El triángulo rosa «marcaba» a los gays dentro de los campos de concentración y los convertía en el escalafón más bajo de los prisioneros
Sí, podemos perder nuestros derechos
Lejos de la concepción iluminista, la Historia no es siempre lineal y progresiva. Por el contrario, en ocasiones, a una época de ampliación de derechos suele sucederle la noche de la infamia y las persecuciones. Los resultados de las PASO y el avance de la derecha más radicalizada obliga a la comunidad LGTBIQ+ a posicionarse.
18 de agosto de 2023
En el período de entreguerras, Alemania parecía un paraíso sexual desprovisto de censura. En particular, Berlín era considerada la ciudad más erótica del mundo con una vida nocturna capaz de satisfacer los deseos más variopintos y de alojar una amplia gama de identidades diversas a la heteronormatividad.
Berlín era una fiesta
La especialidad local eran los clubes y burdeles para gays y lesbianas. Por cabarets como Eldorado o cafés como Resi o Femina desfilaban atrevidas mujeres con faldas de plátano, travestis con lentejuelas y plumas, muchachos en cueros, varones ocasionalmente pintarrajeados y en polleras y mujeres en trajes masculinos a lo Marlene Dietrich… A su vez, los shows incluían stripteases y combates cuerpo a cuerpo en el barro de ambos sexos, representaciones de orgías y juegos sensuales con el público para adivinar a qué género pertenecía tal o cual artista, entre otras deliciosas diversiones.
Para los que buscaban carne menos sofisticada estaba el barrio de Halleschestes Tor en donde muchachos rubios de la clase obrera de ponían al alcance de la mano. Mientras tanto, otros tantos jóvenes proletarios pavoneaban su belleza vestidos con chaquetas de cuero, camisas desabrochadas hasta el ombligo y arremangadas hasta las axilas en bares gays tan humildes que solo estaban adornados con imágenes de boxeadores y ciclistas pegados con tachuelas en las paredes.
Es el universo que recreó el novelista británico Christopher Isherwood en su serie de crónicas tituladas Adiós a Berlín (1939) y en la se basó la película y el musical Cabaret (Fosse, 1972). Es la ciudad que incitó a la emigración a cientos de gays en busca del paraíso terrenal y le hizo afirmar al poeta W.H. Auden “Berlín es el sueño de todo sodomita. Hay ciento setenta burdeles para varones bajo el control de la policía”. El propio Auden bromeaba sobre el hecho de que sufría una fisura rectal excavada en las trincheras homosexuales de la capital alemana.
Pero, además de promover el placer pansexual, en términos culturales, la llamada República de Weimar convirtió a Berlín en la vanguardia de la arquitectura bajo el signo de la Bauhaus y en la capital mundial del cine con genialidades tales como El gabinete del Dr. Caligari (Wiene, 1920) o Metrópolis (Lang, 1927). Asimismo, el país alcanzó grados de militancia gay inauditos para la época. No solamente existían diarios, revistas y boletines para homosexuales, sino que también llegó a realizarse Anderes als die Anderen (“Diferente a los demás” de Richard Oswald, 1919), una película interpretada por el prestigioso actor Conrad Veit que denunciaba la homofobia y se escribieron novelas como Gestern und Heute (Christa Winsloe, 1930) cuya adaptación cinematográfica Mädchen in Uniform («Mujeres en uniforme”) de Leontine Sagan, 1931) es considerada una de las primeras películas de temática abiertamente lésbica.
Muchas de estas políticas activistas eran parte de una campaña liderada y organizada por el Doctor Magnus Hirschfeld para abolir el parágrafo 175 del código penal alemán que penalizaba a la homosexualidad. El campo de batalla de Hirschfeld era el “Instituto de Ciencias Sexuales” donde se atendía a gays, lesbianas y travestis y cuyos avances en términos de estudios sexuales le valieron a su mentor, el apodo de “el Einstein del sexo”.
Genocidio y triángulos rosas
Con la fiesta en las calles, amparados por la ciencia y a un paso de alcanzar la gran victoria que suponía suprimir el siniestro apartado 175 -y también el parágrafo 218 que prohibía jurídicamente el aborto-, es probable que gran parte de la comunidad de gays y lesbianas de la época haya creído que, en términos de libertades y ampliación de derechos se había llegado a un punto que no admitía retrocesos. Sin embargo, tras el ascenso definitivo al poder del nazismo en 1933 que canalizaba frustraciones alemananas desde el Tratado de Versalles y bajo el discurso prevalente de imponer orden, frenar la hiperinflación y la decadencia moral, no sólo se diluyó la posibilidad de anular a ley que enviaba a los gays a prisión, sino que dicho castigo se amplió a cualquier evidencia de miradas y fantasías homoéroticas.
A su vez, en pocos años, el Instituto de Ciencias Sexuales fue incendiado y Hirschfeld fue perseguido y obligado al exilio donde halló una muerte prematura. Entre 1931 y 1945 unos cien mil hombres fueron arrestados por ofensas al apartado 175 y unos cincuenta mil oficialmente inscriptos en los archivos como criminales. Aproximadamente diez mil fueron enviados a distintos campos de concentración y tortura portando el símbolo del triángulo rosa que los convertía en el escalafón más bajo de los prisioneros y los hacía proclives a todo tipo de humillaciones incluso por parte de otros prisioneros. La cantidad de muertes en los campos por motivos de identidad sexual nunca fue especificada del todo, aunque ciertos investigadores la estiman en 6000.
El experimento nazi es una de las tantas cabales evidencias históricas -el franquismo tras la república española, el estalinismo tras el leninismo y un largo etcétera- de que las conquistas sociales nunca son definitivas. Por el contrario, los derechos suelen ser provisorios y por ello es necesario estar alertas y militarlos constantemente. No solo son frágiles, están en riesgo y pueden perderse, sino que, aún tras una larga época de expansión de los mismos se puede retroceder hacia más abajo del punto cero de la historia de la humanidad y llegar a violar los derechos básicos más elementales.
Cada momento histórico es único, situado e irrepetible. Sin embargo, hay numerosa comprobación empírica y no por remanida deja de ser cierta la afirmación de que los pueblos que no recuerdan la historia están condenados a repetirla de alguna manera. Sin pretender extrapolar la realidad alemana de los años 20 y 30 con la realidad argentina actual ni trazar un paralelo lineal a los partidarios de La Libertad Avanza con el nazismo, los resultados electorales de las PASO debieran constituir una severa señal de alarma.
Entre tantas cuestiones, porque brindan la chance de convertir en presidente a un personaje que, como en una versión invertida de la canción redentora de Charly García, proclama que ministerios tales como el de Salud, el de Cultura, el de las mujeres, género y diversidad o el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo pueden y van a desaparecer; afirma que la salud será privatizada y no será obligación del Estado dejando en la incertidumbre que pasará en el futuro con la cobertura de los medicamentos para combatir el VIH/SIDA o la atención integral de la salud de las personas trans, que la ESI sera perseguida como una ideología del postmarxismo y que se refozarán la represión a grados que evocan las épocas álgidas de gatillo fácíl. Esos ejemplos debieran por sí solos aunar y movilizar al conjunto de la comunidad LGTBIQ+.
La libertad apropiada
Es probable que, tras 40 años de democracia, el goce de ciertas libertades civiles y custodiados por leyes que -como la de ESI, la de matrimonio igualitario o la de identidad de género- convierten a Argentina en ejemplares, toda una generación pueda -en forma análoga al movimiento homófilo alemán de los años 20 y 30- olvidar los riesgos que implican ciertos discursos y los dolores y tragedias que parieron los derechos. En este sentido, rememorando el párrafo de un discurso de Eva Perón destinado a hacerse célebre: “le tengo más miedo al frío de los compañeros que se olvidan de dónde vinieron que al de los oligarcas” y me resulta incomprensible, frívolo e imperdonable el apoyo en las urnas a Libertad Avanza por parte de miembros de las sexualidades disidentes.
En Christopher y su gente, el mencionado Isherwood refiere que aun cuando los bares de muchachos comenzaron a sufrir redadas, muchos gays aludían a lo sexy que se veían los soldados nazis con sus uniformes. Posteriormente en documentales como “Hombres, héroes y nazis gays”, cineastas activistas contemporáneos como Rosa Von Pranheim han dado cuenta de que desde sus inicios el movimiento homosexual ha contado entre sus filas con miembros inclinados hacia la extrema derecha y se sentían fascinados con el ejército nazi. Ello no impidió que en 1934 fueran ejecutados Ernst Röhm, un aliado de Hitler, y su grupo acusado de ser “unos cerdos homosexuales”
A su vez, también debrerían ser analizados en profundidad los contenidos y los usos y abusos derivados de la polisemia de la palabra libertad. Autodenominarse libertarios es situarse en la tradición de lxs rebeldes, lxs desposeídos, lxs postergadxs y lxs olvidados de la Historia: esclavxs, obrerxs, negrxs, mujeres, entre otros sectores… Parafraseando el monólogo de “Miguel de Molina al desnudo” -esa obra dedicada a una víctima paradigmática del fascismo homofóbico español que debiera ser de vista obligatoria para todas y todos-, en demasiadas ocasiones la palabra libertad suele ser bastardeada y nunca debiera olvidarse que, aunque es de los afligidos y los oprimidos frecuentemente es apropiada por los verdugos.