Por: Laura Restrepo y Pedro Saboulard
Cambio 10/12/2023
Derechos humanos o salvajismo, vida o genocidio. Esa es la disyuntiva que se juega en Gaza. El desenlace, para uno u otro lado, marcará al mundo en las décadas venideras. El martirio del pueblo palestino es el preámbulo de una tragedia global. Revela cómo las potencias fácticas enfrentarán las dos crisis existenciales de nuestra era: la decadencia de la hegemonía occidental, y las repercusiones humanitarias del cambio climático. Hoy, Gaza es el mundo de mañana.
Israel, estado invasor y colonialista, está exterminando al pueblo palestino, colonizado y ocupado, despojado, desterrado, sometido al hambre y a la sed, en situación crítica de salud y sujeto a castigo colectivo. Aterradora ventana al futuro. Así, con la misma brutalidad, podrían tratar los poderosos a los desplazados climáticos y a las víctimas de las pestes, el hambre y las guerras. Si guardamos silencio ahora que vienen por los palestinos, «cuando vengan por nosotros no quedará quien proteste» (Brecht). Netanyahu y sus cómplices occidentales han abierto las puertas de la deshumanización.
Con la deshumanización vendrá la desolación. Con la crisis climática no habrá santuario, puerta a la cual golpear, rincón donde podamos escondernos. El calentamiento global pone en riesgo el agua potable, trastornando ciclos de lluvias y ríos, mientras el deshielo acelerado de los polos alza los niveles del mar. Lenta e inexorablemente se estrechan las zonas habitables del planeta. Se inundarán ciudades costeras y se perderán cosechas. La incapacidad de la comunidad internacional para llegar a acuerdos de descarbonización, reducción de consumo y cumplimiento de los compromisos de transición a energías renovables, empujan al planeta hacia un destino errante. Será inmensa la marejada migratoria de refugiados climáticos que no tendrán a dónde ir, ni a dónde regresar. Lo que hoy son cientos de miles, en cuestión de décadas serán millones, y miles de millones.
¿Serán privadas de sus derechos estas víctimas con el mismo trato que hoy reciben los desterrados de la guerra en Palestina? ¿Será la solución global levantar más alambradas con cuchillas para que ‘los otros’ mueran del otro lado? Ya en 1948, en el origen de la nación sionista, Israel les impuso el destierro a 700.000 palestinos durante la primera Nakba (en castellano, catástrofe), obligándolos a abandonar sus hogares ancestrales para acorralarlos en una estrecha franja, densamente poblada, una cárcel al aire libre que hoy conocemos como Gaza. Sobre los sobrevivientes y los descendientes de esos damnificados recae una segunda Nakba, la actual limpieza étnica.
Los líderes políticos y militares de Israel han revelado su propósito ulterior y su solución final: “Vamos a imponer un cerco total a la ciudad de Gaza, no habrá electricidad, ni comida, ni agua, ni combustible. Todo quedará cerrado. Estamos peleando contra animales-humanos y estamos actuando de acuerdo a esto” (Yoar Gallant, Ministro de Defensa). Dejar a la Franja inhabitable y libre de población árabe, lejos de ser un accidente, es un prototipo de acción política. Este irrespeto por la vida normaliza la deshumanización. Es un paso hacia la discriminación biopolítica a gran escala.
El presidente de Colombia, Gustavo Petro, ha dicho: “Por eso, las fuertes políticas antiinmigración, los campos de concentración para inmigrantes, los miles de náufragos muertos, por eso el tapón del Darién, por eso los bloqueos económicos a los países rebeldes. La vida de la humanidad y sobre todo de los pueblos del sur, depende de la manera como la humanidad escoja el camino para superar la crisis climática producida por la riqueza del norte. Gaza es solo el primer experimento para considerarnos a todos y todas desechables”.
Motivos detrás del motivo
La segunda crisis existencial global que pesa sobre el pueblo palestino es la decadencia de la hegemonía occidental. El dominio imperial norteamericano está marcado por el notorio fracaso de sus tres ofensivas internacionales, la guerra contra la droga, que acaba con todo menos con la droga, la guerra contra el terror, que por donde pasa, arrasa, sembrando más terror, y la pugna por el control de los depósitos naturales y las vías de distribución de combustibles fósiles. El resultado de estas tres estrategias ha sido la retirada con el rabo entre las piernas de las tropas norteamericanas de Irak y Afganistán, y el previsible fin del apoyo militar a Ucrania.
Dicen en inglés que para comprender un enredo, sirve la máxima ‘follow the money’, síguele la pista al dinero. Hay gas en la costa de Gaza, el ominosamente llamado yacimiento del Leviatán. Esto es un hecho. Israel y sus socios occidentales quieren apropiárselo todo, ya lo han firmado. Pero quieren, además, abrir una ruta comercial alternativa de alcance global que compita con la ancestral ruta de la seda de los chinos.
La nueva ruta soñada, evitaría el paso por el canal de Suez, controlado por Egipto, y para ello abrirían la mega construcción de su propio canal, el proyecto Ben Gurion, que uniría el golfo de Aqaba con el Mediterráneo. Tras la destrucción del gran puerto libanés, el de Beirut, la nueva ruta sería un acceso marítimo privilegiado: cuando se acabe el limitado fracking norteamericano, por aquí transitaría el gas de la India hacia Europa. Pero, ¡oh, problema!, esa nueva ruta tendría que atravesar territorio Palestino… para lo cual los habitantes palestinos resultan inconvenientes.
En Ucrania ya vimos lo que son capaces de hacer las potencias cuando ambicionan el control de gaseoductos y rutas energéticas. Se habla de la justa defensa del pueblo ucraniano contra la agresión rusa, y con razón, ya que la invasión constituye un crimen contra la soberanía nacional de Kiev. Pero poco se menciona el objetivo geopolítico tras el apoyo de EEUU. Por medio de sanciones económicas y beneficiados por la misteriosa voladura del gaseoducto Nordstream 2, Joe Biden ha conseguido cortar el suministro de gas ruso a Alemania, dando como resultado el forzado cambio de dependencia energética. Ahora, la UE compra su gas de los pozos norteamericanos de fracking a un precio superior. Como prueba de decadencia, cuando el imperio no puede competir en el libre mercado, trunca o revienta a la competencia. El ‘orden basado en reglas,’ proclamado por el imperio, consiste en que ‘si no gano con estas reglas, tengo otras’, o mejor dicho, ‘yo siempre gano, ese es mi orden y mi regla’.
En Palestina, la pugna hegemónica tiene un impacto directo. En medio de la matanza de los gazatíes, Netanyahu anunciaba a finales de octubre la adjudicación de doce licencias para la explotación de los vastos depósitos de gas del Leviatán. Cerca de 22 trillones de pies cúbicos de gas, cuyo valor ronda los 500 mil millones de dólares. Suficiente para dotar a Israel de independencia energética por unos cuarenta años. Follow the money: a los palestinos no solo les están quitando la tierra y la vida, también las riquezas.
La máquina de guerra
La deshumanización no se da solo en la explotación económica y en la ignorancia del otro, sino también en los medios implementados. De los más de 20.000 muertos en Gaza, 8.000 son niños. Como un moderno Herodes, actúa este Netanyahu que ordena bombardeos ejecutados por drones piloteados a distancia. Máquinas voladoras cada vez más autónomas. Proceso mecánico como fábrica de muerte. Así, queda diluida la responsabilidad humana y blindadas la compasión y la consciencia de los pilotos que asesinan apretando el botón de un control remoto, parecido al de una consola de videojuegos. The gamification of war, el juego de la guerra o la guerra como juego.
Denuncia Harry Davis, en The Guardian, que los objetivos de los bombardeos en Gaza son seleccionados por una inteligencia artificial llamada Habsora, en castellano ‘Evangelio’. Deus ex Machina, Dios matando con la máquina, o la máquina es dios cuando mata.
El ejército israelí se precia de su moralidad y de sus proezas tecnológicas, pero lo que hace en realidad es esconder la responsabilidad de sus actos detrás de la amoralidad automática. En su momento, los jefes nazis de Alemania ocultaban su decisión de exterminar a los judíos, delegando la ejecución de las órdenes en subalternos, que eran burócratas, como Adolf Eichmann. Observando el juicio a Eichmann, Hannah Arendt concibió su teoría de la banalidad del mal.
Setenta años, después, el presidente colombiano, Gustavo Petro, anuncia el propósito de hacer comparecer a Netanyahu ante la Corte Internacional de Justicia, activando el protocolo de genocidio y deteniendo así la masacre en Gaza. Si es que alguna vez lo juzgan ¿delegará Netanyahu en sus drones y sus máquinas la responsabilidad por la muerte de los 8000 mil menores? Mirémoslo desde la otra punta: ¿se abrirá un hipotético capítulo de la banalidad del mal cuando, al ser cuestionado por sus acciones, Evangelio se defienda con el argumento ‘solo estaba siguiendo las órdenes de mis programadores’? Ya había advertido Noam Chomsky, refiriéndose a ChatGPT: no solo los nazis, también las máquinas son indiferentes a la realidad y a la verdad. Alrededor del mundo, otros Estados observan y aprenden la tétrica lección del ejército israelí. La dependencia humana de la inteligencia artificial nos pone en riesgo a todos. Se expande en la batalla el uso de sistemas automáticos complejos y opacos, lo humano va quedando relegado, y no seremos más que tuercas en la máquina (Dra Marta Bo).
Monstruos en el claroscuro
Dice Antonio Gramsci que cuando “el viejo mundo se muere, el nuevo tarda en nacer. Y en ese claroscuro, surgen los monstruos”. Estamos en uno de esos momentos de transición, y en situaciones como la de Gaza, aparecen seres humanos que se comportan como monstruos. No hace falta poner mucho adjetivo ni exclamación para comunicar el horror de ofensiva bélica que Israel ha puesto en marcha. Basta con fijarse en las declaraciones públicas de los propios generales y funcionarios de ese Estado. Son claras, directas y elocuentes.
Primera premisa: no hay inocentes. “No hay (civiles) inocentes en Gaza (…) Gaza es un nido de avispas terroristas. Hay una completa sincronización entre Hamas y los civiles ‘inocentes’ (Avigdor Lieberman, Miembro de Knesset y jefe del partido político Beytenu, 3 de diciembre).
Segunda premisa, tierra arrasada. “Ya no se trata de ataques quirúrgicos y de infraestructura militar… Esto quiere decir que aniquilaremos la infraestructura civil también. Edificios de apartamentos serán derribados” (Oficial del IDF, 9 de octubre.)
Tercera, matanza indiscriminada: “El énfasis está en el daño y no en la precisión” (Daniel Hagari, Vocero del IDF, 10 de octubre). “El derecho internacional nos permite atacar el hospital (Shifa), incluso si hay personas no involucradas allí (es decir, civiles). Les avisamos con antelación, no es la primera vez (en la historia) que se produce un conflicto militar en torno a los hospitales” (Ex Embajador Israelí ante la ONU, Danny Danon, 15 de noviembre).
Cuarta, fuera palestinos de Palestina: “Israel no tiene más remedio que convertir temporal o permanentemente a Gaza en un lugar inadecuado para vivir” (Giora Eiland, Ex jefe de Operaciones del IDF y actual, consejero del Ministro de Defensa Gallant).
Quinta, Supremacismo y Guerra Santa: “Esta es una guerra entre los hijos de la luz y los hijos de la oscuridad” (Primer ministro Benjamin Netanyahu, 3 de noviembre).
Sexta, Solución final: «Querían infierno?, Tendrán infierno» (Mayor General Ghassan Alian). “El Estado de Israel tiene actualmente ánimo de venganza, y con justa razón (…) Las guerras no se ganan cuando matas al último de los combatientes del otro bando. Las guerras se ganan cuando colapsas un sistema adversario (Entrevista al Ex Teniente Coronel Sa’ar Raveh). “Toda la preocupación por si hay o no Internet en Gaza, demuestra que no hemos aprendido nada. Somos demasiado humanos ¡Quememos Gaza ahora, nada menos! (Vicepresidente de la Knesset, Nissim Vaturi, 17 de noviembre).
Séptima, premeditación despiadada: “No es que no debería importarnos (lo que les pase a los civiles de Gaza), sí debería importarnos, para asegurarnos de que ocurra un severo desastre humanitario (…) y horrible presión, y gritos al cielo. Porque es así como se ganan las guerras” (Giora Eiland).
Octava y última premisa, el fin justifica los medios, incluso desatar pandemias: “La comunidad internacional nos advierte sobre desastre humanitario en Gaza y epidemia severa. No debemos intimidarnos ante ello (…) al fin y al cabo, epidemias severas en el sur de la franja de Gaza nos darán una victoria más rápida y con menos bajas” (Giora Eiland, consejero del ministro de defensa israelí y ex jefe del consejo nacional de seguridad israelí, 19 de noviembre).
En un noticiero de la televisión egipcia aparece una mujer gazatí, de cara seria y actitud sobria, que dice: «Si no lloro ahora, es porque lo peor está por venir».
La ira de Netanyahu arrastra a sus aliados
Un poster en una calle de Tel Aviv muestra una mano teñida en color rojo sangre, sobrepuesta a la cara de Benjamin Netanyahu. Aún en su propia casa, hay quien repudia al genocida sionista que subió al poder en Israel gracias a una alianza con la ultraderecha más radical, y que unificó en torno a sí al país tras el ataque criminal de Hamas, el pasado 7 de octubre. Hoy, Netanyahu es el caudillo de la carnicería en Gaza, y ha soltado 25.000 toneladas de explosivos sobre los 365 km cuadrados de la Franja -el equivalente a dos bombas nucleares-, dejándola convertida en un cementerio de escombros y ceniza: Para el pueblo judío será la tierra prometida (toda ella, tragándose a Palestina) y para los palestinos, el infierno prometido.
‘Narcisista psicópata y asesino en serie que se hace pasar por víctima’: así se refiere a Netanyahu el comediante y cirujano egipcio Bassem Youssef, que en 2013 fue nombrado por la revista Time entre las cien personas más influyentes del mundo.
¿Está realmente loco Netanyahu? Posiblemente lo haya enloquecido la orgía de sangre que él mismo orquesta, como le sucedió al teniente Kurt de Apocalipsis now, la profética película de Coppola. Puede ser.
En cualquier caso, la manía de este Primer Ministro de Israel no sería lo más grave, sino la metódica sangre fría con que ha planeado y está ejecutado la política del apartheid, la limpieza étnica y el exterminio del pueblo palestino, contando con la inmunidad y la impunidad que le proporcionan el apoyo moral, político y bélico de casi todos los dignatarios occidentales, entre otros, los de Alemania, Francia, Bélgica, Austria, Canadá y Holanda, y la señora Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea… Para no mencionar todavía a Joe Biden quien, en la fila de los responsables, ocupa lugar preferencial.
Vergüenza y oprobio para estos hijos de Jano -el de doble faz-, que, por un lado, rodean a Netanyahu, dándole golpecitos solidarios en la espalda y/o suministrándole armamento para el cumplimiento de su tarea y, por el otro, piden apertura en Gaza de corredores humanitarios, porque «lamentan la pérdida de vidas civiles» (declaración del Consejo Europeo). Vaya «lamento» tan hipócrita, el de estos señores que pretenden matar y salvar, como quien peca y reza y así empata.
A continuación (y sin necesidad de comentario), van las palabras textuales con que Olaf Scholz, el canciller alemán, dio su bendición al despegue de la campaña genocida: «Israel es un Estado democrático que se rige por principios muy humanitarios, y por tanto, puedo estar seguro de que el ejército israelí también observará las normas del Derecho Internacional Humanitario».
El pasado 10 de noviembre, cuando la devastación en Gaza ya era masiva, Rishi Sunak, Primer Ministro de Gran Bretaña, afirmó, en apoyo a su homólogo de Israel: «Está haciendo todo lo posible para evitar lesionar a los civiles». ¿Cinismo o humor sangriento? Más bien afinidad de propósitos, como lo demostró el propio Sunak unas semanas después (Diciembre 7), a propósito de los botes de refugiados que llegan a las costas de su país: «Nuestras cortes ya no podrán echar mano de leyes nacionales o internacionales, incluyendo el Acta de los Derechos Humanos, para impedir que expulsemos a los inmigrantes ilegales». Queda claro como el agua, tal como pasa con los palestinos, los derechos humanos ya no serán obstáculo.
Emmanuele Macron no acaba de decidirse. A veces le pide a Israel conducta firme pero justa, y otras veces conducta justa pero firme. El énfasis depende. El presidente de Francia, un país con enormes sectores de población tanto judía como árabe, oscila entre una y otra, en una política dual, de contentillo, que en su tierra han dado en llamar «cañones y mantequilla».
Benjamin Netanyahu y el stablishment israelí se apresuran a tachar de antisemita a quien ose levantar la voz contra el racismo sionista o salir a la calle en defensa del pueblo palestino. La acusación es artera y es falsa. Una cosa es criticar el racismo y la violencia del sionismo del Estado de Israel. Eso no contradice el afecto y la admiración por el pueblo judío y el respeto absoluto por las víctimas del Holocausto, tragedia que la humanidad lleva en el corazón, como herida aún abierta. El repudio al sionismo está en las antípodas del antisemitismo. A quienes Netanhayu y el stablishment israelí deberían acusar de antisemitas es a sí mismos, debido al daño insondable que le han causado a Israel: el desplome moral y el descrédito internacional.
No es nueva la fórmula genocida que se está aplicando sobre Gaza con desaforada locura e implementación metódica. De hecho, esta fórmula tiene un nombre, colonialismo de población, y viene siendo utilizada por Europa, desde siglos atrás, para la conquista, invasión y despojo de nuevas tierras, a costa y sacrificio de los habitantes originales. El procedimiento termina forzosamente en genocidio, o para decirlo con claridad, ese es su propósito deliberado. Limpieza étnica que despoje a la tierra conquistada de sus incómodos dueños originales, que son considerados por las potencias colonialistas a la luz del siguiente código: El Otro nos estorba, nos odia, se rebela, es atrasado, tercermundista, no es blanco, ni siquiera es humano, es idólatra o apóstata y caníbal, por tanto, el mejor nativo es el nativo muerto.
La matanza y reducción del territorio a tierra de nadie que hoy impone Israel es un atavismo que Occidente ya había acometido antes (enumeración sin orden cronológico): Los nazis alemanes con los judíos; la población blanca con los nativos norteamericanos; los anglo-americanos sobre los filipinos; los españoles sobre ocho millones de aborígenes del entonces llamado Nuevo Mundo; los belgas contra la población negra del Congo; los alemanes sobre los habitantes del África del Sudeste (actual Namibia); los boers holandeses que en Suráfrica recluyeron a la población negra en el apartheid. Ninguno de esos escenarios es muy distinto del que hoy destruye a Gaza.
Canción de cuna para el Gran Padrino
Y ahora sí, vamos con Biden, padrino y mecenas del horrendo escenario. ¿Cómo podrá este hombre conciliar el sueño? Sólo en clave de humor logra uno imaginarse el turbulento interior de su cabeza. ¿Qué reflexiones se hará, a altas horas de la noche, cuando se halla recluido en el dormitorio y repasa consigo mismo los eventos del día y los que le esperan mañana?
Entre las cobijas debe preguntarse, ¿cuántos votos electorales me cuesta cada video en tik tok de palestinos muertos?
Luego calcula el número de palabras a favor de las políticas de Israel que debe televisar, para que el lobby sionista, AIPAC, renueve las donaciones al Partido Demócrata.
Hay que cuidar la vida de los civiles en Gaza, hay que cuidar la vida de los civiles en Gaza. Biden practica la frase, que debe sonar verosímil cuando en la mañana la suelte ante los medios.
Se pregunta quién manda a quién, ¿yo a Netanyahu? ¿Netanyahu a mí?
Se afianza en la decisión: le diré a Antonio Guterres, nanay ayuda humanitaria.
Se me vienen encima los whistle blowers, cae en cuenta, y enseguida se pregunta, ¿el castigo ejemplarizante a Assange será suficiente para escarmentarlos?
Para combatir el insomnio, no cuenta sheep, cuenta chip (de Taiwan).
Ummm -se preocupa-, me dicen que la economía de China sigue creciendo… debo recortarle libertad al mercado libre.
Filosofa: todos los hombres son iguales, pero unos son más iguales que otros.
Llora sobre su almohada, ¿de tristeza? ¿de rabia? ¿de impotencia?
Un breve sueño reparador le permite olvidar, al menos por un momento, que el imperio se le está derrumbando entre las manos.
En vez de elucubrar sobre cómo enfrentar el cambio climático, trama maneras de recuperar la hegemonía norteamericana con negocios ecológicos y tretas verdes.
Sonríe, satisfecho de su ingenio: hice pasar por gas natural y barato, el gas del fracking que les vendo caro a los europeos.
Reza: Dios, me fallaste aquella tarde en Polonia, cuando juré por ti que haría caer a Putin.
Maldice al Washington Post, que en su editorial del día ha anunciado el fracaso de las orientaciones militares del Pentágono en Ucrania.
Reconoce que tal vez los tanques Abraham, que allá se hundieron un poco en el barro, no fueron buena propaganda para el complejo militar industrial norteamericano.
Piensa: ahora que Maduro nos vende petróleo, ¿no sería bueno invitarlo a comer a la White House?
Ojea, inquieto, las encuestas. Esto no me favorece, reflexiona rebulléndose en la cama: el 70% de los norteamericanos entre los 18 y los 34 años está en contra del genocidio en Gaza.
Suspira, nostálgico: Yo, que quería ser recordado como G.I. Joe, y me van a recordar como Genocide Joe…
Todas las voces, todas
¿Cómo empezar a describir lo que ha sido la angustia colectiva que impera en gentes de las más diversas partes del mundo, al contemplar con absoluto horror y estupor la masacre sistemática en Gaza? Tal vez hablando de Mohamed, un joven egipcio, comerciante del mercado cairota de Khan el Khalili, que rompió a llorar como un niño cuando un cliente le pidió que le vendiera un pañuelo palestino. Al verlo desconsolado, el cliente lo invitó a sentarse en un cafetín, para conversar un poco. “Es que no puedo entender por qué matan como a animales a mis hermanos de Gaza -respondió Mohamed, deshecho en lágrimas-. ¿Acaso no tienen corazón ni cerebro? ¿Para qué asesinan bebés recién nacidos? Por las noches me doy golpes en la cabeza contra la pared, porque no aguanto mi impotencia, ni entiendo cómo seguir viviendo».
Tal vez sirva hablar de Rosario, un ama de casa de Bogotá, contando que noche tras noche se clava en la pantalla, mientras pasan noticias de la destrucción de Gaza. Ante las imágenes de los niños heridos, las niñas quemadas, los bebés asesinados, Rosario se retuerce las manos y le dice al marido, «¿Acaso no los ves? ¿No ves a esos niños tan pequeñitos, tan destrozaditos? Podrían ser mis nietos, son iguales a mis nietos, ¿es que acaso no los ves? Intentando tranquilizarla, el marido le sugiere que apague la televisión y se duerma, le ruega que por favor descanse un poco. «No puedo, le responde ella, cerrar los ojos sería como dejar a esos niñitos solos…»
La perplejidad y el sentimiento de impotencia se fueron convirtiendo, poco a poco, con el correr de los días, en comprensión y compenetración. Miles de personas, a través del mundo, fueron aterrizando; desconfiando de la información oficial; leyendo detrás de la versión unívoca y amañada de los grandes medios; desmontando la censura; descifrando la naturaleza del desastre; poniéndole nombre al verdugo e identificándose con la víctima.
El brutal acontecer del genocidio, transmitido en vivo y en directo, fue contemplado por toda la humanidad. Nunca la verdad desnuda había aparecido con tal carga de realidad, y millones de conciencias despertaron: el genocidio de Gaza a todos nos afecta. Nosotros, nuestros hijos y nietos seremos las generaciones marcadas. No se describe el desastre -dice Maurice Blanchot-, el desastre nos describe a nosotros.
En las grandes ciudades del mundo, cientos de miles de personas se han tomado las calles, y la consigna ha sido general: Viva Palestina libre. Free Palestine.
Las voces empiezan a resonar, pasadas de boca en boca, en pancartas, en redes sociales. Hablan claro y fuerte Noam Chomsky; Yanis Varoufakis; Ramón Grosfoguel; Richard Medhurst; el Papa Francisco; Jeremy Corbyn; Franco-Bifo-Berardi; Craig Mokhiber; los presidentes latinoamericanos Gustavo Petro y Lula da Siva; las actrices Susan Sarandon y Angelina Jolie. De tiempo atrás regresa, hoy todavía vía la proclama pro Palestina de Malcom X. Pedro Sánchez, Primer Ministro español, se deslinda de la lealtad incondicional de sus homónimos europeos frente a Netanyahu, y rompe filas con la justificación y el apoyo al genocidio.
Crece la audiencia, se suman más y más las voces y se convierten en coro.
Lo que hubiera podido ser
Jerusalén, ciudad alta y bella, construida en piedra blanca con cúpula dorada, patria de los palestinos y patria de los judíos. Jerusalén, ombligo del mundo, pero de todos los mundos, el primero y el tercero y el mundo unificado del mañana, ciudad del Sur y del Norte, del Oriente y Occidente, casa sin dueño, casa de todos. Encuentro del pueblo liberado de Bolívar y del pueblo arco iris de Mandela.
Ciudad que perdimos: Ciudad anhelada, soñada, buscada. Santuario de los indefensos, tierra para los desterrados. Ciudad de mujeres y hombres, LGBTQI+, más todos los géneros y letras que quepan en el alfabeto, todos los alfabetos, todas las lenguas, ciudad de cielos limpios, vides, olivos y pan. Sin armas, con libros. Y Libros: El Corán y la Biblia, el Quijote y Hamlet, las Mil y una Noches. I-Ching, Homero, Dante, Tolstoi y Faulkner. Convivencia de hombres y animales, y también extraterrestres si es que llegan algún día. ¡Jerusalén! Cuidad de la Inteligencia humana y la Inteligencia Artificial. El Arte y la Ciencia. Donde niñas y niños puedan ser felices e ir sin miedo a la escuela, y donde puedan ser curados los enfermos en los hospitales. Y si hay que morir, que sea de amor.
Con la voz de Roger Waters asomado a la ventana: ‘todo lo que es ahora / todo lo que se ha ido / todo lo por venir / todo bajo el sol y la luna en armonía’.
Ciudad de Mezquitas, Sinagogas y Catedrales. Santa Sanctórum hindús, ñáñigos, yorubas, sufís, budistas, monoteístas, panteístas, ateos.
Jerusalén, Al-Quds, Jerusalem, Holy city within us, la Ciudad Santa que llevamos adentro. Donde el sonido sea vida y el silencio sea paz. Jerusalén. Que en todas sus calles y esquinas resuene una música poderosa y universal, y también subversiva, diría Edward Said. Y en El Cardo, antigua vía romano-bizantina, corazón de Jerusalén: que toque la West-Easter Divan Orchestra de Daniel Baremboim, integrada por jóvenes músicos palestinos y judíos. Que en torno a ellos crezca la audiencia y se vuelva coro.
Jerusalén, donde toda raza sea Bendita, y todo pueblo sea Elegido.