LA NEOLENGUA DEL GOBIERNO Y LA ESTUPIDEZ INDUCIDA EN LAS UBCH

Por Jesús Puerta // Aporrea // 04-05-23
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Comprender no es solidarizarse con el comprendido, mucho menos perdonarlo. Algo así explicó Hannah Arendt cuando trataba de comprender la personalidad de Eichman, el eficiente administrador de uno de los más terroríficos campos de exterminio de los nazis. En todo caso, hoy una de las tareas necesarias para pensar en un país posible, es entender cómo piensan los que mandan hoy en este gobierno y, especialmente, los que lo apoyan sin interés directo, económico o de poder, es decir, los que podríamos llamar los «militantes de base» del PSUV. En parte, este objeto de estudio surge de una gran curiosidad: ¿cómo se sostiene esa lealtad; más allá de una explicación simplista acerca de una estupidez generalizada?

Una oportunidad para adelantar algunas hipótesis es este nuevo intento del gobierno, de inventar una «neolengua». Es conocido el concepto. Lo desarrolló George Orwel en su novela «1984», una de las más conocidas distopías en la que describía el drama personal de un habitante de un mundo dominado por un totalitarismo atroz. Aunque, en realidad, leyendo el «archipiélago Gulag» y otros materiales históricos acerca de los crímenes de lesa humanidad de Stalin, Mao, los Khmeres Rouge, Hitler y otros Führer, quienes lograron poner en duda el significado del concepto de Humanidad, para no hablar de otros cadáveres notables como Dios. La «neolengua» en la novela de Orwel era un proyecto del «Gran Hermano», el dictador totalitario modelo, para reestructurar el idioma, reduciendo sistemáticamente las palabras (la idea es que como se piensa con palabras, si se reduce el vocabulario, se piensa menos), juntando pares contradictorios (crimental, por ejemplo), confundiendo el significado de otras (Ministerio de la Verdad, para la entidad que se encarga de mentir, cambiar la historia y falsear los hechos en unos medios controlados; Ministerio de la Paz, para el monstruo burocrático encargado de la guerra; Ministerio del Amor, para el ente encargado de la represión, las torturas, las ejecuciones sumarias y demás atrocidades).

De modo que el gobierno de Maduro, del PSUV, de la cúpula burocrático-militar-delictiva, de eso que habría que discutir cómo llamarlo por fin, pretende imponer un nuevo concepto en su «neolengua»: «ingreso mínimo vital». Con este término se pretende sustituir y borrar nada menos que el concepto, viejo de siglos de la economía política, de salario. Es la parte que le corresponde al trabajador de la producción social. Las otras partes son la renta, de la cual se apropia el dueño de la tierra o del subsuelo (por ejemplo, el Estado venezolano respecto de su riqueza petrolera), y la ganancia, de la que se apropia el capitalista y que está muy ligada al concepto de plusvalía que explicó también el estudioso de Tréveris. Esa borradura se lleva también, de paso, el concepto de prestaciones sociales, noción que, paradójicamente, había reivindicado Chávez (¿se acuerdan de aquel discurso de 2006, donde Chávez atacaba la bonificación del ingreso de los trabajadores y la eliminación de las prestaciones? Ya no existe; ya no lo divulgan oficialmente; nunca existió). Ahora, los bonos de diferentes denominaciones grandilocuentes (otro caso para un filólogo o lingüista), han sustituido al salario (y a las pensiones) como ingreso. Y es una sustitución que, al acuñarse el nuevo término que está centrando las actividades de «formación» en las UBCH, equivale a una eliminación. Igual que terminaron por eliminar ciertos mensajes de Chávez, el «socialismo del siglo XXI», etc. Primera tarea de una «neolengua»: eliminar conceptos.

No es la primera vez que la cúpula burocrático-militar-delictiva (disculpen el término aglutinante), inventa palabras. «Burguesía revolucionaria» y «minería ecológica» son ejemplos de la aplicación de otra regla de la «neolengua» orweliana-madurista: juntar conceptos contradictorios para que terminen anulando cualquier sentido. No son solo eufemismos, amigo Omar Vásquez; es decir denominaciones «bonitas» para esconder la fealdad de su significado. Y no me vengan con que la «burguesía revolucionaria» se refiere a la NEP, esa política con la cual Lenin pretendió recuperar la producción de alimentos dejando quieta por un tiempo a los agricultores privados de Rusia. Mucho menos, invoquen las revoluciones burguesas de la primera mitad del siglo XIX en Europa. La «burguesía revolucionaria» se refiere más bien a esa nueva fracción lumpen de la burguesía venezolana que se enriqueció con estos gobiernos pseudorevolucionarios, esos nuevos ricos que desfalcaron a la Nación, cuya punta de iceberg se vio con la lucha de facciones que, por ahora, solo se descargó contra la pandilla de El Aisami porque pretendía desmejorar el poderío de Maduro o no repartió bien el botín en vistas de los planes para estos años preelectorales. Por otra parte, ¿habrá todavía un ecologista honesto que acepte ese oxímoron (juntar términos contradictorios) de «minería ecológica»? Por favor: toda minería desmejora el ambiente por sus propios métodos de explotación, rompe con los equilibrios que estudia la ecología, contamina las aguas, destruye vegetación y fauna, aniquila el hábitat de animales y seres humanos indígenas. Segunda tarea de una «neolengua»: anular significación juntando conceptos opuestos.

Así, el militante de base se mueve en medio de una «neolengua», que es parte de un realidad virtual donde, por ejemplo, nunca se enteró de la cantidad de dólares que le entraron al país en veinte años, a cuánto llegó la deuda externa ya en 2013, y, aunque sufrió las consecuencias, no se enteró conscientemente de los virajes de política económica de este gobierno, desde un populismo demagógico a un neoliberalismo salvaje. Pero imponer esa «neolengua» y esa desinformación oficial no bastan para esta vasta operación de manipulación y estupidez inducida. Hay que aprovechar al máximo los chantajes. El primero, si criticas la política del gobierno, entonces estás ocultando las sanciones norteamericanas, luego le estas haciendo el juego al imperialismo, luego: eres un agente de la CIA. Y no crea el amigo lector que este chantaje se lo aplican a cualquiera. Hasta a uno de los intelectuales más respetables que defiende al gobierno, al propio Luís Britto García, le han hecho esa acusación por, simplemente, explicar lo que es el salario a la luz de la economía política y a la crítica que a ella hizo Marx. Esto se parece demasiado aquel artículo 59 del Código Penal de Stalin que describía Solzhenitzin: usted es culpable de traidor a la Patria, de sabotear el poderío del Estado, de sabotear los esfuerzos por reanimar la economía, por solamente darse cuenta de que no hubo aumento de salario, de que los pensionados y los maestros no pueden sustentar su vida con lo que reciben, de que el salario mínimo en Venezuela está por debajo del de Haití, de que los venezolanos estamos ante el desamparo más completo por el estado en que están los servicios de salud y otros tantos hechos cuya percepción te hace sospechoso de «enemigo de la Patria».

El anterior chantaje va acompañado ahora por otro, que apela a tu bondad y tus buenos sentimientos, pues pretende hacerte sentir mal contigo mismo por tu insensibilidad ante «los grandes esfuerzos» que hace Maduro para gobernar y tirarle algo a los venezolanos. Esto merece algunas consideraciones especiales. En primer lugar, ese señor está ahí, con todo ese poder (controla todos los Poderes Públicos, el Partido, tiene arreglos con los militares, puede acabar con medios de comunicación, etc.) supuestamente para trabajar y trabajar bien en función a toda la población del país. Segundo, los recursos que él maneja no son suyos de él, personales, sino de toda la Nación. Tercero, su gestión ha sido pésima, si analizamos con cuidado lo que ha hecho en todos estos años, especialmente antes de las sanciones económicas de 2017; su connivencia con la corrupción, la suspensión de la Constitución, las violaciones de los Derechos Humanos (sí; incluso las torturas denunciadas por «Patria o Muerte» como los jóvenes gerentes de PDVSA presos y torturados por denunciar corrupción), la gestión de PDVSA y las empresas de Guayana, su falta de previsión, sus acuerdos con el hampa organizada que se fortaleció gracias a políticas también eufemísticas como eso de las «zonas de paz», etc. Todo eso es su responsabilidad.

Pero hay otro elemento que se escapa en todo esto. La buscada y chantajista búsqueda de comprensión, consideración y quizás hasta lástima, esa demanda de afecto incluso, hacia Maduro, no toma en cuenta que Chávez y los suyos sabían (o debían saber) con quién se estaban metiendo, sabían que el enemigo se defendería y que era poderoso, que actuaría lógicamente en función a sus intereses ¿Acaso es válido que un boxeador se queje de que su contrincante intente golpearlo? ¿Acaso no es risible tenerle lástima a un futbolista porque el otro equipo le metió gol? Ese era el juego, amigo.

Y tampoco vale el argumento de que ellos son más poderosos que uno, porque ¿no lo sabías cuando lo atacabas precisamente por eso? Entonces, ¡eres un tremendo irresponsable! No incluiste en tus cálculos que Venezuela sigue siendo pobre, sin independencia alimentaria, sin ciencia y tecnología propias, sin industria, dependiente del petróleo y nunca hiciste algo efectivo para superar eso, porque te comiste (y gozaste) lo que pediste prestado. Aprovechaste la inmensa renta petrolera para gastarla, sin prever la época de las vacas flacas, aunque en la historia de tu país la misma situación se ha repetido una y otra vez.

Pero, además, tu oferta era construir otra sociedad de acuerdo a un Plan ¿Lo hiciste? ¿Cumpliste con tus propias promesas? ¿No mentiste una y otra vez ofreciendo reactivación económica y mejoramiento con un plan que ya sabías que no funcionaría porque no funciona desde hace años? Ahora vienes y quieres hacer sentir mal a la gente, por su supuesta desconsideración hacia tus «esfuerzos», cuando hace poco te presentaste como un superhéroe, con capa, licras e interior por fuera.

Claro: nada de estas razones pueden penetrar a un último núcleo de sentimientos de autoestima por ser leal hasta el final, por ser una «buena persona», porque nunca traicionaste, que tienes como miembro de UBCH. Y tampoco ningún razonamiento logra tocar esa brizna de orgullo por estar del lado de los «vencedores» (¿?) de una oposición obtusa, torpe y teledirigida por los gringos. Y, por último, hay una almendra de terquedad por la rabia (y el duelo) que produce reconocer que estabas equivocado y terminar dándole la razón a quienes, hasta ayer, despreciabas e insultabas sabroso, como descargando esa rabia que sientes igual porque hoy estás mucho peor que ayer y tienes hambre y necesidades y ya no puedes más, pero soy arrecho y revolucionario (¿?)…

Sí, ahí está el núcleo duro de los que nunca se enchufaron, ni robaron, los puros y honestos, que hoy todavía van a la marcha a aplaudir al presidente, pero que, de pronto, hubo una chispa y le dijeron ¡no! al Super Bigote. Y vieron que el Rey estaba desnudo. Y que no hay kriptonita más fuerte que la indignación del engañado.