Luis Fuenmayor Toro
Cuando hablo de espacios, no me refiero a los espacios físicos de la Ciudad Universitaria, pues éstos, declarados «Patrimonio de la Humanidad» por la UNESCO, no son la Universidad Central de Venezuela, sino el sitio hermoso, agradable, artístico, funcional e histórico, dónde trabaja en Caracas la mayor parte de la UCV, la Universidad de Caracas. La institución tiene además otras sedes en la capital, entre ellas: la Escuela de Medicina José M. Vargas en San José, la Escuela de Enfermería en Sebucán y El CENDES en Colinas de Bello Monte. Adicionalmente, está el campus universitario de las Facultades de Agronomía y Ciencias Veterinarias en Maracay y las estaciones experimentales de ambas en varios estados del país y los Núcleos de Barquisimeto, Bolívar, Puerto Ayacucho y Barcelona. Pero la UCV son sus profesores y estudiantes en trabajo conjunto de investigación, docencia y extensión, y así debe ser entendido.
Aunque haya quienes lo duden, sobre todo por estar afectados seriamente por la pugna estéril entre el gobierno y una parte importante de la oposición, la UCV hoy se abre paso en medio de grandes dificultades, con el objetivo preciso de volver a ser una universidad en todo el sentido de la palabra, meta difícil de alcanzar, pero imprescindible de tenerse siempre presente en cada acto y actividad desarrollada por la institución. Contra viento y marea, contra las incomprensiones de quienes dirigen la nación, superando los prejuicios ideologizados sembrados todos estos años, sin hacer caso de los cánticos de sirenas de quienes quieren utilizarla sólo para la diatriba politiquera, vemos con esperanza y alegría como día a día reaparecen las actividades y actos, que se habían perdido en la última década en nuestra querida Alma Mater.
Con los altibajos usuales en este tipo de labores, las autoridades centrales y los decanos, unos más y otros menos, han mantenido la coherencia necesaria para dar al traste con las predicciones agoreras de los siempre presentes «profetas del desastre». Los actos de grado de los profesionales de las facultades adquieren de nuevo la atención y relevancia que nunca han debido perder, así mismo las graduaciones de los postgrados y de los cursos cortos especiales agrupados bajo el nombre de «diplomados», en los que la creatividad profesoral ha permitido su autofinanciamiento y disponer de una herramienta relativamente rápida, para dar respuesta a necesidades de producción y laborales. Todos son expresión primaria de las actividades esenciales universitarias: la de formación profesional de elevado nivel y la de difusión del conocimiento, a través de la docencia y los cursos de extensión universitaria.
Fuimos testigos del acto de izamiento de las banderas el Día del Estudiante, en el que los protagonistas fueron los mejores estudiantes de cada facultad, dándole al mérito académico su justo lugar. Hemos seguido los discursos mesurados, pero contundentes y sinceros del rector Víctor Rago, así como los pronunciamientos del Consejo Universitario, en relación con situaciones nacionales vigentes y temas de la realidad actual. De nuevo, la UCV reinicia su papel crítico de las políticas públicas, dejando claro que seguirá actuando en «lo político» y no en «la política», pues no está para ser parte de la lucha por la toma del poder político nacional, pero sí como conciencia crítica de las acciones y el comportamiento de los gobernantes en todos los niveles y ámbitos geográficos y de todos los grupos y sectores dirigentes de la sociedad.
Los docentes han sido fundamentales en proteger la posibilidad de este renacer ucevista, dando una demostración de amor por la institución y por Venezuela, pese a sus salarios de hambre, ausencia total de seguridad social y condiciones deplorables de trabajo, agredidos muchas veces por un discurso gubernamental impropio, por decir lo menos. Sus sacrificios y desprendimiento, y el de los docentes venezolanos en general, es loable, pero terminará por destruirlos y hacerlos desaparecer físicamente, si se eterniza. En Venezuela, prácticamente pagan por trabajar. Otro tanto sucede con los empleados y obreros, que no devengar ni siquiera lo que se conoce como ingreso mínimo vital. Los estudiantes, por su parte, hacen un esfuerzo intelectual para aprender y formarse, mantener la universidad abierta y sobreponerse a sus pésimas condiciones de vida.
Sin lugar a dudas, la UCV está haciendo su parte en pro de su recuperación, cimentada en el sacrificio de sus docentes y trabajadores y en una lucha contra las pésimas condiciones existentes. El Estado tiene ahora que hacer la suya, que va muchísimo más allá que sólo recuperar parte de la planta física.