Canto vivo del poeta

Pablo Neruda, el poeta que conquistó al mundo con su poesía. Una historia fascinante que revela el alma de un genio literario

Autor: Yeilén Delgado Calvo | nacionales@granma.cu

11 de julio de 2024

El poeta Pablo Neruda.
El poeta Pablo Neruda. Foto: HOYDIA.COM.AR

La lluvia caía inmisericorde sobre la endeble casa de Temuco. Era la música; no solo la del agua dándole una paliza al techo, sino haciendo sonar cada una de las vasijas con las que perseguían las goteras.

Así descubrió el niño Ricardo Eliecer Neftalí Reyes Basoalto que existía un ritmo en todas las cosas, y le brotó la necesidad de escribirlo. Había nacido en Parral, Chile, el 12 de julio de 1904, y su madre era un pasado sin recuerdos: dos meses y dos días luego de darlo a luz, murió.

Tenía, sin embargo, el afecto de la mamadre, jamás madrastra, que le dio alimento, zurcidos y protecciones; y la rudeza del padre, trabajador de ferrocarriles, en cuyo tren el hijo encontró las sensaciones inabarcables de la naturaleza.

Para evitar el enojo paterno por aquella costumbre suya de «hacer versitos», Ricardo ocultó su identidad bajo un seudónimo que llegaría a ser su nombre legal, y universal: Pablo Neruda. Y nunca más, ni como estudiante de profesorado de idioma francés ni como diplomático, podría separarse de su realidad de poeta, y no uno cualquiera, sino el capaz de decir: Debajo de tu piel vive la luna.

Neruda levantó con sus versos una obra monumental –tan conmovedora en sus años juveniles de Veinte poemas de amor y una canción desesperada (1924), como en la madurez de Memorial de Isla Negra (1964)–;  por la que recibió el Nobel de Literatura en 1971, en razón de «una poesía que, con la acción de una fuerza elemental, da vida al destino y a los sueños de un continente».

Su amigo y biógrafo Volodia Teitelboim veía la base de ese talento poético en la manera de mirar: «Neruda le descubría la cara y las entrañas a las cosas»; y esa condición de observador del interior de los objetos era también una tendencia a viajar por dentro del hombre.

Cantó extensamente al amor, desde la maravilla (la flor / hambrienta / y pura / del deseo) y la aniquilación (el amor extinguido no es la muerte / sino una forma amarga de nacer); y le fascinaba que los enamorados le robaran los poemas y los hicieran pasar por suyos.

Esa pasión viva la llevó al campo de la poesía social, y de lo político: «Yo he tenido el sentimiento de la historia, que es un poco la conciencia del pueblo». El arrojo del militante del Partido Comunista Chileno, que no se callaba nada, le valió enemigos, clandestinidad, exilio, y se presume que también la muerte en 1973, luego del golpe de Estado contra Salvador Allende.

En Canción de gesta, de 1960, libro dedicado a la Revolución Cubana, inmortalizó el influjo revolucionario de la Isla: Cuba es como un árbol que nació en el centro / del Mar Caribe y sus antiguas penas; / su follaje se ve de todas partes / y sus semillas van bajo la tierra, / elevando en la América sombría / el edificio de la primavera.

Gabriela Mistral no se equivocó cuando, tras leer la libreta que le había dejado el muchachito esmirriado, lo recibió para asegurarle: «Aquí sí hay un poeta de verdad». Años después, en su discurso de aceptación del Nobel, Pablo pondría el énfasis en la realidad de los otros, parafraseando a Rimbaud:

«Solo con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres. Así la poesía no habrá cantado en vano».

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