El error y la infamia


Por:
 Enrique Ochoa Antich | Miércoles, 03/04/2024 

La princesa está triste.
¿Qué tendrá la princesa?

Rubén Darío

Como un Leviatán bíblico, con sus siete cabezas y diez cuernos, el extremismo oposicionista ha desatado todas sus furias. Nada enoja más que el despecho. Nada aguijonea más que el fracaso.

Cumpliendo el libreto redactado en alguna catacumba situacional del gobierno-partido-Estado, una parte de la oposición, arrastrada por los más exaltados, apestada por el delirio del radicalismo infecundo, pisó todos los peines y cayó en todas las trampas que fueron puestos en su camino. Error tras error, ella misma se sumió en el pantano de las incertitudes.

Por ejemplo: de regreso de seis años de abstencionismo, tuvo la «genial» idea de postular como candidata a una que no podía serlo. ¿Puede imaginarse mayor sandez? Presa del delirio, la elegida pronunció frases tan descocadas como aquella de que «Yo no estoy inhabilitada porque a mí me habilitó el pueblo». Sí, Luis… Retado fue así el sistema.

Pero en los despachos miraflorinos se frotan las manos: ella era su escogida. El presidente dice: «Que se ilusionen estos imberbes para que el desencanto sea mayor». Así ha sido.

Transmutando la rabia en estrategia, esa oposición fue seducida por la estulticia. La inhabilitada no se ahorró epítetos ni amenazas. A aquél a quien definía como dictador, le dijo: «Maduro, yo lo que quiero es verte preso». Si eso era con el presidente, ¡ay de lo que le esperaba al resto! Braga naranja y Guantánamo, cuando menos. ¿En serio pensaban que los jerarcas de la comarca iban a olvidar esa frase desafiante? A ver, almas de Dios, tengan la bondad y háganse esta pregunta: ante esa intimidación fulminante, ¿de qué otra forma creían ustedes que habría de actuar un régimen al que ustedes caracterizan como criminal? ¿Permitiéndoles postular a la perseguidora y luego ganar las elecciones y haciéndoles entrega del poder como mansos corderos? Y les pregunto más, si es que la historia sirve de algo: ¿amenazó con cárcel Aylwin a Pinochet, Mandela a De Klerk, Walessa a Jaruzelsky?

Dando con la realidad como el Quijote con la iglesia, viendo que su anhelo de ser candidata no se haría realidad, creyéndose avezada estratega, la inhabilitada tuvo la ocurrencia de buscarse a una tocaya pertrechada de títulos, de modo que su nombre apareciese en los afiches y el tarjetón electoral. Corina presidenta… «¡Ja!… He de salirme con la mía», rumió la inhabilitada. ¿De veras barruntó Machado que los guardias rojos de la revolución habían de calarse esa pedestre «jiribilla»?

Para los capitostes de Miraflores, embrujados por su ampulosa mitología revolucionaria, ella es una fascista… y han jurado sobre la vida de sus hijos que nunca aceptarán que ni ella ni alguien de su entorno ocupe el solio presidencial. Bloqueadas fueron las páginas en las que debía postularse la candidata… hasta que estos díscolos opositores del radicalismo vernáculo cambiaran de idea. Los revolucionarios, si lo son, no andan con remilgos ni dulzuras. ¡Ay, María Corina!

La princesa está pálida en su silla de oro,
está mudo el teclado de su clave sonoro,
y en un vaso olvidada se desmaya una fllor.

A medianoche del día último, cuando la nave se aprestaba a encallar, he aquí que uno de los suyos confronta a la jefa. «¿Si no es ella no es nadie?», se pregunta con sobrada razón. Es el gobernador del Zulia, un estado que es como un país. Para más señas, es gobernador por la Plataforma que procuró hacer candidata a la inhabilitada. Tolerado por el sistema (gobierno-partido-Estado), acaso porque desde el cargo que ejerce ha construido una relación de respeto institucional con el presidente y sus adláteres, y no una de insolencias, improperios y amenazas, y a contrapelo de la elegida, Manuel Rosales inscribe su nombre como candidato presidencial de su partido.

La princesa no ríe, la princesa no siente;
la princesa persigue por los cielos de Oriente,
la libélula vaga de una vaga ilusión.

Entonces pasó lo que tenía que pasar. Haciendo ostentación de su mal gusto, de su pequeñez humana, de su alma socavada por la frustración, presas de un ataque de histeria colectiva, los maledicentes del extremismo oposicionista abrieron sus respectivas cajas de Pandora y desataron los malignos espíritus del odio, la ruindad, la infamia, la cólera y las injurias. «¡Rosales es el candidato de Maduro!», se desgañitaron.

Y, les digo yo, ¿podrán vuesas mercedes responder a estas preguntas simples?:

¿Cómo puede ser «candidato de Maduro» quien capitaneó en 2007 la primera derrota al más poderoso Chávez?

¿Cómo puede serlo quien debido a ello fue perseguido, empujado al exilio, expropiado y finalmente encarcelado?

¿No fue él quien, con Teodoro, provocó en 2006 el golpe de timón que torció el rumbo de la oposición, sacándola del lodazal extremista del golpe militar del 11 de abril, del paro «indetenible» y de la abstención 2005 que «deslegitimaría» al régimen? ¿No se hicieron posibles entonces, gracias a esta rectificación histórica, las victorias electorales de la oposición en 2008, 2009, 2010 y 2015?

¿No ha derrotado Rosales al chavismo cuatro veces en el Zulia?

Curioso este «candidato de Maduro», ¿no?

Dicen que logró un acuerdo con el gobierno, como si se tratase de un pecado capital, ¿Y no era eso, un acuerdo con el gobierno, lo que la Plataforma y la propia inhabilitada buscaron afanosos hasta el minuto postrero? Por cierto, más virtud que carencia, pues esa destreza muestra que alguna capacidad debe tener Rosales para conducir una transición política pactada y en paz, la única posible.

Los demócratas de este país estamos conminados a votar y a hacerlo por quien más chance tenga de asegurar el cambio que Venezuela demanda a gritos. Todo parece indicar que ese candidato es Manuel Rosales. Pero dejemos que hable el pueblo. Ya muchos han de escrutar sus preferencias.

Cuentan los dioses que el último espíritu que Pandora pudo conservar en la mítica caja, luego de dejar escapar todos los males del mundo, fue la esperanza. Venezuela necesita de esperanza. Sí, esperanza y no ira, para romper sus cadenas y ser libre.