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A San Cono…
A mi Vieja, porque sabe rescatar la vida…
1. Introducción. El año uno de la era latinoamericana (500 Años)
1. INTRODUCCIÓN. El año uno de la era latinoamericana (500 años)
UNO
A 500 años del llamado “descubrimiento de América”, el gobierno español y sus pares latinoamericanos, apoyados por Estados Unidos y los países de la Comunidad Económica Europea, festejan el gran aniversario. Sin embargo, no voy a hablar de ese proceso que, iniciado con la llegada de Cristóbal Colón, llevó a la destrucción de culturas, a la usurpación de tierras y riquezas, a la explotación y casi exterminio de los indígenas. Tampoco recordaré que la conquista se sigue procesando, y que los pueblos latinoamericanos siguen sufriendo la maldición de las riquezas que aún quedan en estas tierras como diría Eduardo Galeano. Que tras el oro, el petróleo, el uranio, se lanzan hambrientas las transnacionales, conquistadoras modernas, descendientes de aquellos que invadieron estos pagos. No quiero recordar eso, ni hablar de los intereses del gobierno español y sus aliados de la OTAN en perpetuar la humillación de nuestro continente utilizando el aniversario como fachada para transformar a España en puerta de entrada de los “inversores” de la CEE hacia América Latina, para lucrar con las privatizaciones. Ni siquiera intentaré rebatir el significado histórico que dan los historiadores colonizados del continente al hecho que denominan “encuentro de dos mundos”.
Prefiero pensar en el Año Uno. El Año Uno es, nada más ni nada menos, el año posterior al del V Centenario. Tal vez el año que comencemos a reconstruir nuestro destino de América Latina, esa gran Patria Grande pluricultural y multiétnica. Avida de soluciones a sus problemas sociales y económicos. Ansiosa de libertades y participación. Con la necesidad imperiosa de transformase en un verdadero nuevo mundo, en el que la solidaridad, la soberanía, y la participación de los pueblos sean reales.
Para que el año uno sea el comienzo transformador, debemos comenzar por rescatar el pasado dormido en las bibliotecas, y contrarrestar una historia resignada de antemano en las escuelas y liceos. Hay que desenterrar la verdadera historia, liberándola de estatuas, museos y libros empolvados.
DOS
Hay que reconstruir la creatividad de América Latina, comenzando ser América Latina, estructurando un nuevo tipo de sociedad, opuesta a la sociedad capitalista que nos agobia y a la sociedad estalinista que agobió el Este europeo. La nueva sociedad latinoamericana debe tener capacidad de hacerse cargo, con su propias fuerzas y sus propios medios, de una realidad que no es europea ni norteamericana. Una sociedad capaz de saber con qué elementos está hecho este gran país que denominamos nuestro continente, y como podrá ir caminando por ideas, métodos y formas organizativas nacidas de su propia geografía, sin inventarse fantasías. Para eso habrá que pelear mucho y será necesario tener una cabeza abierta, capaz de contrarrestar el proyecto de las clases dominantes que siguen limitando las posibilidades a una solución de la problemática económica, en la medida que llevan al continente a ser objeto de políticas ajenas a nuestro ser, como la privatización, bloqueando así la potencialidad de las mayorías de constituirse en sujeto político de sus propios intereses. Para comenzar a construir esa nueva sociedad es necesario que los sectores revolucionarios, junto a la gente, tropiecen con la historia real, comprobando que donde se creían predominantes las ideologías globalizantes o totalizadoras presenciamos la transición hacia el dominio de otras formas comunicativas, como la cultura en general, el arte, las religiones, las costumbres, las diversidades, los submundos y la subjetividad del pensamiento. ¡Cuidado! Esto no significa el fin de las ideologías, sino un estudio más abierto, menos cuadrado de sus influencias en la actualidad. La llave del circulo opresor de América Latina no está solo en la política y la economía, sino también a nivel subjetivo de la sociedad. Esto obliga a estudiar, resignificar y aprehender todo lo que represente la cultura latinoamericana –mitos, creencias, leyendas, la verdadera historia– para que, vinculándola a un quehacer liberador, se puedan extraer alternativas propias de un camino en el que –rescatando la vigencia del socialismo como fin– se tenga en cuenta al ser humano con todas sus potencialidades y debilidades. Con todos sus mundos, vivencias y creencias. Y así partir hacia a la construcción de un nuevo ser humano más solidario, más colectivo, más unido y más respetuoso de las individualidades y las diversidades. Un ser con una verdadera identidad. Debemos reconfirmar el espíritu que nos haga saltar de la fatalidad impuesta a la esperanza cierta, en palabras de Galeano.
TRES
Es necesario realizar una contraconquista y conquistar con el pueblo, el lugar y el poder donde reside el dominio de la subjetividad, que señalando como debe ser el nuevo mundo, sabrá decir como debe ser el nuevo pueblo y cuál es su misión en la dirección de una nueva sociedad.
Hoy más que nunca las fuerzas populares del continente deben partir de América Latina para llegar a América Latina. Conocer América Latina y tornarla nuestra, como dice José Martí, es el desafío y el camino de su liberación. Ese camino, esa salida, requiere de una amplia participación de todos los oprimidos de esta sociedad. Será plurinacional (latinoamericana) por popular y diversa, popular y diversa por democrática, y democrática por su capacidad de participación desde la base, desde la raíz; en la consolidación de una sociedad revolucionaria por socialista, socialista por comunitaria, y comunitaria por el rescate del ser humano en la construcción colectiva de un poder popular. El destino de cada uno de nuestros países se juega como nunca antes en el de toda América Latina. El camino a Nuestra América no es fácil, exige un esfuerzo de imaginación que sobrepase la sustitución de economicismo estalinista por el economicismo neoliberal o la adaptación al capitalismo, pintándose la cara de otro color. Una imaginación necesaria para contrarrestar el robo de la palabra integración por parte de las clases dominantes, e impuesto desde los centros de poder del norte. La integración no es de forma sino de espíritu y propósitos, como decía Bolívar, y está íntimamente ligada a la construcción de un Nuevo Ser latinoamericano. Un ser dueño de sí mismo, capaz de conducir su propio destino como señalara Artigas.
En el año del V centenario de la conquista, resulta imprescindible que los pueblos latinoamericanos nos acerquemos más a nuestra realidad pluricultural, multiétnica y plurinacional, proyectando el hecho puntual de 1992 hacia una lucha común por la libertad del continente. Que en el Año Uno de la Era Latinoamericana, Abya Yala, la tierra en plena madurez, nuestro continente, sea transformada por la sabiduría; Amaru, la serpiente sagrada, la resguarde y el Cóndor proteja a sus pueblos. Que en el Año Uno comience la consolidación de una nueva historia, para que en los próximos 500 años el festejo pertenezca a los pueblos… Comencemos caminado la memoria.
Siempre que uno entra en los laberintos de la memoria tiene la posibilidad de recorrer hechos y miradas que marcaron la vida de otras épocas, y de todas.
Las imágenes surgen entre fogonazos de luz, y de neblina, son fuego en el silencio del recuerdo, rebeldes entre el día y la noche, símbolos de lo que vendrá. Venimos del ayer caminando memorias de rebeldes y rebeldías, volvemos al presente para andar rincones de la América Latina, fundirnos con su gente y transitar parte de su vida… quinientos años después…
2. CAONABO
1494. Hace dos años, cuando Cristóbal Colón llegó a esta isla que nombró Española, estaba gobernada por cinco caciques… Cinco jefes de alma tranquila y poca guerra… Sin embargo el camino de las semanas fue cambiando las miradas. Y fue llegando la realidad… Y vino el tiempo en que Colón tuvo que retornar a España para contar «su descubrimiento». Y llegó la hora en que cinco europeos secuestraron dos mujeres indígenas y las violaron… Y se acercó el minuto en que mataron un puñado de nativos por el placer de matarlos… Y el adelantado Colón sonrió y dijo: “servirá para que nuestros hombres sean respetados. Hay que poner temores en esta tierra y mostrar que los cristianos somos poderosos para ofenderlos y dañarlos».
Los árboles se estremecen, coro–coros y pitirris nostalgian la selva, y el indio comienza a rebelarse. Guanacagarí el traidor, amigo de Colón, le sigue siendo fiel junto a su tribu. Los otros caciques rompen la amistad. Desde España el almirante dice y ordena «sobrecargar los navíos de esclavos», para venderlos en Madrid. Cuando regresa a la isla se sumerge en la fiebre del oro. «Hay que mostrar a los reyes que los gastos del viaje no fueron inútiles», dice.
El Cibao, dominio del cacique Caonabo posee las minas más ricas… Todos los vecinos de la zona, mayores de catorce años, entregarán cada tres meses cierta cantidad de oro a los españoles. Los que viven lejos deben dar una arroba de algodón por persona. Para que nadie se escape del tributo Colón ordena que cada indio lleve colgado en su cuello una moneda de cobre a la que se hará una muesca especial por cada pago.
Cierto día Caonabo ve entrar en sus tierras un grupo de soldados de Fuerte Navidad… Con sus hombres los ataca y les da muerte. Luego se dirige a la fortaleza y el fuego se hace presente en el horizonte. «Pagan por sus culpas y malas obras», dice el cacique a su gente señalando las llamas. Colón hace construir otro fuerte, en la propia región del Cibao. Caonabo lo sitia durante treinta días… Luego debe retirarse, sus fuerzas no alcanzan para vencer al invasor. Solo habría una posibilidad: la confederación de caciques. «Unámonos todos los pueblos», dice el jefe indígena.
Levanta su tribu en armas y conversa con otros jefes. Todos están de acuerdo, Guanacagarí no. Las bajas europeas comienzan a sumarse… Convencido de que sería difícil vencer, Alonso de Ojeda, lugarteniente del genovés se presenta en la aldea de Caonabo… besa sus manos y afirma: «Traigo un obsequio del almirante». Luego muestra unas esposas de latón, metal admirado por los indios. «Solo los reyes de Castilla en sus fiestas utilizan este adorno. Debe colocarse junto al río», dice. Creyendo la palabra del enemigo, Caonabo monta en la garupa del caballo de Ojeda y parte rumbo al río. Al colocarse las esposas parte rumbo a la prisión… Colón decide exhibirlo frente a la puerta de su casa…
Allí está Caonabo, esposado, sin hablar ni mirar al genovés. Sin embargo cuando pasa Ojeda lo saluda. «El almirante no tuvo el valor de ir a prenderme y Ojeda si, por eso lo respeto», dice a quien le pregunta… El pueblo del Cibao comienza a preparar la liberación. Colón se preocupa y decide enviarlo a Castilla… Durante el viaje, la furia de los mares destruye el barco… Encadenado a un mástil, Caonabo, primer jefe de la resistencia indígena, muere ahogado… La confederación indígena se afianza años después…
Anacaona, la bella mujer de Caonabo lidera la región de Xaragua… El hermano del jefe asume El Cibao… La resistencia dura años pero finalmente es derrotada. El hermano es preso… Anacaona muere quemada frente a su caney… Algunos caciques sobrevivientes deciden retirarse a las montañas…
Las rebeliones no pararán… El cacique Guarionex se levanta junto a otros jefes… estará preso tres años en el Fuerte de la Concepción, luego será desterrado y morirá en el viaje. Su hermano Mayobanex estará en prisión hasta que la vida decide olvidarlo… La entereza vuela el polvo de los siglos y resiste la invasión norteamericana de 1916, camina junto a Francisco Caamaño Deno y sus compañeros que bienpelean a otros marines que invaden República Dominicana en 1965… Sigue los caminos del viento… y la guiñada de las estrellas…
3. ENRIQUILLO
1498. La llovizna calma el calor de la noche dominicana pero no puede con el fuego que se extiende por el poblado indígena… Ya no queda caney en pie… Guarocuya, futuro cacique del Vaho ruco ve morir a sus padres carbonizados por las llamas españolas. Mira el presente sin descubrir el mañana… Bartolomé de las Casas, un franciscano preocupado por los indios, lo salva de la matanza y lo lleva a su convento. Allí lo bautizarán, allí pasará a llamarse Enrique… Enrique Guarocuya.
A los doce años será dado a Francisco Valenzuela de quien recibirá buen trato. Cuando este muera pasará a ser propiedad del hijo que lo tratará como esclavo. Se quejará Enrique ante el gobernador pero conseguirá insultos y amenazas de prisión. Se quejará también ante la Audiencia de Santo Domingo, sin solución… Su vida, como la de todo su pueblo, irá empeorando.
Con la realidad, se acabará la paciencia inculcada por los dominicos y se marchará a las montañas del Bahoruco. La adhesión de los otros caciques no se hará esperar…
«Hermanos, consigan armas del español. Pero siempre que puedan, no derramen sangre», dirá a sus guerreros antes de organizar la guerrilla. Para proteger a mujeres, niños y ancianos los retirará a los lugares más alejados, donde se levantarán pueblos… Cada cacique con su tribu se ubicará en algún punto estratégico de la montaña, vigilando el llano que traerá la represión.
Para evitar posibles delaciones, Guarocuya, o Enriquillo como ahora se le conoce, no dejará saber su paradero. El primer grupo de españoles que llegarán tras él, estará comandado por el joven Valenzuela. A caballo la montaña se hará impenetrable, y a pie serán vulnerados con las piedras arrojadas por los indígenas. En la retirada Valenzuela caerá en manos de Enrique… el cacique se apiadará de su enemigo advirtiéndole que no retorne.
Después vendrá la expedición organizada por la Audiencia de Santo Domingo y será derrotada. Los indígenas sometidos abandonarán a sus amos y se sumarán a los alzados… Y el cacique descubrirá el mañana, que ya es hoy:
1524. Catorce años de mucho pelear y los rebeldes no pueden ser vencidos.
Cierta ocasión setenta europeos quedan acorralados en una cueva. Los indígenas prenden fuego en la entrada para asfixiarlos. Guarocuya manda apagar las llamas y los libera.
«Tenemos que conseguir el respeto de nuestro pueblo y defenderlo con honor sin sangre porque sí. Nunca reconocimos ese rey de Castilla… Desde que llegaron sus hombres fuimos tiranizados. Por eso peleamos», dice. Cien mil castellanos de la caja del rey se han gastado para combatir a los indígenas y los españoles ya no quieren ir a la guerra… La Audiencia impone penas. Los soldados la acusan de haberse robado el dinero de las campañas. Los ataques no paran y las derrotas españolas tampoco. Un fraile se llega a la montaña a pedir que hagan la paz y escucha las palabras del jefe: «Para que no me maten como a mis mayores, vine a mi tierra. Ni yo, ni los míos hacemos mal, solos nos defendemos del invasor que quiere capturarnos. No viviremos en servidumbre».
Meses después un capitán español llega a proponer una tregua. ¿La condición?. Si los indios entregan el oro expropiado a los españoles, pararán los ataques. Enrique accede entregarlo en la playa. Los europeos llegan por mar, dejan el barco a la vista y avanzan. Enrique se retira y sólo un pequeño grupo espera. El oro se entrega y se establece una tregua de cinco años.
Algunos indígenas bajan al llano para instalarse en los poblados. Enrique y la mayoría de sus guerreros permanecen en la sierra. Allí caminará su vejez… Dicen los de vida vivida que con el caminar del tiempo, en el lago Enriquillo, cercano a la frontera con Haití, al pie del Bahoruco, mirando con ojos de justicia se puede ver la imagen de Enrique Guarocuya bebiendo agua, antes de volverse a la montaña.
4. AGUEYBANA
1511. Los indígenas de San Juan no aceptan más nubarrones en su tierra, quieren el sol que alumbre sus vidas… Como no llega deciden sembrarlo… Es así que Agueybana II, indio esclavo de Cristóbal Sotomayor –dueño del pueblo que lleva su nombre–, decide terminar con los españoles que no fueron «ni deseados, ni llamados», según dice a sus amigos. Conversa con los jefes indígenas de distintos rincones, conspira, busca el alzamiento… Cacique heredero en tierras caribeñas Agueybana II organiza primero a su gente y luego logra confederar todos los pueblos… Antes hay que sortear un rumor que ha corrido como los alisios por toda la isla: «Los españoles no son tocados por la muerte» dicen las voces y, los indios no quieren guerrear sin salir de dudas…
El cacique Uroyoan es encargado de conocer la verdad. Lleva adelante un plan: con tres de sus guerreros acompaña un español que va en viaje, algo usual por estos tiempos… Cuando llegan al río le proponen llevarlo alzado para que no se moje, una costumbre de la hora… Al llegar a la mitad lo hunden para ver si se ahoga. Sin salir de su asombro el español está minutos y más minutos tragando agua. Luego lo sacan a la orilla lo dejan tendido contra un árbol y esperan tres días a que resucite… Cuando comienza a oler mal conocen la realidad…»Mueren como las plantas, el pájaro o el tigre malo», dice Uroyoan. Enseguida comienza la guerra… A la hora marcada cada cacique arremete contra los españoles de su lugar. Agueybana II dirige el incendio al pueblo Sotomayor. Todos cumplen el compromiso, todos pelean, muchos españoles mueren… La revancha de Juan Ponce de León, gobernador de la isla camina rápido. «Destruiremos a todos los indígenas, terminaremos con Agueybana y toda su tribu», grita enfurecido. Con los soldados que le quedan, ataca en la noche.
Muchos indígenas mueren pero el cacique logra escapar. En los meses siguientes se sucederán los ataques a dominios de otros jefes, produciendo cientos de bajas en los nativos. Asolando la isla…
Los indígenas se defienden hasta el fin. Los sobrevivientes se refugian en la región de Yaguaca donde esperan el asalto español, con la determinación de Agueybana de «morir o matar al invasor». Juan Ponce de León se dirige al lugar. Llega el atardecer y el aire sigue quieto. Ya negra la noche decide retirarse. En una sola batalla puede tener muchas bajas y ser derrotado, en pequeños enfrentamientos puede ser distinto… Así logra matar a todos los caciques, entre ellos al jefe Agueybana II que deja regar su sangre reclamando un mañana… Los indios que sobreviven quedan hechos esclavos.
Con los esclavos negros se levantarán… Caribes y taínos seguirán guerreando, obligando a los europeos a dejar algunos fuertes, pero no podrán con la continua guerra y serán casi exterminados. Y Puerto Rico seguirá colonia…
En 1968, retomando valores de Agueybana II y sus guerreros, Ramón Emetrio Bentancor peleará la independencia… Por los tiempos otros rebeldes se adueñarán del porvenir y Pedro Albizu Campos será el encargado de combatir al nuevo colonizador norteamericano manteniendo sueños de luz y libertades… Y Puerto Rico sigue colonia… Hoy, los nacionalistas mantienen vivo el calor de sus ayeres… Nunca estrella en bandera ajena, siempre estrella libre en tierras caribeñas… Macheteros de la vida, con andares de un mundo amanecido…
5. HATUEY
1512. Una comunidad de los indígenas taínos que habita el oriente de la isla de Cuba es invadida por los señores que vienen de Europa. Las viviendas se derrumban y el fuego corre por la aldea. No se respeta la vida, no importa la cultura, se maltratan las leyendas y se intenta fusilar los sueños de ese pueblo. Después de echar a los indios que sobreviven a la matanza y destruir las chozas que aún están en pie, los europeos construyen allí la capital de la isla dándole el mismo nombre que el poblado nativo: Baracoa. Los indígenas rebeldes se esconden en las montañas. Hatuey, un cacique llegado en canoa desde Santo Domingo, se encarga de organizar la sublevación. Antes toma una canasta llena de oro y dice a sus guerreros: «Este es el señor de los españoles, por tenerlo nos angustian, por él nos persiguen, por él han muerto a nuestros padres y hermanos, por él nos maltratan». La rebeldía se contagia y los enemigos se empeñan en capturar al jefe rebelde… En pocos meses los castellanos hacen cautivo al gran cacique. Los pájaros como el trueno y la lluvia llevan y traen la voz entre los vivos y los muertos. La tristeza corre por las aguas del río Toja, amarillea las hojas de los árboles, sube la montaña del Junke y nubla el cielo. Desde sus escondites serranos, las tribus piden al gran sol, dueño de todos los poderes del universo, que «entregue al gran cacique toda la fuerza que necesita para resistir al castigo. Que la luz de su cuerpo no se apague ni con el viento de los huracanes, ni con la voz del trueno, ni con la lluvia de los diluvios». En los alrededores, en la explanada que lleva al mar, en el descampado de Yara, los españoles invocan nuevamente la muerte del fuego. El hereje es el cacique Hatuey. La hoguera, el vino y el festejo son partes del rito preparado por los europeos. Un sacerdote conversa con el indio:
– Hijo no temas a la otra vida. Esta vida no es la única que has de vivir. Si tu alma acepta el bautismo, irás al reino de los cielos donde Cristo es rey.
– ¿Y quiénes viajan a ese reino?
– Los cristianos, los hombres buenos.
– ¿Y los españoles son cristianos?
– Sí, ellos creen en Cristo… son hijos de Dios…
– Entonces yo no tengo que hacer nada entre ellos. Mi alma no puede caminar con el alma de los españoles. Ella debe ser libre y vivir en el territorio que separa el reino del cielo del reino de la tierra.
– Ave María Purísima. Dios perdone tu rebeldía. Entre las llamas, la imagen luminosa de Hatuey va desapareciendo. El sacerdote observa…
Los viejos sabios indígenas hablan con el sol: «Que la luz de su cuerpo no se apague, ni con el viento de los huracanes, ni con la voz del trueno, ni con la lluvia de los diluvios, ni con el camino de los tiempos». De aquel oriente cubano, tierra de Hatuey, nacerán las luchas por la independencia lideradas por José Martí, aquel que susurrara a cuatro vientos en 1891: «En que patria puede tener un hombre más orgullo que en nuestras repúblicas dolorosas de América, levantadas entre las masas mudas de indios, al ruido de pelea del libro con el cirial, sobre los brazos sangrientos de un centenar de apóstoles…
La historia de América, de los Incas a acá, ha de enseñarse al dedillo, aunque no se enseñe la de los arcontes de Grecia. Nuestra Grecia es preferible a la Grecia que no es nuestra. Nos es más necesaria… Injértese en nuestras repúblicas el mundo, pero el tronco ha de ser el de nuestras repúblicas. Y calle el pedante vencido, que no hay patria en que pueda tener el hombre más orgullo que en nuestras dolorosas repúblicas americanas… Del Bravo al Magallanes regó el Gran Semí, por las naciones románticas del continente y por las islas dolorosas del mar, la semilla de la América nueva…».
Del oriente marchan los barbudos hacia La Habana en 1959, con la libertad a cuestas… Hoy, cuando la noche no grita con la voz del trueno, ni silba el viento de los huracanes, ni llora la lluvia del diluvio… cuando la noche es más reposada, surca el cielo de Yara una luminosidad resplandeciente. La ven los que viven cerca del mar, los de atrás de las montañas, los de Villa Baracoa, los que caminan con el sueño a flor de piel… Dicen las voces que es la luz de Hatuey, primer rebelde cubano… La luz de Yara… Alma de Oriente…
6. CEMACO
1513. «¿De dónde viene el oro?», pregunta Vasco Núñez de Balboa al cacique preso. «Del cielo viene», contesta burlándose el indígena. El español enfurecido aumenta la tortura… Cemaco, que así es su nombre, resiste un tiempo más pero al final decide decir el lugar donde queda la mina. Los españoles habían encallado con su barco en la entrada del golfo de Uraba donde fueron recibidos a flechazos. Fue entonces que decidieron marchar hacia la orilla de un río, donde se desarrolla un gran pueblo. Así alcanzaron el río Darién que «es como un Nilo en otro mundo», según dijeron. Las flechas del cacique Cemaco y su gente los esperaban para darles malvenida… Al ver un pueblo tan decidido los europeos se hincaron de rodillas y se encomendaron a Dios, luego prometieron a Nuestra Señora del Antigua: «Si vencemos, la primera iglesia y el primer poblado de estas tierras se llamará Santa María del Antigua». Cemaco y los suyos fueron derrotados. Ahora el cacique está preso, torturado por el oro y pensando en fugarse… En un descuido de sus guardias, una noche logra escapar y se refugia en la casa de uno de sus guerreros, desde donde incita a su gente: «Prepárense para atacar y no cesar de atacar al invasor». Y prepara la guerra.
Los indígenas consientes de la repugnancia que el trabajo del campo inspiraba a los europeos, ven la posibilidad de vencerlos por hambre y cuando se presenta la oportunidad huyen de las plantaciones y queman los sembradíos coordinando el accionar con su jefe «que no siempre duerme y está en todo lugar».
Hay nervioso descontento entre los invasores. Vasco Núñez envía a Francisco Pizarro con un puñado de hombres a que hagan un reconocimiento en los alrededores de la ciudad. Al poco tiempo de andar sale a su encuentro Cemaco con sus hombres… Se lucha durante minutos, y los españoles retroceden. Vasco Núñez decide salir con un gran ejército para castigar al cacique… Busca y busca pero ya no lo encuentra. Otros caciques se suman a Cemaco y mantienen la lucha. El plan es atacar la Antigua. Una joven cautiva, amante del jefe español tiene su hermano guerrero… Este la previene del peligro y la alerta a esconderse en el momento del ataque. Ella cuenta al español lo que sabe… él la convence de atraer a su hermano… Preso, la tortura se encarga del resto: todos los pormenores del complot y el nombre de todos los caciques que estarán al frente son confesados. Por tierra y agua se movilizan hacia los sitios indicados… Ajenos a la menor sospecha de traición, los indígenas son sorprendidos en medio de los preparativos del combate. El ataque no da tiempo a reaccionar. Todos los caciques son colgados… Tiempo después los indígenas incendian Santa María y nuevos caciques se sublevarán: Secativa, Tubanava, Bea, Guaturo, Corobari… Muchas zozobras esperan a Panamá… Otros invasores vendrán a quedarse con el canal y El Omar levantará el nacionalismo… pero los panameños todos tristecearán la madrugada. Tal vez un día cualquiera, de abril o septiembre, un día de luna y mil estrellas, el puma despierte… Del Darién a la sierra, del atlántico al pacífico, arderá la memoria de los sueños… y caminará la historia con sus recuerdos…
7. URRACA
1520. Este rincón de Panamá á llamado Natá es pródigo en rebeldes… Madre de rebeliones y rebeldías… Tierra de Urraca, cacique de valor, vigilante alerta del pasar español, ojo de la selva, río de las montañas… Urraca los vio llegar y los siguió. Venían capitaneados por un tal licenciado Espinosa, querían a Natá por rica, para levantar un poblado…
Aquí levantaron su campamento… Aquí el ojo del monte los sitió… Aquí los atacó… El combate fue duro y demorado antes de que los indígenas se retiraran a las orillas del río Atri, antes de que algunos guerreros se desparramaran por el campo y se dejaran prender, antes del interrogatorio y la tortura… ¿Dónde está á su jefe?», pregunta el español. «Se fue a la montaña a esconder sus tesoros», responden los nativos presos.
Sin dejar tiempo pasar, los europeos corren hacia el lugar indicado. Los tesoros no están, están sí los indígenas… esperando agazapados al invasor que muere de a muchos. Los españoles se inundan de rabia y preparan otra incursión.
«Daremos un escarmiento a la osadía de esos indios», dicen… y otra sorpresa los espera… No hay alma viviente en ningún rincón. Las flores están solitarias, el monte tranquilo, los pájaros aletean y cantan, son el único ruido… Pero donde menos lo imaginan, en la angostura de un río que camina quieto, surgen los guerreros de Natá. Aunque la victoria sea de las armas extranjeras, los conquistadores pierden varios soldados. Luego de la repartija de esclavos, los europeos fundan el poblado… Los indios cautivos no pararán en él.
Aliado con Bulaba y Musa, caciques de zonas vecinas, Urraca sigue guerreando al conquistador. Villa de Natá vive en sobresalto. Los españoles quieren prender a uno de los jefes pero no pueden. Recurren al engaño… envían un mensaje a Bulaba diciendo querer negociar y asegurando que nada le ocurrirá. El cacique confiado se presenta a dialogar. Lo dejan preso y luego lo destierran. Urraca se indigna. Si el odio a los españoles ya era país en su ser, hoy el rencor traspasa las fronteras. Reúne a su gente y habla: «Es hora de destruir aquellos que no guardan fe en sus promesas… Ni palabra, ni paz guardan. Valdrá á más morir en combate que seguir la vida de zozobra».
En pocos días inician el ataque a poblados españoles. Los indígenas esclavizados de cada lugar también se levantan. Los europeos mueren a pesar de su poderío. Villa de Natá es atacada varias veces… Y la guerra lleva años… y el poder indígena se debilita… y el ejército español arremete contra todos los poblados indios, hubiera guerreros o no… y el fuego se abre camino entre las chozas… Urraca y sus guerreros deben replegarse a las montañas.
Allí estarán repeliendo a los invasores… pero un día paran los ataques. Al ver que son pocos y el único foco de resistencia, los europeos deciden retirarse.
«Ni guerreros le quedan al Urraca ese, se pudrirán en la montaña, dejemos de atacarlos», dice el jefe español a sus soldados. Sin embargo, cada cierto tiempo, cuando la noche es día, los indígenas atacarán algún pueblo o realizarán emboscadas para obtener alimentos y «dañar algo al invasor»… La montaña se hace casa donde morir maldiciéndose por no poder terminar con el enemigo… Dururua tomará la lanza para victoriar algunas batallas, pero la noche seguirá oscura en la montaña. El atardecer de la vida se hará á dueño de Panamá con muerte, bombardeos y Chorrillos destruidos… Sin embargo la luna seguirá peleando por rumbear hacia la sierra, a encontrase con su camino libre, mojarse en el río de las montañas e iluminar el ojo de la selva…
8. TECUM–UMAN
1525. «Ese día se mató y prendió mucha gente, muchos capitanes y señores», dice Pedro de Alvarado evocando la lucha de su ejército con los guerreros maya–quiché, el año anterior… Mira el campo todavía manchado por la sangre indígena y siente satisfacción por la muerte… Las altas mesetas de la cordillera guatemalteca están habitadas por la tristeza.
Cuando los soldados españoles, gobernados por la sed de oro, entraron en esta región el pasado año, encontraron los caminos obstruidos por troncos de á árboles… Fue la primera muestra de que los habitantes del lugar no deseaban amistad con el invasor… Más adelante había grandes trincheras con palos puntiagudos clavados en el fondo… Muchos caballos y jinetes quedaron allá… los quiché sabían quienes eran los que venían. Sabían el horror del futuro… Estaba escrito en el Chilam–Balam. Llegaban los grandes amontonadores de piedras, los hacedores de esclavos… La esclavitud llegaba.
No habría paz… Tecum–Uman y sus diez mil guerreros serán los encargados de combatir al invasor. con los brazos–alas cubiertos de plumas coloridas, corona de plata y oro y en el pecho una esmeralda como espejo que refleja los enemigos… volaba como á águila… En Pacham fue la pelea. Duró tres horas y muchos guerreros cayeron… Dicen que antes de entregarse, el capitán Tecum alzó sus brazos–alas y levantó vuelo… Dicen que se lanzó sobre Alvarado y su lanza cortó la cabeza del caballo, sin matar al jefe español… Dicen que su lanza era de espejos… Dicen que cuando fue por segunda vez, Alvarado lo esperó y atravesó de un lanzazo al capitán Tecum… Dicen que cuando cayó el cacique, un águila cayó… un quetzal, un mundo cayó… Dicen «Capitán Tecum, vuelve a volar capitán»… Dicen que desde aquel día ese rincón de la América Latina se llama Quetzaltenango… Dicen que el águila y el quetzal quedaron tendidos en la tierra… Dicen que no eran dos sino uno solo… Y al final de la batalla los españoles siguieron invocando la muerte.
Dicen que «el cielo se volvió rojo, rojo se reflejó el sol, sobre la tierra encendida roja la sangre corrió»… Y un río ubicado al final del campo de batalla, hacia Olintepeque, cambió de color… de nombre cambió, Quiquel se llamó… A los cuatro días de caído Tecum un nuevo ejército integrado por la mayoría de los caciques quiché, surgió con ánimo de vengar la muerte del águilaquetzal.
Pelearon bien y decidido, pero fueron derrotados. Los muertos pisoteados por los caballos. Los prisioneros vendidos como esclavos…
«Esclavos de nuestros suelos, solo nos queda morir, más la esperanza no muere, volveremos a vivir»… Desde allí avanza la conquista hacia Utatlán, capital de los pueblos mayaquiché que, fortificada y rodeada de barrancas, resiste… Los dos jefes son quemados vivos, luego las llamas toman la ciudad… «Nos arrancaron la tierra, la milpa y el corazón, nos arrojaron al fuego, en nombre de un nuevo Dios»… A Guatemala le seguirán arrancando la tierra… Las aldeas indígenas seguirán siendo víctimas del fuego de otros ejércitos… Pero la esperanza sabrá pelear el día. Con Jacobo Arbenz en 1957. Con los que siguen buscando la libertad, en los valles, la costa, el altiplano, las montañas, la selva, los volcanes, las orillas de los ríos… En plantaciones y fábricas… Por oriente y occidente, norte y sur, por todos los rincones hay guerreros… caminantes del sueño y la esperanza… «La tarea de la liberación en el mundo indígena de Guatemala se aprende como se aprende a dar un puñado de maíz o una noche de caminata… vamos acuerpando un movimiento… pero es un gran caminar», dice Rigoberta Menchú. Y tal vez el Chilam–Balam vuelva a predecir el mañana: «llegará el día en que alcancen a Dios las lágrimas, y de sus ojos baje la justicia de un golpe sobre el mundo…
9. CUAUHTEMOC
1525. «Llovió y relampagueó y tronó aquella tarde, hasta media noche, mucho más agua que otras veces. Y desde que fue preso Cuauhtemoctzin quedamos tan sordos todos los soldados, como si de antes estuviera un hombre llamando de un campanario y tañesen muchas campanas, y en aquel instante cesasen de repente de las tañer…», así describe el anónimo de Tlatelolco el día en que el último rey de los aztecas fue preso… Primero fue una llama grande, después cuando ya era nochecita fue una llovizna y vino la niebla… cuando la noche ya era oscura apareció nuevamente el fuego surgido como desde el infinito para ir a morir en la laguna. Cuando llegaron los españoles Cuauhtemoc se rebeló contra su suegro Moctezuma por considerarlo muy servil a los extranjeros, después organizó la defensa… Ya hace cinco años que echó a los europeos de Tenochtitlan, cinco años de la noche triste. Ahora la noche es mucho más triste aún, Tenochtitlan cae junto al jefe azteca… A la ciudad la incendian, a él se lo llevan en la canoa mientras el pueblo llora… Los de barba descargan sus cañones festejando el fuego de la muerte… Los indígenas comienzan su éxodo… por el agua se van, con los hijos a cuesta escapando a la masacre, se van… Algunos se ahogan, otros son muertos por los españoles. Muchos no son vistos y logran escapar, los conquistadores ya están más preocupados con el oro y las piedras preciosas… con el saqueo y la codicia… Noventa y tres días resistiendo. Unos escuadrones en las calzadas, otros en las canoas, otros abriendo trincheras algunos haciendo lanzas, flechas y piedras rollizas para tirar con las hondas… Mujeres, hombres y niños, todos embarcados en lo mismo, todos peleando el futuro… Dominada la ciudad los europeos destruyen los edificios que aún están en pie y luego aplanan el suelo para enterrar todos los cadáveres de una sola vez. Más tarde, sobre las ruinas de Tenochtitlán edificarán la Ciudad de México. Cuauhtemoc y sus amigos Coanacoch y Tetlepanquetzal, caciques que lucharon junto a él, reciben el martirio de la tortura, soportando con dignidad y silencio. Tecuichpo, copo de algodón, joven esposa del rey sufre la suerte reservada a las prisioneras: primero la viola Cortés y luego sus soldados. Los españoles preguntan por el tesoro abandonado cuando huyeron de Tenochtitlan, el día de la noche triste. Cuauhtemoc queda inválido de los pies pero no habla, los otros dos caciques también se mantiene sin decir una palabra… todos callan.
Los soldados están nerviosos, reclaman el oro y creen que Cortés lo tiene pero se lo da sólo a sus colaboradores más cercanos. Algunos se alzan y sale a perseguirlos con los hombres que le quedan, se lleva a los indígenas para «asegurarse». La tristeza corre por todo el territorio. Toman la ruta del sureste, atraviesan ríos y llegan a las zonas pantanosas. Hacen, deshacen y rehacen caminos muchas veces. Cuando se aproxima la tropa, los pueblos se vacían, la gente se esfuma sin dejar nada. Se acaban los víveres y empieza el hambre, la sed, el miedo, las enfermedades. y la fatiga. Al llegar a la provincia de Acalan, más tarde estado de Campeche, para descansar… los indígenas deciden cantar su historia recordando glorias pasadas. Los jefes y los otros indios que van en la expedición bailan su areito con alegría… Ríen del destino.
El conquistador tiembla, siente miedo al ver la seguridad de sus enemigos… los acusa de conspiración y decide matarlos de una vez. Cuauhtemoctzin y Tetlepanquetzal son colgados del sagrado árbol de la ceiba, los otros son muertos poco a poco: aperreados unos, ahorcados otros…
Cuauhtemoc traspasa el fuego de la noche, destierra los nubarrones y se adueña del camino reclamando los mañanas que vendrán… Vendrán con el cura Hidalgo y José Morelos en 1810, con Juárez en el 61 y con Emiliano Zapata y Pancho Villa en 1910. Vendrán con la revolución y se irán… pero seguirán viniendo, aunque no se vean… los mañanas seguirán viniendo…
10. LEMPIRA
1531. En el departamento de Gracias, Honduras, la montaña Cerquín es una fortaleza que resiste a los conquistadores. Inexpugnable a caballos, cañones y arcabuces, vive su vida de comunidad. Lempira, un cacique de cabellera adornada con plumas de Quetzal comanda los 30.000 indígenas que no aceptan ser esclavos. «No quiero conocer otro señor, ni saber otra ley, ni tener otras costumbres que las que tengo. A Cerquín no podrán entrar» suele decir el jefe indio mientras observa el ave sagrado, con su cola de brillantes colores, hacer nido en los huecos dejados por pájaros carpinteros, o volando de rama en rama para recoger sus frutos. «Solo la traición, puede vencernos –piensa–, pero la traición, no hace nido en mis guerreros». Años queriendo exterminarlo sin poder, los españoles sueñan con Lempira creyéndolo fantasma. No quieren aceptar su vida pero no pueden ignorarla. Su ejemplo los intranquiliza… y llega a otros pueblos. Los indígenas establecen una red de abastecimiento de agua y maíz que con las frutas del monte son la comida.
Los europeos buscan cortar la red. No pueden descubrirla. «¿Por dónde les llega la comida? Están cercados y en esa montaña inmunda es imposible producir algo», gritan cargados de ira. Nadie logra penetrar en el Cerquín pero los guerrilleros indios entran y salen.
Conocen cada rincón, cada precipicio, cada escondrijo… Pedro de Alvarado, conquistador de Guatemala había logrado dominar todos los jefes de los pueblos asentados en Honduras.
Así, luego de cientos de muertes pudo fundar la ciudad de Gracias a Dios, muy cerquita del Cerquín. Lempira y sus compañeros fueron irreductibles.
Indomables como la propia montaña, la selva o el valiente puma… «Vamos a terminar con ese indio» decían los españoles. Expedición tras expedición regresaban sin victoria. Luego de mucho perder usan la astucia… usan la traición,. Los soldados tiene miedo y no aceptan el plan. El capitán Alonso de Cáceres obliga a dos de sus lugartenientes a cumplir la misión. Se trasladan a la montaña–fortaleza, uno lleva bandera blanca de rendición, otro va detrás armado de arcabuz. Cuando Lempira se acerca a dialogar una bala se introduce en su corazón. El cuerpo rueda por la montaña… la vida camina símbolo de la raza… vuela en cada Quetzal… renace en Francisco Morazán tres siglos después, vive en los que no quieren ser esclavos… Más después, cuando desde las bananeras del litoral, o los cafetales del sur miran hacia las montañas, ven al cacique saltando el horizonte… como el Quetzal, libre de jaulas y anocheceres…
11. RUMIÑAHUI
1535. Francisco Pizarro, el conquistador, llegó al territorio incaico con su sed de oro. Atahualpa, el Inca, para salvar su vida ofreció llenar un cuarto con piezas del metal amarillo sin combatir a los invasores. Rumiñahui, el guerrillero, se indignó con la actitud de su hermano y decidió pelear. Antes dijo: «Los extraños que han llegado no son ningunos Viracochas, son simples mortales y ladrones. Nos vienen a ofender. Se viene la sombra de la esclavitud. Si no luchamos hemos de hundirnos en el duelo y la miseria». Pero su insistencia de combatir a los extranjeros en Cajamarca fue en vano, entonces decidió marcharse hacia Quito donde se nombró Scyri y organizó la lucha. Hace dos años cuando el aventurero Pedro de Alvarado, conquistador de Guatemala, quiso llegar a Quito, tuvo que soportar las guerrillas de los rebeldes. Atraído por las riquezas del Cuzco, llegó Alvarado a la costa de Manabí con siete embarcaciones, muchos caballos, soldados, cientos de indígenas guatemaltecos sometidos y algunos esclavos negros.
La marcha desde los pantanos tropicales hacia las nevadas montañas, fue una derrota. En el camino se perdieron, abandonados por los guías; los indígenas de Guatemala y los esclavos negros –desconocidos del frío–, murieron congelados; y al fin, Rumiñahui los echó a correr. Y caminó una voz por los caminos: «nadie vence al señor de Quito». Benalcázar que había fundado Guayaquil fue el encargado de marchar con su ejército en busca del líder indígena. Antes envía un mensajero con una cruz y la oferta de amistad.
Los rebeldes devolverán su cadáver. En Cajamarca habían visto un símbolo de madera igual, en las manos de un tenebroso fraile que secundaba a Pizarro. Después Rumiñahui se prepara para recibir a Benalcázar. Reúne a su gente y le dice: «Es preferible morir que aceptar la esclavitud de estos hombres que robarán tesoros, mujeres y tierras». Al hablar, un volcán parece salirle desde adentro, arde su voz, sonríe su corazón y vibran sus guerreros.
Benalcázar consigue una alianza con los cañaris para combatir a los rebeldes… el jefe indígena se adelanta y le sale al encuentro en las llanuras de Tiocajas. El lugar, favorable para el andar de los caballos españoles, no impide que los rebeldes anulen el poder del enemigo. Cada vez que matan un caballo le cortan la cabeza para mostrar que no son inmortales. La batalla va desde el mediodía hasta que la noche oscura obliga a suspenderla… y continúa al día siguiente con la salida del sol. Las llanuras de Tiocajas estaban llenas de trampas para que los europeos y sus potros quedaran ensartados… un traidor avisó Benalcázar el lugar y mostró un camino seguro para retirarse a Riobamba. Rumiñahui no desanimó y decidió atacar la ciudad… En la hora del ataque el volcán Tungurahua entró en erupción. Muchos indígenas, aterrados, creyendo que se trataba de un mal augurio, huyeron bajo la lluvia ardiente. Los españoles no se cansaron de matar gente que corría indefensa. Rumiñahui se retiró con sus soldados más fieles hacia Ambato. Luego se fue a Quito, envió a lugar seguro a los más débiles y escondió los tesoros de Atahualpa… Al acercarse los invasores obstruyó los canales que abastecían de agua la ciudad y les prendió fuego antes de retirarse… La cordillera fue su último refugio. Hasta allí marchó Benalcázar a buscarlo. Tras la resistencia logró prenderlo. Y vino la tortura… «¿Dónde están los tesoros de Atahualpa?», preguntan los invasores. «En un rincón de la montaña», responde el jefe indígena y los envía a un lugar donde nada hay… Así será durante algunos días… Las pistas falsas sirven para reposar un poco, antes del nuevo tormento… Los españoles se cansan de la burla. Al ver que no obtienen la palabra su ira se desenfrena y Benalcázar determina la justicia: muerte en la hoguera… Pero el fuego no muere la memoria… la aviva, la hace caminar por el viento de los años… la renace en las rebeliones que vendrán.
12. TISQUESUZA
1536. El reino de los chibchas está ubicado en las mesetas orientales, junto al río Magdalena. Es gobernado por dos señores: el zaque de Tunja, Quimunchatecha y el zipa de Bogotá, Tisquesuza. Cuando llegan los españoles dirigidos por Jiménez de Quesada, el zipa ordena vigilar sus movimientos por el día y por la noche, para saber qué hacen en estas tierras…
Y así dice a su gente: «Vos que tomás y traés las aves que por el aire van volando. Y los venados, que en la tierra por su mucha ligereza no hay animal que se le compare. Y además tomás en las manos otros muchos animales de ferocidad sin igual… Vos no sos tan poderoso ahora, para terminar con ese pequeño número de extraña gente que por mi tierra tan atrevidamente se meten?. Sujétalos presos hasta aquí».
Tisquesuza no imaginaba las armas que traían consigo las «extrañas gentes». Vestido con su manto rojo bordado de esmeraldas se pone al frente de sus guerreros en la lucha contra el ejército español. Perdida la batalla, unos se retiran con su jefe hacia Cajicá, otros se mantienen atrincherados en las casas de Bogotá, donde son cercados. Un guerrero sale y desafía a los españoles a luchar de a uno para terminar la guerra creyendo que lo válido en pelea con otras tribus, también serviría con los europeos… Un soldado a caballo, arremetió hacia el iluso indígena levantándolo por los pelos y llevándolo colgado hasta donde estaban los otros.
Este hecho enmiedó a los guerreros, que por la noche decidieron abandonar en silencio el cerco extranjero. Tisquesuza retirado hacia la sierra inquietará a los españoles durante largo tiempo. Cierto día llega la noticia a los europeos de que vive en una casa de oro… deciden ir a buscarlo enceguecidos por la codicia. Un traidor informa que el cacique se encuentra en un bosque cercano a Facatativá. En la noche Quesada y sus hombres caen sobre ellos como cazador en busca de su presa. Primero los cerca de trampas, luego los ataca.
Tras algunos minutos de contienda caen varios indios muertos… entre ellos está el zipa… Sin embargo esto no amedrentó a los guerreros que siguieron resistiendo… los españoles tuvieron que retirarse sin conocer la muerte del zipa, ni el paradero de sus tesoros. Los indígenas entierran a Tisquesuza con todos los honores de señor, sin que los europeos lo sepan. Nunca conocerán su tumba o las riquezas… El sobrino del cacique apresado con otros señores promete llenar una casa de oro, para salvar su pellejo… no resiste la prisión y muere antes de que se cumpla su decir… El tiempo traerá nuevas batallas y habrá un Calarca saltando la montaña… para abrir paso a otros, peleando por la selva, luchando por su gente, el árbol y las fieras…
13. ARACARE
1542. Alvar Núñez Cabeza de Vaca había llegado a Asunción en busca de la «Sierra de la plata», un espejismo inexistente, que no encuentra… pero decide ir más allá… quiere subir el río Paraguay hacia los territorios carios. Aracaré cacique de valor, respetado por su gente se finge sometido y se ofrece para acompañarlo. Se embarcan rumbo a un nombrado Puerto Piedras.
Ochocientos indígenas a pie van junto a los invasores. Aracaré se mueve entre las sombras para que los europeos no se den cuenta de su conspiración…
Con extremado sigilo dice a sus fieles que incendien los campos por donde pasan… así los habitantes saben que están llegando los invasores. «Debemos luchar contra estos hombres que con solo llegar ya se creen amos», comenta el cacique a la gente que lo sigue. Los indígenas que van con la expedición desaparecen como imágenes en el monte… y no enseñan el camino. Los españoles se pierden entre los árboles iguales… Ya no hay indios que los guíen, el viento parece habérselos llevado. Aracaré aprovecha el momento y los ataca rápidamente, luego desaparece entre la vegetación… Los españoles se desesperan y deciden regresar. Tiempo después realizan una nueva expedición, esta vez son guiados por otros indios que también están en combinación con el cacique. Sin saberlo los conquistadores van hacia las tierras gobernadas por Aracaré… allí son atacados y deben esconderse. Los guías fingen estar junto a ellos y les muestran un camino para escapar. Llevan a los soldados por lugares despoblados donde pasarán hambre y sed durante treinta días.
Algunos indígenas morirán y otros se marcharán… A los europeos los tocará el delirio, al quedarse solos en la extraña tierra. Como una sombra, Aracaré los atacará nuevamente, de a ratos para producirles pequeños estragos y ponerlos más nerviosos… Finalmente algunos lograrán regresar. Para los españoles era una traición, ver los nativos defender su tierra… Cabeza de Vaca, quien se decía cumplidor de las leyes, se reúne con los oficiales de sus tropas y los sacerdotes que lo acompañan… Entre cuatro paredes se inventa la justicia: «los daños notorios que el tal Aracaré viene causando a la corona lo transforman en enemigo capital de la cristiandad». El jefe no se quedó esperando, antes de que salieran a buscarlo los atacó nuevamente… varios serán los combates… Cuando lo llevan preso dicen a los indios de la zona que su prisión es justa por la rebeldía del cacique… Intentan explicar que la condena: «pena de muerte corporal en la horca» se apoya en la ley… Al parecer los nativos no creyeron las palabras de los conquistadores porque al morir el líder vino una gran sublevación, comandada por su hermano Taberé.
Para reprimirla, Alvar Núñez juntó a cuatrocientos soldados y dos mil indios sometidos. «Expulsará‚á a Taberé y sus amigos y terminará‚á con todos los indios fieles», dijo el jefe español a su ejército antes de marchar. Taberé los esperó en una ciudad defendida por grandes muros de madera y rodeada de fosos–trampas cubiertos de ramas. Tres días estuvieron intentando entrar al poblado… tres días fueron repelidos por los indígenas… Al cuarto, cuando llegaba la tarde, lograron entrar. Mataron a todos los que se cruzaron por el camino y apresaron muchas mujeres. «El todo poderoso nos dio su gracia de que fuéramos vencedores de nuestros enemigos y ocupáramos el pueblo, y matáramos mucha gente», señala el cronista español relatando la masacre.
Como los carios los indígenas de las tierras paraguayas no aceptarán las imposiciones europeas… caminarán la vida peleando su dignidad, cultivando comunidad en las Misiones… sembrando su libertad… Y vendrán otros que no aceptarán invasores, y habrá un Solano López peleando a la traición inglesa y sus súbditos de la triple alianza… y caminará el tiempo, y siempre habrá alguna esperanza…
14. SEBASTIAN LEMBA
1550. El maniel es la casa, la escuela, la comunidad del cimarrón. Después del sufrir como esclavo en los ingenios de caña de azúcar de Santo Domingo, la vida allí se pinta de música y colores. Enseñanza de vida y combate, oficio de libertad. El maniel es una fortaleza negra, rodeado de trampas. Los bohíos se levantan a poca altura para que la vegetación los oculte. Entre uno y otro hay cierta distancia.
En esos terrenos se cultiva maíz, frijol, malanga, yuca y tabaco… a veces también se siembran otras cosas. Lo que se produce se reparte entre todos… se autoabastece… Para obtener carne, pólvora, sal y fusiles intercambian su producción con piratas. Dedican gente especial para el trato, manteniendo siempre prudente distancia. Al maniel llegan los negros alzados que no aceptan la esclavitud y algunos indios taínos que luchan por su libertad.
Don Tomás, veterano de mil peleas, es el encargado de explicar a los jóvenes el porqué de la lucha. Y les cuenta de la necesidad de proteger la naturaleza… les habla de cómo sus abuelos aprendieron a amar la montaña, el monte, la noche y la lluvia libre… les habla de los dioses africanos que los protegen y les comenta de los grandes capitanes negros… Cuando habla de Lemba sus ojos se humedecen. Hace dos años el gran jefe de los sublevados partió bendecido por Xangó hacia el infinito de la memoria.
Hacia la otra vida… «Cierto día –cuenta Tomás–, Sebastián Lemba reunió a la gente y le dijo: ‘No se trata solo de escapar de los blancos. No podemos quedar conformes por llegar aquí y estarnos tranquilos. Tenemos que combatir al español allá, en sus ingenios… abajo, atacando sus intereses’. Así hablaba el capitán del Bahoruco Viejo, jefe del maniel Enriquillo». Lemba pensaba que con quedarse en la montaña se le hacía poco daño a los invasores, mientras los negros venidos de África y los indios taínos seguían como esclavos. Y para poner en práctica su pensar prepara el primer ataque a un ingenio de San Juan. Al frente va un grupo comandado por el propio Sebastián, en la retaguardia los hombres preparados para resistir la pelea en caso de que los sorprendan. Ya cerca del ingenio se allega uno que comenta: «comandante el ingenio está vigilado por altas torres donde hay guardias mirando. Los otros parecen estar dormidos». Lemba agradece la información y le comenta: «muy buen dato, pero sigamos hacia el objetivo».
Prefiere no opinar sobre el tipo de ataque que harán… por seguridad y porque es mejor conocer la realidad del lugar donde pelear. Ya casi dentro del ingenio interrumpe la caminata.
– Compañeros, es muy fácil. Ya sé lo que debemos hacer para que los guardias no nos descubran.
– Si capitán, ¿qué hay que hacer?, preguntan intrigados los guerreros.
– Para que no nos descubran, solo tenemos que no dejarnos ver.
Tras despertar la risa de su gente, mandó a un grupo por la puerta lateral de la hacienda. Otro irá por el frente y algunos rebeldes se encargarán directamente de los guardias.
Cuando ya estaban todos ubicados en sus puestos vino la señal de ataque… Uno de los vigilantes intenta dar la voz de alarma pero muere en el instante, atravesado por una daga. Los demás guardias son sometidos fácilmente. En pocos minutos la hacienda está ocupada… Bajo luz de velas, Lemba toma la palabra: «Muy bien señores, digan a sus amos que por aquí pasó Sebastián Lemba y sus combatientes, y que se anuncia para ellos la llegada de momentos muy difíciles. El cimarrón, como dicen ustedes, ha de luchar hasta que el español desaparezca del mapa». Los guardias sudan y tiemblan del temor a las represalias rebeldes, pero el jefe mantiene su hablar…
– Compañeros, recojan toda la comida y el azúcar que puedan, y que todos los hermanos mantenidos como esclavos si quieren venir con nosotros que se vengan. Traigan también los caballos.
– ¿Y qué hacemos con los españoles?, pregunta uno. – Los dejaremos vivos, si es que pueden vivir después de haber botado tanta agua del cuerpo. Vamos al maniel y que la libertad de nuestra gente, más que sueño sea una realidad.
Así, Sebastián Lemba se convierte en el hombre más buscado por los españoles, y también más respetado y temido. Las lomas de San Juan y el Bahoruco Viejo son los lugares de su resistencia. El ataque a los ingenios se multiplica, las quemas a la caña sembrada también. Los europeos ven su economía amenazada… las expediciones contra el capitán fallan, una vez tras otra. En septiembre de hace dos años, en un combate de la Loma de la Paciencia, cerca del río San Juan es la hora… luego de mucho pelear, una bala atraviesa el corazón de Lemba. Así cae el jefe cimarrón ante el casi asombro de sus compañeros. Los españoles le cortan la cabeza después de muerto, la llevan a Santo Domingo y la cuelgan de un gancho, en la plaza central. «Así temerán lanzar nuevas rebeliones», afirma un español, creyendo haber terminado la resistencia cimarrona… El viejo Tomás habla a los jóvenes de la necesidad de seguir peleando y así conquistar la libertad «para mantener viva la llama y poder vivir libres: como el viento, el agua y el sol, sin trabajos forzados, ni latigazos…».
La semilla que sembrara Sebastián Lemba germinará por los rincones de la República Dominicana. Las rebeliones y los rebeldes seguirán reproduciéndose por los caminos… 238 años después el capitán José Eleocadio vivirá la lucha con igual fervor, atando viento y fuego a su pensar…
15. LAUTARO
1558. La tierra de Chile parece hundirse ante la furia de los araucanos guerreando a los conquistadores. A su frente, un cacique de sangre ardiente que vuela como pájaro cuando cabalga: le llaman Caupolicán. Algunos cuentan que la luna deja de caminar para verlo pelear… y cuando la batalla termina sigue su marcha, dando paso a los recuerdos.
Cuando Caupolicán fue elegido Gran Toqui, por todas las tribus de Arauco, venció a diecinueve postulados. Realizó todas las pruebas encomendadas, hasta terminar cargando el tronco de un árbol sobre sus hombros durante tres días y tres noches. Al cuarto día lo dejó caer y casi inmediatamente organizó el ataque contra los españoles.
Ahora mira los campos y acompasa el pensar de la luna: «El año que pasó, cuando caminábamos venciendo al español, mi hermano Lautaro fue muerto por la traición…».
Lo había conocido enemigo: 1553, los llanos de Tucapel y una de las tantas batallas que tuvo el pueblo araucano…
Valdivia, jefe del ejército español, viendo la victoria esquiva, decidió formar tres batallones: uno fue al enfrentamiento directo, otro atacó por los flancos y el tercero integrado por indígenas a la orden de los europeos, esperó en una loma para asomarse en el momento que fuera necesario. Lo comandaba Lautaro, un joven de 17 años que observaba mansamente la pelea. Pero de repente el fuego brotó de su alma y la rabia ardió en su sangre; sopló el cuerno de guerra y al grito de «cobardía» se lanzó con su batallón, como águila, contra los españoles. Su huaiqui se encargó de Valdivia… Luego, en la noche, los mapuches vistieron las ropas de los vencidos, abrieron la boca del jefe enemigo y le hicieron comer tierra mientras le repetían: «Quieres oro, hártate de oro».
Después Lautaro fue nombrado Vice Toqui. Fueron años de mucha pelea hasta caminar venciendo. El ejército araucano se hizo dos: uno, al mando de Caupolicán, puso sitio al poblado La Imperial; el otro, dirigido por Lautaro, venció al capitán español Francisco Villagrán y se apoderó de la Ciudad de la Concepción. Pero surgió un traidor para matar la vida… por las rucas de Arauco caminó la lágrima, el licor de murtilla intentó calmar la tristeza de los guerreros y la luna escondió parte de su cara, ocultando la luz nocturna. Ni el águila ni el pinguén volaron su volar más alto… Lautaro, tendido sobre el yuyal, entregaba así su pillán al Neulén… Muchas argucias había enseñado a los araucanos: dominar los caballos, cubrirse de arbustos para avanzar hacia el enemigo, colocar trampas, utilizar lazos para voltear a los jinetes. Mucho había dejado… ahora Caupolicán recuerda.
Horas antes de que el sol se oculte, horas antes de que las flechas de otros traidores penetren en su cuerpo, horas antes de que sus hermanos comiencen a decir «el fantasma sigue cabalgando como tigre en el viento».
Los araucanos no se rinden. Decenas de levantamientos se sucederán. Los españoles se verán jaqueados durante años por Yanequeo, una bella mujer que dirige a los puelches en ataques sorpresa contra los poblados y después se oculta en el monte.
Los indígenas dirán que «las almas de Lautaro y Caupolicán siguen caminando por el cielo, la luna les da protección y se incorporan en los que pelean…». Tal vez en 1815, algún guenupillán, tocó al guerrillero Manuel Rodríguez en su lucha contra la Corona Española. Tal vez vivan… Hoy los mapuches sufren el lloro de la realidad, pero –como antes– no lo aceptan… siguen peleando su autonomía…
16. GUAICAIPURO
1560. En la región de Caracas habitan los teques y los caracas, dos tribus indígenas que se han unificado y eligen su cacique supremo por voto popular.
Seis meses hace ya que Guaicaipuro fue elegido, y tres días que empezaron a llegarle malos augurios… Por las costas aparecieron gentes extrañas: «Llevan en la cara la color de las nubes ligeras de la mañana y toda manchada de cabellos espesos… están cubiertos sus cuerpos por una piel tejida tan sólida que no le penetran los más duros y agudos dardos», así el mensaje corre y llega al jefe.
Después de arrasar con lo que encontraron a su paso, los hombres pálidos construyeron casas rodeadas de trincheras y profundos pozos, para resistir posibles ataques de los que aquí viven. El cacique no espera que lleguen a sus dominios, no espera que la mañana tome el color de las nubes ligeras, no quiere que la noche pierda su luna… Levanta su pueblo en armas… Desde muchos rincones llegan los guerreros para concentrarse en el valle de los caracas… varias tribus de la zona se pliegan a la lucha.
El valle es un arco iris de penachos de plumas brillando al sol. Enseguida atacarán el poblado construido por los recién llegados. Asaltarán con arrojo las trincheras, pelearán cuerpo a cuerpo sin temor a las armas de fuego, querrán tomar la ciudad… pero el poderío europeo es mayor. No basta la fuerza, ni las flechas, ni los dardos, ni el valor: el enemigo vence.
Guaicaipuro siente la derrota como una deshonra personal y piensa en el suicidio. Un viejo sacerdote de los teques interviene: «Lo que ocurrió es una prueba caprichosa de la loca fortuna. Hay que seguir peleando, debemos acosar, herir y asaltar a los extranjeros para que dejen estas tierras»… Las palabras reaniman al cacique y la guerra de guerrillas se desata. Cuando sale el sol o se oculta, bajo el relámpago o la lluvia silenciosa, con el viento o el silencio de la quietud, en cualquier momento los guerreros atacan a los españoles… Surgen desde las sombras y por las sombras se van… Durante siete años escapan al enfrentamiento directo porque saben sus limitaciones. En Antímano no pueden evitarlo. Los cañones destrozan batallones indígenas uno tras otro. Los nativos siguen guerreando. Luego de tres horas, ya cansados algunos desertan. Guaicaipuro no tiene otra opción que refugiarse en la montaña.
Los españoles fundan Santiago de León de Caracas y el cacique se transforma en su pesadilla. Varios ejércitos llegan desde España para defenderla del puñado de rebeldes… Un capitán al frente de ciento ochenta soldados es el encargado de ir a buscarlo, si vence tendrá de recompensa una alcaldía. El cacique junto a veintitrés hombres se parapeta en uno de sus refugios de la montaña: una casa de madera, que resiste el embate durante varias horas. Ni los indígenas pueden poner en fuga a los soldados, ni estos derrotar a los guerreros…
Recurren al fuego, que avivado por el viento arde la cabaña y obliga a los rebeldes a abandonarla. Al salir, el jefe indio grita a sus enemigos: «Español cobarde, le falta el valor para rendirme y se vale del fuego para vencerme. Soy Guaicaipuro, a quien tanto buscas y quien nunca tuvo miedo a su nación soberbia. Aquí me tienes, muéreme para que con mi muerte se libre del temor que siempre le causó‚á». Y así, lanzando una flecha tras otra, corrió contra ellos. Varios soldados murieron, pero él fue atravesado por una bala. Luego lo remataron. Su rebeldía se mantiene hasta que deja de ver el cielo y la floresta. Ya agonizante habla a los conquistadores: «Ven extranjero, ven a ver como muere el último hombre libre de estos montes», luego deja de respirar. Su cabeza fue colocada en un lugar muy frecuentado, para que todos la observaran. La luna se nubló; el Orinoco, el Apure y el Arauca ensombrecieron su cauce; el viento se aquietó como triste con la vida; no hubo ruidos, hasta los pájaros decidieron callar, todo el paisaje se silenció y las lágrimas caminaron por el valle con su pesar… aletargando las miradas. Pero la alegría siempre vuelve a nacer y la sonrisa revive… Yaracuy caminará el mismo paso guerreando al invasor… y habrá un Bolívar peleando la independencia…
17. YARACUY
1569. Tranquilos con su universo, en paz con la naturaleza y alegres con su destino, así viven los yaracuyes. Habitan la costa norte del Golfo de Paria, unos quinientos kilómetros al oeste de la ciudad de Caracas. Mansos viven hasta que llega el europeo y se instala como en terreno propio…
Si bien hace años que invadieron la región, todavía no habían incursionado por la zona de los yaracuyes. Indignado ya con la presencia tan cercana de los extranjeros en su territorio y con voluntad de pelea, el gran cacique Yaracuy envía un mensaje a Mencio Vargas, jefe de las tropas españolas, y le dice:
«Les pido con mi pueblo que dejen estas tierras, que no les pertenecen y se marchen hacia otros rumbos». La respuesta del europeo fue contundente «Id a decirle al cacique que venga él a echarnos». Y así fue. El cacique fue a echarlos…
Primero ataca con sus guerreros un destacamento de indígenas al servicio de los invasores, luego el campamento del Tocuyo, donde está el jefe de los conquistadores con sus soldados… En la batalla de Cuycutóa los yaracuyes logran la victoria. Los vencedores saquean el campamento español y los poblados cercanos, luego persiguen a los colaboradores indígenas. El jefe Yaracuy se molesta con esta acción y los reprende: «Ese proceder es tan feo como cobarde, no somos saqueadores».
Cañones, arcabuces y otras armas son capturadas por los rebeldes pero no pueden utilizarlas porque desconocen su manejo. Los yaracuyes confían que su victoria ya es definitiva y se dispersan. Los conquistadores aprovechan el tiempo reconstruyendo sus filas: setecientos hombres de todas las armas llegan desde Europa, quedan bajo el mando del conquistador Diego de Losada y parten en busca de los sublevados. En Uricagua, que así llamó ese paraje el jefe español, fue el enfrentamiento final. Los indígenas luchan con valor pero igual les llega la derrota. Yaracuy es preso y atado a un árbol. Luego, cuando ya la batalla había terminado, un capitán español manda que lo desaten. El agua del sudor le moja los cabellos, las gotas corren por su rostro y se deslizan por el cuerpo desnudo, solo cubierto con algunas plumas y cordajes.
En el túnel de sus ojos negros se observa el dolor y el fuego de la rabia. Los españoles lo miran asombrados. El capitán dispone a seis soldados y un cabo para custodiarlo. Le hacen seña que permanezca sentado, hasta que resuelvan su destino… El no hace caso y permanece de pie, quieto, silencioso, mirando al suelo rojo de la sangre fresca… Los europeos se distraen un poco al ver que el cacique no da muestras de resistencia. Pero de repente se lanza sobre un soldado, quita su arma, atraviesa el pecho del capitán y lastima otros tres… Los arcabuces se descargan sobre él. Cae en su tierra, se revuelca en su sangre y se introduce en la leyenda… Los indígenas que logran escapar se marchan a las montañas con el jefe en sus pensares… Organizarán guerrillas indígenas para acosar a los españoles durante veinte años… El espíritu Yaracuy recorrerá el Caribe…
18. JUMANDI
1578. La selva que durante miles de años protegió a los indios Quijos ha sido violada por los hombres de la espada y la cruz. Los sagrados árboles del monte comienzan a caer y los pájaros no cantan su voz alegre… El culto de los indígenas quiere ser substituido por la religión de un Dios distante y otro hablar… Pero los Quijos mantienen sus ritos escondidos en la floresta y sus sacerdotes siguen siendo sabios profetas de lo que vendrá, porque todo los ven conversando con los Supay.
Jumandi el gran cacique no acepta someterse a los conquistadores que quieren usurpar su mundo. Solo piensa en destruirlos… Antes consulta a los supremos sacerdotes Guami y Beto. Ellos hablan con los dioses y el gran volcán Sumaco es testigo del hablar. Días después todos los caciques se reúnen para escucharlos. Guami dice haber bajado a las entrañas del Sumaco para ver a Sabela, la diosa del infierno: «cinco días viví con ella y me ordenó que termináramos con los europeos porque ellos cortaron nuestra libertad».
Beto asegura haber hablado con el gran Supay selva adentro: «me dijo que el Dios de los cristianos está con mucha ira de los españoles y quiere que los ataquemos». Luego de escucharlos, entre dosis de yuco bravo preparan la conspiración. La furia de los espíritus se contagia y las lanzas guerreras se levantan. Jumandi secundado por Guami, dirige la arremetida contra la población española de Avila que cae en pocas horas. Beto comanda el ataque sobre el poblado de Archidona, que –prevenido– logra resistir por más tiempo, aunque igualmente es abatido. Tras la victoria Jumandi es nombrado por el pueblo Quijo como Jatum Apu, encargado de conducirlo hacia la libertad. Las próximas ciudades a ser atacadas son Baeza primero y Quito después.
Jumandi habla antes con su gente: «La expulsión del invasor debe ser total. Nuestro sufrimiento es el mismo que el de nuestros hermanos de las montañas. La libertad de los Quijos comienza en la libertad de todos. Y que los Supay nos guíen». Los chasquis llevan el mensaje a los indígenas de las tierras altas para que se sumen al levantamiento… Eso no ocurre, y una gran expedición militar sale de Quito para defender Baeza del ataque de los Quijos… Al frente del ejército español están los traidores Francisco Atahualpa y Jerónimo Puento junto a cientos de indígenas admiradores de sus dueños…
El ataque a Baeza es sofocado y el alzamiento derrotado. Jumandi, Guami y Beto son llevados a Quito para recibir la justicia española: primero los pasean por las calles atados a un carro, los torturan con fierros candentes y finalmente los ahorcan.
Sus cuerpos descuartizados son exhibidos en la plaza principal y sus cráneos permanecen allí por muchos años, «para que bien los miren» según dicen…
Pero el último grito del cacique rebelde retumbó iluminando distintos rincones de la geografía, y nuevas rebeliones surgieron: en 1760 San Miguel de Molleambro; 1764 Riobamba; 1768 Cualaceo; 1777 Cotacachi; 1778 Guano, Otavalo y Cayambe; 1781 Alausí… Hoy la Amazonía ecuatoriana está dividida entre las grandes empresas petroleras, madereras, agrícolas o mineras. Se han contaminado ríos, exterminado especies animales y vegetales, y varios grupos indígenas están a punto de extinguirse… Pero son los Huaoranis quienes corren más riesgo, por eso están en guerra… defendiendo la selva que hace latir sus corazones… y los hace respirar. En junio de 1990, de la Amazonía al Cotopaxi, del Cotopaxi al mar, los indígenas del Ecuador volvieron a sonreír cuando todas las nacionalidades unidas realizaron su mayor levantamiento en años… Ocuparon carreteras, entraron en latifundios, detuvieron soldados, no sacaron productos al mercado, tomaron oficinas públicas, realizaron movilizaciones y concentraciones. El ejército salió a la calle, hubo algunos enfrentamientos, penetró en las comunidades, golpeó y baleó defendiendo a «los de mucha tierra». Cuatro indígenas muertos, varios heridos y decenas de presos… Luego de tres días el gobierno aceptó dialogar… Y en mayo de 1992 los rebeldes volvieron a caminar desde la Amazonía… de Pastaza a pie se llegaron a la capital… Tal vez el espíritu de Jumandi había decidido salir de las entrañas del Sumaco para marchar la vida junto a sus hijos…
19. NICAROGUAN
1666. Los caciques Nicaragua y Nicoya obsequian objetos de oro y plata, y telas hermosas a los extranjeros… Están fascinados con los españoles que hace poco llegaron a estas tierras… hacen a su gente trabajar para el invasor…
Nicaroguán, señor de las montañas del sur observa indignado a sus vecinos y hace conocer su sorpresa: «No puedo aceptar que quieran al enemigo como hermano, ni que se acojan a sus feos y horripilantes ritos. Atacará‚á a todos, invasores y traidores».
El jefe español González D’Avila ordena a los caciques colaboradores que preparen un ejército poderoso mientras contesta a Nicaroguán. «Mi único propósito es conocer el país. en estos días partirá‚á, no quiero provocar su ira». El jefe nicaragüense cree en la palabra y se dirige hacia donde están los europeos para conversar. Diez días tarda el viaje… Los que esperan se preparan…
Veinticinco soldados españoles se adelantan al ataque y van contra los hombres de Nicaroguán. Los indios nicaraguatecas contraatacan. Solo tres españoles se salvan de las lanzas y las flechas nativas. El cacique ve el engaño pero no puede retroceder. Pelea heroicamente contra la superioridad del ejército europeo, reforzado con la gente de Nicoya y Nicaragua. Cuando interviene la artillería la victoria es de los conquistadores. Nicaroguán, furioso, se retira a la montaña maldiciendo a los traidores. Días después D’Avila envía su emisario con una propuesta: «Si se unen en la obra común de la evangelización, dejaré de lado las armas y os hará‚á muchos regalos». La respuesta de Nicaroguán al emisario caminó por todo el territorio nicaraguita:
«Decid a esos infames, criminales y traidores que les odio y les exterminaré. Yo bien podría recurrir a la mentira y la traición, como ellos y sus aliados Nicoya y Nicaragua. Podría fingirme sometido y sumiso a su poder para sorprenderlos y diezmarlos. Pero no necesito de bajos modos, me basta el valor».
Las tropas europeas avanzan hacia los lugares ocupados por el cacique rebelde. Las hojas de los árboles amarillean la mirada de los pájaros. El sol despunta en el horizonte pero el viento enfría la montaña. Los pueblos son abandonados, destruidos los sembrados, quemadas las casas. «No dejaremos nada al invasor», grita el cacique.
El encuentro de los dos ejércitos es terrible. Nicoya el colaborador, muere junto a gran parte de su gente. Aunque la derrota no aparece el combate abate y entristece a Nicaroguán. Se retira llorando… por los guerreros perdidos y los hermanos indígenas que debió matar.
Pasan los años… Todos piensan que el retiro del cacique a la montaña es definitivo. Un día vuelve. En la primera acción arrasa con dos encomiendas y pone en fuga a un grupo de arcabuceros. Nueve años dura el miedo español, hasta que la corona ordena formar una gran ejército para combatir a los rebeldes.
Una mañana de 1678, mil doscientos soldados de todas las armas salen de La Coruña rumbo a Castilla de Oro, que así le decían a las tierras nicaragüenses… El ejército extranjero ataca al grupo de revolucionarios.
Muchos indígenas caen en la batalla. Cuando el jefe se ve rodeado, ya vencido y a punto de ser preso, da un salto, sube en un caballo y grita: «¡No me vencieron infames!. No tendrán ni siquiera el cadáver de este guerrero que mucho los apavoró, a pesar de sus armas»…
Después se arroja al vacío… El espeso bosque lo recibe… Augusto Cesar Sandino lo recibe… Carlos Fonseca Amador lo recibe… Un cielo rojinegro de sueños, risas y lloros… con la vida lo reciben…
20. ZUMBI
1695. El negro viejo de pelo blanco, fuma su pipa recostado contra una pared de madera. Fuma y mira los negritos que corren por la plaza ser reprendidos por sus madres. Fuma y recuerda… «Cien años ya que se fundó Palmares. A sabiduría do Exu, a força de Ogún y a astucia de Oxosse nos faz viver… Y nosos irmaos siguen chegando… «Como hace cien años, cincuenta o veinte, ayer varios negros han llegado a Palmares… Y llegan queriendo ser gente.
«No somos cosas, tenemos nuestra historia» suelen decir. Escapan del maltrato en los ingenios de caña de azúcar que se extienden por el nordeste brasileño. Tierra de sol quemante: selva, sertao y sierras. No quieren seguir dejando el corazón y el alma en los trapiches. Se hacen cimarrones y caminan a la sierra en busca de la libertad de esta nación negra comunitaria de seis pueblos: Macacos que es la capital, Subupira, Dambrabanga, Obenga, Tabocas y Arotirene. Cada uno es dirigido por un jefe y en las plazas las asambleas populares definen rumbos. Cosechan feijao, maíz, mandioca y tabaco; crían gallinas y porcos. La palma africana que cubre la sierra les regala su nobleza: las hojas son techo, pared y cama; las fibras material para tejer ropas y canastos; la pulpa del fruto alimento y el carozo da el aceite. Son treintamil libres, dueños de su propio mundo. Trabajan para ellos… y también descansan porque «o branco nao vem cá, si vem o diabo levará y a garrotazos sairá». Al son de maracas, tambores y campanillas cantan y bailan; veneran a sus orixás, defienden con armas las conquistas… y por las noches tocan fogo nos cañaverales… «Cuando amanece desde a praia, la de longe, se ve a fumaza», piensa el preto velho, y sonríe con cierta ironía, soltando bocanadas de humo…
Los portugueses están preocupados: en cien años, más de treinta expediciones militares intentaron acabar con Palmares… no pudieron. Unas veces los soldados–cazadores de negros, terminaron enloquecidos, tragados por la floresta, otras quemaron pueblos vacíos creyendo haber vencido…
Siempre imaginan vencer… tan solo vencen la sombra que aparece y desaparece. Ni los holandeses que ocuparon Pernambuco durante muchos años, ni los portugueses, han podido con Palmares… Cuando lograron algún prisionero: los holandeses lo crucificaron y los portugueses lo mutilaron para dar temor a los que todavía eran esclavos. «Cuando los holandeses invadieron –recuerda el viejo–, los portugueses querían darnos la libertad para que combatiéramos con ellos. Creyeron que aceptaríamos… esa guerra no era nuestra, cualquiera que triunfara nos seguiría esclavizando».
Algunas de las expediciones contra Palmares estaban comandadas por negros esclavos a los que se daba la libertad por liquidar a sus hermanos…
Otras cruzadas iban dirigidas por mestizos engreídos como aquel capitán que en 1677 dijo a sus tropas antes de partir: «La naturaleza hizo a los esclavos para obedecer y no podrán resistir. Si terminamos con ellos habrá tierras para plantar caña de azúcar nuestra, negros para el trabajo y honor para todos».
Volvió derrotado… Y como la victoria no llega, los portugueses inician conversaciones de paz… Al año siguiente en Recife el gobernador de Pernambuco representa la corona portuguesa, el jefe Ganga Zumba al pueblo de Palmares, y el obispo hace de intermediario. Hay acuerdo: «Los santuarios de Palmares serán desalojados. Se declara libres todos los que allí nacieron.
Los que llevan la marca de fuego candente vuelven a ser propiedad privada de sus amos». De los treinta mil palmarinos solo cinco mil aceptan el trato.
«Traidor, merecía la muerte, ese grande diabo de Ganga Zumba», piensa el negro viejo y sus ojos se iluminan. Zumbí, jefe de Macacos y sobrino de Ganga no acepta lo que cree traición. «No creo en la palabra de mis enemigos, ni entre ellos mismos se creen», dice al pueblo que se queda… «Han pasado diecisiete años y la resistencia se mantiene. Zumbí sigue aplicando la justicia del fuego en los cañaverales», piensa el viejo. Y mientras el recuerda y se regocija con sus pensares, en Recife se prepara la mayor expedición militar de que se tenga memoria.
Jorge Domingos, un mestizo que había sido contratado por la corona portuguesa para exterminar indígenas sublevados en el sertao de Pernambuco y Río Grande do Norte, cumplidor de su trabajo, fue llamado para destruir Palmares. Tierras, negros para vender, órdenes religiosas y grados militares, son los ofrecimientos. Se vacían cárceles y pobres de todos los rincones vienen a engrosar el ejército más grande que se haya formado en Brasil. Diez mil hombres: indios, negros y mestizos –los europeos mandan no pelean–, atraviesan la selva y suben la sierra donde están las fortificaciones negras. Varios días duran los cañonazos que logran destruir la triple muralla de madera y piedra. Tras el combate cuerpo a cuerpo son miles los muertos, otros al intentar huir resbalan por el despeñadero al vacío; también están los que se arrojan al precipicio prefiriendo la muerte a la esclavitud; unos pocos logran escapar… El preto velho cae con lágrimas en los ojos pidiendo a los orixás que protejan a Zumbí de la saña enemiga… Desde la costa se puede ver el humo que surge de la sierra mientras las llamas se tragan Palmares. El jefe Zumbí ha logrado escapar y se interna en la selva reuniendo a sus hermanos. Allí estará tiempo reconstruyendo los sueños… Entre los esclavos se corre la voz: «A Zumbí la muerte no lo toca»… Pero un día, cuando el sol está naciendo llega un negro a la floresta, amigo en Macacos. Zumbí lo abraza, el traidor le hunde su puñal en la espalda. Los soldados lo degollan y clavan la cabeza en una lanza. La llevan a Recife para exhibirla en la plaza: «Así aprenderán que Zumbí no es inmortal», gritan. El viento ya camina rápido por las ruinas de Palmares. El fuego se ha comido todo… creen los que han vencido que con Zumbí han muerto la memoria de Palmares… Y como antes, se equivocan. Dicen sus hermanos que el jefe sigue caminando entre los espíritus y a veces decide bajar. Mientras un hombre explote a otro, él andará por acá, entre las palmas, cantando el canto de las araras, danzando el ruido de los tambores, dirigiendo a su pueblo entre el cielo y la tierra… Los jefes de las rebeliones que vendrán seguirán llamándose Zumbí…
Hoy cuando mil o dos mil agricultores sin tierra del nordeste ocupan un latifundio o toman un pueblo saqueando depósitos de alimentos hay quienes recuerdan a Zumbí. El anda caminando, baja en los templos de candomblé, sale a la calle y dirige las revueltas fumando seu charuto. Hasta que un hombre explote a otro, andará revelándose por los tiempos…
21. SEPE TIARAJU
1756. En la cuchilla de Caimboaté, sur del Brasil, se escucha una voz que susurra entre triste y agotada: «El mes que pasó mataron al gran capitán Sepé Tiarajú y a 2.500 de mis hermanos». Es el decir de Miguel Mayra, último cacique misionero que, casi llorando, entierra una cruz en el suelo. «Señal que camine los tiempos, marcando la tragedia guaraní», grita. Luego mira hondo al horizonte y su mirar recorre los campos, navega los ríos, camina los pueblos y se pierde en las Misiones… Allí los guaraníes aceptan la evangelización que proponen los jesuitas, pero ejercen el gobierno. La propiedad se divide en dos:
Tupambae son las tierras colectivas y Amambae las pequeñas parcelas de cada familia. Las tierras no se heredan, solo se hereda el título de cacique.
Las herramientas de trabajo son de todos y cada pareja tiene su vivienda. Se trabaja seis horas diarias, cinco días a la semana, y se descansa jueves y domingos. Los guaraníes viven alegres, la vida sonríe, el mundo no tiene dueño conocido y la cruz no los maltrata como a hermanos de otras geografías. Pero los reyes de España y Portugal, que se dicen dueños de muchas tierras en este gran país, intercambian Colonia del Sacramento por los territorios misioneros. Ciento cincuenta años de las Misiones. Ciento cincuenta años de trabajo, sueños, esperanzas y sonrisas… todo abandonado. La propiedad privada se abre paso y la espada ocupa el lugar de la cruz.
Cuando llegan los demarcadores de límites trayendo regalitos para conquistarse a los indios y custodia de soldados, Sepé Tiarajú, gran cacique de los pueblos misioneros, les ordena que se retiren de las tierras guaraníes… y comienza a preparase para enfrentar los invasores que sabe llegarán…
Algunos jesuitas lo apoyan, la mayoría no. Los que intentan interceder ante el rey van al destierro. Sepé recorre la campaña unificando a su pueblo para la resistencia. Los guaraníes caminan tras su jefe y justifican la rebelión en «el derecho a tierra que otorgó el propio Dios cristiano que veneramos y el Ñanderú–Guazú que llevamos en nuestros pensares». Sepé envía un chasque a sus enemigos advirtiéndoles: «Castellanos y portugueses, en los tiempos pasados mataron a nuestros difuntos abuelos, sin reservar las inocentes criaturas y se rieron de las santas imágenes de los santos. Hoy veinte pueblos nos juntamos para salirles al encuentro y con grandísima alegría nos entregaremos, antes que dar nuestras tierras».
En febrero de 1764 los indígenas atacan el cuartel de Río Pardo sin éxito y el cacique Tiarajú es preso… pero la noche anterior a su ejecución burla la guardia y escapa. El ejército hispano–portugués va ganado posiciones. Sepé sabe que no lo podrá derrotar en campo abierto y aplica tácticas guerrilleras: realiza emboscadas, ataques sorpresa, aparece y desaparece. Los guaraníes se esconden en montes y cuchillas, están en todas partes. Buscan así diezmar al enemigo antes del inevitable enfrentamiento directo.
El 7 de enero de 1756 esta nublado, el sol se oculta pero el calor queda… Ataque sorpresa en San Gabriel, algo sale mal y el ejército se lanza a la caza del puñado de indígenas. La huida no es fácil. El caballo de Sepé tropieza en un pozo y el cacique cae. Cuando intenta levantarse, una lanza le atraviesa la espalda… luego el jefe de las tropas españolas lo remata de un tiro. Sin embargo Sepé sigue respirando… Sus compañeros intentan socorrerlo y la descarga de artillería cae sobre ellos. Muy pocos logran escapar monte adentro. Los invasores queman con pólvora al cacique y luego le separan la cabeza del cuerpo… En la noche los indígenas regresan sigilosamente, juntan las partes, se las llevan y las entierran al pie de un árbol, al son de flautas y cantares. Tres días después 2.500 guaraníes van a la muerte y 153 son apresados en el campo abierto de Caimboaté. Solo dos horas dura la resistencia al fuego de los cañones y el embate de miles de soldados. Dos horas para que la palabra de los reyes se cumpla, y la vida comunitaria sea destruida. Las tierras donde cayeron Sepé y sus hermanos serán tierras de pocos dueños y gauchos pobres. La mala hora durará muchos años, pero la furia del gran cacique queda guardada en las memorias que caminan los tiempos. Y así vive… Dos siglos después, 1978, los campesinos de los pueblos misioneros se cansan de almorzar sosiego y apoyados por otros curas, deciden salir a pelear «un pedazo de tierra para plantar»… Setecientas familias acampan Encrucilhada Natalino y renacen la vida. La esperanza busca la realidad carpariendo Río Grande. El día amanece de hazadas buscatierra sepetiarajuando primaveras, como herederas en los caminos de la ira. Surgen los Sin Tierra. La vida comunitaria vuelve…
22. JACINTO CANEK
1761. Tirado en un rincón de la cárcel Juan Al Akun recuerda su hetzmek. Recuerda su padrino que le hizo conocer las letras del Chilam–Balam.
Recuerda su compañera que prefirió morir antes que ser tocada por el capataz de la hacienda. Recuerda su vida de peón… Afuera los europeos preparan la condena del puñado de rebeldes detenidos. En pocos días la muerte se hará presente. Juan mira al jefe y sigue recordando…
Los mayas, despojados de sus tierras, vivían la profunda indignación de ser esclavos. Jacinto Canek, indígena educado en colegio franciscano, conversa con los sirvientes del monasterio contando las leyendas mayas para que se identifiquen con su mundo… De a poco el sol va creciendo en su pensar y late en su corazón la necesidad de ayudar a su pueblo. Imagina que siendo cura podrá cumplir sus soñares… pide ser ordenado. Los franciscanos no aceptan la petición. «Los indios no pueden ser sacerdotes», le dicen antes de expulsarlo del colegio por «el atrevimiento». Esa actitud deja un sabor amargo y el corazón triste. «Los europeos no saben nada de la tierra, ni del mar, ni del viento de estos lugares. ¿Qué saben ellos si noviembre es bueno para quebrar los maizales?», pensó Jacinto antes de comenzar su peregrinación por los pueblos de Yucatán.
En distintos rincones sus palabras consiguen la admiración: «Observen, el europeo parece que marcha, el indio parece que duerme. El europeo husmea, el indio respira. El europeo quiere poder, el indio descanso». Poco a poco se inicia la conspiración… Cierto día, reunidos en pueblo Cisteil, su decir levanta a la gente, que vibra identificada con él: «Cuando un indio muere peleando solo deja de caminar en la tierra, su espíritu crece y ronda por los lugares cubiertos de fuego. Dentro de cada uno de nosotros habita el espíritu de nuestros antepasados. Si nuestros abuelos vivieran, lucharían contra estos hombres que nos oprimen. Derrotarían a los dzules, duros de entraña y sordos de espíritu».
A mediados de octubre la rebelión ya está madura. Los caciques de la zona se suman. El levantamiento hace correr a los españoles. Casas de autoridades y conventos son atacados, y finalmente Cisteil es tomado por los rebeldes.
Canek es nombrado rey de los mayas… El fraile Miguel Ruela llega hasta el pueblo Sotuta para pedir ayuda al capitán Cosyaga. Este tras escucharlo prepara la expedición a Cisteil. Cuando llega al pueblo, está desierto… Pero de repente, incontables indígenas caen sobre ellos, como salidos de cielo y tierra.
Solo un soldado logra sobrevivir… En pocos días tropas de todas la provincia marchan sobre Cisteil. El 26 de noviembre llegan a la entrada del pueblo. A su mando está Cristóbal Calderón. La pelea dura dos horas. Seiscientos indígenas y cuarenta soldados mueren guerreando. Jacinto Canek junto a trescientos hombres, logra escapar.
Toman una hacienda y allí resisten. Al atardecer del día siguiente las fuerzas ya son pocas… y son desalojados por el ejército europeo. Después de la derrota el cacique y un puñado de seguidores se mantienen en el monte.
Antes de ser apresados, el jefe indígena comenta a su gente: «Ahora existimos. Con esta lucha y en este dolor hemos dado vida al espíritu de nuestro pueblo». Ahora Juan Al Akun vuelve con su pensar a la celda. Junto a Canek y otros hermanos espera el dictamen de la justicia extranjera… Primero será la tortura a todos. Juan y otros siete serán ahorcados. Algunos acabarán su vida en las mazmorras carcelarias. A otros les cortarán los brazos… Jacinto Canek será «roto, atenaceado, quemado su cuerpo y esparcidas sus cenizas por el aire»… Yucatán seguirá indómito durante siglos. La rebelión de Canek caminará cuerpo de la dignidad y la esperanza… espíritu contra la injusticia de los años que vendrán. Las palabras del rey maya quedarán en la tradición oral como perlas nacidas del sol…
23. MAKANDAL
1779. El barco negrero atraca en el muelle de Cabo Haitiano, al norte del país. De los más de doscientos esclavos que salieron de Guinea, en la lejana Africa, llegan solo cuarenta.
Los otros murieron en la travesía y fueron tirados a los tiburones. En el grupo que sobrevive está Makandal, un moreno mandinga de cuerpo hecho escultura y voz grave, al que las cadenas parecen no herir. En la subasta lo compra un monsieur dueño de plantaciones de caña de azúcar.
Makandal corta la caña como nadie, pero pierde un brazo en el trapiche y va a cuidar el ganado. Comienza a sentirse inútil. Lo invade la nostalgia de su tierra y de su gente y la desazón se apodera de su pensamiento. Sin embargo, no se deja vencer, se encomienda a los dioses negros y encuentra en la observación de la naturaleza una razón para vivir. Así conoce muchas plantas, distintas a las de su rincón natal, pero igual de sabias. Plantas raras, a las que nadie había prestado atención antes. Y descubre un hongo que huele a enfermedad y muerte… y se lo da a comer al perro de monsieur. Mientras lo mira despatarrarse contra el suelo, Makandal piensa en el sufrir de su pueblo…
Un día desaparece de la finca: no está en el corral de las vacas, ni en la cocina, ni en el barracón donde duermen amontonados todos los esclavos. No anda por ninguna parte. «Makandal es un mandinga, y todo mandinga es rebelde. Ahora se hizo cimarrón y el que se encuentre con él tiene que informarme», grita el francés a sus esclavos.
Viene la época del aguacero: ríos y arroyos crecen y se desbordan, pero Makandal no da señas de vida. Pasa la lluvia y los ríos vuelven a su cauce…
Cierto día el esclavo Tinoel, que ya creía muerto a su amigo, recibe un mensaje: «Te mando a buscar porque llegó el momento de nosotros, la hora de los negros. No tenemos armas pero tenemos la sabiduría de Run, el guerrero, y la inteligencia del gran Oxosse». En pocas semanas el hongo venenoso invade establos y potreros. Vacas, bueyes, caballos y ovejas caen por centenares cubriendo la comarca de olor a carroña. Y la peste no tarda en entrar a la casa del hombre blanco. Makandal proclama la «campaña del exterminio» para crear «un imperio de negros libres». Soldados y mayorales se lanzan a cazarlo… revisan cada rincón y no lo encuentran. Pero los ojos de sus hermanos lo ven por todas partes: «Se viste con el traje de los animales –dicen–, se adueña del curso de los ríos, habla por boca del viento, conoce cada árbol, cada caverna…». Cuatro años duraron sus andares: convertido en lagarto, cobra, pájaro, mariposa o cualquier otro bicho. Cuatro años saliendo de sus escondites para asistir a los ritos en los que se veneran los dioses africanos. Y llega diciembre, días de fiesta negra en Haití. Tras el tambor madre surge la figura de Makandal. Nadie lo saluda, pero su mirar afectuoso se encuentra con el de todos y los tazones de agua ardiente corren de mano en mano hasta la del visitante que tiene sed.
De tanta alegría junta olvidan que los blancos aún existen, y que la traición siempre es posible… Veinte soldados se lo llevan ante la mirada asombrada de sus hermanos. El canto triste de los tambores retumba desde el río Artibonito hasta la isla de la Tortuga. En la plaza mayor, todo está preparado:
autoridades cómodamente ubicadas en la iglesia y esclavos cercanos a la pira, obligados por sus patrones a ver el «fuego del ejemplo».
Makandal habla con Oxosse y Run: «Grandes dioses de mi pueblo, les pido me dejen seguir en el reino de este mundo para continuar peleando por mi gente».
Las llamas comienzan a subir por las piernas; Makandal da un grito, las ataduras vuelan y su cuerpo se estira por el aire, saltando por sobre la multitud que observa. Luego desaparece. Los sacerdotes negros hacen caminar la voz:
«Makandal se quedó entre nosotros, en el reino de este mundo». En el se inspiran los independentistas que declaran la «Primera República Negra del continente» en 1789, y los campesinos guerrilleros que resistirán la ocupación norteamericana de la isla en 1915. Hoy cuando se da una revuelta popular, por las chozas y los cafetales se escucha alguna voz que canta: «Ahí anda el manco, confundido entre su pueblo. Ahí anda el mandinga, que se quedó en el reino de este mundo. Ahí anda Makandal…».
24. TUPAC AMARU
1780. Los indígenas de la tierra del sol, del corazón de los Andes, han sido transformados en esclavos o viven en pequeñas propiedades a las que los españoles cobran altos impuestos denominados mitas. Otrora dueños de estas tierras, los indios vagan por la vida de ojos tristes, mirando al suelo, olvidados «como el escarabajo de los caminos», humillados…
Los corregidores, que así se llaman los gobernadores nombrados por los reyes de España para estos lados de la América, tienen amplias atribuciones administrativas y judiciales… y utilizan ese poder para subyugar a indígenas y criollos. Pero de repente la sangre arde en las venas de José Gabriel Condorcanqui al ver el tormento de su pueblo.
En homenaje al último rey de los incas, al último inca–rey o Inkarri, joven indio de 16 años, descuartizado por los conquistadores dos siglos antes, José Gabriel pasa a llamarse Tupac Amaru. Así nace Tupac Amaru II, y al grito de rebelión se levanta contra el opresor. Cuatro mil hombres lo siguen y surge la primera proclama: «Yo, José Gabriel, desde hoy Tupac Amaru, hago saber a los criollos moradores de picchus y sus inmediaciones que viendo el yugo fuerte que nos oprime con tanto pecho, y la tiranía de los que corren con este cargo, sin tener consideración de nuestras desdichas y exasperando de ellas y de su impiedad, he determinado sacudir el yugo insoportable y contener el mal gobierno que experimentamos».
El movimiento se expande rápidamente: desde Cuzco a la frontera de Tucumán, pasando por La Paz, Santa Cruz y Potosí, 24 provincias se levantan. Desde los trabajadores de las minas a los peones de las haciendas, se contagia la esperanza. Indios, criollos y mestizos van tras un mismo futuro, dentro de esta tierra que ahora sí comienzan a sentir nuevamente de ellos… y ya son 10.000…
La consigna revolucionaria «Castigar los malos corregidores, abolir las mitas y liberar al pueblo de la opresión», baja de los Andes al llano y así es ajusticiado Arriaga, el corregidor más totalitario de todos, cuando el movimiento ya contaba con 14.000 hombres. Pero los españoles pensaron y pensaron… y surgió la idea: «Vamos a dialogar y a prometer que daremos tierras».
Cuando los alzados llegan para conversar, el ejército real los rodea y aniquila la mayor parte de los ya más de 15.000 revolucionarios. Tupac Amaru y su compañera caen vivos en las manos enemigas. Ella es torturada y luego muerta. El –boca arriba mirando el infinito– es atado por los cuatro miembros a cuatro caballos que tiran cada uno para su lado. Sus hijos obligados a presenciar el macabro rito, miran con ojos de triste mirar… A pesar del largo tiempo que tironean los potros, no logran matarlo. O los caballos son muy débiles o el Inca–rey es tan fuerte como su pensar. Entonces lo desatan y lo matan delante del pueblo, «para que sirva de escarmiento»… pero no lo mueren. Su cuerpo sube a los Andes para un día regresar, su nombre recorre América. Un año después en Oruro, indios, criollos y mestizos inician una nueva sublevación liderada por Tupac Catari, discípulo del Inca–Rey. Tres décadas más tarde los pueblos de nuestra América comienzan la revolución independentista siguiendo los pasos del gran Tupac Amaru II. Hoy el pueblo de los Andes espera un nuevo Pachakutik…
Cuentan los más viejos, los de la piel de muchos años, que cuando el mundo se de vuelta Tupac Amaru II regresará junto a su antecesor, para andar como en las épocas antiguas, reconstruyendo el país de todas las sangres, reviviendo el mundo americano. Al quinto siglo de la conquista, su cuerpo destrozado y esparcido como el del Inkarri, comenzará a juntarse y conducirá a la reconstrucción de la libertad y la justicia, ubicando nuevamente en orden al universo. Tal vez ese día Abya–Yala, la tierra en plena madurez, nuestro continente, sea transformado por la sabiduría; Amaru, la serpiente sagrada lo resguarde, y el cóndor proteja a sus pueblos.
25. TUPAC CATARI
1781. Los precios de la producción minera de Oruro, en Bolivia, bajan rápidamente. Los mineros, en su mayoría criollos, contraen grandes deudas y pasan a depender del fisco y los comerciantes… pasan a depender de los europeos. El resentimiento se siembra y crece como la coca, por todas partes.
Los mineros que antes mandaban en el cabildo y algunas veces hasta corregidores eran, habían perdido ya toda su influencia en diciembre del año anterior, poco después de la rebelión tupacamarista, cuando sus puestos de gobierno fueron ocupados por los españoles. Ahora por primera vez piensan en aliarse con los indígenas… ahora por primera vez lo concretan. El 15 de enero se inicia el levantamiento. Las milicias que se habían formado el año anterior para defender Oruro de la llegada de Tupac Amaru II, están al frente de la sublevación contra «el mal gobierno de los europeos», atando la vida a su tierra. La pelea hace fuerte la unión de criollos e indígenas. Los hombres criollos usan poncho de terciopelo negro como el del Inca–Rey, mujeres y niños se visten como Aymaras. En marzo estalla otro foco rebelde, esta vez es en La Paz y las zonas cercanas. El líder es Tupac–Catari que se hace jefe de mil lanzas guerreras y se proclama «salvador del pueblo Aymara».
Andrés Tupac Amaru, sobrino del gran Inca llega con su ejército Quichua para sumarse al levantamiento… Vencen en Sorata, y La Paz queda sitiada. Está a punto de rendirse, los españoles están sorprendidos y ya no pueden resistir…
Pero surgen problemas entre los rebeldes: Tupac Catari y sus Aymaras no quieren alianza con los criollos, Andrés y sus Quichuas ven un poco más allá y como su tío quiere el levantamiento de todo el pobrerío. Evitando la pelea entre hermanos decide retirarse. Tupac Catari es vivado por su gente y pelea heroicamente contra el colonizador, pero sus fuerzas no son muchas y termina derrotado. En Oruro el movimiento se mantiene algunas semanas más, allí la unidad es más fuerte…
Los españoles supieron sembrar resentimiento entre los de abajo para disminuir sus fuerzas, pero no mataron el espíritu de los guerreros, que siguió caminando. En 1809 el mestizo Pedro Domingo Murillo se rebela contra la corona… 158 años después hubo un Che caminando por La Higuera… Y años más tarde un tupamaro regó su sangre en Cochabamba… Hoy Quichuas y Aymaras, mineros y mestizos, viven su tristeza muda. Tal vez cuando se junten la tristeza grite… y otra historia recomience…
26. CORDUA
1831. Desde el río de los pájaros pintados hasta el mar ancho como océano, se escucha el reclamo de los que dinero tienen: «Hay que terminar con la inestabilidad. Para valorizar la riqueza y resguardar las fortunas internacionales hay que exterminar a los Charrúas».
Los indígenas desconocen la propiedad privada porque «la tierra es de todos como el ñandú, el carpincho o la pava de monte; como el dorado del río, la pitanga y el mburucuyá».
Todo es de la naturaleza, todo es de la comunidad. Ninguno está al servicio de otro. Los más viejos dicen a los más jóvenes «no hagan agravio, ni mal a nadie, ni sean holgazanes». No tienen leyes, ni costumbres obligatorias, ni castigos… Son mansos como la hierba, no llaman de lejos a gritos sino que apuran el paso y hablan en voz baja.
Ya pasaron trescientos años, desde que –dueños de este rincón de la Américamataron al conquistador Juan Díaz de Solís, y solo algunas décadas de aquellas horas en que –parte del ejército libertador– seguían a don José. El tiempo caminó como liebre en campo abierto, y los Charrúas no aceptan las nuevas leyes: esas que permiten vender y comprar el trabajo del indio en un país independiente, esas que autorizan a pocos mucho y el indígena nada…
Los pocos de la mucha tierra –criollos o internacionales– presionan. Don General Fructuoso Frutos Rivera, héroe de extranjeros y presidente de las tierras ubicadas al oriente del río Uruguay, se reúne con Bernabé –su hermano– y con el general Julián Laguna –su amigo. En Durazno planifican la traición. Hablan con los caciques y los invitan a concurrir con su pueblo a la zona de Salsipuedes, en el norte cercano a la frontera brasileña. «Allí recuperaremos tierras usurpadas por el Brasil y ustedes tendrán territorios y vaquerías», les dicen.
Ante la insistencia de que concurrieran con mujeres y niños los caciques Polidoro y El Adivino no aceptan la propuesta. Conversan entre ellos y recuerdan la traición de Frutos a don José, cuando se entregó a los portugueses que luego lo nombraron comandante. «Frutos es corazón malo y traidor», dicen y no van. Otros cinco caciques al mando de quinientos indígenas, sí van. Son recibidos con asado y caña en abundancia. El ejército los rodea: los muertos son hombres, mujeres y niños. A pesar de su inferioridad, los charrúas resisten peleando. Rondeau, un cacique que tomó su nombre del antiguo sitiador de Montevideo, despacha con su lanza un enemigo tras otro. Más de quince quedan tendidos a su lado antes de sembrarse en la tierra, Brown, otro cacique de nombre expropiado, se mantiene firme tras haber perdido todos sus hombres…
La imagen del espíritu Charrúa se encarna en Cordúa, un jovencito de quince años que, con sus boleadoras, echa soldados al piso como peras que caen, hasta que un jinete lo domina. Pero a los pocos pasos de andar prisionero, el joven da un salto y trepa a las ancas del caballo. Toma un cuchillo del cinto del soldado y se lo hunde en el pecho. Luego de arrojarlo al suelo, mantiene el galope, logrando cruzar las líneas enemigas, pero el caballo está cansado y lo alcanzan.
El muchacho pelea, pero no puede escapar. Después de atormentarlo durante varios minutos, le perdonan la vida para poder exhibirlo junto a otros prisioneros en las calles de Montevideo. «Este es uno de los pichones de salvaje», vociferan. Los campos de Salsipuedes quedan regados de sangre Charrúa… muy pocos lograron escapar…
De los presos, cuatro –Vaimaca Perú, Cenaqué, Tacuabé y Guyunusa– son enviados a Francia «para ser estudiados». Todos mueren pronto, tras ser mostrados por un circo ambulante como raros animales. La piel del guerrero artiguista Cenaqué es vendida por 18 francos…
Así, don Frutos y sus amigos arrancaron el corazón de la raza Charrúa. Los valores espirituales no… los valores de la raza madre viven… Cada cierto tiempo afloran. Algunos cuentan que un 16 de julio de 1950, el Negro jefe y sus compañeros eran Charrúas en pelea… Otros recuerdan los años 60 y el peludaje en marchas rumbo al sur… y un Raúl que sigue caminando.
27. SEMPE
1831. Se había ido el tiempo, se había ido el mundo, se había ido la vida, los fantasmas… Se habían marchado las estrellas, la luna, el sol, los venados, los ñanduces, los yacarés… desaparecieron el hornero, el chajá, el picaflor, el, gorrión del monte. Todo estaba gris, desde la cuchilla Negra al Plata, desde la laguna Merín al Uruguay… La hora Charrúa era triste como sus miradas, perdidas en un abismo, escondidas en los campos de la pampa. Solo quedaba la memoria… la conciencia maltratada por caudillos al servicio de extranjeros…
Solo queda la última pelea, que tal vez no sea la última. Pero hay que darla aunque se pierda, hay que darla para que otros den nuevas batallas en el mañana, hay que darla por el corazón de la raza madre, por Don José, por el agua de los ríos, el color de las flores y el aleteo de los pájaros, hay que darla porque no se puede seguir escapando…
Meses atrás cuando los cobardes de Frutos Rivera y su hermano Bernabé emboscaron y mataron mujeres, hombres y niños Charrúas, o los pasearon amarrados por Montevideo antes de darlos como esclavos, o los enviaron a Francia para mostrarlos como bichos raros; el cacique Sempé y un puñadito de rebeldes se escaparon de la humillación. Y anduvieron escapados por los campos extranjeros del Uruguay –un país que lo dicen independiente–, robando vacas para sobrevivir, escondiéndose de Bernabé y su ejército que los persigue… Pero se terminó el tiempo, y en el norteño potrero del Yacaré, un rinconcito perdido cercano al río Arapey, fue el encuentro. Los guerreros, cansados ellos y sus caballos pero viendo que los soldados no son muchos deciden dejar de escapar, deciden dejar de morir… deciden vivir… y atacan al grupo del hermano del primer traidor colorado a boleadora limpia. Ahí nomás Bernabé conoce la muerte junto a dos oficiales y nueve soldados… ahí nomás besa el piso de la que nunca fue su patria, ahí paga parte de la matanza de Salsipuedes.
Sempé y sus guerreros caerían después, pero antes se transformaron en victoria, antes fueron héroes de la última jornada… que no fue la última… La que reafirmó el espíritu y dio vida a la garra para caminar futuros, la que despertó los pájaros de su canto triste para sonreír los campos, la que rescató la sangre… La que iluminó la vida y parió mil sueños para despertar la estrella…
28. FERNANDO DAQUILEMA
1872. Se despidió de su mujer con el rostro sereno y la mirada tranquila. Miró hacia las montañas y luego salió al camino. Es integrante de la familia de los Shiris Puruhuaes. Hijo de las cimas heladas, amigo del hablar poco, compañero del silencio de las montañas… Hacia él se había dirigido la gente de Cacha el 18 de diciembre cuando lo nombró jefe de la sublevación. Aunque en principio creyó muy prematura esa investidura, su valentía y el mandato de la comunidad lo llevó a ponerse al frente del pueblo.
Había visto de niño como maltrataban a su padre en la hacienda Tungurahuilla, donde el dueño daba latigazos a los empleados. Conocía el sufrimiento de su pueblo: humillado por el diezmo y obligado por el gobierno a trabajar dos días sin remuneración…
De no cumplir el castigo era la prisión. Aquella tarde cuando llegó el diezmero lo bajaron de la mula a golpes, lo ataron a un poste y lo atormentaron, luego fue arrastrado por la mula humedeciendo el suelo con su sangre. Era el odio de siglos desenfrenado en aquel instante. «Un escarmiento para los blancos», decían. El por entonces presidente del Ecuador, doctor García Moreno, amigo del orden y el patíbulo defendió airadamente la represión total. «No vacilaré en pasar por las armas a los sempiternos enemigos del orden. Mandaré pasar por las armas a todos los que favorezcan de cualquier modo a los enemigos y los ejecutaré religiosamente». Así dijo y así fue…
Las bocinas llamaron a los indios de los diversos rincones para que se sumaran al alzamiento. Las fogatas se multiplicaron para comunicarse con todos los ayllus del Chimborazo. Por todos los caminos fueron llegando los indígenas y pronto fueron dos mil. La luna, roja de ponchos, miraba el acontecer. La brisa caminaba rápida refrescando la montaña. En la plazuela de la Virgen del Rosario en Cacha, Fernando Daquilema fue proclamado rey.
El pueblo tomó el manto escarlata y la corona de metal amarillo de la imagen de San José y se la otorgó al nuevo jefe. Uno de los indios, Juan Manzano, se acercó y entregó un látigo con madera de chonta, donde se advertían los anillos de Rumiñahui, vara de la justicia. El nuevo rey de Cacha nombró a José Morocho gran jefe del ejército rebelde y le encargó formar una caballería de por lo menos 300 nombres, luego envió embajadores a las distintas comunidades para comunicar su nominación, exigiendo obediencia y pidiendo que se sumaran al alzamiento colectivo.
Una choza ubicada en la cima –amoblada con un sillón y una mesa expropiados de la iglesia–, desde donde se miraban todos los rincones, fue la casa del gobierno provisorio. La noche fue agitada preparando la lucha. El martes 19 los rebeldes atacaron la parroquia de Yaruquí, los soldados que habían llegado desde Riobamba repelieron el ataque. Daquilema mandó la retirada para reacomodarse y luego volver. Después de la victoria atacaron Sicalpa, donde el primero en ser atravesado por una lanza fue el jefe del ejército gubernamental. Sicalpa fue tomada… Después caerá Punín y se destacará en la lucha la guerrera Manuela León.
De a poco comenzaron a llegar contingentes gubernamentales de Riobamba y Ambato… Cuando los indios caminaban venciendo vino la superstición y el miedo. Los blancos, que rogaban insistentemente a los santos, lograrán hacer creer a los alzados que llegarían escuadrones desde el cielo, comandados por San Sebastián. Los indios se asustan, muchos guerreros están muriendo y piensan que ya no vencerán. Hasta el día de la navidad el gobierno de García Moreno es jaqueado… el 27 los indígenas se rinden.
Después vendrán las condenas. El 8 de enero, ante más de 200 indios, obligados a mirar la ceremonia preparada, Manuela León y Juan Manzano serán fusilados. Después, Daquilema camina hacia la prisión de Riobamba, marcha hacia un juicio espectacular, va hacia la condena de muerte por ser «principal cabecilla en el motín que tuvo lugar en la parroquia de Yaruquíes…», y sigue hacia el 8 de abril… hacia un madero donde ser atado para que truenen los fusiles.
Los ojos de los indios verán nubes oscuras caminar el Chimborazo. Les llorará el alma de la vida ante la sombra que cae… pero no desanimarán. Desde aquel caminar de Daquilema hacia el otro mundo, los levantamientos se repetirán buscando un país plurinacional…
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(*) Primera edición, Ediciones Abya Yala, 1992 // Segunda edición, Ediciones Abya Yala, 1997 // Tercera edición, Ediciones Abya Yala, 2000 // Cuarta edición, Quincenario Tintají, 2004
Kintto Lucas **
kintto@ecuanex.net.ec ** Kintto Lucas. Escritor y periodista nacido en Salto (Uruguay). Premio Latinoamericano de Periodismo José Martí 1990. Pluma de la Dignidad 2004 otorgado por la Unión Nacional de Periodistas de Ecuador. En Uruguay fue miembro del Consejo Editorial del Semanario Mate Amargo. Desde 1992 vive en Quito donde ha sido Editor Cultural y Editorialista del diario Hoy y Editor de la Revista Chasqui, además de columnista de los diarios El Comercio de Quito y Expreso de Guayaquil. Actualmente es corresponsal de la Agencia de Noticias Inter Press Service (IPS) y Director del Quincenario Tintají de Quito. Algunos de sus libros son: La rebelión de los indios, traducido al inglés con el título We Will Not Dance on Our Grandparent’s Tombs. Indigenous uprisings in Ecuador; Rebeliones indígenas y negras en América Latina; Mujeres del siglo XX, Apuntes sobre fútbol, Plan Colombia. La paz armada y El movimiento