Korda. ¡Eso es un fotógrafo!

“Dejar algo a mi paso por la vida, que me sobrevivirá en generaciones futuras. Lo principal es estar en paz con uno mismo, en el momento en que la vida puede detenerse de un golpe”. Dijo el hombre multiplicado en imágenes, presintiendo su muerte.

Korda tuvo otro nombre al nacer. Alberto Díaz Gutiérrez llegó al mundo en 1928, en el populoso barrio de El Cerro, en La Habana, Cuba. Sin ninguna ascendencia en las artes, su padre fue un operador telegráfico en el ferrocarril y su madre, ama de casa; entonces había que ganarse la vida en lo que fuera, al tener edad para ello. 

Estudiaba contabilidad, taquigrafía, mecanografía y vendía máquinas de escribir Remington Rand y cajas registradoras. Laboró para el consorcio norteamericano Procter & Gamble -Sabatex en Cuba- para productos de aseo, mientras integró un grupo de estudiosos de publicidad, cuando le empezó a interesar la fotografía. “A veces andando por las calles de La Habana en mi oficio de vendedor, tomaba algunas fotos de cosas que me herían el corazón”.

Al pasar de los años se convirtió en el autor de unas de las fotos más reproducidas de la historia. Korda fue sorprendido por la imagen del Che Guevara con boina y gravedad en el rostro. Presintió que estaba ante una imagen excepcional e instintivamente apretó el obturador, varias veces y con urgencia. 

“De pronto, el Che, que hasta ese momento se había mantenido detrás, avanzó hacia un espacio libre de la primera fila de manera casi coincidente con el paso de mi cámara. Me impactó su imagen al encuadrarla: iba tocado con una boina negra que lucía su estrella de comandante y llevaba un abrigo de cuero cerrado hasta el cuello. El viento le batía la melena y miraba al infinito. Alcancé a hacer tres o cuatro disparos seguidos; un minuto, minuto y medio después, volvía a perderse en el fondo de la tarima”. Así que fue por casualidad, relataba Korda.

Fue el 5 de marzo de 1960, al día siguiente de la explosión del buque francés la Coubre, el sabotaje perpetrado por la CIA, en un intento por aterrorizar al pueblo cubano para que desistiera del camino emprendido. El barco estaba anclado en el puerto de La Habana, cargado del armamento necesario para la defensa del país. Incluso mientras eran socorridos los trabajadores, volvió a explotar, dejando un centenar de muertos, incluyendo 34 desaparecidos, alrededor de 400 heridos o lesionados, incapacitados de por vida. Decenas de viudas, más de 80 huérfanos y seis tripulantes franceses.

Por eso la severidad en el rostro del Che, tan bien captada ese día y para siempre como la consigna de Patria o Muerte, enarbolada por Fidel Castro. La instantánea del fotógrafo de 32 años, no fue publicada en la edición del periódico de la mañana siguiente, sin embargo, Korda imprimió una copia para sí mismo y la colgó en la pared. Su vieja cámara Leica, con un lente de 90 milímetros, un semitelefoto de potencia regular, dañado por el uso, también hizo historia.

La imagen del Guerrillero Heroico está considerada por la Revista TIME, una las fotos más difundidas del siglo XX, y entre las 100 más reproducidas. La crítica la ubica asimismo entre los diez mejores retratos, junto al de Lincoln, de Brady; el de Kennedy, de Cornell Capa; de Sarah Bernhardt, de Nadar; el de la Garbo, de Steichen; el de Marilyn Monroe, de Halsman.

Pasaron varios años, hasta que en 1967 el editor político italiano Giangiacomo Feltrinelli -apodado Osvaldo- le solicitó dos copias al autor de 30 x 40 centímetros en papel de brillo. “Se las regalé… Un mes después del anuncio oficial de la muerte del Che en Bolivia, Feltrinelli presentó en Milán mi foto en un afiche de 1.70 cm. y los estudiantes se echaron a la calle con ella al grito de ¡Che vive!, oponiéndola a la imagen del guerrillero muerto distribuida por la CIA”. Rápidamente la impactante imagen de Korda, alcanzó la reproducción de un millón de ejemplares.

«Mi oficio de fotógrafo lo he dedicado a lo que amo. No me produce ningún prejuicio decirlo, que uno de mis primeros intereses y amores en la vida era la belleza de la mujer. El negocio que yo tenía era tomar fotos publicitarias y fui creador de la fotografía de modas en Cuba, porque como hasta el día de hoy, me encanta la figura femenina. Pero triunfa una Revolución dirigida por hombres, que es todavía más bella que la belleza de la mujer, y me dedico a ella», comentó Korda a la prensa cubana.

Su estudio de fotografía estaba situado frente al casino del Hotel Capri. Para llegar aquí, ganó un premio en la compañía de seguros de La Habana Vieja, donde laboraba, y creo Korda Studios-, junto con Luis Pierce Byers, que luego trasladarían al Vedado.

Cuenta que al salir, tarde en la noche, “había una mujer con dos niñitos cargados pidiendo limosnas, vendiendo billetes y ahí mismo ya yo me sentía mal, me iba para mi casa. Eran esas grandes contradicciones, aquellos automóviles enormes, unos Cadillacs, unos Mercedes Benz convertibles lindísimos y aquella mujer pidiendo una limosna con dos niñitos cargados. Entonces yo comprendía que aquel mundo no podía seguir así, hasta que vino Fidel Castro y dijo: ¡Llegó el Comandante y mandó a parar!”

Paula

La foto preferida de Korda y la que definió su vocación, fue: «La niña de la muñeca de palo». Korda conoció a la niña Paulita, de dos años de edad, en 1959 y tomó ese retrato que le hizo repensar su trabajo, para dedicarse a la Revolución. Muchos años después, Paulita lo invitó a su boda y reprodujeron la imagen: ella abrazada a un tronco, pero vestida de novia.

Fue en el remoto “Sumidero”, un asentamiento de más de cien años en Minas de Matahambre a 30 kilómetros de la ciudad de Pinar del Río, rodeado de vegas de tabaco.  “Yo era un extraño con un aparato fotográfico y se arrincona en una esquina y le decía al palito, mientras le pasaba la mano: ¡no llores mi nene, no llores mi nene! Ese palito era su muñeca, porque esa niña nunca había tenido la oportunidad de tener en sus brazos una muñeca”.

 Sobre este hecho, comentaba el padre de Paula María Seijó Loaces: Korda “vino por detrás y ella estaba aquí cerca del tanque de agua. Él le preguntó y Paulita empezó a llorar. Yo la sentí, vine y la cargué y comenzamos a hablar. A partir de ahí se volvió de la familia. Fui a La Habana cuando me enteré de la muerte” (…) “Antes había que trabajar muy duro para vivir y no se podían comprar juguetes. Esta vega era de Fortunato Ferro, el dueño de todo esto. Yo vivía en la parte de atrás del caserón y se lo cuidaba. El pedazo de palo que ella tenía era de una casa de tabaco. Cuando triunfó la Revolución me dieron la casa”, afirma Nicolás Seijó el padre de la niña.

En 1969 volvieron a verlo, con regalos para Paulita. A partir de ese momento, su presencia se hizo más frecuente, mientras el entorno se transformaba. “La relación entre ellos era de padre e hija. Se reían mucho y él le contaba que ella se había asustado, de seguro, por su barba”, cuenta Aracelys, su hermana mayor y madre de crianza, al morir la progenitora.

Korda volvió en 1979, con el documentalista Daniel Diez, buscando a su niña, que se había hecho enfermera, cuando supo de su temprana muerte sin cumplir los 22 años, por una enfermedad hematológica. Korda recordó, con mucho sentimiento: “Después de esa foto yo decidí que, aunque yo fuera fotógrafo, que no fuera un guerrillero que había luchado en la Sierra ni mucho menos, yo debía dedicar mi trabajo a la Revolución que nos prometía cambiar esas desigualdades. ¡Y así lo hice hasta el día de hoy!”

El Quijote de la Farola

“Esta foto la vio un hombre (…) y sin conocerme se decidió a escribirme una carta (…) En un párrafo dice que después de haberla visto no puede vivir sin ella. Dijo que él quiere esta foto firmada y fechada por mí, de ese semidiós amable y solitario (…), sonriendo sin temor y sin odio”, conto Alberto Korda, en 1984.

Detrás de la famosa instantánea, hay una trama que atribuye a dos personas como los protagonistas. El hecho real, fue que el campesino encendió el cigarro y desabrochó su guayabera bajo el sol de aquel 26 de julio de 1959, para trepar farola arriba. 

Mientras el guajiro desafiaba la gravedad y el poste metálico de cinco metros lo hacía resbalar, medio millón de campesinos que se han reunido en la Plaza con sus machetes, lo vitoreaban desde abajo. El hombre seguía subiendo, porque al venir desde el centro del país hasta la capital, a solo seis meses del triunfo revolucionario, quería encontrar una posición para ver a Fidel y escucharlo decir: ¡La Reforma Agraria va! 

 “Estoy en la tribuna y veo a aquel guajiro desmochador de palmas, que se trepa a la farola con la intrepidez de un gato, y tranquilamente saca un cigarro y lo enciende en medio del discurso. Después la foto se hace famosa”, dijo Alberto Korda en su última entrevista, al periódico cubano Escambray. Hoy “El quijote de la farola”, está en las galerías y libros del mundo, y aun nadie precisa exactamente quién es.  

Korda fue en el primer viaje de Fidel a Venezuela en 1959. En ese momento trabajaba voluntario en el periódico Revolución y el director lo nombra como el fotógrafo del recorrido. Ese año va en la comitiva con Fidel a Estados Unidos, cuando es invitado por el American Press Club.

“Fidel empezó a ver mis fotos en el periódico y le parecieron bien; llegó un momento en que ya él hacía un recorrido por Cuba, visitaba granjas, esto, lo otro de más allá y me llamaba el jefe de la escolta y me decía que preparara la cámara y que lo acompañara. Y así de esa manera casi espontánea, me convertí durante 10 años en su fotógrafo acompañante”. Además de Estados Unidos, fotografió al líder cubano en su visita a Canadá, Unión Soviética y China. Al tiempo que precisaba: “Nunca recibí un salario de Fidel. Nunca tuve un título que me dijera que yo era el fotógrafo oficial ni mucho menos. ¡Pero durante 10 años lo seguí! 

Igualmente confesó que Fidel Castro lo introdujo en la fotografía submarina, por una cámara submarina que le regalan a él. “¡Y yo a seguirlo abajo del mar, también!”. Korda se enamoró de la naturaleza marina. Cuando el periódico cambió y ya no publicaba estas imágenes submarinas, dijo: “¡Abandono el periodismo! Y fundé un laboratorio de fotografía científica submarina, para la Academia de Ciencias de Cuba. ¡Y estuve 12 años tomando fotos bajo el agua!”.

La mujer como objetivo

Ciertamente poseía una fina sensibilidad, por lo que pudo alzar sus fotografías a un rango artístico. Se afirma que fue pionero en el reflejo de un glamour desconocido hasta entonces en Cuba. 

El mismo dijo que tendría 16 años, cuando cogió prestada a su padre una cámara Kodak 35. Tiempo y trabajo pasaron, hasta comprarse su primera cámara en una Casa de Empeños. Las fotos iniciales a una fémina, a la que dedicó todo un álbum, fueron a su novia Yolanda, de las cuales sólo se conservan algunas diapositivas maltrechas.

Aún era un aficionado cuando Julia López, su novia para casamiento, también fue su modelo. De esta unión nació su primera hija, Diana y junto a Julia, fueron objeto insistente de su foco en las campañas publicitarias a las que se dedicaba.

A partir del triunfo de la Revolución, trabajó en el periódico Revolución, colaboró con los diarios El Mundo, Hoy, Granma y las revistas Bohemia, Casa, INRA, Carteles y Revolución y Cultura. 

Desde siempre el trasgresor fotógrafo, exaltó con originalidad la belleza femenina y trabajó de forma excepcional, la luz de exterior. Así se consolidó como el mejor fotógrafo de modas,  imagen estereotipada que desaparece progresivamente con la Revolución, para destacar los valores que sustentaron el proceso, cuya mayor distinción fue -precisamente- su impacto en la mujer cubana. Ahora  digna y vigorosa, como principales atractivos.

Muchas de sus mejores fotografías las realizó a jóvenes estudiantes que advertía en la calle o llegaban a su estudio. Así fue con la esbelta Norka Méndez de apenas 20 años, a quien convirtió en un icono y esposa. De esa unión nacieron dos hijas.

Fue su musa y modelo favorita. “Nosotros logramos fusionar el diseño de moda con la fotografía y hacer fotos artísticas, que no se habían hecho nunca. Mi destino era ese. Esas son fotos que gustan todavía, y ya tienen más de cincuenta años. Ellas dejan un testimonio de la moda de este país, que fue muy fuerte”, comenta Norka, quien llegó a ser modelo de Dior, altamente considerada por la crítica y los diseñadores de moda. 

Viejecita, aún conserva ese garbo exclusivo. Vive en las afueras de La Habana, rodeada de plantas y animales, aunque nunca pudo separarse del arquetipo de ella en sus retratos. “¿Sabes cuál es la belleza de la vejez? La mente, que pueda seguir resolviendo los problemas cotidianos; y la salud, que un día termina, pero mientras más larga es más útil eres. Esa es la belleza, la otra se va completamente. A mí no me han llamado en cuarenta años, pero yo sigo viva. La vida es un destino a cumplir, y hay que tomar lo bueno y lo malo”.

La Miliciana

Korda no dejo de fotografiar a la mujer cubana, salió a la calle a verlas crecer en la nueva sociedad. Así descubrió a Idolka Sánchez, cuando desfiló junto a unas 2 000 milicianas del batallón femenino Lidia Doce, el 1ro. de mayo de 1962, frente al Memorial José Martí de la Plaza de la Revolución.

Korda la distinguió a lo lejos, la eligió y le dio una orden, al tenerla enfrente. “¡Sube la ametralladora!”. Luego regresó para repetir dos nuevas tomas, por lo que al amanecer del siguiente día, Idolka Sánchez Moreno era portada de periódico. Korda encontró otro símbolo, así andaba este mago del lente por la vida.

Aquella joven de 22 años, dijo muchos años después: “Sentí una emoción que no puedo describir. No era vanidad, sino una eterna gratitud. Nunca pensé en la trascendencia de esa imagen. No olvidaré que era una mañana hermosa, despejada, parecida a la de hoy. No esperé que llamaría la atención de ningún fotógrafo, estando rodeada de tantas mujeres. Mi principal interés aquel día era la posibilidad de desfilar frente al Comandante en Jefe” 
Pasaron los años y pocos reconocen que era ella la joven de la foto. “Recuerdo un día, caminando con mi hermana rumbo al trabajo, que una mujer vio “La Miliciana” colgada en la vidriera de un establecimiento. Ella, a pocos pasos de distancia, dijo, sin saber que escuchábamos: “Mira eso, seguro se fue hasta del país y la tienen en todas partes”. Mi hermana la enfrentó, pero finalmente decidimos seguir nuestro camino”, dijo al periódico Granma.

La familia de Idolka apoyó a los revolucionarios en la Sierra Maestra y al triunfo de la Revolución pudo estudiar, posteriormente acceder a la Universidad y graduarse de Abogada en Cuba. Hoy tiene dos hijos fotógrafos. Fue en 1981 que volvió a encontrarse con Korda, en un emotivo encuentro de la Revista Muchacha con “La Miliciana”. 

Korda destacó entonces que entre todos los gestos captados, al revelar las fotos, uno fue indiscutible: “la miliciana con el fusil en alto y una decisión tal en la mirada, que me dije: esta es la guerrera cubana, la mujer en la defensa de la patria” (…) “Es una foto que nos sobrevivirá –dijo Korda–. Las generaciones futuras admirarán a nuestra eternamente joven miliciana”.

Alberto Díaz Gutiérrez, más conocido como Alberto Korda, trasciende con sus fotografías en libros, catálogos y documentales. Expuso su obra en más de 25 exposiciones individuales y en más de 40 colectivas, en países de América, Europa y Asia. 

 “Me importa haber pasado en esta vida tan frágil y rápida por el mundo, y dejar una imagen, que está considerada en un libro francés, la imagen más reproducida de la historia de la fotografía. Comprenderás que, para un humilde fotógrafo cubano, de una islita de 11 millones de habitantes, haber hecho una imagen que supera la reproducción de todas las imágenes de la historia de la fotografía… para mí, para mis nietos y los tataranietos, dirán ¡coño! Mi abuelo, mi tatarabuelo fue un tipo de mérito. Y tuve la suerte de hacer esa foto y dejar algo a la Humanidad. No dejo grandes palacios, yates, dineros en los bancos, Iba a decir que en algunas conferencias que he dado, inclusive en universidades norteamericanas con estudiantes de fotografía, esos jóvenes han empezado a preguntarme de cámaras, lentes, sistemas de revelado, películas; yo los dejo hablar, cuando terminan de hacer preguntas de ese tipo yo les digo: ¿Ustedes piensan ser fotógrafos así? ¡Están equivocados! Eso se aprende en dos meses. La cámara, los lentes, las películas, el revelado, todo eso se aprende en dos meses, ¡eso no hace un fotógrafo!

Korda falleció en París, a los 72 años por un infarto cardíaco, el 25 de mayo de 2001; unos días después, sus restos descansaron en el Cementerio de Colón de la Habana, en presencia de Fidel Castro, familiares, amigos y público admirador.

Hasta hoy resuena su consejo más enfático para los fotógrafos noveles. “Y cito una frase de un libro del francés Antoine de San – Exupéry. Escribió un libro bellísimo que se llama “El Principito”. En ese libro hay un personaje que le dice a otro: “Sólo se ve con el corazón, lo esencial es invisible para los ojos”.

En la foto, delante, Korda y Paula Seijo.