Historia Viva | Andrés Bello: Su distante navidad patria

La existencia de un hombre que le dio natividad al pensamiento innovador

Dijo el poeta Crespo que Andrés Bello «es el gran ausente en el campo de batalla y de las ideas». Entre bicentenarios, apenas se le da memoria a la sombra como maestro del Libertador Simón Bolívar casi en el borde del olvido, o cuando su nombradía fue puesta a una avenida de Caracas o algún liceo memorial, cuando su trascendencia es continental y universal por descollar capacidad visionaria y siembra cultural americanista; por eso, es necesario volverlo al nacimiento patrio.

Y digo nacimiento con toda la intención del trato gramatical, en tanto que estamos en Navidad y es momento propicio para evocar la existencia de un hombre que en el plano cultural le dio natividad al pensamiento innovador de nuestra condición de pueblo, primero regional y luego universal, ante una Europa cansada de guerras y reparticiones territoriales, que aún hoy no termina de reposar en los despojos junto a los que desde Washington husmean donde haya petróleo para saciar su voracidad industrial salvaje.

Bello, distante, pero presente, fue uno de los nuestros que le dio al continente americano uno de los estudios gramaticales más definitorios de nuestra personalidad cultural, mientras al norte del sur se debatían en una guerra de exterminio para la titánica tarea de construir repúblicas y deslastrarse de los amarres políticos con la Monarquía española. El Maestro, con mayúscula, alternaba su gestión diplomática con Luis López Méndez en Gran Bretaña para conciliar y acopiar recursos para la lucha independentista, aún a costa del sacrificio de vivir en la pobreza, en un país frío y como extranjero que en Londres no resultaba ningún privilegio, como lo imaginan algunos al salir de estas costas para una aventura migrante sin sentido ni razón.

A miles de millas de distancia, un hombre como Andrés Bello, hecho de sensibilidad poética, debió rememorar los diciembres en su Caracas natal, cuando la neblina madrugadora bajaba del cerro por entre sus galerías boscosas hasta el vecindario santiguado por los curas del Convento de las Mercedes, en el antiguo callejón La Merced donde se ubicaba la casa familiar y donde se rezaban las doctrinas de Jesucristo con sus tíos curas y los cánticos de los villancicos navideños que alegraban la comarca matria.

El maestro y musicólogo venezolano Diego Silva Silva, describió lo que debió escuchar Bello en su niñez y adolescencia aquellos años juveniles entre 1781 y 1793 al referirse a la llegada de los sonidos musicales españoles para la navidad: “Al llegar a Venezuela, el villancico clásico fue moldeado por manos mestizas que lo adaptaron para representar un género particular de música tradicional navideña de Venezuela, que se caracteriza por el uso de un conjunto vocal numeroso, en el que algunos solistas se alternan en los solos, con acompañamiento instrumental de cuatro, tambor, furruco, pandereta…”

Pero además estamos hablando del nieto de Juan Pedro López, notable pintor colonial, e hijo de Don Bartolomé Bello, quien era músico de la Catedral de Caracas, y de una madre abnegada que guardó para su hijo primogénito todos los cuidados con los mejores maestros de su tiempo, como el latinista Fray Cristóbal de Quesada, quien le enseñó la disciplina del estudio de la lengua con métodos monásticos apenas siendo un adolescente, y luego por su cuenta leyendo los libros la biblioteca del Convento de las Mercedes.

Su paso por la Universidad de Caracas fue ejemplar como estudiante sobresaliente, que le abonó la nombradía de sabio y lo catapultó a ocupar importante cargo en la Capitanía General de Venezuela, donde trabajaba cuando cruzó el umbral hacia los vientos independentistas, para dejar testigo de su condición al escribir los bocetos de las primeras letras de canciones patrias que dieron forma y acompañamiento a la música que arengó caminos de libertad junto al embrión del luego bautizado Himno de la patria venezolana. Bello compartió musicalmente con Juan Bautista Picornell, inspirador de Gual y España en las revueltas revolucionarias de La Guaira de finales del Siglo XVIII.

Su carrera diplomática se inició cuando fue enviado junto al joven Simón Bolívar y Luis López Méndez, por orden de la Junta Suprema de Caracas, para abogar por una América libre del dominio imperial español y que al abordar el bergantín Wellington rumbo a Gran Bretaña, el 10 de junio de 1810, dejaría en la lejanía de su mirada las últimas vistas y recuerdos de su natividad en Caracas. Aquel primer viaje lo extrañaría físicamente por siempre de la tierra que lo hizo ser y hacer para el bienestar de sus compatriotas.

29 navidades frías las ocurridas en Londres durante los años que le tocó vivir en la Gran Bretaña helada desde 1810 hasta 1829, pero su sino y misión ya estaba trazada, hacer todo lo posible para apoyar la gesta independentista desde su fuero diplomático y periodístico a costa de sacrificios personales y familiares.

La turbulencia y vaivenes de la guerra en Suramérica, le dio para pensar en su rol como intelectual y sus aportes en el entendido de su vocación, así se va a Chile a iniciar un brillante esfuerzo de consolidación de los procesos políticos resultados de la independencia sudamericana. Mientras Simón Rodríguez entregaba al Libertador los principios pedagógicos para la formación del nuevo republicano que ha de dirigir estas regiones, Andrés Bello hizo lo mismo en Chile al fundar la Universidad de Chile, desde donde difundió los ideales que conjugaba con los de Simón Bolívar, Simón Rodríguez y el procerato popular revolucionario del Siglo XIX, lo que Don Pedro Grases llamó la “propagación del saber” en un acto de liberación cultural para la América Meridional con alcances y trascendencia hasta nuestros días.

Aldemaro Barrios Romero |

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