Recordatorios a un dirigente

La Habana, 30 de diciembre del 2023 Por Miguel Alfonso Sandelis

A ti, dirigente a cualquier nivel, que tienes bajo tu mando seres humanos y recursos, y que amas a Cuba y quieres un futuro mejor para nuestro país:

Nunca olvides que tienes la herencia de otros que dirigieron en difíciles circunstancias para que hoy tuviéramos un país libre y soberano. Que vienes de Maceo, quien marchaba en la vanguardia de la caballería; de Martí, quien nos alertó de no preguntarle al interés, sino a la honra, de qué modo se vive mejor; del Che, que nos legó un paradigma de dirigente revolucionario por su vida ejemplar; de Fidel, símbolo de una voluntad indomable, que en su concepto de Revolución nos invocó a ser modestos, desinteresados, altruistas, solidarios y heroicos. No olvides que por tu sangre corre la de ellos, de los que siempre estuvieron dispuestos al sacrificio por una obra mucho más grande que cualquier interés personal.

Nunca olvides que corren tiempos difíciles, que la situación económica es dura y que hay familias con escasos recursos económicos, que pasan mucho trabajo en el día a día, porque –lamentablemente– se han exacerbado las diferencias sociales. No olvides que tú formas parte del pueblo al que también pertenecen esos menos favorecidos, que la responsabilidad que ocupas no te puede alejar de ellos, porque eres su compatriota, no alguien superior.

Nunca olvides que los que diriges necesitan de tu entrega para seguirte. Que la inteligencia o la experiencia no sustituyen el ejemplo que debes darles. Que la puntualidad es una virtud que significa respeto hacia ellos. Que debes compartir con ellos, comer lo mismo que ellos y sacrificarte con ellos. Que a quienes más debes rendirles cuenta no es a los que te dirigen, sino a los que representas, porque a ellos te debes más que a nadie. Que debes ser exigente, controlar el trabajo y ser implacable con lo mal hecho, pero siempre teniendo en cuenta que la sensibilidad humana es un valor que embellece a quien lo posee. Que decirles siempre que “sí” a los de arriba, para congraciarte, es una manera de traicionar a los de abajo.

Nunca olvides que falsear una información, alterar un dato y decir una mentira, tienen un nombre: fraude. Que la realidad, aunque sea dura, se enfrenta con transparencia y coraje. Que ninguna presión de quienes te dirigen puede obligarte a mentir. Que la verdad, aunque cueste, es un atributo de los honestos. Que la mentira es una inmoralidad.

Nunca olvides que, por el cargo que ocupas, debes tener algunas condiciones que te permitan ejercerlo, pero nunca privilegios. Que ningún recurso que se te asigne es para tu bien personal, sino para realizar mejor tu misión. Que no tienes ningún derecho a apropiarte de algo que esté bajo tu responsabilidad. Que quienes se corrompen, suelen comenzar por pasos pequeños, casi inconscientes. Que ninguna carencia material justifica tomar lo que es del estado, es decir, del pueblo. Ya Martí lo dijo: La pobreza pasa, lo que no pasa es la deshonra que con pretexto de la pobreza suelen echarse los hombres sobre sí.

Nunca olvides que el mejor modo de dirigir es propiciando la participación de los dirigidos, no como populismo, sino porque realmente tengas conciencia de ello, porque el mejor cerebro es el colectivo. No olvides que quien te critica, te ayuda y quien te adula, te compromete en función de sus intereses. Que a las iniciativas de tus subordinados se les acoge, no se les frena. Que a los jóvenes se les abre paso, no se les estigmatiza. Que la humildad te dignifica y la arrogancia te mancha.

Nunca olvides que, aunque diriges en condiciones difíciles, nada justifica tu inercia. No olvides militar en el bando de los que no se rinden, y no en el de los que se repliegan. Que es útil y digno buscar soluciones, no justificaciones. Que el que se arriesga, triunfa; el que teme, cede.

Nunca olvides que para saber lo que pasa es necesario tocar las cosas con las manos, no porque te lo cuenten. Que las visitas se reciben con transparencia y espíritu autocrítico, no con “teatros” montados para dar una imagen que sustituya la carencia de resultados. Que cuando seas tú el que te visites, vayas a la profundidad y no te contentes con la superficialidad de los “teatros” que te monten. Que la frase “los trapos se lavan adentro” es la justificación de los que le temen a la transparencia.

Nunca olvides ser consecuente. Que tu discurso vaya a la par de tus acciones, como el Che. Que lo que prometas lo cumplas, o al menos te revientes en ese camino. 

Dirigente de la Cuba de hoy, en cualquier responsabilidad que estés, nunca olvides que hay un pueblo pendiente de ti y de otros como tú. Que ese pueblo tiene confianza, pero la confianza tiene límites. Que no tienes ningún derecho a defraudarlo, sino a merecerlo. Que, cuando en el ejercicio de tu cargo, tomas una decisión en función de tu interés personal y no del colectivo, lo estás traicionando; que cuando malversas un recurso, lo estás traicionando; y que cuando te acomodas, lo estás traicionando. Que tu cargo es compromiso, no privilegios.

Por último, volviendo a tu herencia, nunca te olvides –cuando la adversidad te colme– de Céspedes con sus doce hombres, de Agramonte contando con la vergüenza de los cubanos y de Fidel en Cinco Palmas convencido de ganar la guerra. Por esa herencia, no tienes derecho al desánimo, si no, vendrán otros que sean merecedores del heroico pueblo del que formas parte.