*Letra Desatada:* / *Sigamos “matriculando”*

✍️ *Por Mercedes Chacín*
En nuestro país desde el año 2013 no hemos parado. El verbo transitivo matricular se puso de moda con la pandemia del año 2020. La pelona, de la mano del malvado virus, ha impedido que más de cinco millones de personas matriculen. Según el diccionario estas son las acepciones del verbo matricular: 1. Inscribir a una persona en una matrícula con un fin determinado.“Sus padres lo han matriculado en el conservatorio”. 2. Inscribir un vehículo o una embarcación en un registro y colocar la placa que lo identifica legalmente. “El concesionario se encarga de matricular los automóviles antes de entregarlos a los compradores”. Para quienes “matriculamos” el verbo no deja de ser un trámite engorroso y desagradable. Para que haya gente que matricule tiene que haber gente que no lo haga. Uno matricula, de alguna manera, a expensas de otro. O de otra. Y la sonrisa que a uno se le dibuja en la cara cuando ve el meme de una placa de vehículos anunciando que “matriculamos” para el 2022, tiene el rictus de la muerte. Chiste malo, diría mi papá. Podríamos decir que después de tanto recibir taparazos incesantemente desde hace casi diez años, este que terminó iba saliéndonos medio bueno, medio malo y medio jodedor, hasta que desmorimos un poco con un zarpazo de última hora, de último aliento, de última juerga, de último dolor que se desgranó entre la bohemia de una ciudad que se niega a desvencijarse.
Cuenta Simón Herrera, hermano de Argimiro, hijo de Asalia, que su papá siempre quiso ser recordado como poeta. Roberto Malaver logró animarme a escribir sobre la vida en estas primeras desatadas del 2022 (que también se perfila medio bueno, medio malo y medio jodedor) y me encontré asaltada por las letras del poeta que desmuere de amor, Earle Herrera:“Desmorir de amor en la selva profunda / amarse entre las lianas hasta la vida / Amar a la amada amar al mundo / amar la vida hasta la muerte / Amar a los niños y a los árboles / amar a los pobres y al planeta / Amarte a ti con pasión y deseo / amarte a ti sin lógica posible / Amarte hasta más allá de la vida / desmorir para amarte más allá de la muerte”. ( _Amar hasta desmorir_, fragmento).
“Ya no le canto al desengaño el amor / ha tocado a mis puertas cuando no lo esperaba / cuando no lo creía y lo daba por muerto / (…) / Voy a desmorir pronto a desmorirme todo / a desenterrarme y volver a entregarme / para que me queme lo que ayer me quemó”. ( _Desmorir de amor_, fragmento).
Y en ese matricular entre matriculados, nos llegó también la noticia de la muerte de un señor a quien nunca tuve el placer de mirar en persona, ni siquiera de lejos. Llegué a Caracas con algunos conocimientos sobre arte de cocinar. Las arepas me quedaban redonditas pero el arroz siempre masaclotúo. Un día un libro rojo con letras doradas me permitió saber de cucharadas, mililitros, fracciones, porciones, kilos y gramos. Estuve bastante tiempo considerando que la galleta de soda con jamón endiablado, que yo llamaba diablito, era el mejor manjar para una universitaria medio responsable, medio jodedora y medio revolucionaria. Mientras escribo saboreo con el pensamiento la crema de remolacha, el dulce de plátanos, el asado negro y los camarones enchilados a la “manera de Armando Scannone” y, gordita al fin, miro hacia el 2022 medio alegre, medio triste y medio esperanzada porque mirar hacia adelante en este país que siempre me aturde y siempre me alegra, es el lugar en el mundo donde quiero desmorir de amor.
Sigamos.
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