El Premio Nobel de Literatura de 1958 sufrió la llamada del secretario general del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética, tras pedir a Bukharin que intercediera por su amigo
02/12/2023
Iósif Stalin en 1949Foto: Bundesarchiv (Wikimedia Commons) / Edición: Paula Andrade
En estos tiempos de cultura de la cancelación, cuando uno publica un libro políticamente incorrecto puede temer insultos y mensajes de odio en redes sociales; todo lo más, alguna que otra presentación del libro cancelada por las protestas de un grupo de intolerantes y energúmenos. En los tiempos del totalitarismo duro, cuando uno publicaba un libro políticamente incorrecto podía temer el exilio, el campo de concentración o un tiro antes de ser arrojado a una fosa común o a una cuneta.
El atentado a la libertad de expresión está ahí en ambos casos, pero entiéndase la diferencia, porque solo así se entiende la angustia con la que Borís Pasternak, Premio Nobel de Literatura 1958 acudió al diario oficialista Izvestiyat para pedir a Bukharin que intercediera por su amigo, el poeta Osip Mandelstam, arrestado tras un alarde de valentía o imprudencia –decidirse por una u otra desde nuestro cómodo demoliberalismo es quizá injusto–: culpabilizó a Stalin en uno de sus poemas de las hambrunas de los años 30 derivadas de la colectivización a gran escala. Mandelstam tuvo «suerte» –ni asesinato ni gulag– con un exilio a los Urales acompañado de su esposa.
Solo así se entiende que, fruto de la incredulidad que debió experimentar Pasternak cuando, tras acudir al teléfono comunitario de su bloque de apartamentos, una voz le dice al otro lado de la línea que el secretario general del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética, Iósif Stalin, se pondría en breve al aparato, el escritor colgara creyéndose víctima de una broma pesada.
Solo así se entiende el pavor que debió experimentar Pasternak cuando el teléfono volvió a sonar y la misma voz le pidió que se mantuviera a la espera, que el secretario general hablaría con él.
Solo así se entiende que la sangre de Pasternak fuera enfriándose cuando el mismísimo Stalin le comunica la decisión adoptada en el caso Mandelstam, y alcanzara temperaturas bajo cero cuando el Padrecito le pregunta si es amigo del poeta.
La respuesta de Pasternak es un dechado del ingenio en el uso de la palabra que solo se alcanza en tiempos en los que un escritor se juega el pellejo: «Los poetas raramente hacen amigos. Por lo general se envidian entre sí»; no hay un «no» rotundo –Stalin detestaba a los delatores (!)–, pero tampoco un «sí» claro. La respuesta a la siguiente pregunta, acerca de si Pasternak consideraba que Mandelstam era un verdadero maestro de la poesía, nunca se supo con certeza. Según Steven Kotkin, biógrafo de Stalin, Pasternak pudo responder que se explicaría mejor si pudiera ver a Stalin en persona, confiando en dilatar el encuentro hasta nunca, y que el secretario general colgó –dilatando el encuentro, en efecto, hasta nunca–.
Lo que sí es seguro es que Pasternak vivió atemorizado hasta la muerte de su interlocutor.