Ejércitos latinoamericanos, comandantes imperiales

LUIS BRITTO GARCÍA

La Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) reunida en La Habana en 2014 proclamó a América Latina y el Caribe como Zona de Paz basada en el respeto de los principios y normas del Derecho Internacional, incluyendo los instrumentos internacionales de los que los Estados miembros son parte, y los Principios y Propósitos de la Carta de las Naciones Unidas”. No fue mero saludo a la bandera. A partir de las Independencias, en Nuestra América las guerras internacionales han sido escasas, y casi siempre incoadas por intereses transnacionales. Al mismo tiempo, los esfuerzos de Estados Unidos para utilizar nuestros ejércitos para sus fines particulares han sido múltiples, y no siempre rechazados.

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Para comenzar, la potencia del Norte articuló en 1914 un proyecto de Fuerza de Intervención Latinoamericana contra Venustiano Carranza, y ejerció intensa presión diplomática para que Juan Vicente Gómez enviara tropas venezolanas para la Primera Guerra Mundial. Se dice que el déspota comentó: “¿Qué tiene que hacer burro en pelea de tigre?” Idénticos apremios se ejercieron contra el Presidente Isaías Medina Angarita para que sacrificáramos soldados en la Segunda Guerra Mundial, pero sólo declaramos la guerra a Alemania de manera formularia, pocas horas antes de su rendición. La potencia norteña comprendió que debía atar institucionalmente a nuestros ejércitos a sus necesidades estratégicas. Para ello indujo en 1947 en Río de Janeiro a 21 países latinoamericanos y caribeños a unirse al Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR).

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Suscrito en el contexto de la Guerra Fría, el TIAR colocaba los ejércitos latinoamericanos y del Caribe a disposición de Estados Unidos en cualquier circunstancia en que éste juzgare que había agresión, pues declara que “un ataque armado de cualquier Estado contra un Estado americano, se considerará como un ataque contra todos”, y prevé la respuesta incluso a la agresión indirecta, vale decir “que no sea un ataque armado”. A partir de allí se considerará “ataque contra todos” la más leve reforma democrática económica o social que afecte a intereses estadounidenses.

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Así, la X Conferencia Interamericana reunida en Caracas en 1954, en el espíritu del TIAR, justifica una intervención “si el movimiento comunista internacional llegara a dominar las instituciones políticas de cualquier Estado americano”. Tal acuerdo sirve de pretexto para una intervención estadounidense que derroca el gobierno democrático de Jacobo Arbenz en Guatemala. Luego, el TIAR es invocado contra la revolución cubana en 1962, y contra el gobierno dominicano democrático de Juan Bosch en 1965, derrocado por el ejército de Estados Unidos con apoyo de una supuesta “Fuerza Interamericana de Paz” suministrada por las dictaduras que imperaban en Brasil, Nicaragua, Paraguay y Honduras. En 1999, Estados Unidos presiona diplomáticamente para involucrar a Panamá, Ecuador, Perú y Venezuela en la contienda colombiana. La total subordinación del TIAR a los intereses de Estados Unidos quedó en evidencia cuando éste permaneció inactivo ante la agresión por Gran Bretaña contra Argentina en la Guerra de las Malvinas. A pesar de lo cual, el Documento Santa Fe IV, a comienzos del presente siglo, cuenta entre los instrumentos de coacción militar de la gran potencia: “El Tratado de Río (Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca) sigue siendo viable. La Junta de Defensa Interamericana (IADB) sigue funcionando. SOUTHCOM todavía es una institución válida, a pesar de los cotidianos ataques de afuera –los comunistas– y de adentro: el ‘políticamente correcto’ Departamento de Defensa.”(Documento de Santa Fe IV).

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El Southcom, o Comando Sur, es el organismo que rige la progresiva ocupación de América Latina y el Caribe por fuerzas de EEUU. Para ello tiene instaladas en países de la región unas 76 bases militares, que interfieren en la política interna o apoyan golpes de Estado. Asimismo, influyen a través de la venta de armas, el financiamiento de la defensa, supuestos planes de ayuda médica, asistencia humanitaria y DDHH, así como programas de entrenamiento y educación militar para los oficiales de los ejércitos latinoamericanos, a fin de imponerles la ideología, lealtades y valores del Imperio.

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El modelo ideal de injerencia armada norteña en Nuestra América cristaliza en Colombia. Ya en 1951 enviaba ese país sus soldados a la guerra de Corea.  En su territorio están enclavadas 9 bases militares estadounidenses, aunque todos sus aeropuertos son centros de operación, reparación y abastecimiento de naves de guerra yankis. Su personal se pretende inmune a las leyes y tribunales locales. Se instalaron en el primer productor de cocaína del mundo con la excusa de combatir el narcotráfico y éste no ha hecho más que crecer.  El ejército de ocupación extranjero compuesto esencialmente de mercenarios promueve una cultura de la violencia que incita a muchos a participar mercenariamente en cuerpos paramilitares internos o externos.  Hay profusa participación de colombianos tarifados en gran parte de las guerras del Imperio. De Colombia parte la agresión contra Ecuador en 2008, así como los frustrados intentos de magnicidio, invasión con mercenarios de Silvercorp, conatos de violación de fronteras bajo el pretexto de ayuda humanitaria y descarada invasión paramilitar contra Venezuela.

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El 10 de marzo de 2022, tras reunirse con Iván Duque, el Presidente Joe Biden declara que Colombia, antes “Aliado Especial Extra OTAN de Estados Unidos”, pasa a ser “Aliado importante de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN)”. El ministro colombiano de Defensa, Diego Molano, afirma haber recibido “una invitación a participar del Grupo de Contacto en Defensa de Ucrania y allí se hizo un requerimiento, un llamado de la OTAN para poder proveer educación y entrenamiento a las Fuerzas Militares ucranianas en desminado militar”. Tenemos así un país de la “Zona de Paz” latinoamericana, involucrado una vez más en una contienda del Viejo Mundo que no le concierne. El papel que el Imperio asigna a los ejércitos de Nuestra América es el de fuerza de ocupación de sus propios países y proveedores de carne de cañón barata para sus guerras.