En el complejo contexto geopolítico actual caracterizado por una profunda crisis capitalista mundial agudizada por la pandemia, el declive del modelo unipolar y el consecuente relanzamiento de la Doctrina Monroe sobre Nuestra América, la pregunta “qué es la democracia” cobra nueva relevancia.
Es difícil hablar de un gobierno del pueblo cuando el capitalismo condena al mundo a las más terribles desigualdades, ejecuta genocidios y ecocidios, a la vez que fortalece tres grandes poderes de facto como lo son las corporaciones mediáticas, el complejo militar industrial y el narcotráfico.
Concentración de poder y democracia
La concentración de la riqueza mundial que pretende ocultarse a la opinión pública, plantea la primera duda sobre si es posible hablar de un gobierno de las mayorías cuando la inequidad económica va en aumento.
El informe de riqueza global del 2021 de Credit Suisse, por ejemplo, dice que el 1% de la población pasó de poseer el 35% de la riqueza en el 2000, a tener el 45,8% en el 2020, más grave aún, el 55% de las personas se reparten entre sí solo el 1,3% de la riqueza global[i]. A pesar de lo escandaloso de estas cifras, organizaciones como Oxfam[ii] dicen que este informe subestima la desigualdad real, es decir que la brecha entre el 1 y el 99% de la población es muy superior y que además, el patriarcado y el racismo sistémico hacen que esta desigualdad impacte en mayor medida a las mujeres, así como a las personas negras, afrodescendientes e indígenas. Obviamente también impacta de distinto modo en los países sumergentes que en los sumergidos.
De modo inversamente proporcional se reparte el trabajo que produce esa riqueza y la contaminación del planeta. Es el trabajo del 99% el que genera la riqueza que acumula el 1%. A la vez que, según la misma Oxfam, ese 1% ha generado el 15% de las emisiones de carbono mundiales. Este y diversos estudios económicos, concluyen también que la pandemia ha aumentado la brecha haciendo más rica a esa pequeña parte de la población mundial y más pobre a la gran mayoría.
La relación parasitaria es evidente, el 1% trabaja menos, contamina más, pero gana y acumula la gran mayoría de la riqueza mundial ¿Se puede hablar de democracia en medio de este injusto orden económico?
Otro elemento que nos cuestiona la existencia real de la democracia es la comunicación como fundamento del ejercicio democrático. En el siglo XXI, a los medios de comunicación tradicionales se sumaron las tecnologías de la información y las redes sociales, donde también el poder está claramente concentrado. Todos estos medios se encuentran actualmente controlados por auténticos carteles que no solo imponen su versión de la realidad para garantizar sus privilegios sino que además investigan, controlan y realizan diversos experimentos sociales con los usuarios y usuarias de sus medios que son gran parte de la población mundial. Esto deriva en que la hegemonía comunicacional del discurso que sostiene las desigualdades es aplastante.
El poder militar y el poder político, como es de esperarse también están concentrados. Los Estados Unidos de América, es el centro del sistema capitalista y también el más grande ejército del planeta. Esto sumado a su idea de un destino manifiesto, una poderosa industria cultural, y otras habilidades, lo transformaron en la cabeza del imperio. A partir de la segunda guerra mundial, se transformó en uno de los dos polos dominantes y en la década de los noventa, se convirtió en el único eje.
Es decir, en poco más de cuatro décadas pasamos de un mundo bipolar a uno unipolar y ahora, cuatro décadas después, ese mundo unipolar en que éste país concentró el poder económico, político, militar y cultural que le dio esa comunicación hegemónica, está en plena debacle.
Toda esta concentración de poder, como ya hemos detallado, sólo se consigue despojando a la mayoría de la población y depredando el ecosistema.
Mundo unipolar, injerencia y soberanía
En términos geopolíticos ese modelo unipolar requería la subordinación del resto del planeta. Las potencias de Europa Occidental se subordinaron a los Estados Unidos para seguir siendo parte del imperio del capital, pues vivir sin robar la riqueza de los países del Sur implicaría un descenso dramático en sus privilegiados niveles de vida que no están dispuestos a enfrentar. Israel por su parte, se constituyó en pieza fundamental de la política exterior e interior estadounidense, porque de ello depende su existencia misma como Estado Sionista.
En cambio la osada insubordinación ante este eje se convirtió en un “crimen”. Cualquier intento de un gobierno soberano que ponga freno a la injerencia y al colonialismo, es desde entonces, motivo suficiente para ser militarmente agredido, económicamente bloqueado y comunicacionalmente atacado.
El sistema de organizaciones presuntamente “multilaterales” que surgió en ese contexto, se usó como instrumento de ese sistema y contribuyó a legitimar la idea de que los Estados unidos y sus aliados, encarnaban el verdadero significado de la democracia y precisamente por ello, también la compresión correcta de la justicia.
La palabra “democracia” degeneró en un pretexto para la injerencia imperialista y su definición parece haberse limitado a la del ejercicio del derecho al voto. Lo paradójico es que precisamente Estados Unidos no realiza elecciones directas, por lo que el voto de la mayoría no necesariamente define los resultados y posee una constitución del siglo XVIII en la que, obviamente, no figura la palabra “democracia” que tampoco se ha introducido posteriormente en ninguna de sus enmiendas.
El asesinato del General Soleimani y la reivindicación pública de este crimen por parte del presidente Donald Trump, marcó una nueva etapa con la que Estados Unidos definitivamente dejó claro ante el mundo, que no le interesa ajustarse a ninguna ley ni acuerdo internacional que limite la expansión del imperialismo y las leyes nacionales solo le interesan en tanto permitan construir lawfares contra gobiernos y Pueblos que no se le subordinen.
Doctrina Monroe y democracia en América
La vieja doctrina Monroe que se relanza con fuerza sobre América Latina y el Caribe, se traduce en una violación permanente de la soberanía de los países de la región, para imponer gobiernos subordinados que les permitan depredar la fuerza de trabajo de su población y los inmensos recursos naturales que posee la región.
También, dispersa por el continente el narcotráfico acompañado de un capitalismo financiero especulador porque ambos se nutren y le permiten lubricar su economía.
Aun cuando las luchas revolucionarias latinoamericanas van más allá de la sobrevivencia y la defensa del derecho a la autodeterminación, cualquier simple intento de instalar verdaderos modelos democráticos en el continente y la defensa de la soberanía, son vistas como imperdonables subversiones que los estadounidenses consideran amenazas internas a su propia seguridad, tal como lo dice textualmente, la orden ejecutiva[iii] dictada el nueve de marzo de 2015 por Barack Obama contra Venezuela.
De todo esto podemos concluir, que más allá de la necesidad evidente de votar por los candidatos que permitan la expulsión de la derecha más violenta y retrógrada del poder ejecutivo de los países latinoamericanos, lo verdaderamente subversivo del terrible orden establecido contra la mayoría, es seguir apostando a la democracia popular, participativa y protagónica, que nace de procesos constituyentes, de asambleas populares y, se construye y defiende en las calles y los campos.
Por eso, mientras los Estados Unidos, sus subordinados de Europa e Israel, usan una falsa noción de democracia para sumergir al mundo en una guerra sin fin, como herramienta final para sostener su poder y apropiarse de las riquezas del planeta, sería demasiado ingenuo creer que el ejercicio de la democracia en los países latinoamericanos y caribeños, se podrá lograr sin confrontar los intereses imperialistas y sus prácticas neocoloniales.
Los cambios logrados en la región en el siglo XXI, los nuevos triunfos electorales conseguidos en los últimos meses y los que están por venir, no bastarán nunca por sí solos para garantizar la democracia, porque aun en su definición más tradicional, ésta depende de que exista soberanía popular y ella es imposible sin la desconcentración del poder y la justa repartición de la riqueza.
Como ya lo ha demostrado la historia, ningún país podrá sostener esa lucha en soledad. La democracia en este contexto, exige avanzar en la unidad de los Pueblos de Nuestra América para fomentar el multilateralismo y poner un freno definitivo al modelo unipolar, a toda forma de injerencismo y al apetito depredador del capitalismo.
Concluyentemente, la contradicción entre imperialismo y democracia es innegable, por tanto, un proyecto político que evite asumir ese dilema no podrá jamás garantizar la verdadera democracia.
María Fernanda Barreto
Escritora colombo-venezolana, Feminista y Educadora Popular.
Investigadora sobre Geopolítica del imperio.
Analista y articulista en diversos medios internacionales
Se autoriza reproducción de esta columna citando la fuente
Es difícil hablar de un gobierno del pueblo cuando el capitalismo condena al mundo a las más terribles desigualdades, ejecuta genocidios y ecocidios, a la vez que fortalece tres grandes poderes de facto como lo son las corporaciones mediáticas, el complejo militar industrial y el narcotráfico.
Concentración de poder y democracia
La concentración de la riqueza mundial que pretende ocultarse a la opinión pública, plantea la primera duda sobre si es posible hablar de un gobierno de las mayorías cuando la inequidad económica va en aumento.
El informe de riqueza global del 2021 de Credit Suisse, por ejemplo, dice que el 1% de la población pasó de poseer el 35% de la riqueza en el 2000, a tener el 45,8% en el 2020, más grave aún, el 55% de las personas se reparten entre sí solo el 1,3% de la riqueza global[i]. A pesar de lo escandaloso de estas cifras, organizaciones como Oxfam[ii] dicen que este informe subestima la desigualdad real, es decir que la brecha entre el 1 y el 99% de la población es muy superior y que además, el patriarcado y el racismo sistémico hacen que esta desigualdad impacte en mayor medida a las mujeres, así como a las personas negras, afrodescendientes e indígenas. Obviamente también impacta de distinto modo en los países sumergentes que en los sumergidos.
De modo inversamente proporcional se reparte el trabajo que produce esa riqueza y la contaminación del planeta. Es el trabajo del 99% el que genera la riqueza que acumula el 1%. A la vez que, según la misma Oxfam, ese 1% ha generado el 15% de las emisiones de carbono mundiales. Este y diversos estudios económicos, concluyen también que la pandemia ha aumentado la brecha haciendo más rica a esa pequeña parte de la población mundial y más pobre a la gran mayoría.
La relación parasitaria es evidente, el 1% trabaja menos, contamina más, pero gana y acumula la gran mayoría de la riqueza mundial ¿Se puede hablar de democracia en medio de este injusto orden económico?
Otro elemento que nos cuestiona la existencia real de la democracia es la comunicación como fundamento del ejercicio democrático. En el siglo XXI, a los medios de comunicación tradicionales se sumaron las tecnologías de la información y las redes sociales, donde también el poder está claramente concentrado. Todos estos medios se encuentran actualmente controlados por auténticos carteles que no solo imponen su versión de la realidad para garantizar sus privilegios sino que además investigan, controlan y realizan diversos experimentos sociales con los usuarios y usuarias de sus medios que son gran parte de la población mundial. Esto deriva en que la hegemonía comunicacional del discurso que sostiene las desigualdades es aplastante.
El poder militar y el poder político, como es de esperarse también están concentrados. Los Estados Unidos de América, es el centro del sistema capitalista y también el más grande ejército del planeta. Esto sumado a su idea de un destino manifiesto, una poderosa industria cultural, y otras habilidades, lo transformaron en la cabeza del imperio. A partir de la segunda guerra mundial, se transformó en uno de los dos polos dominantes y en la década de los noventa, se convirtió en el único eje.
Es decir, en poco más de cuatro décadas pasamos de un mundo bipolar a uno unipolar y ahora, cuatro décadas después, ese mundo unipolar en que éste país concentró el poder económico, político, militar y cultural que le dio esa comunicación hegemónica, está en plena debacle.
Toda esta concentración de poder, como ya hemos detallado, sólo se consigue despojando a la mayoría de la población y depredando el ecosistema.
Mundo unipolar, injerencia y soberanía
En términos geopolíticos ese modelo unipolar requería la subordinación del resto del planeta. Las potencias de Europa Occidental se subordinaron a los Estados Unidos para seguir siendo parte del imperio del capital, pues vivir sin robar la riqueza de los países del Sur implicaría un descenso dramático en sus privilegiados niveles de vida que no están dispuestos a enfrentar. Israel por su parte, se constituyó en pieza fundamental de la política exterior e interior estadounidense, porque de ello depende su existencia misma como Estado Sionista.
En cambio la osada insubordinación ante este eje se convirtió en un “crimen”. Cualquier intento de un gobierno soberano que ponga freno a la injerencia y al colonialismo, es desde entonces, motivo suficiente para ser militarmente agredido, económicamente bloqueado y comunicacionalmente atacado.
El sistema de organizaciones presuntamente “multilaterales” que surgió en ese contexto, se usó como instrumento de ese sistema y contribuyó a legitimar la idea de que los Estados unidos y sus aliados, encarnaban el verdadero significado de la democracia y precisamente por ello, también la compresión correcta de la justicia.
La palabra “democracia” degeneró en un pretexto para la injerencia imperialista y su definición parece haberse limitado a la del ejercicio del derecho al voto. Lo paradójico es que precisamente Estados Unidos no realiza elecciones directas, por lo que el voto de la mayoría no necesariamente define los resultados y posee una constitución del siglo XVIII en la que, obviamente, no figura la palabra “democracia” que tampoco se ha introducido posteriormente en ninguna de sus enmiendas.
El asesinato del General Soleimani y la reivindicación pública de este crimen por parte del presidente Donald Trump, marcó una nueva etapa con la que Estados Unidos definitivamente dejó claro ante el mundo, que no le interesa ajustarse a ninguna ley ni acuerdo internacional que limite la expansión del imperialismo y las leyes nacionales solo le interesan en tanto permitan construir lawfares contra gobiernos y Pueblos que no se le subordinen.
Doctrina Monroe y democracia en América
La vieja doctrina Monroe que se relanza con fuerza sobre América Latina y el Caribe, se traduce en una violación permanente de la soberanía de los países de la región, para imponer gobiernos subordinados que les permitan depredar la fuerza de trabajo de su población y los inmensos recursos naturales que posee la región.
También, dispersa por el continente el narcotráfico acompañado de un capitalismo financiero especulador porque ambos se nutren y le permiten lubricar su economía.
Aun cuando las luchas revolucionarias latinoamericanas van más allá de la sobrevivencia y la defensa del derecho a la autodeterminación, cualquier simple intento de instalar verdaderos modelos democráticos en el continente y la defensa de la soberanía, son vistas como imperdonables subversiones que los estadounidenses consideran amenazas internas a su propia seguridad, tal como lo dice textualmente, la orden ejecutiva[iii] dictada el nueve de marzo de 2015 por Barack Obama contra Venezuela.
De todo esto podemos concluir, que más allá de la necesidad evidente de votar por los candidatos que permitan la expulsión de la derecha más violenta y retrógrada del poder ejecutivo de los países latinoamericanos, lo verdaderamente subversivo del terrible orden establecido contra la mayoría, es seguir apostando a la democracia popular, participativa y protagónica, que nace de procesos constituyentes, de asambleas populares y, se construye y defiende en las calles y los campos.
Por eso, mientras los Estados Unidos, sus subordinados de Europa e Israel, usan una falsa noción de democracia para sumergir al mundo en una guerra sin fin, como herramienta final para sostener su poder y apropiarse de las riquezas del planeta, sería demasiado ingenuo creer que el ejercicio de la democracia en los países latinoamericanos y caribeños, se podrá lograr sin confrontar los intereses imperialistas y sus prácticas neocoloniales.
Los cambios logrados en la región en el siglo XXI, los nuevos triunfos electorales conseguidos en los últimos meses y los que están por venir, no bastarán nunca por sí solos para garantizar la democracia, porque aun en su definición más tradicional, ésta depende de que exista soberanía popular y ella es imposible sin la desconcentración del poder y la justa repartición de la riqueza.
Como ya lo ha demostrado la historia, ningún país podrá sostener esa lucha en soledad. La democracia en este contexto, exige avanzar en la unidad de los Pueblos de Nuestra América para fomentar el multilateralismo y poner un freno definitivo al modelo unipolar, a toda forma de injerencismo y al apetito depredador del capitalismo.
Concluyentemente, la contradicción entre imperialismo y democracia es innegable, por tanto, un proyecto político que evite asumir ese dilema no podrá jamás garantizar la verdadera democracia.
María Fernanda Barreto
Escritora colombo-venezolana, Feminista y Educadora Popular.
Investigadora sobre Geopolítica del imperio.
Analista y articulista en diversos medios internacionales
Se autoriza reproducción de esta columna citando la fuente
En el complejo contexto geopolítico actual caracterizado por una profunda crisis capitalista mundial agudizada por la pandemia, el declive del modelo unipolar y el consecuente relanzamiento de la Doctrina Monroe sobre Nuestra América, la pregunta “qué es la democracia” cobra nueva relevancia.
Es difícil hablar de un gobierno del pueblo cuando el capitalismo condena al mundo a las más terribles desigualdades, ejecuta genocidios y ecocidios, a la vez que fortalece tres grandes poderes de facto como lo son las corporaciones mediáticas, el complejo militar industrial y el narcotráfico.
Concentración de poder y democracia
La concentración de la riqueza mundial que pretende ocultarse a la opinión pública, plantea la primera duda sobre si es posible hablar de un gobierno de las mayorías cuando la inequidad económica va en aumento.
El informe de riqueza global del 2021 de Credit Suisse, por ejemplo, dice que el 1% de la población pasó de poseer el 35% de la riqueza en el 2000, a tener el 45,8% en el 2020, más grave aún, el 55% de las personas se reparten entre sí solo el 1,3% de la riqueza global[i]. A pesar de lo escandaloso de estas cifras, organizaciones como Oxfam[ii] dicen que este informe subestima la desigualdad real, es decir que la brecha entre el 1 y el 99% de la población es muy superior y que además, el patriarcado y el racismo sistémico hacen que esta desigualdad impacte en mayor medida a las mujeres, así como a las personas negras, afrodescendientes e indígenas. Obviamente también impacta de distinto modo en los países sumergentes que en los sumergidos.
De modo inversamente proporcional se reparte el trabajo que produce esa riqueza y la contaminación del planeta. Es el trabajo del 99% el que genera la riqueza que acumula el 1%. A la vez que, según la misma Oxfam, ese 1% ha generado el 15% de las emisiones de carbono mundiales. Este y diversos estudios económicos, concluyen también que la pandemia ha aumentado la brecha haciendo más rica a esa pequeña parte de la población mundial y más pobre a la gran mayoría.
La relación parasitaria es evidente, el 1% trabaja menos, contamina más, pero gana y acumula la gran mayoría de la riqueza mundial ¿Se puede hablar de democracia en medio de este injusto orden económico?
Otro elemento que nos cuestiona la existencia real de la democracia es la comunicación como fundamento del ejercicio democrático. En el siglo XXI, a los medios de comunicación tradicionales se sumaron las tecnologías de la información y las redes sociales, donde también el poder está claramente concentrado. Todos estos medios se encuentran actualmente controlados por auténticos carteles que no solo imponen su versión de la realidad para garantizar sus privilegios sino que además investigan, controlan y realizan diversos experimentos sociales con los usuarios y usuarias de sus medios que son gran parte de la población mundial. Esto deriva en que la hegemonía comunicacional del discurso que sostiene las desigualdades es aplastante.
El poder militar y el poder político, como es de esperarse también están concentrados. Los Estados Unidos de América, es el centro del sistema capitalista y también el más grande ejército del planeta. Esto sumado a su idea de un destino manifiesto, una poderosa industria cultural, y otras habilidades, lo transformaron en la cabeza del imperio. A partir de la segunda guerra mundial, se transformó en uno de los dos polos dominantes y en la década de los noventa, se convirtió en el único eje.
Es decir, en poco más de cuatro décadas pasamos de un mundo bipolar a uno unipolar y ahora, cuatro décadas después, ese mundo unipolar en que éste país concentró el poder económico, político, militar y cultural que le dio esa comunicación hegemónica, está en plena debacle.
Toda esta concentración de poder, como ya hemos detallado, sólo se consigue despojando a la mayoría de la población y depredando el ecosistema.
Mundo unipolar, injerencia y soberanía
En términos geopolíticos ese modelo unipolar requería la subordinación del resto del planeta. Las potencias de Europa Occidental se subordinaron a los Estados Unidos para seguir siendo parte del imperio del capital, pues vivir sin robar la riqueza de los países del Sur implicaría un descenso dramático en sus privilegiados niveles de vida que no están dispuestos a enfrentar. Israel por su parte, se constituyó en pieza fundamental de la política exterior e interior estadounidense, porque de ello depende su existencia misma como Estado Sionista.
En cambio la osada insubordinación ante este eje se convirtió en un “crimen”. Cualquier intento de un gobierno soberano que ponga freno a la injerencia y al colonialismo, es desde entonces, motivo suficiente para ser militarmente agredido, económicamente bloqueado y comunicacionalmente atacado.
El sistema de organizaciones presuntamente “multilaterales” que surgió en ese contexto, se usó como instrumento de ese sistema y contribuyó a legitimar la idea de que los Estados unidos y sus aliados, encarnaban el verdadero significado de la democracia y precisamente por ello, también la compresión correcta de la justicia.
La palabra “democracia” degeneró en un pretexto para la injerencia imperialista y su definición parece haberse limitado a la del ejercicio del derecho al voto. Lo paradójico es que precisamente Estados Unidos no realiza elecciones directas, por lo que el voto de la mayoría no necesariamente define los resultados y posee una constitución del siglo XVIII en la que, obviamente, no figura la palabra “democracia” que tampoco se ha introducido posteriormente en ninguna de sus enmiendas.
El asesinato del General Soleimani y la reivindicación pública de este crimen por parte del presidente Donald Trump, marcó una nueva etapa con la que Estados Unidos definitivamente dejó claro ante el mundo, que no le interesa ajustarse a ninguna ley ni acuerdo internacional que limite la expansión del imperialismo y las leyes nacionales solo le interesan en tanto permitan construir lawfares contra gobiernos y Pueblos que no se le subordinen.
Doctrina Monroe y democracia en América
La vieja doctrina Monroe que se relanza con fuerza sobre América Latina y el Caribe, se traduce en una violación permanente de la soberanía de los países de la región, para imponer gobiernos subordinados que les permitan depredar la fuerza de trabajo de su población y los inmensos recursos naturales que posee la región.
También, dispersa por el continente el narcotráfico acompañado de un capitalismo financiero especulador porque ambos se nutren y le permiten lubricar su economía.
Aun cuando las luchas revolucionarias latinoamericanas van más allá de la sobrevivencia y la defensa del derecho a la autodeterminación, cualquier simple intento de instalar verdaderos modelos democráticos en el continente y la defensa de la soberanía, son vistas como imperdonables subversiones que los estadounidenses consideran amenazas internas a su propia seguridad, tal como lo dice textualmente, la orden ejecutiva[iii] dictada el nueve de marzo de 2015 por Barack Obama contra Venezuela.
De todo esto podemos concluir, que más allá de la necesidad evidente de votar por los candidatos que permitan la expulsión de la derecha más violenta y retrógrada del poder ejecutivo de los países latinoamericanos, lo verdaderamente subversivo del terrible orden establecido contra la mayoría, es seguir apostando a la democracia popular, participativa y protagónica, que nace de procesos constituyentes, de asambleas populares y, se construye y defiende en las calles y los campos.
Por eso, mientras los Estados Unidos, sus subordinados de Europa e Israel, usan una falsa noción de democracia para sumergir al mundo en una guerra sin fin, como herramienta final para sostener su poder y apropiarse de las riquezas del planeta, sería demasiado ingenuo creer que el ejercicio de la democracia en los países latinoamericanos y caribeños, se podrá lograr sin confrontar los intereses imperialistas y sus prácticas neocoloniales.
Los cambios logrados en la región en el siglo XXI, los nuevos triunfos electorales conseguidos en los últimos meses y los que están por venir, no bastarán nunca por sí solos para garantizar la democracia, porque aun en su definición más tradicional, ésta depende de que exista soberanía popular y ella es imposible sin la desconcentración del poder y la justa repartición de la riqueza.
Como ya lo ha demostrado la historia, ningún país podrá sostener esa lucha en soledad. La democracia en este contexto, exige avanzar en la unidad de los Pueblos de Nuestra América para fomentar el multilateralismo y poner un freno definitivo al modelo unipolar, a toda forma de injerencismo y al apetito depredador del capitalismo.
Concluyentemente, la contradicción entre imperialismo y democracia es innegable, por tanto, un proyecto político que evite asumir ese dilema no podrá jamás garantizar la verdadera democracia.
María Fernanda Barreto
Escritora colombo-venezolana, Feminista y Educadora Popular.
Investigadora sobre Geopolítica del imperio.
Analista y articulista en diversos medios internacionales
Se autoriza reproducción de esta columna citando la fuente
Es difícil hablar de un gobierno del pueblo cuando el capitalismo condena al mundo a las más terribles desigualdades, ejecuta genocidios y ecocidios, a la vez que fortalece tres grandes poderes de facto como lo son las corporaciones mediáticas, el complejo militar industrial y el narcotráfico.
Concentración de poder y democracia
La concentración de la riqueza mundial que pretende ocultarse a la opinión pública, plantea la primera duda sobre si es posible hablar de un gobierno de las mayorías cuando la inequidad económica va en aumento.
El informe de riqueza global del 2021 de Credit Suisse, por ejemplo, dice que el 1% de la población pasó de poseer el 35% de la riqueza en el 2000, a tener el 45,8% en el 2020, más grave aún, el 55% de las personas se reparten entre sí solo el 1,3% de la riqueza global[i]. A pesar de lo escandaloso de estas cifras, organizaciones como Oxfam[ii] dicen que este informe subestima la desigualdad real, es decir que la brecha entre el 1 y el 99% de la población es muy superior y que además, el patriarcado y el racismo sistémico hacen que esta desigualdad impacte en mayor medida a las mujeres, así como a las personas negras, afrodescendientes e indígenas. Obviamente también impacta de distinto modo en los países sumergentes que en los sumergidos.
De modo inversamente proporcional se reparte el trabajo que produce esa riqueza y la contaminación del planeta. Es el trabajo del 99% el que genera la riqueza que acumula el 1%. A la vez que, según la misma Oxfam, ese 1% ha generado el 15% de las emisiones de carbono mundiales. Este y diversos estudios económicos, concluyen también que la pandemia ha aumentado la brecha haciendo más rica a esa pequeña parte de la población mundial y más pobre a la gran mayoría.
La relación parasitaria es evidente, el 1% trabaja menos, contamina más, pero gana y acumula la gran mayoría de la riqueza mundial ¿Se puede hablar de democracia en medio de este injusto orden económico?
Otro elemento que nos cuestiona la existencia real de la democracia es la comunicación como fundamento del ejercicio democrático. En el siglo XXI, a los medios de comunicación tradicionales se sumaron las tecnologías de la información y las redes sociales, donde también el poder está claramente concentrado. Todos estos medios se encuentran actualmente controlados por auténticos carteles que no solo imponen su versión de la realidad para garantizar sus privilegios sino que además investigan, controlan y realizan diversos experimentos sociales con los usuarios y usuarias de sus medios que son gran parte de la población mundial. Esto deriva en que la hegemonía comunicacional del discurso que sostiene las desigualdades es aplastante.
El poder militar y el poder político, como es de esperarse también están concentrados. Los Estados Unidos de América, es el centro del sistema capitalista y también el más grande ejército del planeta. Esto sumado a su idea de un destino manifiesto, una poderosa industria cultural, y otras habilidades, lo transformaron en la cabeza del imperio. A partir de la segunda guerra mundial, se transformó en uno de los dos polos dominantes y en la década de los noventa, se convirtió en el único eje.
Es decir, en poco más de cuatro décadas pasamos de un mundo bipolar a uno unipolar y ahora, cuatro décadas después, ese mundo unipolar en que éste país concentró el poder económico, político, militar y cultural que le dio esa comunicación hegemónica, está en plena debacle.
Toda esta concentración de poder, como ya hemos detallado, sólo se consigue despojando a la mayoría de la población y depredando el ecosistema.
Mundo unipolar, injerencia y soberanía
En términos geopolíticos ese modelo unipolar requería la subordinación del resto del planeta. Las potencias de Europa Occidental se subordinaron a los Estados Unidos para seguir siendo parte del imperio del capital, pues vivir sin robar la riqueza de los países del Sur implicaría un descenso dramático en sus privilegiados niveles de vida que no están dispuestos a enfrentar. Israel por su parte, se constituyó en pieza fundamental de la política exterior e interior estadounidense, porque de ello depende su existencia misma como Estado Sionista.
En cambio la osada insubordinación ante este eje se convirtió en un “crimen”. Cualquier intento de un gobierno soberano que ponga freno a la injerencia y al colonialismo, es desde entonces, motivo suficiente para ser militarmente agredido, económicamente bloqueado y comunicacionalmente atacado.
El sistema de organizaciones presuntamente “multilaterales” que surgió en ese contexto, se usó como instrumento de ese sistema y contribuyó a legitimar la idea de que los Estados unidos y sus aliados, encarnaban el verdadero significado de la democracia y precisamente por ello, también la compresión correcta de la justicia.
La palabra “democracia” degeneró en un pretexto para la injerencia imperialista y su definición parece haberse limitado a la del ejercicio del derecho al voto. Lo paradójico es que precisamente Estados Unidos no realiza elecciones directas, por lo que el voto de la mayoría no necesariamente define los resultados y posee una constitución del siglo XVIII en la que, obviamente, no figura la palabra “democracia” que tampoco se ha introducido posteriormente en ninguna de sus enmiendas.
El asesinato del General Soleimani y la reivindicación pública de este crimen por parte del presidente Donald Trump, marcó una nueva etapa con la que Estados Unidos definitivamente dejó claro ante el mundo, que no le interesa ajustarse a ninguna ley ni acuerdo internacional que limite la expansión del imperialismo y las leyes nacionales solo le interesan en tanto permitan construir lawfares contra gobiernos y Pueblos que no se le subordinen.
Doctrina Monroe y democracia en América
La vieja doctrina Monroe que se relanza con fuerza sobre América Latina y el Caribe, se traduce en una violación permanente de la soberanía de los países de la región, para imponer gobiernos subordinados que les permitan depredar la fuerza de trabajo de su población y los inmensos recursos naturales que posee la región.
También, dispersa por el continente el narcotráfico acompañado de un capitalismo financiero especulador porque ambos se nutren y le permiten lubricar su economía.
Aun cuando las luchas revolucionarias latinoamericanas van más allá de la sobrevivencia y la defensa del derecho a la autodeterminación, cualquier simple intento de instalar verdaderos modelos democráticos en el continente y la defensa de la soberanía, son vistas como imperdonables subversiones que los estadounidenses consideran amenazas internas a su propia seguridad, tal como lo dice textualmente, la orden ejecutiva[iii] dictada el nueve de marzo de 2015 por Barack Obama contra Venezuela.
De todo esto podemos concluir, que más allá de la necesidad evidente de votar por los candidatos que permitan la expulsión de la derecha más violenta y retrógrada del poder ejecutivo de los países latinoamericanos, lo verdaderamente subversivo del terrible orden establecido contra la mayoría, es seguir apostando a la democracia popular, participativa y protagónica, que nace de procesos constituyentes, de asambleas populares y, se construye y defiende en las calles y los campos.
Por eso, mientras los Estados Unidos, sus subordinados de Europa e Israel, usan una falsa noción de democracia para sumergir al mundo en una guerra sin fin, como herramienta final para sostener su poder y apropiarse de las riquezas del planeta, sería demasiado ingenuo creer que el ejercicio de la democracia en los países latinoamericanos y caribeños, se podrá lograr sin confrontar los intereses imperialistas y sus prácticas neocoloniales.
Los cambios logrados en la región en el siglo XXI, los nuevos triunfos electorales conseguidos en los últimos meses y los que están por venir, no bastarán nunca por sí solos para garantizar la democracia, porque aun en su definición más tradicional, ésta depende de que exista soberanía popular y ella es imposible sin la desconcentración del poder y la justa repartición de la riqueza.
Como ya lo ha demostrado la historia, ningún país podrá sostener esa lucha en soledad. La democracia en este contexto, exige avanzar en la unidad de los Pueblos de Nuestra América para fomentar el multilateralismo y poner un freno definitivo al modelo unipolar, a toda forma de injerencismo y al apetito depredador del capitalismo.
Concluyentemente, la contradicción entre imperialismo y democracia es innegable, por tanto, un proyecto político que evite asumir ese dilema no podrá jamás garantizar la verdadera democracia.
María Fernanda Barreto
Escritora colombo-venezolana, Feminista y Educadora Popular.
Investigadora sobre Geopolítica del imperio.
Analista y articulista en diversos medios internacionales
Se autoriza reproducción de esta columna citando la fuente
En el complejo contexto geopolítico actual caracterizado por una profunda crisis capitalista mundial agudizada por la pandemia, el declive del modelo unipolar y el consecuente relanzamiento de la Doctrina Monroe sobre Nuestra América, la pregunta “qué es la democracia” cobra nueva relevancia.
Es difícil hablar de un gobierno del pueblo cuando el capitalismo condena al mundo a las más terribles desigualdades, ejecuta genocidios y ecocidios, a la vez que fortalece tres grandes poderes de facto como lo son las corporaciones mediáticas, el complejo militar industrial y el narcotráfico.
Concentración de poder y democracia
La concentración de la riqueza mundial que pretende ocultarse a la opinión pública, plantea la primera duda sobre si es posible hablar de un gobierno de las mayorías cuando la inequidad económica va en aumento.
El informe de riqueza global del 2021 de Credit Suisse, por ejemplo, dice que el 1% de la población pasó de poseer el 35% de la riqueza en el 2000, a tener el 45,8% en el 2020, más grave aún, el 55% de las personas se reparten entre sí solo el 1,3% de la riqueza global[i]. A pesar de lo escandaloso de estas cifras, organizaciones como Oxfam[ii] dicen que este informe subestima la desigualdad real, es decir que la brecha entre el 1 y el 99% de la población es muy superior y que además, el patriarcado y el racismo sistémico hacen que esta desigualdad impacte en mayor medida a las mujeres, así como a las personas negras, afrodescendientes e indígenas. Obviamente también impacta de distinto modo en los países sumergentes que en los sumergidos.
De modo inversamente proporcional se reparte el trabajo que produce esa riqueza y la contaminación del planeta. Es el trabajo del 99% el que genera la riqueza que acumula el 1%. A la vez que, según la misma Oxfam, ese 1% ha generado el 15% de las emisiones de carbono mundiales. Este y diversos estudios económicos, concluyen también que la pandemia ha aumentado la brecha haciendo más rica a esa pequeña parte de la población mundial y más pobre a la gran mayoría.
La relación parasitaria es evidente, el 1% trabaja menos, contamina más, pero gana y acumula la gran mayoría de la riqueza mundial ¿Se puede hablar de democracia en medio de este injusto orden económico?
Otro elemento que nos cuestiona la existencia real de la democracia es la comunicación como fundamento del ejercicio democrático. En el siglo XXI, a los medios de comunicación tradicionales se sumaron las tecnologías de la información y las redes sociales, donde también el poder está claramente concentrado. Todos estos medios se encuentran actualmente controlados por auténticos carteles que no solo imponen su versión de la realidad para garantizar sus privilegios sino que además investigan, controlan y realizan diversos experimentos sociales con los usuarios y usuarias de sus medios que son gran parte de la población mundial. Esto deriva en que la hegemonía comunicacional del discurso que sostiene las desigualdades es aplastante.
El poder militar y el poder político, como es de esperarse también están concentrados. Los Estados Unidos de América, es el centro del sistema capitalista y también el más grande ejército del planeta. Esto sumado a su idea de un destino manifiesto, una poderosa industria cultural, y otras habilidades, lo transformaron en la cabeza del imperio. A partir de la segunda guerra mundial, se transformó en uno de los dos polos dominantes y en la década de los noventa, se convirtió en el único eje.
Es decir, en poco más de cuatro décadas pasamos de un mundo bipolar a uno unipolar y ahora, cuatro décadas después, ese mundo unipolar en que éste país concentró el poder económico, político, militar y cultural que le dio esa comunicación hegemónica, está en plena debacle.
Toda esta concentración de poder, como ya hemos detallado, sólo se consigue despojando a la mayoría de la población y depredando el ecosistema.
Mundo unipolar, injerencia y soberanía
En términos geopolíticos ese modelo unipolar requería la subordinación del resto del planeta. Las potencias de Europa Occidental se subordinaron a los Estados Unidos para seguir siendo parte del imperio del capital, pues vivir sin robar la riqueza de los países del Sur implicaría un descenso dramático en sus privilegiados niveles de vida que no están dispuestos a enfrentar. Israel por su parte, se constituyó en pieza fundamental de la política exterior e interior estadounidense, porque de ello depende su existencia misma como Estado Sionista.
En cambio la osada insubordinación ante este eje se convirtió en un “crimen”. Cualquier intento de un gobierno soberano que ponga freno a la injerencia y al colonialismo, es desde entonces, motivo suficiente para ser militarmente agredido, económicamente bloqueado y comunicacionalmente atacado.
El sistema de organizaciones presuntamente “multilaterales” que surgió en ese contexto, se usó como instrumento de ese sistema y contribuyó a legitimar la idea de que los Estados unidos y sus aliados, encarnaban el verdadero significado de la democracia y precisamente por ello, también la compresión correcta de la justicia.
La palabra “democracia” degeneró en un pretexto para la injerencia imperialista y su definición parece haberse limitado a la del ejercicio del derecho al voto. Lo paradójico es que precisamente Estados Unidos no realiza elecciones directas, por lo que el voto de la mayoría no necesariamente define los resultados y posee una constitución del siglo XVIII en la que, obviamente, no figura la palabra “democracia” que tampoco se ha introducido posteriormente en ninguna de sus enmiendas.
El asesinato del General Soleimani y la reivindicación pública de este crimen por parte del presidente Donald Trump, marcó una nueva etapa con la que Estados Unidos definitivamente dejó claro ante el mundo, que no le interesa ajustarse a ninguna ley ni acuerdo internacional que limite la expansión del imperialismo y las leyes nacionales solo le interesan en tanto permitan construir lawfares contra gobiernos y Pueblos que no se le subordinen.
Doctrina Monroe y democracia en América
La vieja doctrina Monroe que se relanza con fuerza sobre América Latina y el Caribe, se traduce en una violación permanente de la soberanía de los países de la región, para imponer gobiernos subordinados que les permitan depredar la fuerza de trabajo de su población y los inmensos recursos naturales que posee la región.
También, dispersa por el continente el narcotráfico acompañado de un capitalismo financiero especulador porque ambos se nutren y le permiten lubricar su economía.
Aun cuando las luchas revolucionarias latinoamericanas van más allá de la sobrevivencia y la defensa del derecho a la autodeterminación, cualquier simple intento de instalar verdaderos modelos democráticos en el continente y la defensa de la soberanía, son vistas como imperdonables subversiones que los estadounidenses consideran amenazas internas a su propia seguridad, tal como lo dice textualmente, la orden ejecutiva[iii] dictada el nueve de marzo de 2015 por Barack Obama contra Venezuela.
De todo esto podemos concluir, que más allá de la necesidad evidente de votar por los candidatos que permitan la expulsión de la derecha más violenta y retrógrada del poder ejecutivo de los países latinoamericanos, lo verdaderamente subversivo del terrible orden establecido contra la mayoría, es seguir apostando a la democracia popular, participativa y protagónica, que nace de procesos constituyentes, de asambleas populares y, se construye y defiende en las calles y los campos.
Por eso, mientras los Estados Unidos, sus subordinados de Europa e Israel, usan una falsa noción de democracia para sumergir al mundo en una guerra sin fin, como herramienta final para sostener su poder y apropiarse de las riquezas del planeta, sería demasiado ingenuo creer que el ejercicio de la democracia en los países latinoamericanos y caribeños, se podrá lograr sin confrontar los intereses imperialistas y sus prácticas neocoloniales.
Los cambios logrados en la región en el siglo XXI, los nuevos triunfos electorales conseguidos en los últimos meses y los que están por venir, no bastarán nunca por sí solos para garantizar la democracia, porque aun en su definición más tradicional, ésta depende de que exista soberanía popular y ella es imposible sin la desconcentración del poder y la justa repartición de la riqueza.
Como ya lo ha demostrado la historia, ningún país podrá sostener esa lucha en soledad. La democracia en este contexto, exige avanzar en la unidad de los Pueblos de Nuestra América para fomentar el multilateralismo y poner un freno definitivo al modelo unipolar, a toda forma de injerencismo y al apetito depredador del capitalismo.
Concluyentemente, la contradicción entre imperialismo y democracia es innegable, por tanto, un proyecto político que evite asumir ese dilema no podrá jamás garantizar la verdadera democracia.
María Fernanda Barreto
Escritora colombo-venezolana, Feminista y Educadora Popular.
Investigadora sobre Geopolítica del imperio.
Analista y articulista en diversos medios internacionales
Se autoriza reproducción de esta columna citando la fuente
Es difícil hablar de un gobierno del pueblo cuando el capitalismo condena al mundo a las más terribles desigualdades, ejecuta genocidios y ecocidios, a la vez que fortalece tres grandes poderes de facto como lo son las corporaciones mediáticas, el complejo militar industrial y el narcotráfico.
Concentración de poder y democracia
La concentración de la riqueza mundial que pretende ocultarse a la opinión pública, plantea la primera duda sobre si es posible hablar de un gobierno de las mayorías cuando la inequidad económica va en aumento.
El informe de riqueza global del 2021 de Credit Suisse, por ejemplo, dice que el 1% de la población pasó de poseer el 35% de la riqueza en el 2000, a tener el 45,8% en el 2020, más grave aún, el 55% de las personas se reparten entre sí solo el 1,3% de la riqueza global[i]. A pesar de lo escandaloso de estas cifras, organizaciones como Oxfam[ii] dicen que este informe subestima la desigualdad real, es decir que la brecha entre el 1 y el 99% de la población es muy superior y que además, el patriarcado y el racismo sistémico hacen que esta desigualdad impacte en mayor medida a las mujeres, así como a las personas negras, afrodescendientes e indígenas. Obviamente también impacta de distinto modo en los países sumergentes que en los sumergidos.
De modo inversamente proporcional se reparte el trabajo que produce esa riqueza y la contaminación del planeta. Es el trabajo del 99% el que genera la riqueza que acumula el 1%. A la vez que, según la misma Oxfam, ese 1% ha generado el 15% de las emisiones de carbono mundiales. Este y diversos estudios económicos, concluyen también que la pandemia ha aumentado la brecha haciendo más rica a esa pequeña parte de la población mundial y más pobre a la gran mayoría.
La relación parasitaria es evidente, el 1% trabaja menos, contamina más, pero gana y acumula la gran mayoría de la riqueza mundial ¿Se puede hablar de democracia en medio de este injusto orden económico?
Otro elemento que nos cuestiona la existencia real de la democracia es la comunicación como fundamento del ejercicio democrático. En el siglo XXI, a los medios de comunicación tradicionales se sumaron las tecnologías de la información y las redes sociales, donde también el poder está claramente concentrado. Todos estos medios se encuentran actualmente controlados por auténticos carteles que no solo imponen su versión de la realidad para garantizar sus privilegios sino que además investigan, controlan y realizan diversos experimentos sociales con los usuarios y usuarias de sus medios que son gran parte de la población mundial. Esto deriva en que la hegemonía comunicacional del discurso que sostiene las desigualdades es aplastante.
El poder militar y el poder político, como es de esperarse también están concentrados. Los Estados Unidos de América, es el centro del sistema capitalista y también el más grande ejército del planeta. Esto sumado a su idea de un destino manifiesto, una poderosa industria cultural, y otras habilidades, lo transformaron en la cabeza del imperio. A partir de la segunda guerra mundial, se transformó en uno de los dos polos dominantes y en la década de los noventa, se convirtió en el único eje.
Es decir, en poco más de cuatro décadas pasamos de un mundo bipolar a uno unipolar y ahora, cuatro décadas después, ese mundo unipolar en que éste país concentró el poder económico, político, militar y cultural que le dio esa comunicación hegemónica, está en plena debacle.
Toda esta concentración de poder, como ya hemos detallado, sólo se consigue despojando a la mayoría de la población y depredando el ecosistema.
Mundo unipolar, injerencia y soberanía
En términos geopolíticos ese modelo unipolar requería la subordinación del resto del planeta. Las potencias de Europa Occidental se subordinaron a los Estados Unidos para seguir siendo parte del imperio del capital, pues vivir sin robar la riqueza de los países del Sur implicaría un descenso dramático en sus privilegiados niveles de vida que no están dispuestos a enfrentar. Israel por su parte, se constituyó en pieza fundamental de la política exterior e interior estadounidense, porque de ello depende su existencia misma como Estado Sionista.
En cambio la osada insubordinación ante este eje se convirtió en un “crimen”. Cualquier intento de un gobierno soberano que ponga freno a la injerencia y al colonialismo, es desde entonces, motivo suficiente para ser militarmente agredido, económicamente bloqueado y comunicacionalmente atacado.
El sistema de organizaciones presuntamente “multilaterales” que surgió en ese contexto, se usó como instrumento de ese sistema y contribuyó a legitimar la idea de que los Estados unidos y sus aliados, encarnaban el verdadero significado de la democracia y precisamente por ello, también la compresión correcta de la justicia.
La palabra “democracia” degeneró en un pretexto para la injerencia imperialista y su definición parece haberse limitado a la del ejercicio del derecho al voto. Lo paradójico es que precisamente Estados Unidos no realiza elecciones directas, por lo que el voto de la mayoría no necesariamente define los resultados y posee una constitución del siglo XVIII en la que, obviamente, no figura la palabra “democracia” que tampoco se ha introducido posteriormente en ninguna de sus enmiendas.
El asesinato del General Soleimani y la reivindicación pública de este crimen por parte del presidente Donald Trump, marcó una nueva etapa con la que Estados Unidos definitivamente dejó claro ante el mundo, que no le interesa ajustarse a ninguna ley ni acuerdo internacional que limite la expansión del imperialismo y las leyes nacionales solo le interesan en tanto permitan construir lawfares contra gobiernos y Pueblos que no se le subordinen.
Doctrina Monroe y democracia en América
La vieja doctrina Monroe que se relanza con fuerza sobre América Latina y el Caribe, se traduce en una violación permanente de la soberanía de los países de la región, para imponer gobiernos subordinados que les permitan depredar la fuerza de trabajo de su población y los inmensos recursos naturales que posee la región.
También, dispersa por el continente el narcotráfico acompañado de un capitalismo financiero especulador porque ambos se nutren y le permiten lubricar su economía.
Aun cuando las luchas revolucionarias latinoamericanas van más allá de la sobrevivencia y la defensa del derecho a la autodeterminación, cualquier simple intento de instalar verdaderos modelos democráticos en el continente y la defensa de la soberanía, son vistas como imperdonables subversiones que los estadounidenses consideran amenazas internas a su propia seguridad, tal como lo dice textualmente, la orden ejecutiva[iii] dictada el nueve de marzo de 2015 por Barack Obama contra Venezuela.
De todo esto podemos concluir, que más allá de la necesidad evidente de votar por los candidatos que permitan la expulsión de la derecha más violenta y retrógrada del poder ejecutivo de los países latinoamericanos, lo verdaderamente subversivo del terrible orden establecido contra la mayoría, es seguir apostando a la democracia popular, participativa y protagónica, que nace de procesos constituyentes, de asambleas populares y, se construye y defiende en las calles y los campos.
Por eso, mientras los Estados Unidos, sus subordinados de Europa e Israel, usan una falsa noción de democracia para sumergir al mundo en una guerra sin fin, como herramienta final para sostener su poder y apropiarse de las riquezas del planeta, sería demasiado ingenuo creer que el ejercicio de la democracia en los países latinoamericanos y caribeños, se podrá lograr sin confrontar los intereses imperialistas y sus prácticas neocoloniales.
Los cambios logrados en la región en el siglo XXI, los nuevos triunfos electorales conseguidos en los últimos meses y los que están por venir, no bastarán nunca por sí solos para garantizar la democracia, porque aun en su definición más tradicional, ésta depende de que exista soberanía popular y ella es imposible sin la desconcentración del poder y la justa repartición de la riqueza.
Como ya lo ha demostrado la historia, ningún país podrá sostener esa lucha en soledad. La democracia en este contexto, exige avanzar en la unidad de los Pueblos de Nuestra América para fomentar el multilateralismo y poner un freno definitivo al modelo unipolar, a toda forma de injerencismo y al apetito depredador del capitalismo.
Concluyentemente, la contradicción entre imperialismo y democracia es innegable, por tanto, un proyecto político que evite asumir ese dilema no podrá jamás garantizar la verdadera democracia.
María Fernanda Barreto
Escritora colombo-venezolana, Feminista y Educadora Popular.
Investigadora sobre Geopolítica del imperio.
Analista y articulista en diversos medios internacionales
Se autoriza reproducción de esta columna citando la fuente
En el complejo contexto geopolítico actual caracterizado por una profunda crisis capitalista mundial agudizada por la pandemia, el declive del modelo unipolar y el consecuente relanzamiento de la Doctrina Monroe sobre Nuestra América, la pregunta “qué es la democracia” cobra nueva relevancia.
Es difícil hablar de un gobierno del pueblo cuando el capitalismo condena al mundo a las más terribles desigualdades, ejecuta genocidios y ecocidios, a la vez que fortalece tres grandes poderes de facto como lo son las corporaciones mediáticas, el complejo militar industrial y el narcotráfico.
Concentración de poder y democracia
La concentración de la riqueza mundial que pretende ocultarse a la opinión pública, plantea la primera duda sobre si es posible hablar de un gobierno de las mayorías cuando la inequidad económica va en aumento.
El informe de riqueza global del 2021 de Credit Suisse, por ejemplo, dice que el 1% de la población pasó de poseer el 35% de la riqueza en el 2000, a tener el 45,8% en el 2020, más grave aún, el 55% de las personas se reparten entre sí solo el 1,3% de la riqueza global[i]. A pesar de lo escandaloso de estas cifras, organizaciones como Oxfam[ii] dicen que este informe subestima la desigualdad real, es decir que la brecha entre el 1 y el 99% de la población es muy superior y que además, el patriarcado y el racismo sistémico hacen que esta desigualdad impacte en mayor medida a las mujeres, así como a las personas negras, afrodescendientes e indígenas. Obviamente también impacta de distinto modo en los países sumergentes que en los sumergidos.
De modo inversamente proporcional se reparte el trabajo que produce esa riqueza y la contaminación del planeta. Es el trabajo del 99% el que genera la riqueza que acumula el 1%. A la vez que, según la misma Oxfam, ese 1% ha generado el 15% de las emisiones de carbono mundiales. Este y diversos estudios económicos, concluyen también que la pandemia ha aumentado la brecha haciendo más rica a esa pequeña parte de la población mundial y más pobre a la gran mayoría.
La relación parasitaria es evidente, el 1% trabaja menos, contamina más, pero gana y acumula la gran mayoría de la riqueza mundial ¿Se puede hablar de democracia en medio de este injusto orden económico?
Otro elemento que nos cuestiona la existencia real de la democracia es la comunicación como fundamento del ejercicio democrático. En el siglo XXI, a los medios de comunicación tradicionales se sumaron las tecnologías de la información y las redes sociales, donde también el poder está claramente concentrado. Todos estos medios se encuentran actualmente controlados por auténticos carteles que no solo imponen su versión de la realidad para garantizar sus privilegios sino que además investigan, controlan y realizan diversos experimentos sociales con los usuarios y usuarias de sus medios que son gran parte de la población mundial. Esto deriva en que la hegemonía comunicacional del discurso que sostiene las desigualdades es aplastante.
El poder militar y el poder político, como es de esperarse también están concentrados. Los Estados Unidos de América, es el centro del sistema capitalista y también el más grande ejército del planeta. Esto sumado a su idea de un destino manifiesto, una poderosa industria cultural, y otras habilidades, lo transformaron en la cabeza del imperio. A partir de la segunda guerra mundial, se transformó en uno de los dos polos dominantes y en la década de los noventa, se convirtió en el único eje.
Es decir, en poco más de cuatro décadas pasamos de un mundo bipolar a uno unipolar y ahora, cuatro décadas después, ese mundo unipolar en que éste país concentró el poder económico, político, militar y cultural que le dio esa comunicación hegemónica, está en plena debacle.
Toda esta concentración de poder, como ya hemos detallado, sólo se consigue despojando a la mayoría de la población y depredando el ecosistema.
Mundo unipolar, injerencia y soberanía
En términos geopolíticos ese modelo unipolar requería la subordinación del resto del planeta. Las potencias de Europa Occidental se subordinaron a los Estados Unidos para seguir siendo parte del imperio del capital, pues vivir sin robar la riqueza de los países del Sur implicaría un descenso dramático en sus privilegiados niveles de vida que no están dispuestos a enfrentar. Israel por su parte, se constituyó en pieza fundamental de la política exterior e interior estadounidense, porque de ello depende su existencia misma como Estado Sionista.
En cambio la osada insubordinación ante este eje se convirtió en un “crimen”. Cualquier intento de un gobierno soberano que ponga freno a la injerencia y al colonialismo, es desde entonces, motivo suficiente para ser militarmente agredido, económicamente bloqueado y comunicacionalmente atacado.
El sistema de organizaciones presuntamente “multilaterales” que surgió en ese contexto, se usó como instrumento de ese sistema y contribuyó a legitimar la idea de que los Estados unidos y sus aliados, encarnaban el verdadero significado de la democracia y precisamente por ello, también la compresión correcta de la justicia.
La palabra “democracia” degeneró en un pretexto para la injerencia imperialista y su definición parece haberse limitado a la del ejercicio del derecho al voto. Lo paradójico es que precisamente Estados Unidos no realiza elecciones directas, por lo que el voto de la mayoría no necesariamente define los resultados y posee una constitución del siglo XVIII en la que, obviamente, no figura la palabra “democracia” que tampoco se ha introducido posteriormente en ninguna de sus enmiendas.
El asesinato del General Soleimani y la reivindicación pública de este crimen por parte del presidente Donald Trump, marcó una nueva etapa con la que Estados Unidos definitivamente dejó claro ante el mundo, que no le interesa ajustarse a ninguna ley ni acuerdo internacional que limite la expansión del imperialismo y las leyes nacionales solo le interesan en tanto permitan construir lawfares contra gobiernos y Pueblos que no se le subordinen.
Doctrina Monroe y democracia en América
La vieja doctrina Monroe que se relanza con fuerza sobre América Latina y el Caribe, se traduce en una violación permanente de la soberanía de los países de la región, para imponer gobiernos subordinados que les permitan depredar la fuerza de trabajo de su población y los inmensos recursos naturales que posee la región.
También, dispersa por el continente el narcotráfico acompañado de un capitalismo financiero especulador porque ambos se nutren y le permiten lubricar su economía.
Aun cuando las luchas revolucionarias latinoamericanas van más allá de la sobrevivencia y la defensa del derecho a la autodeterminación, cualquier simple intento de instalar verdaderos modelos democráticos en el continente y la defensa de la soberanía, son vistas como imperdonables subversiones que los estadounidenses consideran amenazas internas a su propia seguridad, tal como lo dice textualmente, la orden ejecutiva[iii] dictada el nueve de marzo de 2015 por Barack Obama contra Venezuela.
De todo esto podemos concluir, que más allá de la necesidad evidente de votar por los candidatos que permitan la expulsión de la derecha más violenta y retrógrada del poder ejecutivo de los países latinoamericanos, lo verdaderamente subversivo del terrible orden establecido contra la mayoría, es seguir apostando a la democracia popular, participativa y protagónica, que nace de procesos constituyentes, de asambleas populares y, se construye y defiende en las calles y los campos.
Por eso, mientras los Estados Unidos, sus subordinados de Europa e Israel, usan una falsa noción de democracia para sumergir al mundo en una guerra sin fin, como herramienta final para sostener su poder y apropiarse de las riquezas del planeta, sería demasiado ingenuo creer que el ejercicio de la democracia en los países latinoamericanos y caribeños, se podrá lograr sin confrontar los intereses imperialistas y sus prácticas neocoloniales.
Los cambios logrados en la región en el siglo XXI, los nuevos triunfos electorales conseguidos en los últimos meses y los que están por venir, no bastarán nunca por sí solos para garantizar la democracia, porque aun en su definición más tradicional, ésta depende de que exista soberanía popular y ella es imposible sin la desconcentración del poder y la justa repartición de la riqueza.
Como ya lo ha demostrado la historia, ningún país podrá sostener esa lucha en soledad. La democracia en este contexto, exige avanzar en la unidad de los Pueblos de Nuestra América para fomentar el multilateralismo y poner un freno definitivo al modelo unipolar, a toda forma de injerencismo y al apetito depredador del capitalismo.
Concluyentemente, la contradicción entre imperialismo y democracia es innegable, por tanto, un proyecto político que evite asumir ese dilema no podrá jamás garantizar la verdadera democracia.
María Fernanda Barreto
Escritora colombo-venezolana, Feminista y Educadora Popular.
Investigadora sobre Geopolítica del imperio.
Analista y articulista en diversos medios internacionales
Se autoriza reproducción de esta columna citando la fuente
Es difícil hablar de un gobierno del pueblo cuando el capitalismo condena al mundo a las más terribles desigualdades, ejecuta genocidios y ecocidios, a la vez que fortalece tres grandes poderes de facto como lo son las corporaciones mediáticas, el complejo militar industrial y el narcotráfico.
Concentración de poder y democracia
La concentración de la riqueza mundial que pretende ocultarse a la opinión pública, plantea la primera duda sobre si es posible hablar de un gobierno de las mayorías cuando la inequidad económica va en aumento.
El informe de riqueza global del 2021 de Credit Suisse, por ejemplo, dice que el 1% de la población pasó de poseer el 35% de la riqueza en el 2000, a tener el 45,8% en el 2020, más grave aún, el 55% de las personas se reparten entre sí solo el 1,3% de la riqueza global[i]. A pesar de lo escandaloso de estas cifras, organizaciones como Oxfam[ii] dicen que este informe subestima la desigualdad real, es decir que la brecha entre el 1 y el 99% de la población es muy superior y que además, el patriarcado y el racismo sistémico hacen que esta desigualdad impacte en mayor medida a las mujeres, así como a las personas negras, afrodescendientes e indígenas. Obviamente también impacta de distinto modo en los países sumergentes que en los sumergidos.
De modo inversamente proporcional se reparte el trabajo que produce esa riqueza y la contaminación del planeta. Es el trabajo del 99% el que genera la riqueza que acumula el 1%. A la vez que, según la misma Oxfam, ese 1% ha generado el 15% de las emisiones de carbono mundiales. Este y diversos estudios económicos, concluyen también que la pandemia ha aumentado la brecha haciendo más rica a esa pequeña parte de la población mundial y más pobre a la gran mayoría.
La relación parasitaria es evidente, el 1% trabaja menos, contamina más, pero gana y acumula la gran mayoría de la riqueza mundial ¿Se puede hablar de democracia en medio de este injusto orden económico?
Otro elemento que nos cuestiona la existencia real de la democracia es la comunicación como fundamento del ejercicio democrático. En el siglo XXI, a los medios de comunicación tradicionales se sumaron las tecnologías de la información y las redes sociales, donde también el poder está claramente concentrado. Todos estos medios se encuentran actualmente controlados por auténticos carteles que no solo imponen su versión de la realidad para garantizar sus privilegios sino que además investigan, controlan y realizan diversos experimentos sociales con los usuarios y usuarias de sus medios que son gran parte de la población mundial. Esto deriva en que la hegemonía comunicacional del discurso que sostiene las desigualdades es aplastante.
El poder militar y el poder político, como es de esperarse también están concentrados. Los Estados Unidos de América, es el centro del sistema capitalista y también el más grande ejército del planeta. Esto sumado a su idea de un destino manifiesto, una poderosa industria cultural, y otras habilidades, lo transformaron en la cabeza del imperio. A partir de la segunda guerra mundial, se transformó en uno de los dos polos dominantes y en la década de los noventa, se convirtió en el único eje.
Es decir, en poco más de cuatro décadas pasamos de un mundo bipolar a uno unipolar y ahora, cuatro décadas después, ese mundo unipolar en que éste país concentró el poder económico, político, militar y cultural que le dio esa comunicación hegemónica, está en plena debacle.
Toda esta concentración de poder, como ya hemos detallado, sólo se consigue despojando a la mayoría de la población y depredando el ecosistema.
Mundo unipolar, injerencia y soberanía
En términos geopolíticos ese modelo unipolar requería la subordinación del resto del planeta. Las potencias de Europa Occidental se subordinaron a los Estados Unidos para seguir siendo parte del imperio del capital, pues vivir sin robar la riqueza de los países del Sur implicaría un descenso dramático en sus privilegiados niveles de vida que no están dispuestos a enfrentar. Israel por su parte, se constituyó en pieza fundamental de la política exterior e interior estadounidense, porque de ello depende su existencia misma como Estado Sionista.
En cambio la osada insubordinación ante este eje se convirtió en un “crimen”. Cualquier intento de un gobierno soberano que ponga freno a la injerencia y al colonialismo, es desde entonces, motivo suficiente para ser militarmente agredido, económicamente bloqueado y comunicacionalmente atacado.
El sistema de organizaciones presuntamente “multilaterales” que surgió en ese contexto, se usó como instrumento de ese sistema y contribuyó a legitimar la idea de que los Estados unidos y sus aliados, encarnaban el verdadero significado de la democracia y precisamente por ello, también la compresión correcta de la justicia.
La palabra “democracia” degeneró en un pretexto para la injerencia imperialista y su definición parece haberse limitado a la del ejercicio del derecho al voto. Lo paradójico es que precisamente Estados Unidos no realiza elecciones directas, por lo que el voto de la mayoría no necesariamente define los resultados y posee una constitución del siglo XVIII en la que, obviamente, no figura la palabra “democracia” que tampoco se ha introducido posteriormente en ninguna de sus enmiendas.
El asesinato del General Soleimani y la reivindicación pública de este crimen por parte del presidente Donald Trump, marcó una nueva etapa con la que Estados Unidos definitivamente dejó claro ante el mundo, que no le interesa ajustarse a ninguna ley ni acuerdo internacional que limite la expansión del imperialismo y las leyes nacionales solo le interesan en tanto permitan construir lawfares contra gobiernos y Pueblos que no se le subordinen.
Doctrina Monroe y democracia en América
La vieja doctrina Monroe que se relanza con fuerza sobre América Latina y el Caribe, se traduce en una violación permanente de la soberanía de los países de la región, para imponer gobiernos subordinados que les permitan depredar la fuerza de trabajo de su población y los inmensos recursos naturales que posee la región.
También, dispersa por el continente el narcotráfico acompañado de un capitalismo financiero especulador porque ambos se nutren y le permiten lubricar su economía.
Aun cuando las luchas revolucionarias latinoamericanas van más allá de la sobrevivencia y la defensa del derecho a la autodeterminación, cualquier simple intento de instalar verdaderos modelos democráticos en el continente y la defensa de la soberanía, son vistas como imperdonables subversiones que los estadounidenses consideran amenazas internas a su propia seguridad, tal como lo dice textualmente, la orden ejecutiva[iii] dictada el nueve de marzo de 2015 por Barack Obama contra Venezuela.
De todo esto podemos concluir, que más allá de la necesidad evidente de votar por los candidatos que permitan la expulsión de la derecha más violenta y retrógrada del poder ejecutivo de los países latinoamericanos, lo verdaderamente subversivo del terrible orden establecido contra la mayoría, es seguir apostando a la democracia popular, participativa y protagónica, que nace de procesos constituyentes, de asambleas populares y, se construye y defiende en las calles y los campos.
Por eso, mientras los Estados Unidos, sus subordinados de Europa e Israel, usan una falsa noción de democracia para sumergir al mundo en una guerra sin fin, como herramienta final para sostener su poder y apropiarse de las riquezas del planeta, sería demasiado ingenuo creer que el ejercicio de la democracia en los países latinoamericanos y caribeños, se podrá lograr sin confrontar los intereses imperialistas y sus prácticas neocoloniales.
Los cambios logrados en la región en el siglo XXI, los nuevos triunfos electorales conseguidos en los últimos meses y los que están por venir, no bastarán nunca por sí solos para garantizar la democracia, porque aun en su definición más tradicional, ésta depende de que exista soberanía popular y ella es imposible sin la desconcentración del poder y la justa repartición de la riqueza.
Como ya lo ha demostrado la historia, ningún país podrá sostener esa lucha en soledad. La democracia en este contexto, exige avanzar en la unidad de los Pueblos de Nuestra América para fomentar el multilateralismo y poner un freno definitivo al modelo unipolar, a toda forma de injerencismo y al apetito depredador del capitalismo.
Concluyentemente, la contradicción entre imperialismo y democracia es innegable, por tanto, un proyecto político que evite asumir ese dilema no podrá jamás garantizar la verdadera democracia.
María Fernanda Barreto
Escritora colombo-venezolana, Feminista y Educadora Popular.
Investigadora sobre Geopolítica del imperio.
Analista y articulista en diversos medios internacionales
Se autoriza reproducción de esta columna citando la fuente
En el complejo contexto geopolítico actual caracterizado por una profunda crisis capitalista mundial agudizada por la pandemia, el declive del modelo unipolar y el consecuente relanzamiento de la Doctrina Monroe sobre Nuestra América, la pregunta “qué es la democracia” cobra nueva relevancia.
Es difícil hablar de un gobierno del pueblo cuando el capitalismo condena al mundo a las más terribles desigualdades, ejecuta genocidios y ecocidios, a la vez que fortalece tres grandes poderes de facto como lo son las corporaciones mediáticas, el complejo militar industrial y el narcotráfico.
Concentración de poder y democracia
La concentración de la riqueza mundial que pretende ocultarse a la opinión pública, plantea la primera duda sobre si es posible hablar de un gobierno de las mayorías cuando la inequidad económica va en aumento.
El informe de riqueza global del 2021 de Credit Suisse, por ejemplo, dice que el 1% de la población pasó de poseer el 35% de la riqueza en el 2000, a tener el 45,8% en el 2020, más grave aún, el 55% de las personas se reparten entre sí solo el 1,3% de la riqueza global[i]. A pesar de lo escandaloso de estas cifras, organizaciones como Oxfam[ii] dicen que este informe subestima la desigualdad real, es decir que la brecha entre el 1 y el 99% de la población es muy superior y que además, el patriarcado y el racismo sistémico hacen que esta desigualdad impacte en mayor medida a las mujeres, así como a las personas negras, afrodescendientes e indígenas. Obviamente también impacta de distinto modo en los países sumergentes que en los sumergidos.
De modo inversamente proporcional se reparte el trabajo que produce esa riqueza y la contaminación del planeta. Es el trabajo del 99% el que genera la riqueza que acumula el 1%. A la vez que, según la misma Oxfam, ese 1% ha generado el 15% de las emisiones de carbono mundiales. Este y diversos estudios económicos, concluyen también que la pandemia ha aumentado la brecha haciendo más rica a esa pequeña parte de la población mundial y más pobre a la gran mayoría.
La relación parasitaria es evidente, el 1% trabaja menos, contamina más, pero gana y acumula la gran mayoría de la riqueza mundial ¿Se puede hablar de democracia en medio de este injusto orden económico?
Otro elemento que nos cuestiona la existencia real de la democracia es la comunicación como fundamento del ejercicio democrático. En el siglo XXI, a los medios de comunicación tradicionales se sumaron las tecnologías de la información y las redes sociales, donde también el poder está claramente concentrado. Todos estos medios se encuentran actualmente controlados por auténticos carteles que no solo imponen su versión de la realidad para garantizar sus privilegios sino que además investigan, controlan y realizan diversos experimentos sociales con los usuarios y usuarias de sus medios que son gran parte de la población mundial. Esto deriva en que la hegemonía comunicacional del discurso que sostiene las desigualdades es aplastante.
El poder militar y el poder político, como es de esperarse también están concentrados. Los Estados Unidos de América, es el centro del sistema capitalista y también el más grande ejército del planeta. Esto sumado a su idea de un destino manifiesto, una poderosa industria cultural, y otras habilidades, lo transformaron en la cabeza del imperio. A partir de la segunda guerra mundial, se transformó en uno de los dos polos dominantes y en la década de los noventa, se convirtió en el único eje.
Es decir, en poco más de cuatro décadas pasamos de un mundo bipolar a uno unipolar y ahora, cuatro décadas después, ese mundo unipolar en que éste país concentró el poder económico, político, militar y cultural que le dio esa comunicación hegemónica, está en plena debacle.
Toda esta concentración de poder, como ya hemos detallado, sólo se consigue despojando a la mayoría de la población y depredando el ecosistema.
Mundo unipolar, injerencia y soberanía
En términos geopolíticos ese modelo unipolar requería la subordinación del resto del planeta. Las potencias de Europa Occidental se subordinaron a los Estados Unidos para seguir siendo parte del imperio del capital, pues vivir sin robar la riqueza de los países del Sur implicaría un descenso dramático en sus privilegiados niveles de vida que no están dispuestos a enfrentar. Israel por su parte, se constituyó en pieza fundamental de la política exterior e interior estadounidense, porque de ello depende su existencia misma como Estado Sionista.
En cambio la osada insubordinación ante este eje se convirtió en un “crimen”. Cualquier intento de un gobierno soberano que ponga freno a la injerencia y al colonialismo, es desde entonces, motivo suficiente para ser militarmente agredido, económicamente bloqueado y comunicacionalmente atacado.
El sistema de organizaciones presuntamente “multilaterales” que surgió en ese contexto, se usó como instrumento de ese sistema y contribuyó a legitimar la idea de que los Estados unidos y sus aliados, encarnaban el verdadero significado de la democracia y precisamente por ello, también la compresión correcta de la justicia.
La palabra “democracia” degeneró en un pretexto para la injerencia imperialista y su definición parece haberse limitado a la del ejercicio del derecho al voto. Lo paradójico es que precisamente Estados Unidos no realiza elecciones directas, por lo que el voto de la mayoría no necesariamente define los resultados y posee una constitución del siglo XVIII en la que, obviamente, no figura la palabra “democracia” que tampoco se ha introducido posteriormente en ninguna de sus enmiendas.
El asesinato del General Soleimani y la reivindicación pública de este crimen por parte del presidente Donald Trump, marcó una nueva etapa con la que Estados Unidos definitivamente dejó claro ante el mundo, que no le interesa ajustarse a ninguna ley ni acuerdo internacional que limite la expansión del imperialismo y las leyes nacionales solo le interesan en tanto permitan construir lawfares contra gobiernos y Pueblos que no se le subordinen.
Doctrina Monroe y democracia en América
La vieja doctrina Monroe que se relanza con fuerza sobre América Latina y el Caribe, se traduce en una violación permanente de la soberanía de los países de la región, para imponer gobiernos subordinados que les permitan depredar la fuerza de trabajo de su población y los inmensos recursos naturales que posee la región.
También, dispersa por el continente el narcotráfico acompañado de un capitalismo financiero especulador porque ambos se nutren y le permiten lubricar su economía.
Aun cuando las luchas revolucionarias latinoamericanas van más allá de la sobrevivencia y la defensa del derecho a la autodeterminación, cualquier simple intento de instalar verdaderos modelos democráticos en el continente y la defensa de la soberanía, son vistas como imperdonables subversiones que los estadounidenses consideran amenazas internas a su propia seguridad, tal como lo dice textualmente, la orden ejecutiva[iii] dictada el nueve de marzo de 2015 por Barack Obama contra Venezuela.
De todo esto podemos concluir, que más allá de la necesidad evidente de votar por los candidatos que permitan la expulsión de la derecha más violenta y retrógrada del poder ejecutivo de los países latinoamericanos, lo verdaderamente subversivo del terrible orden establecido contra la mayoría, es seguir apostando a la democracia popular, participativa y protagónica, que nace de procesos constituyentes, de asambleas populares y, se construye y defiende en las calles y los campos.
Por eso, mientras los Estados Unidos, sus subordinados de Europa e Israel, usan una falsa noción de democracia para sumergir al mundo en una guerra sin fin, como herramienta final para sostener su poder y apropiarse de las riquezas del planeta, sería demasiado ingenuo creer que el ejercicio de la democracia en los países latinoamericanos y caribeños, se podrá lograr sin confrontar los intereses imperialistas y sus prácticas neocoloniales.
Los cambios logrados en la región en el siglo XXI, los nuevos triunfos electorales conseguidos en los últimos meses y los que están por venir, no bastarán nunca por sí solos para garantizar la democracia, porque aun en su definición más tradicional, ésta depende de que exista soberanía popular y ella es imposible sin la desconcentración del poder y la justa repartición de la riqueza.
Como ya lo ha demostrado la historia, ningún país podrá sostener esa lucha en soledad. La democracia en este contexto, exige avanzar en la unidad de los Pueblos de Nuestra América para fomentar el multilateralismo y poner un freno definitivo al modelo unipolar, a toda forma de injerencismo y al apetito depredador del capitalismo.
Concluyentemente, la contradicción entre imperialismo y democracia es innegable, por tanto, un proyecto político que evite asumir ese dilema no podrá jamás garantizar la verdadera democracia.
María Fernanda Barreto
Escritora colombo-venezolana, Feminista y Educadora Popular.
Investigadora sobre Geopolítica del imperio.
Analista y articulista en diversos medios internacionales
Se autoriza reproducción de esta columna citando la fuente
Es difícil hablar de un gobierno del pueblo cuando el capitalismo condena al mundo a las más terribles desigualdades, ejecuta genocidios y ecocidios, a la vez que fortalece tres grandes poderes de facto como lo son las corporaciones mediáticas, el complejo militar industrial y el narcotráfico.
Concentración de poder y democracia
La concentración de la riqueza mundial que pretende ocultarse a la opinión pública, plantea la primera duda sobre si es posible hablar de un gobierno de las mayorías cuando la inequidad económica va en aumento.
El informe de riqueza global del 2021 de Credit Suisse, por ejemplo, dice que el 1% de la población pasó de poseer el 35% de la riqueza en el 2000, a tener el 45,8% en el 2020, más grave aún, el 55% de las personas se reparten entre sí solo el 1,3% de la riqueza global[i]. A pesar de lo escandaloso de estas cifras, organizaciones como Oxfam[ii] dicen que este informe subestima la desigualdad real, es decir que la brecha entre el 1 y el 99% de la población es muy superior y que además, el patriarcado y el racismo sistémico hacen que esta desigualdad impacte en mayor medida a las mujeres, así como a las personas negras, afrodescendientes e indígenas. Obviamente también impacta de distinto modo en los países sumergentes que en los sumergidos.
De modo inversamente proporcional se reparte el trabajo que produce esa riqueza y la contaminación del planeta. Es el trabajo del 99% el que genera la riqueza que acumula el 1%. A la vez que, según la misma Oxfam, ese 1% ha generado el 15% de las emisiones de carbono mundiales. Este y diversos estudios económicos, concluyen también que la pandemia ha aumentado la brecha haciendo más rica a esa pequeña parte de la población mundial y más pobre a la gran mayoría.
La relación parasitaria es evidente, el 1% trabaja menos, contamina más, pero gana y acumula la gran mayoría de la riqueza mundial ¿Se puede hablar de democracia en medio de este injusto orden económico?
Otro elemento que nos cuestiona la existencia real de la democracia es la comunicación como fundamento del ejercicio democrático. En el siglo XXI, a los medios de comunicación tradicionales se sumaron las tecnologías de la información y las redes sociales, donde también el poder está claramente concentrado. Todos estos medios se encuentran actualmente controlados por auténticos carteles que no solo imponen su versión de la realidad para garantizar sus privilegios sino que además investigan, controlan y realizan diversos experimentos sociales con los usuarios y usuarias de sus medios que son gran parte de la población mundial. Esto deriva en que la hegemonía comunicacional del discurso que sostiene las desigualdades es aplastante.
El poder militar y el poder político, como es de esperarse también están concentrados. Los Estados Unidos de América, es el centro del sistema capitalista y también el más grande ejército del planeta. Esto sumado a su idea de un destino manifiesto, una poderosa industria cultural, y otras habilidades, lo transformaron en la cabeza del imperio. A partir de la segunda guerra mundial, se transformó en uno de los dos polos dominantes y en la década de los noventa, se convirtió en el único eje.
Es decir, en poco más de cuatro décadas pasamos de un mundo bipolar a uno unipolar y ahora, cuatro décadas después, ese mundo unipolar en que éste país concentró el poder económico, político, militar y cultural que le dio esa comunicación hegemónica, está en plena debacle.
Toda esta concentración de poder, como ya hemos detallado, sólo se consigue despojando a la mayoría de la población y depredando el ecosistema.
Mundo unipolar, injerencia y soberanía
En términos geopolíticos ese modelo unipolar requería la subordinación del resto del planeta. Las potencias de Europa Occidental se subordinaron a los Estados Unidos para seguir siendo parte del imperio del capital, pues vivir sin robar la riqueza de los países del Sur implicaría un descenso dramático en sus privilegiados niveles de vida que no están dispuestos a enfrentar. Israel por su parte, se constituyó en pieza fundamental de la política exterior e interior estadounidense, porque de ello depende su existencia misma como Estado Sionista.
En cambio la osada insubordinación ante este eje se convirtió en un “crimen”. Cualquier intento de un gobierno soberano que ponga freno a la injerencia y al colonialismo, es desde entonces, motivo suficiente para ser militarmente agredido, económicamente bloqueado y comunicacionalmente atacado.
El sistema de organizaciones presuntamente “multilaterales” que surgió en ese contexto, se usó como instrumento de ese sistema y contribuyó a legitimar la idea de que los Estados unidos y sus aliados, encarnaban el verdadero significado de la democracia y precisamente por ello, también la compresión correcta de la justicia.
La palabra “democracia” degeneró en un pretexto para la injerencia imperialista y su definición parece haberse limitado a la del ejercicio del derecho al voto. Lo paradójico es que precisamente Estados Unidos no realiza elecciones directas, por lo que el voto de la mayoría no necesariamente define los resultados y posee una constitución del siglo XVIII en la que, obviamente, no figura la palabra “democracia” que tampoco se ha introducido posteriormente en ninguna de sus enmiendas.
El asesinato del General Soleimani y la reivindicación pública de este crimen por parte del presidente Donald Trump, marcó una nueva etapa con la que Estados Unidos definitivamente dejó claro ante el mundo, que no le interesa ajustarse a ninguna ley ni acuerdo internacional que limite la expansión del imperialismo y las leyes nacionales solo le interesan en tanto permitan construir lawfares contra gobiernos y Pueblos que no se le subordinen.
Doctrina Monroe y democracia en América
La vieja doctrina Monroe que se relanza con fuerza sobre América Latina y el Caribe, se traduce en una violación permanente de la soberanía de los países de la región, para imponer gobiernos subordinados que les permitan depredar la fuerza de trabajo de su población y los inmensos recursos naturales que posee la región.
También, dispersa por el continente el narcotráfico acompañado de un capitalismo financiero especulador porque ambos se nutren y le permiten lubricar su economía.
Aun cuando las luchas revolucionarias latinoamericanas van más allá de la sobrevivencia y la defensa del derecho a la autodeterminación, cualquier simple intento de instalar verdaderos modelos democráticos en el continente y la defensa de la soberanía, son vistas como imperdonables subversiones que los estadounidenses consideran amenazas internas a su propia seguridad, tal como lo dice textualmente, la orden ejecutiva[iii] dictada el nueve de marzo de 2015 por Barack Obama contra Venezuela.
De todo esto podemos concluir, que más allá de la necesidad evidente de votar por los candidatos que permitan la expulsión de la derecha más violenta y retrógrada del poder ejecutivo de los países latinoamericanos, lo verdaderamente subversivo del terrible orden establecido contra la mayoría, es seguir apostando a la democracia popular, participativa y protagónica, que nace de procesos constituyentes, de asambleas populares y, se construye y defiende en las calles y los campos.
Por eso, mientras los Estados Unidos, sus subordinados de Europa e Israel, usan una falsa noción de democracia para sumergir al mundo en una guerra sin fin, como herramienta final para sostener su poder y apropiarse de las riquezas del planeta, sería demasiado ingenuo creer que el ejercicio de la democracia en los países latinoamericanos y caribeños, se podrá lograr sin confrontar los intereses imperialistas y sus prácticas neocoloniales.
Los cambios logrados en la región en el siglo XXI, los nuevos triunfos electorales conseguidos en los últimos meses y los que están por venir, no bastarán nunca por sí solos para garantizar la democracia, porque aun en su definición más tradicional, ésta depende de que exista soberanía popular y ella es imposible sin la desconcentración del poder y la justa repartición de la riqueza.
Como ya lo ha demostrado la historia, ningún país podrá sostener esa lucha en soledad. La democracia en este contexto, exige avanzar en la unidad de los Pueblos de Nuestra América para fomentar el multilateralismo y poner un freno definitivo al modelo unipolar, a toda forma de injerencismo y al apetito depredador del capitalismo.
Concluyentemente, la contradicción entre imperialismo y democracia es innegable, por tanto, un proyecto político que evite asumir ese dilema no podrá jamás garantizar la verdadera democracia.
María Fernanda Barreto
Escritora colombo-venezolana, Feminista y Educadora Popular.
Investigadora sobre Geopolítica del imperio.
Analista y articulista en diversos medios internacionales
Se autoriza reproducción de esta columna citando la fuente
SegundoPaso ConoSur _ La columna de Maria Fernanda Barreto donde concluye que la contradicción entre imperialismo y democracia es innegable, por tanto, un proyecto político que evite asumir ese dilema no podrá jamás garantizar la verdadera democracia
En el complejo contexto geopolítico actual caracterizado por una profunda crisis capitalista mundial agudizada por la pandemia, el declive del modelo unipolar y el consecuente relanzamiento de la Doctrina Monroe sobre Nuestra América, la pregunta “qué es la democracia” cobra nueva relevancia.
Es difícil hablar de un gobierno del pueblo cuando el capitalismo condena al mundo a las más terribles desigualdades, ejecuta genocidios y ecocidios, a la vez que fortalece tres grandes poderes de facto como lo son las corporaciones mediáticas, el complejo militar industrial y el narcotráfico.
Concentración de poder y democracia
La concentración de la riqueza mundial que pretende ocultarse a la opinión pública, plantea la primera duda sobre si es posible hablar de un gobierno de las mayorías cuando la inequidad económica va en aumento.
El informe de riqueza global del 2021 de Credit Suisse, por ejemplo, dice que el 1% de la población pasó de poseer el 35% de la riqueza en el 2000, a tener el 45,8% en el 2020, más grave aún, el 55% de las personas se reparten entre sí solo el 1,3% de la riqueza global[i]. A pesar de lo escandaloso de estas cifras, organizaciones como Oxfam[ii] dicen que este informe subestima la desigualdad real, es decir que la brecha entre el 1 y el 99% de la población es muy superior y que además, el patriarcado y el racismo sistémico hacen que esta desigualdad impacte en mayor medida a las mujeres, así como a las personas negras, afrodescendientes e indígenas. Obviamente también impacta de distinto modo en los países sumergentes que en los sumergidos.
De modo inversamente proporcional se reparte el trabajo que produce esa riqueza y la contaminación del planeta. Es el trabajo del 99% el que genera la riqueza que acumula el 1%. A la vez que, según la misma Oxfam, ese 1% ha generado el 15% de las emisiones de carbono mundiales. Este y diversos estudios económicos, concluyen también que la pandemia ha aumentado la brecha haciendo más rica a esa pequeña parte de la población mundial y más pobre a la gran mayoría.
La relación parasitaria es evidente, el 1% trabaja menos, contamina más, pero gana y acumula la gran mayoría de la riqueza mundial ¿Se puede hablar de democracia en medio de este injusto orden económico?
Otro elemento que nos cuestiona la existencia real de la democracia es la comunicación como fundamento del ejercicio democrático. En el siglo XXI, a los medios de comunicación tradicionales se sumaron las tecnologías de la información y las redes sociales, donde también el poder está claramente concentrado. Todos estos medios se encuentran actualmente controlados por auténticos carteles que no solo imponen su versión de la realidad para garantizar sus privilegios sino que además investigan, controlan y realizan diversos experimentos sociales con los usuarios y usuarias de sus medios que son gran parte de la población mundial. Esto deriva en que la hegemonía comunicacional del discurso que sostiene las desigualdades es aplastante.
El poder militar y el poder político, como es de esperarse también están concentrados. Los Estados Unidos de América, es el centro del sistema capitalista y también el más grande ejército del planeta. Esto sumado a su idea de un destino manifiesto, una poderosa industria cultural, y otras habilidades, lo transformaron en la cabeza del imperio. A partir de la segunda guerra mundial, se transformó en uno de los dos polos dominantes y en la década de los noventa, se convirtió en el único eje.
Es decir, en poco más de cuatro décadas pasamos de un mundo bipolar a uno unipolar y ahora, cuatro décadas después, ese mundo unipolar en que éste país concentró el poder económico, político, militar y cultural que le dio esa comunicación hegemónica, está en plena debacle.
Toda esta concentración de poder, como ya hemos detallado, sólo se consigue despojando a la mayoría de la población y depredando el ecosistema.
Mundo unipolar, injerencia y soberanía
En términos geopolíticos ese modelo unipolar requería la subordinación del resto del planeta. Las potencias de Europa Occidental se subordinaron a los Estados Unidos para seguir siendo parte del imperio del capital, pues vivir sin robar la riqueza de los países del Sur implicaría un descenso dramático en sus privilegiados niveles de vida que no están dispuestos a enfrentar. Israel por su parte, se constituyó en pieza fundamental de la política exterior e interior estadounidense, porque de ello depende su existencia misma como Estado Sionista.
En cambio la osada insubordinación ante este eje se convirtió en un “crimen”. Cualquier intento de un gobierno soberano que ponga freno a la injerencia y al colonialismo, es desde entonces, motivo suficiente para ser militarmente agredido, económicamente bloqueado y comunicacionalmente atacado.
El sistema de organizaciones presuntamente “multilaterales” que surgió en ese contexto, se usó como instrumento de ese sistema y contribuyó a legitimar la idea de que los Estados unidos y sus aliados, encarnaban el verdadero significado de la democracia y precisamente por ello, también la compresión correcta de la justicia.
La palabra “democracia” degeneró en un pretexto para la injerencia imperialista y su definición parece haberse limitado a la del ejercicio del derecho al voto. Lo paradójico es que precisamente Estados Unidos no realiza elecciones directas, por lo que el voto de la mayoría no necesariamente define los resultados y posee una constitución del siglo XVIII en la que, obviamente, no figura la palabra “democracia” que tampoco se ha introducido posteriormente en ninguna de sus enmiendas.
El asesinato del General Soleimani y la reivindicación pública de este crimen por parte del presidente Donald Trump, marcó una nueva etapa con la que Estados Unidos definitivamente dejó claro ante el mundo, que no le interesa ajustarse a ninguna ley ni acuerdo internacional que limite la expansión del imperialismo y las leyes nacionales solo le interesan en tanto permitan construir lawfares contra gobiernos y Pueblos que no se le subordinen.
Doctrina Monroe y democracia en América
La vieja doctrina Monroe que se relanza con fuerza sobre América Latina y el Caribe, se traduce en una violación permanente de la soberanía de los países de la región, para imponer gobiernos subordinados que les permitan depredar la fuerza de trabajo de su población y los inmensos recursos naturales que posee la región.
También, dispersa por el continente el narcotráfico acompañado de un capitalismo financiero especulador porque ambos se nutren y le permiten lubricar su economía.
Aun cuando las luchas revolucionarias latinoamericanas van más allá de la sobrevivencia y la defensa del derecho a la autodeterminación, cualquier simple intento de instalar verdaderos modelos democráticos en el continente y la defensa de la soberanía, son vistas como imperdonables subversiones que los estadounidenses consideran amenazas internas a su propia seguridad, tal como lo dice textualmente, la orden ejecutiva[iii] dictada el nueve de marzo de 2015 por Barack Obama contra Venezuela.
De todo esto podemos concluir, que más allá de la necesidad evidente de votar por los candidatos que permitan la expulsión de la derecha más violenta y retrógrada del poder ejecutivo de los países latinoamericanos, lo verdaderamente subversivo del terrible orden establecido contra la mayoría, es seguir apostando a la democracia popular, participativa y protagónica, que nace de procesos constituyentes, de asambleas populares y, se construye y defiende en las calles y los campos.
Por eso, mientras los Estados Unidos, sus subordinados de Europa e Israel, usan una falsa noción de democracia para sumergir al mundo en una guerra sin fin, como herramienta final para sostener su poder y apropiarse de las riquezas del planeta, sería demasiado ingenuo creer que el ejercicio de la democracia en los países latinoamericanos y caribeños, se podrá lograr sin confrontar los intereses imperialistas y sus prácticas neocoloniales.
Los cambios logrados en la región en el siglo XXI, los nuevos triunfos electorales conseguidos en los últimos meses y los que están por venir, no bastarán nunca por sí solos para garantizar la democracia, porque aun en su definición más tradicional, ésta depende de que exista soberanía popular y ella es imposible sin la desconcentración del poder y la justa repartición de la riqueza.
Como ya lo ha demostrado la historia, ningún país podrá sostener esa lucha en soledad. La democracia en este contexto, exige avanzar en la unidad de los Pueblos de Nuestra América para fomentar el multilateralismo y poner un freno definitivo al modelo unipolar, a toda forma de injerencismo y al apetito depredador del capitalismo.
Concluyentemente, la contradicción entre imperialismo y democracia es innegable, por tanto, un proyecto político que evite asumir ese dilema no podrá jamás garantizar la verdadera democracia.
María Fernanda Barreto
Escritora colombo-venezolana, Feminista y Educadora Popular.
Investigadora sobre Geopolítica del imperio.
Analista y articulista en diversos medios internacionales
Se autoriza reproducción de esta columna citando la fuente