Texto necesario y aclaratorio, basado en una crónica de 2019
Ha habido una deformación histórica según la cual el 21 de noviembre solo reconoce al estudiante universitario, y no debe ser así. Ello sería injusto para con los valientes estudiantes de los liceos caraqueños y de todo el país, que fueron los que encendieron la mecha, los que sonsacaron a los universitarios a enfrentar la dictadura de Marcos Pérez Jiménez.
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No sé por cuál capricho nos quieren imponer que el 21 de noviembre es el Día del Estudiante Universitario, además de pretender relegar nuestro aporte desde casi todos los liceos y nuestro protagonismo como mujeres.
Como educadora, graduada con honores, les recuerdo que luego del derrocamiento del dictador Marcos Pérez Jiménez, la Junta de Gobierno, presidida por el profesor de la UCV Edgar Sanabria, emitió el decreto 436 de fecha 21 de noviembre de 1958, publicado en la Gaceta Oficial N.° 25.818, cuyo primer artículo reza: «Celébrese el Día del Estudiante el 21 de noviembre de cada año…». Ahí no dice por ningún lado la palabra «universitario…», que además sería sectaria y relegaría el verdadero protagonismo de quienes dimos hasta nuestras vidas por esa causa liberadora.
Aquella gesta nació del cansancio del pueblo y de las hormonas de estudiantes resteados de los liceos Fermín Toro, Miguel Antonio Caro, Luis Razzeti, Caracas, Aplicación, Juan Vicente González, Andrés Bello y de los recién promovidos del bachillerato a la UCV y al Pedagógico de Caracas (en su mayoría juventud comunista y adeca), que sumaron fuerzas con la juventud copeyana y la Universidad Católica (solo con movimientos internos en sus predios, porque ellos no salieron a la calle).
Hay que aclarar que en nuestra causa libertaria nos habían antecedido los estudiantes de la Generación del 28, sublevados contra Gómez. También hubo alzamientos contra el sucesor, el general López Contreras. Esos valientes estudiantes, incipientes intelectuales, dejaron la mecha encendida que nosotros tomamos como testigo en esa larga carrera que aún no ve la meta tan cercana por una serie de inesperados obstáculos.
Aquella misión de jóvenes rebeldes fue exitosa. Rafael Caldera era el candidato único legal de la oposición contra Pérez Jiménez, pero fue arrestado y los esbirros del general obligaron una sola conseja: «Vota, a favor o en contra, pero vota». En los liceos dijimos: «No aceptamos» y salimos a las calles con consignas inspiradoras y alusivas al quimérico objetivo de alcanzar plena libertad. En aquella oportunidad, la UCV, donde nos reuníamos con diversos líderes para trazar estrategias, fue allanada por la Seguridad Nacional, con un saldo de arrestos y muertes incontables. Lo único conmensurable son los días que le quedan al tirano en el poder. Con ese sueño nos inspiramos.
Luego hubo varios desarreglos —a la postre detonantes— en aquel pacto traidor y excluyente de Caldera con Rómulo Betancourt y Jóvito Villalba, que intencionadamente había dejado a un lado al PCV, protagonista principal de todas las luchas anteriores.
Secretos sumariales
Hay cosas que no puedo revelar en este recordatorio del 21 de noviembre de 1957, cuando los estudiantes del país, de todo bachillerato y de algunas universidades, protestamos contra Pérez Jiménez y el plebiscito que pretendía aplicar ese 15 de diciembre para perpetuarse en el poder.
Era yo la menor de cinco hermanos. Entiéndanme, en esa sociedad machista (¿olvidan que lucha, paz y libertad son tres damas eternas?), una pueblerina como yo, ¿cómo iba a figurar por encima de mis compañeros? Soy de un caserío falconiano de donde tuve que salir para estudiar bachillerato y luego química en la universidad.
Anonimato: garantía de vida
Detalles quedarán para siempre en el tintero porque cuando eres mujer y te dedicas a la lucha a vida o muerte, como lo hice junto a otras compañeras, tu garantía de vida es directamente proporcional al grado de tu anonimato. Muchas camaradas se quedaron en el camino, bajo fuego cruzado o por pajazos de sapos delatores, que han abundado en la historia.
Unos le dicen estrés postraumático; quizás sea instinto de supervivencia; síndrome de persecución, de acuerdo con la sicología moderna, o, sencillamente, culillo, como decían mis tíos de crianza, de quienes rescato en medio de aquella humildad su exceso de amor, sus inyecciones de ética, fuerza moral y garras para luchar por lo que se quiere.
Su hija menor, mi prima, se llama Livia. En honor a Gouverneur, una de nuestras líderes que cuatro años después de la gesta estudiantil (justo el 1.° de noviembre de 1961, con apenas veinte años) cayó, víctima de la asesina orden: «Disparen primero y averigüen después», de aquella incipiente democracia que instauró como invariable costumbre criminalizar sin pruebas para allanar, capturar, desaparecer y matar, con complicidad e impunidad estatal.
Yo era el orgullo del pueblo. La Nena Perdomo, la futura química de la familia (aunque por diversas causas no seguí en Ciencias y me licencié en Educación). Ni sospechaban, a excepción de mis viejos, lo que debe enfrentar en Caracas una estudiante al toparse con la realidad de un régimen dictatorial donde te la calas o te mueres.
Ellos, mis tíos Juan y Aura, siempre alimentaron espíritus de insurgencia; primero contra la dictadura y luego contra la pseudodemocracia, que se instaló a costa de nuestras exitosas luchas y de nuestra sangre.
Recuerdo los cuentos ñángaras de papá, que, al escaparse de su lógica clandestinidad, me arrullaba en nuestras largas noches de insomnios compartidos, esperando conciliar el sueño, pero no para dormirlo, sino para materializarlo, rompiendo cadenas.
Aquel 21 de noviembre, a nuestra lucha estudiantil se unió también un espíritu antiimperial que recorría la región. Nos atrevimos a decirle «basta ya» al tirano, que un par de meses más tarde emprendió su huida a bordo de su Vaca Sagrada.
Mujer, eterna guerrera
Mi tío criaba gallos de pelea, más para utilizar las jaulas de los pintos y los zambos como caleta del material bélico y explosivo (que entraba en las lanchas de Patalarga y César «Cabeza e Metra» por una desierta playa de la costa este). Eglée, Dora y yo repotenciábamos aquellos explosivos artefactos, gracias a mis conocimientos de química, y los repartiríamos durante estratégicas madrugadas en las que aparecían El Chivo, Douglas B., Toño Botella, Julito Boca Dulce, Goyito y Caraota, nuestros contactos de la lucha urbana. Muchos de ellos ascendieron en el entramado político que tristemente aceleró el fracaso de la izquierda, a pesar de nuestros esfuerzos.
En esos momentos críticos —en honor a las antecesoras Juana Ramírez, La Avanzadora; Luisa Cáceres, y un montón de anónimas, pero determinantes— las mujeres no creemos en solidaridades automáticas ni lealtades exigidas. Somos tan resteadas que nos olvidamos del dolor menstrual y de la mismísima regla.
Transformamos progesterona en testosterona: nuestros ovarios son testículos y en esos escrotos imaginarios tenemos bolas para echarle a la vida, para criar carajitos, para ser mamá y papá simultáneamente, para materializar sueños, para ganar luchas; no como otros, supuestos hombres, que, como los arbolitos navideños, llevan sus colgantes de adorno, para mantenerse en cargos y posiciones privilegiadas de una burguesía acomodaticia a la que dicen combatir.
Que jamás se nos olviden las desapariciones, la supuesta pacificación de Caldera, ni capítulos como Yumare, Cantaura o El Amparo, que dejaron huellas de sangre estudiantil en nombre del supuesto orden constitucional por el que luchamos héroes y heroínas anónimas… Lo muy triste es que el país sigue su rodaje y la paz continúa grogui.
Esperamos haber aclarado por qué el Día del Estudiante debe englobar a liceístas y universitarios, porque fue en los liceos donde nació la chispa que aún permanece encendida.
Luis Martín