual se resaltan 25 idiomas, entre los que se encuentra el español, 22 son idiomas  de origen maya, y el xinca y el garífuna provenientes de otras necesidades comunicacionales. Sin embargo el oficial, constitucionalmente, es el español, el idioma del “conquistador”, el resto son llamados dialectos, lenguas o hablas.
Independiente de toda esta atrocidad, a veces sentimos en este contexto latinoamericano, soñar en Yanomami, reirnos en Warao, sufrir en Wayú o amar en Mapuche, lo que anuncia nuestra existencia en otra dimensión de los sentidos, conforta saber que no todo está en ruinas ni vencido total bajo las piedras de los recuerdos. Innegable sí, estamos muy tapiados por la palabra invasora, quinta columna y troyana, desde donde desdoblamos la autenticidad de lo que somos. Políticamente constreñido por un código lingüístico manchado de sangre originaria, que nos resalta en el patriarcal yoismo y el poder del ego, empujándonos amarrados subliminalmente a un silabario que nos cerca y entretiene, dentro de sus tiempos dominantes y conjugaciones académicas foráneas. El hecho oficial, que sea la única tenencia comunicativa traspasada de gobierno a gobierno por más de 500 años no logra evitar aún el malestar del exterminio, ni despertar sudorosos de angustias prendidos en candela sin casi saber ya la causa de la desolación en su contexto. Entendámonos en términos de academia, licenciatura y diploma en idioma, no por resentimiento sino por impunidad.A pesar del daño cultural irreparable y la negación de nuestros antepasados que se ha profundizado en nuestras personalidades, jamás podrán socavar la mirada desde la piel como nuestro lenguaje más sensible. Tal cual como fue por aquellas sabanas horizontales y sinuosas montañas donde casi todo lo necesario se sabía, sin hablar sobre los hombros ni escribir como una rendición de cuenta. Imagino una revolución cultural que adecue las condiciones para devolvernos el idioma originario, porque detrás de lo que somos de lengua extranjera está también oculto el hueco sustantivo que nos separa del reencuentro con lo que éramos. Mientras tanto se empoza postergado el llanto del exterminio de los nuestros, que todavía no hemos saldado ni sabremos llorar en idioma del invasor. Pero sucede que en la cueva, la choza, la casa, la tumba continuaremos en el vientre, orbitando. Insistimos, no hay posibilidad para el adiós porque nadie se irá de este planeta parental, enhorabuena, todos vivos o muertos nos seguiremos quedando aquí, para algo sustancial deberá ser.  Insistiremos sobre lo imposible, se harán pruebas en lo increíble, y nos sentiremos agradados de ser militantes del origen y no de la extinción.
Podrán intentar borrarlo todo, pero hay recuerdos tan intensos y sabios que ni el Alzéhimer político en esta incisión logrará sacarlos con su famoso olvido de la memoria originaria.“Si perdemos lo ancestral quedaremos de duelo para siempre”*Tristal 2021* Frase del Libro “Zaraué. Bandadas de Noche” de Carlos Angulo. Ediciones Proyecto Sueños Venezuela, 2012.