Por Gustavo Espinoza M., Resumen Latinoamericano, 7 de septiembre de 2024.
foto: Jefa del Comando Sur de EE.UU, Laura Richardson.
En Estados Unidos hay quienes creen que ese país, es el dueño del mundo. Y lo peor es que quienes eso creen, son los que gobiernan, o tienen en sus manos los resortes del Poder.
Eso explica lo dicho por la Generala del Pentágono, Laura Richardson, Jefa del Comando Sur de los Estados Unidos, que recientemente reiteró una declaración formulada hace algunos meses asegurando que las riquezas naturales de América “les pertenecen “.
Y esa es la Política habitual del país del Norte, que se siente en el deber de decidir quién debe ser Presidente en los países que tienen subyugados, o busca someter.
Para aplicar las orientaciones de su política, la Casa Blanca se vale de diversos recursos. Uno, es el uso de la poderosa herramienta “disuasiva” de la que dispone; pero otros, son mecanismo de orden político mediante los cuales procura doblegar la resistencia que encuentre a sus dictados.
De esa concepción proviene su conocida “lista” de Países Promotores del Terrorismo, que publica regularmente, y que hoy incluye a Cuba.
Cabe, en la circunstancia, formularse dos preguntas: ¿Qué derecho tiene Estados Unidos para colocarse por encima de otras naciones y decidir cuáles son las que “promueven el terrorismo”? y ¿Cuáles son los criterios que usa Washington para adjudicar esa condición a determinados Estados Soberanos?
Las respuesta a la primera pregunta, es clara: ¡Ninguno!. Ningún Estado, por grande y poderoso que sea, está por encima de otro. ni puede colocarse en situación de Juez de nadie. La Democracia -bien sea Capitalista o Socialista- parte de un principio de igualdad que le es inherente: nadie es superior a nadie.
La segunda respuesta es más bien subjetiva. Como los administradores del Poder en Estados Unidos actúan en función del interés del Gran Capital, entonces “las razones” que usa para juzgar a otros, corresponden a los propósitos que él encarna. Por una y otra razón, entonces, Yanquilandia no tiene derecho alguno a actuar como lo hace, ni frente a Cuba, ni ante otros países.
En el caso de Cuba, como se sabe, mantiene un cruel bloqueo que lleva más de 60 años; pero contra Venezuela esgrime hoy 920 sanciones y contra Rusia más de 16 mil. En todos los casos, la voluntad de imponerlas corresponde exclusivamente a los intereses que representa el gobierno de los Estados Unidos.
Es claro que, para actuar de ese modo, la administración norteamericana usa un doble rasero. Ahora se inmiscuye en Venezuela, a raíz de los comicios presidenciales pasados. Y se da el lujo de dictar sanciones contra la prensa rusa -RT- a la que busca castigar por haber opinado acerca de las elecciones de noviembre en la tierra de Lincoln.
Es claro que Estados Unidos no tolera que nadie se inmiscuya en sus propios “asuntos”, pese a las poderosas razones que fluyen de la realidad.
Recordemos que en el 2004, las elecciones presidenciales en USA tuvieron resultados tan estrechos entre George Bush y Al Gore, que el candidato Demócrata no los reconoció por lo que pidió el recuento de votos en el Estado de La Florida, lo que no fue aceptado. El tema derivó a la Corte Suprema donde por 4 a 3, se convalidó una diferencia de 537 votos que “le dio la victoria” al Republicano quien fue proclamado por esa Corte.
Más recientemente, en el 2020 Donald Trump denunció “fraude” en los comicios en los que ganó Biden, y hasta intentó “tomarse” el Capitolio para imponer su voluntad. ¿Alguien dijo algo en esas circunstancias? ¿Se cuestionó esos procesos? ¿Se exigió “lectura de actas” o “nuevos comicios”, como hoy se “demanda” en la Patria de Bolívar? ¿Alguien propuso, por ventura, reconocer al “candidato derrotado” como el “Presidente electo de los Estados Unidos”? ¿Dónde estuvieron Mávila Huerta o Fernando Carvalho, que no tocaron un pito en la contienda?
Nada de eso ocurrió. Y ese país siguió rigiendo los destinos de todos porque era “la primera potencia mundial”. Se dio el lujo, entonces de invadir Irak, Afganistán, Siria o Libia; y asesinar Mandatarios, como Saddam Hussein o Muamar Gadafi; o encarcelarlos como Slobodan Milosevic en Serbia, o Manuel Antonio Noriega, en Panamá.
Creo cárceles clandestinas, centros de tortura y campos de concentración en Irak, Rumania, Polonia y otros países. Organizó vuelos secretos para trasladar “prisioneros” de un continente a otro y encerrarlos en la Base Naval de Guantánamo, en Cuba. Oficializó la tortura, y creó grupos terroristas en distintos países para consumar atentados, colocar bombas y hasta matar adversarios. ¿No fueron actos terroristas los asesinatos de Orlando Letellier, Juan José Torres, Carlos Pratt o el general Schneider?
¿Acaso no fueron actos terroristas los consumados por Posada Carriles, o el asesinato de Fe del Valle en el incendio de “El Encanto”, los 700 atentados contra Fidel, o la muerte del turista italiano Fabio Di Celmo en un hotel de La Habana?
¿No fue un acto terrorista el incendio de los cañaverales, las plagas sobre la agricultura o la voladura del vuelo de Cubana de Aviación en octubre del 76 en el cielo de Barbados? ¿No son terroristas los crímenes cotidianos en las escuelas de EE.UU. en los que mueren siempre niños indefensos?. Multitud de otros casos podríamos citar.
Si algo queda en claro es que quien promueve auspicia y alienta el terrorismo contra los pueblos, es Estados Unidos .