El Nazi-onal a la morgue

A mi amigo Pedro Téllez hace algunos años le pedí un texto suyo para publicarlo en un dosier (así nos dio por llamarlo) que editábamos para la embajada de Venezuela en Malasia.

«Cuando dejé de leer El Nacional, periodismo reciclado» tuvo por bien titularlo Pedro y así salió en modo trilingüe y fue leído no solo en los países del sudoeste asiático, sino en toda la bolita del mundo a través de las misiones venezolanas acreditadas, que se encargaron de distribuirlo entre sus amigos, aliados y redes de solidaridad con Venezuela.

El asunto dio pie para debates y conversatorios con diversos sectores, pues se trataba de un tema curioso sobre la historia de un ícono curioso de la historia cultural de un país curioso que vivía una revolución curiosa dirigida por un líder curioso llamado Hugo Chávez.

Téllez, el acucioso

Dice Pedro:

Un periódico me acompañó por decisión propia desde antes de mi adolescencia hasta los inicios de la adultez. Día a día estuvo en la construcción de mi identidad, compartí su lectura en intimidad y fue mi apoyo en la generatividad social. El idioma tiene la misma palabra para dos acepciones aparentemente opuestas: el registro día a día de las experiencias íntimas de alguien; y las noticias de los otros, el día a día nacional e internacional. ¿Nunca se cruzan? La colección de un periódico puede ofrecer el entorno social del más íntimo de los diarios: en uno la relación conmigo mismo y en el diario o periódico la relación con los otros y con la naturaleza. En verdad se entrecruzan: recuerdo como si fuera hoy cuando, al regresar de la escuela, mi hermano Santiago me enseñó el gusto por leer en la columna «Muro de papel» de Ignacio Burk, que era un muro blanco, pero una vez traspasado, como el del poema de Paz Castillo, nos esperaba la trascendencia. Significaba el paso de la forma a los contenidos, preparación de los contenidos más profundos del libro comentado y recomendado por Burk y Santiago Téllez. El primer libro que leí fue Las palabras de Jean-Paul Sartre, memorias de un niño leídas por otro niño montado en una mata de mango. De adolescente seguía a Juan Nuño y sus polémicas hasta consigo mismo, y desde la columna luego saltaba yo a los autores comentados, de Voltaire a Borges. En la adultez, los recortes del pasado reciente de Jesús Sanoja Hernández nos traían de la historia al hoy la Revolución de Octubre, la venezolana del 45 o la del 17. El presente: como en una escena de costumbres del XIX, mi padre leía en voz alta y para toda la familia la columna de Sanín. Así entraba en casa el periódico liberal de centroizquierda, crítico, con ironía y humor, sátiras al gobernante adeco de turno…

Sutanos y perencejos

Con este preámbulo asociado a la fecunda tradición cronicaria de Mempo Giardinelli, Osvaldo Soriano o Armando José Sequera, Pedro escanea en tres D la historia, pasión y muerte de uno de los periódicos que más cobijo recibió de parte de una Venezuela que pudo haber sido y no fue por «culpaeChavez» y su manopla. Fue esa «mesma» que levantó el zócalo de su arquitectura republicana y acabó la diversión con la que estas vacas se consagraban a su antojo desde que fueran fundados este y otro diario por comunistas de alcurnia o conservadores de la bella época de mediados del siglo antepasado. Todos perfumados por las fragancias del siglo de oro de Guzmán Blanco y los mantuanos de zapatos de patente y paraguas para lucir entre la resolana, los Campari sabatinos, los huevos poché de los Machado y los conqués de Sofía Ímber, don fulanito de tal y madame de cual y sus crías cuervos te sacarán los ojos de tantos perencejos que hasta el dos mil creyeron en los horóscopos de José Hernández, las lágrimas de Lila, los valores humanos del doctor Uslar, los lingotes de oro del Inciba y las ocurrencias de Maritza Sayalero.

Primera plana falsa

A pesar de que se trata de una broma, dice Téllez, la sátira gráfica ha llegado lejos. En julio de 2013, el líder político Henrique Capriles Radonski, entonces gobernador de Miranda, denunció que la presunta portada de 1992 que emitió El Chigüire Bipolar en 2011 fue reproducida en un texto escolar de historia de Venezuela. Imagen tomada de Tal Cual.

El Nacional era un periódico pensado hasta en su formato para la clase media: para leer en la mesa con el desayuno, para los que disponen de tiempo y espacio propios.

Buen artículo, asertivo, este de Pedro Téllez. Es también mi historia y considero que la de mucha gente. Yo aprendí a leer (en el sentido completo) a través de El Nacional. Téllez no menciona a Earle Herrera ni a Cabrujas y a muchos otros que nos hicieron felices. Earle fue uno de mis articulistas preferidos. Todavía tengo en Mérida una carpeta viejísima con recortes de «Titiri mundachi».

El Bobolongo destruyó ese icónico periódico para fundar lo que también se conoce como El Nazi-anal, nombre quizás más apropiado y por ese epíteto lo conocen en los bajos fondos del chavismo de antes.

Yo dejé de comprarlo en el 2003, cuando desapareció al sufrir esa trasmutación en pasquín palangrista y antinacional. Recuerdo que hasta llegaron a distribuirlo gratis. Le comenté al kiosquero que ni para recoger el polvo, como dice Pedro.

Pero El Nacional (ahora digital) se une a la basura cósmica, a la desnacionalización: se afinca contra Maduro, llora por la salud de Biden, añora al Grupo de Lima, se le caen las medias por la OEA de los chilenos, da el culo por Zelenski, se tragicomea por la MUD, respira hondo cada vez que Venezuela bate un récord, se desespera por Con el mazo dando, se deprime porque a Tulio Hernández se le cae el pelo de caspa y no para de sufrir por los artículos de Luis Britto García.

Hace algunos años la muchacha, que es la hija de la panadera de una esquina de Parque Central, me llamó por teléfono para decirme que yo era «pura pérdida» porque no la busqué para darme unos ejemplares que había guardado para mí, aquellos del «golpe de Carmona: la batalla final será en Miraflores».

Le dije: «Mi amor, tenlos por ahí porque todavía falta. Tú y yo vamos con todo hasta el final. Espérame ahí, tranquilita. Ese es un periódico de ayer». Ella, tan bella y ocurrente, me dijo: «El Nazi-onal a la morgue».

Colorín colorao…

Federico Ruiz Tirado