9 AGOSTO, 2022
Tocaré en este y otros artículos un tema que he analizado antes y que a veces se nos olvida a todos, pero que luego reaparece pues sigue siendo ineludible. Y debo decir, de entrada, que Venezuela ha sido un país desafortunado en la defensa de sus islas vecinas y territorios limítrofes, pero que también conviene hacer notar que los gobiernos venezolanos han descuidado a veces defender unas y otros; y sobre todo aprovechar ocasiones y contextos favorables para hacerlo.
Es que Venezuela parece no haber entendido nunca que, ante un vecino ambicioso, los territorios fronterizos no sólo se defienden con derechos y tratados previamente acordados o, llegado el caso, con las armas, que es lo más problemático y menos recomendable, sino sobre todo con lo que, además de ser fundamental, es más sencillo: simplemente con población, ocupándolos y colonizándolos en paz en previsión de cualquier futura amenaza. Un territorio ajeno desocupado o apenas ocupado es una tentación para cualquier país vecino en expansión poblacional dispuesto a ocuparlo, o para cualquier potencia colonialista o imperial que desee hacer lo mismo por ambiciones, rivalidades o intereses geopolíticos. Los ejemplos cercanos de Estados Unidos con el territorio mexicano de Texas en el siglo XIX y de Brasil con el territorio boliviano del Acre a comienzos del siglo XX son paradigmáticos.
Por eso empezaré haciendo una breve referencia a los 2 casos principales y más tempranos relativos a ese tema, ambos ocurridos en la Venezuela colonial. En ellos la responsabilidad principal o total fue de España, ya que nuestro país era entonces colonia suya y dependía de la fuerza política y militar y de la decisión con que ella actuara en su defensa, pero en los que, por ausencia de ésta, la perjudicada fue al cabo Venezuela, que vio reducido su potencial territorio por la pérdida sucesiva de dos importantes grupos de islas vecinas. Me refiero a los casos de Curazao, Aruba y Bonaire, y de Trinidad (y Tobago).
Desde el mismo siglo XVI y sobre todo a lo largo de los siglos XVII y XVIII las nuevas potencias coloniales que aparecían en Europa, como Holanda, Francia e Inglaterra, enfrentadas a España, empezaron a cuestionar y a hacer frente a la hegemonía que el Imperio español o hispano-portugués ejercía sobre los mares. Esas nuevas potencias europeas se estaban desarrollando como potencias marítimas. Contaron pronto con poderosas flotas, sobre todo Holanda, pero luego Inglaterra. Y empezaron a disputarle mares, islas y hasta tierras firmes a España y a Portugal. A Portugal se lo enfrentó sobre todo en Oriente, en el Índico, lo que no viene al caso ahora, y a España en Occidente, en el Atlántico. El Caribe, centro del poder español, se convirtió a lo largo de esos 3 siglos en un auténtico campo de batalla en el que piratas y corsarios atacaban ciudades portuarias y enfrentaban a las flotas y galeones españoles, mientras barcos comerciantes y negreros que a menudo eran los mismos, se dedicaban al contrabando y a la trata de esclavos africanos.
El siglo XVII fue clave en esto. Para moverse con libertad en el Caribe, esos países necesitaban territorios que sirvieran de base a sus operaciones, o de puertos para sus barcos. El Caribe estaba -y está- lleno de islas de diversos tamaños; y España no estaba entonces en condición de defenderlas, sobre todo a las menores, que eran la mayoría y en las que la población española escaseaba. Francia se apoderó de varias de ellas, y también lo hizo Inglaterra, que hasta logró adueñarse de Jamaica, una de las grandes. Pero me interesa ahora sólo Holanda que, en medio de una larga guerra contra España por su independencia, llevó esa guerra al Caribe y a la costa norte de Sudamérica en la que en esos comienzos del siglo XVII se apoderó de parte del territorio poco poblado de Guayana, el cual, con altibajos, mantuvo ocupado desde entonces hasta comienzos del siglo XIX. Y en 1634 una modesta flota de barcos piratas holandeses se apoderó de Curazao, isla vecina de Venezuela y asociada estrechamente a su territorio y a su historia, también poco poblada y mal defendida, sin que España hiciera nada por enfrentar esa invasión.
Holanda utiliza a Curazao como base de operaciones para sus barcos contrabandistas y negreros y la isla es convertida en centro importante del tráfico de esclavos. No hubo, pues, respuesta española, y fue la colonia venezolana la que intentó recuperar Curazao en años ulteriores, pero sin éxito. El gobernador Fernández de Fuenmayor, que defendió La Guaira de un ataque de piratas ingleses y atacó a los piratas holandeses en el Lago de Maracaibo, lo intentó en 1642 preparando una flota para recuperar la isla. Pero el intolerante obispo Mauro de Tovar, enfrentado a él en una rivalidad feroz por el poder, saboteó la expedición amenazando de excomunión a los que en ella participaran. Después de eso nada más se hizo. Y Curazao se quedó holandesa desde 1634 hasta hoy.
El caso de Trinidad a fines del siglo XVIII con la Gran Bretaña es más complejo. Aunque avistada por Colón en 1498, Trinidad fue subestimada y poco poblada por los conquistadores españoles. Lo mismo sucedió con la Guayana venezolana. La dominación ejercida por España sobre ella fue inestable y confusa. Pero lo fue más sobre Trinidad, y así se mantuvo hasta fines del siglo XVIII. Había entonces allí pocos españoles y la principal población de la isla la formaban indígenas, esclavos negros prófugos y emigrados franceses provenientes de otras islas. Ese descuido y casi abandono de Trinidad por los españoles, que apenas tenían en ella una pobre guarnición mal armada, era una invitación a la invasión inglesa, que se produce en 1797. El desarmado gobernador Chacón se rinde sin lucha y sin que España hiciera nada para impedir la invasión ni para recuperar la isla. Y nada hicieron tampoco la Capitanía General de Venezuela y el Virreinato neogranadino, a los que al parecer poco o nada les importaba entonces Trinidad. Cinco años más tarde, en 1802, la isla se convierte en colonia inglesa por el tratado de Amiens, que España firma con la Gran Bretaña. Y la futura Venezuela independiente quedó fuera del caso.
Y aquí quiero destacar algo, porque, pese a que rara vez se lo menciona o relaciona con la ambición inglesa sobre el territorio guayanés, en mi opinión el control previo de Trinidad, seguido en el siglo siguiente por disponer de la Guayana inglesa, fue clave para impulsar el ulterior proyecto colonial inglés de apoderarse del territorio esequibo, de la mitad de la Guayana venezolana y de las bocas del Orinoco, los cuales, reunidos con su Guayana inglesa al sureste y su vecina Trinidad al norte, podían conformar un potencial, enorme y estratégico territorio colonial británico. Y creo que conviene señalar también, ya en tiempos de la Venezuela republicana independiente de los siglos XIX y XX, lo que sucede con la definición de límites de nuestro país con Nueva Granada (luego República de Colombia). Porque en ese caso Venezuela no perdió islas o territorios isleños potenciales sino territorios reales situados en tierra firme.
El primer Tratado que se firmó, en tiempos de Páez, apenas disuelta la Gran Colombia bolivariana: el Tratado Michelena-Pombo, en 1833, mantenía la frontera neogranadina lejos del Orinoco y dividía la Goajira prácticamente en dos mitades. Pero el Congreso venezolano, que reclamaba más territorio en la Goajira, cometió el grave error de rechazarlo. El problema limítrofe quedó por definirse; y así se mantuvo a lo largo del siglo XIX mientras Colombia, tras revisar papeles y planos, reclamaba más territorios en la Goajira y en los llanos. Agotadas las negociaciones bilaterales, se propone un arbitraje; y Guzmán Blanco lo acepta en 1883.
Seguimos en próxima ocasión.
Vladimir Acosta