Unos días antes de la Operación Gran Cacique Indio Guaicaipuro, que liberó a la Cota 905 del pranato de “El Koki”, Carmen Meléndez andaba supervisando los trabajos de recuperación de la antigua tumba del doctor José Gregorio Hernández y otras áreas del Cementerio General del Sur. Se le acercó un señor mayor, muy humilde y, con aire angustiado, le preguntó: “¿Pero, qué hace usted por acá, almiranta? esto es muy peligroso”.
Ni más ni menos, la inteligencia popular estaba en lo cierto. La entonces ministra del Poder Popular para Relaciones Interiores, Justicia y Paz estaba metida en la boca del lobo, pues el camposanto es parte de un extenso e intrincado territorio que va desde La Vega hasta Las Mayas y más allá, por caminos verdes que llevan a los Valles del Tuy. En ese momento, cualquier cosa hubiese podido suceder con ella, habida cuenta del poder de fuego del que disponen las llamadas megabandas en ese tipo de enclaves urbanos. Además, luego se sabría que estaba en plena marcha el plan subversivo-hamponil “la Fiesta de Caracas”, que consistía en un baño de sangre en la capital para reforzar la tesis del Estado fallido venezolano.
Salió con bien de esa aventura, que repitió varias veces. Los devotos seguramente encontrarán la explicación en el manto protector del Médico de los Pobres, que este mismo año ha sido elevado a la categoría de beato por la Iglesia católica, en una ceremonia en la que la almiranta en jefa estuvo presente en la capilla del Colegio La Salle La Colina.
Sea por lo que haya sido, lo cierto es que poco tiempo después los organismos de seguridad del Estado le entraron al territorio dominado por los “líderes negativos” (como se les llama, en onda de generación de cristal), dieron de baja a unos cuantos y pusieron en fuga a los más prominentes. Ese rescate pasó a ser la obra más sonada de la ministra en su segundo período en el Despacho del Interior (la primera gestión fue entre 2014 y 2015). Después del operativo realizado, ella pudo visitar la Cota 905, zona convertida en un emblema de la retoma del control gubernamental de espacios que han sido secuestrados por organizaciones criminales.
Muchos pensaron que si el ministerio no había dado este paso cuando estuvo bajo el mando de varones de la especie mascaclavo, menos lo iba a hacer en el tiempo de una mujer. Pero ella lo hizo. Quizá porque esa ha sido la historia de toda su vida, desde que fue parte del selecto grupo de 3 chicas que logró sobrevivir a las exigentes pruebas de la entonces Escuela Naval. 37 de las 40 muchachas que habían ingresado en su cohorte se quedaron en el camino. 28 de ellas no llegaron a superar el primer año, que es el peor filtro por los retos físicos y las terribles novatadas que sufren los cadetes.
“Siempre nos vimos obligadas a triplicar el esfuerzo. Fue muy duro. Nos veían como las intrusas que llegaron a ocupar un cargo que no es para mujeres”, le contó la almiranta a Ernesto Villegas en su programa de entrevistas.
Curiosamente, esa incursión en el coto cerrado de los meros machos comenzó con un “buceo”. El oficial que fue al liceo donde cursaba estudios la adolescente Carmen Meléndez, buscando interesar a los muchachos en la carrera naval, resultó ser todo un colirio. Las estudiantes habían decidido no asistir a la charla porque “eso es para hombres”, pero el mensajero, vestido de blanco de pies a cabeza, buenmozo y de ojos verdes, logró que las chamas armaran una rochelita. Se sentaron en primera fila y le cayeron a preguntas. Cinco de ellas mordieron la carnada del galán y fueron a presentar la prueba de admisión. Solo dos la pasaron y de ellas la única que hizo carrera militar fue la traviesa Carmen.
¡Y vaya qué carrera!, pues ingresó a la Escuela, se graduó en ella y luego fue ascendiendo hasta alcanzar el grado máximo del escalafón, el de almiranta en jefa. También logró ser la primera mujer ministra de la Defensa, durante uno de esos años (2013-2014) en los que estar en ese cargo era garantía de vivir peligrosamente.
Aparte de su formación militar, especializada en logística naval, es graduada y posgraduada en Administración y Gerencia de Empresas. En el lado civil también ha sido gobernadora de Lara, diputada y constituyente en una meteórica carrera política.
Todos (civiles y militares, hombres y mujeres) los que han estado bajo sus órdenes dicen que es severa y disciplinada, aunque siempre trasluce en ella algo maternal, un espíritu protector de sus equipos de trabajo. “Soy así porque lo hago para enseñar, para que el subalterno aprenda y quede preparado para cualquier misión que venga después”, explica.
Colaboradores de su reciente gestión en el Despacho del Interior la evalúan como muy trabajadora, extremadamente metódica y con sensibilidad para los temas sociales.
“Es excelente persona. Toda la familia la ama y eso no va a cambiar nunca”, dice Teresita Maniglia, hermana del almirante en jefe Orlando Maniglia, exesposo de la ahora aspirante a la Alcaldía de Caracas.
Zulay Rosas, directora de Comunicaciones en la segunda gestión en el Ministerio de Interior, dijo que trabajar a su lado fue una experiencia positiva porque ella siempre muestra seguridad, firmeza en sus decisiones y está muy pendiente de los detalles. “Es una persona muy puntual con el cumplimiento de su agenda. Si dice una hora, le gusta cumplir”.
Para quienes vayan a trabajar con la almiranta en el futuro, Rosas adelanta un consejo: “Ella trabaja con el factor sorpresa. Cuando menos te lo imaginas te pregunta por algún proyecto o acción que haya quedado pendiente, le gusta hacer seguimiento a las instrucciones que da hasta que se ejecuten”.
Ya lo saben los futuros tripulantes de ese barco: guerra avisada no mata grumete.
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Echó plomo el 4F
A la almiranta Meléndez le tocó ordenar a las tropas a su mando abrir fuego el 4 de febrero de 1992. Pero lo hizo en contra de los insurrectos.
Ella era la oficial de guardia esa noche en la sede de la Comandancia General de la Armada, en San Bernardino (Caracas), que fue rodeada por las fuerzas rebeldes. Pensó que era un ejercicio que había sido diseñado luego del Caracazo (1989) para proteger la sede militar de manifestaciones, pero cuando entendió que era un alzamiento, ordenó disparar.
“Yo no sabía quiénes eran y no iba a entregar la Comandancia, entre otras razones, porque luego alguien diría que ‘esa se rindió porque es mujer’”, expuso, a casi 30 años de los hechos.
Tiempo después, en una entrevista secreta con Chávez, le preguntó por qué la mantuvo a ella, su paisana, al margen de los planes, si casi todos los otros llaneros de Barinas estaban en la movida. “Quédate tranquila, tú cumpliste con tu deber, que era defender tu plaza y la defendiste”, dijo el Comandante.
Luego tendría que vivir otro episodio histórico en un lugar protagónico. Era administradora de Miraflores el 11 de abril y desde allí vio los sangrientos eventos de Puente Llaguno y la avenida Baralt. Y fue testigo también de la traición de varios de sus compañeros de armas que hasta días u horas antes se disputaban los espacios para jurar lealtad al presidente Chávez.
Ese día no le tocó echar plomo. Pero ganas no le faltaron.