Carlos Dürich
14/03/2022
Hace 139 años te fundiste con el infinito y sin saberlo, tus letras, figuras y luchas tenían en mí la fecha de tu encuentro. Fue en aquellos pasillos oscuros, pero cálidos, de la Universidad de Chile, y entre amigos, donde hace más de 16 años, entre seminarios y luchas callejeras, conocimos la braveza y fulgor de tus letras.
Seguimos letra a letra tus primeros escritos, tu tesis doctoral y tu lento, pero seguro encuentro con la herencia materialista de Demócrito y Epicuro. Descubrimos la semilla del futuro del hombre, en aquel mohoso libro, entendimos que la lucha fundamental era por: «no temer ni al destino ni a Dios porque es el hombre el que hace y rehace su actividad no solo con su espíritu sino con su trabajo en la materia».
Fuimos testigos de tu fugaz y al parecer mal encuentro con Hegel dentro de la Izquierda hegeliana, fue en aquella tensión de juventud orgullosa y tumultuosa donde Feuerbach te enseñó su versión.
Entendimos también tu alejamiento de Feuerbach en tus turbulentas 11 breves notas, pues: «no era la alienación religiosa, ni la conciencia la que constituye la forma material histórica del hombre, eran las relaciones sociales de producción las que determinan la conciencia del hombre». Era inevitable aprender desde aquel momento que la lucha no estaba en las simples ideas sino en la producción y que la bandera no era el resentimiento sino la justicia.
De un plumazo y reconociendo la auténtica fuerza que manejaba la historia, describiste en tus escritos Económico-Filosóficos de París el trabajo como fuerza emancipadora, pero que al mismo tiempo se encontraba alienada por la estructura productiva del capital. Trazaste desde allí la premisa de que “era imposible entender la realidad del hombre, si no se entendía como se dotaba de sus necesidades y cómo la sociedad determinaba la forma en que se organizaba el trabajo para hacerlo”
En medio del segundo parto del mundo moderno, en pleno 1848 y escuchando las botas proletarias hacer temblar los zócalos de París, gritaste a los cuatro vientos y a la eternidad de la historia «proletarios del mundo uníos». Porque el fantasma del futuro empieza su recorrido por la tierra de los explotados.
Abriste las puertas a la gran epopeya de nuestro tiempo, como Homero nos mostraste los héroes, los dioses, los terribles y cercanos enemigos, el amplio y gigantesco valle de lágrimas que es necesario superar y romper para liberar las potencias del hombre, nos señalaste ese brillante y hermoso futuro que pesa en nuestras manos para la llegada al reino de las libertades.
Con la traición de Luis Felipe y con el pincel fino de tus palabras nos mostraste el juego dinámico y nunca mecánico en la lucha de las diversas clases sociales, fue en tu «La Lucha de Clases en Francia 1848-1850″ donde sentimos el vértigo de la vida, las alianzas, las traiciones, el reaccionarismo; todos los actores nos regalaron, con tú guion, el bullicio de la política y el proletario, siempre el actor trágico, aprendió que: “la conquista del estado representa solo el inicio de la larga lucha por su Victoria».
Me mostraste el secreto y las dinámicas del cambio de rumbo histórico, con aquella frase, que como rayo fulminante, en tu Dieciocho Brumario de Luis Bonaparte, me ilumino: «Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidos por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado.» Fue este esclarecedor pasaje el que nos ha permitido huir de las ruedas terribles de la tragedia y la farsa en los tiempos turbulentos del presente.
Fuiste tú, quien de forma humilde y sin la fama que hoy te acosa, seguiste con tus investigaciones, cavilaciones y reflexiones analizando paso a paso el proceso genético y furtivo del capitalismo. Con tú primeros esfuerzos creaste ese cuadro miguelino que es la «Contribución a la Crítica de la Economía Política» abriste con él de extremo a extremo el reino de las revoluciones, con tu ojo certero colocaste el color rojo en las contradicciones entre las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción, mostrándonos las vetas donde se encuentra el oro de la superación de los viejos reinos.
Siempre dudando incluso de tus certezas, seguiste escarbando cada vez más profundo y tras cientos y cientos de borradores, libros rayados y tachados, cartas, anuncios, panfletos, miseria, persecución y hambre, lograste el parto prematuro e incompleto de tu talmúdica obra maestra «El Capital».
En plena crisis de 1867 nos invitaste a ver el gran reino de las mercancías, el predominio histórico del valor de uso sobre el valor de cambio, el desarrollo de valorización del trabajo y su proceso de fetichización en las mercancías, con él la situación alienante del obrero, su explotación por medio del trabajo muerto, la subsunción real y formal, la plusvalía absoluta y relativa, el proceso de acumulación originaria, la gran trama de la industria y el trabajo moderno y con todo esto revelaste la gran radiografía del sistema capitalista, de sus élites y su gran avatar la burguesía.
Tu muerte trajo con ella el segundo, la dinámica de circulación y reinversión, las formas expansivas de enriquecimiento, la manufactura y su sistema de crédito y la edificación de la banca; también el tercero y los procesos nuevos de conformidad de deuda y desestabilización del sistema y con ello el camino para salir del infierno, casi como soplo dantesco: “la disminución de la jornada de trabajo y con ello la conquista del ocio y con esto el desate de la potencialidad del hombre para humanizar la naturaleza y para construir y habitar el reino de la libertad y abandonar definitivamente la prehistoria del hombre.”
139 años después, está de moda criticar la desigual y la explotación, seguimos siendo los mismos que observaba Marx, seguimos sufriendo los mismos procedimientos, seguimos pisando los mismos zócalos, somos pues herederos de su disgusto y tragedia.
Es el reconocimiento auténtico de su testimonio, de sus estudios, lo que nos muestra el camino. Repliquemos su praxis, estudiemos (lo), comprometámonos, no sedamos al olvido, no caigamos en los lugares comunes, reconozcámoslo para criticarlo, seamos honestos con su esfuerzo.
Hoy más que nunca como debemos entender, como afirmaba el compañero Eric Hobsbawm, que “no podemos prever las soluciones de los problemas a los que se enfrenta el mundo en el siglo XXI, pero para que haya alguna posibilidad de éxito deben plantearse las preguntas de Marx, aunque no se quiera aceptar las diferentes respuestas de sus discípulos.”
Gracias compañero, por tanto. Hoy me comprometo con tu trabajo y te rindo tributo por tu entrega en este mundo y por el camino que abriste a la lucha de los pueblos.