Este poema lo escribí el 14 de septiembre de 1992; hace más de 30 años, pero al reelerlo me he dado cuenta que mucho de lo que denunciaba en aquel momento sigue pendiente… comparto aquel escrito con ustedes:
¿Qué es éste país?
¿Este cerro?
¿Esta esquina?
¿Esta escalera?
¿En qué parte del mapa se cruzan el amor y el dolor?
¿Qué titula mi cédula con ser venezolano?
Por qué esta manera de ver la vida,
como si fuera un rebusque,
un empaque portátil,
un clima,
un sello,
una póliza sin contrato…
un querer sobrevivir hoy y suficiente,
éste no querer ser,
esta mentalidad de buhonero
que cuelga como una araña del pensamiento,
una apuesta al hoy,
una obertura,
un homenaje con altar y todo
al desarrollo marginal de la ocasión,
como si todo fuera llegada y no esfuerzo…
es como una droga que se incorpora en nuestra anatomía
como un vestido de plomo, pero debajo de la piel,
nos mineraliza, nos licúa los sueños
paralizando la voluntad,
decapitando las ilusiones,
instalándose en el estómago del obrero,
del maestro, del técnico, del profesional,
del creyente, del ateo;
es un grillete pesado que nos ata a un barranco sin fondo,
un desprecio por lo nuestro
y aprecio por lo de afuera…
centro de cuentos,
de inventos maniqueos;
este país se cae
y yo me encierro como un caracol sin suelo.
¿Dónde el sueño de mi sueño?
¿Dónde el sudor de mi sudor surcado?
¿Dónde la mano férrea de mi mano débil?
¿Dónde quiebro el nudo de la sumisión?
¿En qué parte de mis costillas
encierro esta caja de vísceras, náuseas y vómitos?
¿Dónde mi hambre secreta?
¿Qué musculo del alma me grita?
¿Dónde comienza mi mañana diferida?
¿Dónde mi aliento en esas flores abiertas que son mis angustias?
Yo no quiero
que el amor sea una metáfora cotidiana,
un modelaje,
un decir… una costumbre.
Quiero encontrar y descubrir en cada día
la chispa oculta que encierra la naturaleza,
toda la belleza, todo el valor
que despide una estrella en una piedra…
y a pesar que cada hombre es un inventario de contradicciones,
un arco de dudas infinitas,
insisto
quiero escullar ese aullido mutilado
que se calla en las personas,
que sepultamos los humanos,
que secamos,
que desterramos;
que muchas veces no entendemos,
ni atendemos.
Algo tan simple, natural y a la vez complejo
que nos pasa al lado
y lo dejamos ir:
amor,
amor entre un hombre y una mujer,
amor de padres a hijos,
amor por este país,
amor-respirando hasta encontrar la semilla de la vida.
Quiero que esa fuerza se manifieste,
se rebele,
trascienda
aún entre las espinas de la existencia.
Yo quiero pulsar cada minuto que me quede
con la esperanza viva,
siempre renovada cada día
como aquella montaña de bailar con las nubes.
Quiero salir con el arma de mis ilusiones
y todos los días dispararle a la apatía,
al conformismo, al no hacer,
a la generalización,
al disparate,
al centro de lo impreciso,
a la injusticia, al privilegio.
Quiero asesinar, exterminar a quemarropa
la maldita cultura de no creer en estas tierras,
la desconsideración por nuestro pasado…
del inmediatismo estéril,
hay que fracturar al pesimismo,
pararnos sobre nuestros pies,
desechar las apariencias,
cosechar resultados…
Tú, ella, yo, nosotros
somos esta nación en carne viva,
mapa, espacio, aire,
agua, raíces, ancestros y mucho más…
inmensas riquezas en cada recodo
porque en cada recodo hay una mirada,
una respiración
para brindar con gratitud
por la importancia de la vida,
por las cosas sencillas de la vida
que te da este techo,
estas fronteras que me circundan,
este piso de bruma y poemas,
esta profunda fuerza mestiza,
esta cascada vital de cielo infinito
en la mitad geográfica de este planeta,
la estelar residencia de mis antepasados,
de ahí la persistencia que les da sentido a mis sentidos…
de mis logros y ausencias,
de mis aciertos y errores.
Centro de sutiles arraigos,
de furtivas creaciones
de mi modesto talento…
cajita de madera colmada de quimera,
anhelo sembrado en lo más íntimos de mis venas,
llama definitiva de mi pasión,
de mi locura:
Venezuela
Vidrio de amor… enterrado en mi corazón.
Humberto Rojas D.
14-09-1992