«Lo siento, tenía que encontrarla…Lamento decirle que Víctor ha muerto… Encontraron su cuerpo en la morgue.
(…)Le ruego que sea valiente y que me acompañe para identificarle.¿Llevaba calzoncillos azul oscuro?. Tiene que venir, porque su cadáver lleva allí casi cuarenta y ocho horas y, si nadie lo reclama, se lo llevarán y lo enterrarán en una fosa común.
(…)Bajamos un oscuro pasadizo y entramos en una enorme sala. Mi nuevo amigo me apoya la mano en el codo para sostenerme mientras contemplo las filas y filas de cuerpos desnudos que cubren el suelo, apilados en montones, en su mayoría con heridas abiertas, algunos con las manos todavía atadas a la espalda.
Hay jóvenes y viejos…cientos de cadáveres…en su mayoría parecen trabajadores…cientos de cadáveres que son seleccionados, arrastrados por los pies y puestos en un montón u otro por la gente que trabaja en el depósito (…)Me paro en el centro de la sala, buscando a Víctor sin querer encontrarle y me asalta una oleada de furia. Se que mi garganta emite incoherentes ruidos de protesta, pero Héctor reacciona instantáneamente.(…)
Nos envían a la planta superior. El depósito está tan repleto que los cadáveres llenan todo el edificio, incluyendo las oficinas. Un largo pasillo, hileras de puertas y, en el suelo, una larga fila de cadáveres , estos vestidos, algunos con aspecto de estudiantes, diez, veinte, treinta, cuarenta, cincuenta…Y en la mitad de la fila descubro a Víctor.
Era Víctor, aunque le ví delgado y demacrado¿Qué te han hecho para consumirte así en una semana?. Tenía los ojos abiertos y parecía mirar al frente con intensidad y desafiante, a pesar de la herida en la cabeza y terribles moretones en la mejilla. Tenía la ropa hecha jirones, los pantalones alrededor de los tobillos, el jersey arrollado bajo las axilas, los calzoncillos azules, harapos alrededor de las caderas, como si hubieran sido cortados por una navaja o una bayoneta…el pecho acribillado y una terrible herida abierta en el abdomen…las manos parecían colgarle de los brazos en extraño ángulo, como si tuviera rotas las muñecas, pero era Víctor, mi marido, mi amor.
En ese momento también murió una parte de mi. Sentí que una buena parte de mi moría mientras permanecía allí, inmóvil y callada…incapaz de moverme, de hablar.»
Fragmento del libro , “Víctor Jara : Un canto truncado”
Testimonio de Joan Jara.