Bolívar. Hora del Deja vú. Carlos Angulo.

Es la hora de Orfeo, que pueda mirar atrás libremente
a su amada sin tortura, que el camarón duerma sin que
se lo lleve la corriente, que Sísifo coloque la piedra en la
cima de la montaña y nos diga qué hay del otro lado, que
paguen los judas la última cena, que Troya no arda más
por un pobre amor, que la palabra sea un documento,
que valga más camino por conocer que vereda conocida,
que el reposo del guerrero en el combate no sea valorado por la burocracia del Seguro Social, que no le pongan multa a la flecha de Cupido, que Europa devuelva
el oro al Sur que aún existe, que Roma no incendie otra
vez las pruebas, que el Papa no se haga el pendejo, que
el Cardenal cante en si menores, que el cura no se lleve
más ovejas, que Prometeo devuelva otra vez el fuego
al pueblo y lo prometido no sea deuda sino convicción

Es la hora de que el mejor postor no compre más mierda
y el impostor no sea tan descarado, que el partido
no esté partido, que la camisa de Bolívar aparezca para
que no haya más descamisados en estas tierras de dios,
de la iglesia y los terratenientes, que el aguantador sea
capturado y aguante, que a la voz del pueblo le den volumen

Porque ya en nada nos importa en qué vuelta se echa
el perro ni cuándo el pez bebe agua, que la carrera del
cabello aparezca en el gps, que el canto del gallo no sea
tan temprano ni su amor sea tan rápido, que el agua no
transcurra por un instante para bañarnos dos veces en
el mismo río que da la vuelta, que devuelvan también la
risa de la vaca, que muera quien mató la gallina de los
huevos de oro, ni diente por diente ni talón de Aquiles,
ni en casa de herrero cuchillo de palo, porque el que está
dentro de este país es el que siente, porque el cargador
de la maleta es el que sabe cuánto pesa

Que nadie se caiga a mentira porque a nadie le quitan
lo bailao, que no es un cuento chino, que dios no nos
agarre para nada y menos confesados, porque no pagaremos otra vez el recibo de la luz de tu mirada, porque
no cargaremos ni a coñazos otra cruz, ni nos calaremos
más los Judas, pretones, ni culebras, ni diezmos, ni
a César, ni las indecisiones de pilatos
Que no nos pinten más pajaritos en el aire ni preñaos, ni
que el reino está en otro mundo, ni publicidad política
fraudulenta, ni medios de comunicación sin radio bemba, porque de nada le sirvió a Hitler el mundial de propaganda, a Grecia la sabiduría dominante y las guerras
ganadas para llegar igual al caos más ignorante, ni a la
URSS tomar el camino más largo para llegar al capitalismo

Porque tenemos mucho que perder. Porque no hay otro
reloj para este tiempo. Porque ha llegado la hora: la del
sol y la luna, la de la sombra y el latido, la de la arena, la
de la intuición y el deja vú. La hora del juicio final a todos
los quebrantos, a todos los dolores, a la impotencia, a la
desidia, a la burla histórica, a la impune emboscada en
Berruecos y a la ensordecedora bala que el 10 de enero
de 1860 derribó el cuerpo del general de hombres libres.

En nombre de los que pintaron con sangre el color de las
banderas, los que no vacilaron heredar el coraje y el brillo de su gloria para avivar la fortaleza de la lucha en las
nuevas generaciones, hasta develar finalmente la cara
hermosa de la patria, en lo más ascendente del camino
de lo que enunciaron como el bello rostro de vivir por lo
justo

Y honrar, a todos los que nunca araron vanamente en
el mar, al ser de las dificultades, al que abandonó tranquilidad, nobleza y fortuna y todos los prestigios, el de
los sacrificios más terribles, al infatigable de las luces y
la moral, del jabón y de las velas al decir del maestro, al
delirante de la palabra altitud, al enfático, al de la sed
insaciable de la libertad, al de los molinos de viento de
América, al que dejó en lágrimas a los generales más valerosos en los ventisqueros con su ida eventual, al que la
fortuna no tentó ni la desgracia doblegó, al que enamorado del amor murió solo de su presencia como el último poeta, al filósofo de los desesperados quien alegró
al mundo con su pasión ilimitada, desinterés y desprendimiento con la gloria del bien, demostrando como se
ejecuta lo imposible, quien sin corona siempre estuvo a
la altura guerra a muerte, por encima de las conspiraciones y la traición.

Y honrar, el símbolo y la lírica, como la poesía sobre la
nieve, al que soñaba en los esteros y emancipaba antes
en los sueños, al perseverante de las resoluciones, al que
vio luz en la oscuridad dejando una estela de señales en
la senda que abrían los astros, quien colocó ejércitos en
los desiertos y batallas de justicia y belleza en los hielos
de la intemperie, convencido de fundar el origen de las
naciones más deslumbrantes con los materiales humanos de los descamisados y de los siglos.

Honrar, al que dejó impreso sin vacilar, sin dudas, sin
pesimismo la más excelsa forma de culminar los días de
la vida. Y dejar viva todavía, eterna e inconclusa su más
genuina ilusión que quedó en Panamá, y que continúa
como espada iluminada por el contacto de su incansable
portento de avisor, recorriendo el espíritu de los caminos del sur. Bajando y dejando su última propuesta unitaria, a cambio de la paz, con él en los sepulcros.

Nos toca borrar entonces con la victoria de lo justo, la
ignominia y la inclemencia en toda la piel mancillada de
la tierra y para siempre, aquellas palabras que retumban
en el helado invierno de los desolados como frío dorsal:
“¡Vámonos, vámonos! porque esta gente no nos quiere
muchachos”(*) Es ahora o ahora. * Bolívar