Carta de Marx con motivo de los 35 años de la Caída del Muro de Berlín

Por Marcelo Colussi

Lunes, 11/11/2024

No puedo dar los detalles precisos, sino simplemente hacer saber que recibí esta carta, firmada nada más y nada menos que por Carlos Marx. Con mi pobre alemán me permití hacer la traducción, y como creo que esto es muy importante, hago circular el texto de marras en su versión española.

Trabajadores del mundo:

Las fuerzas de la derecha internacional festejan alborozadas estos 35 años de la Caída del Muro de Berlín. Pero se equivocan. ¿Qué festejan en realidad? ¿El fin del socialismo?

La historia, contrariamente a como dijo ese apologista del sistema, un tal Francis Fukuyama, hace algunos años atrás, no ha terminado. ¿De dónde saldría tamaño disparate? La historia continúa su paso sin que sepamos hacia dónde va. Hoy, sin temor a equivocarnos, dadas las características que ha tomado el sistema capitalista internacional, perfectamente podría estar dirigiéndose hacia la aniquilación de la especie humana, dado el afán de lucro imparable que lo alimenta, y que bien podría llevar al holocausto termonuclear de activarse todas las armas de destrucción masiva que existen sobre la faz del planeta. O también, dado ese afán insaciable de obtención de ganancia que no puede eliminar, a la destrucción del planeta por el consumo irracional que se está llevando a cabo que, lenta pero irremediablemente, de continuarse esta tendencia, está terminando con el planeta Tierra.

Las fuerzas de la derecha cantan victoriosas su supuesto triunfo, pero en realidad no hay ningún triunfo. Como escribí alguna vez en mis años mozos, siendo discípulo del Profesor Hegel, quien tanto marcara mi vida: «El amo tiembla aterrorizado delante del esclavo porque sabe que, inexorablemente, tiene sus días contados; por eso se defiende tanto.» La situación actual del mundo, ya entrada la tercera década del siglo XXI, nos lo deja ver de modo fehaciente: la clase dominante, cada vez más, gasta ingentes cantidades de dinero (bueno, en realidad las gana finalmente), sumas monumentales que se podrían usar para otras cosas más útiles en términos humanos, para eso que llaman «defensa». ¡Qué irracionalidad! Eso incluye la interminable parafernalia de armas hiper desarrolladas, inconcebibles en mi tiempo, más todo el arsenal cultural-mediático-ideológico que existe hoy día. En el siglo XIX, donde yo vivía, no había estos prodigios técnicos que sé que hay actualmente; pero según me he informado, ingenios fabulosos que sirven, básicamente, para el control social. Sin dudas, el sistema capitalista tiene terror pánico a que la masa trabajadora reaccione.

¿Qué quise decir en su momento con esta frase, algo enigmática quizá, de cuño hegeliano, frase que nunca publiqué, escrita antes de ponerme a estudiar economía política para luego redactar el Tomo I de El Capital? Pues no es nada complicado: aparentemente el sistema capitalista «triunfó» de manera inexorable sobre las experiencias socialistas que se estaban construyendo, siendo la demostración palpable de ello la caída de este muro de la que ahora se cumplen 35 años. Supuestamente, según la fanfarria con que esa derecha presenta las cosas, la misma población alemana del este, «sojuzgada» por el yugo socialista, habría derrumbado el tal muro para «liberarse» y acceder a las bondades del capitalismo. ¡Pamplinas! Puras pamplinas, estupideces con que los actuales medios masivos de comunicación presentan las cosas. Esos medios, en forma creciente, son los que hoy moldean la opinión pública, la forma de pensar de la gente. Por eso, me ratifico: «Al esclavo lo fuerzan a pensar con la cabeza del Amo.» ¿Recuerdan el Capítulo IV de la Fenomenología del Espíritu, de Hegel? Pues allí me inspiré para decir eso.

En realidad lo que esta derecha, por ahora ganadora, festeja es que el Amo, para tomar la metáfora hegeliana (léase: la clase capitalista) alejó por un tiempo, ¡solo por un tiempo!, el fantasma que la persigue: el que la clase trabajadora -hoy diríamos más todos los sectores empobrecidos y excluidos- y la posibilidad que alguna vez los mismos se organicen, abran los ojos y la expropie, tal como pasó varias veces durante el siglo XX, en Rusia, en China, en Cuba. Es decir: la clase por ahora dominante (industriales, banqueros, terratenientes) sabe que está sentada sobre un barril de pólvora; sabe que los trabajadores del mundo (obreros industriales urbanos -que fue lo que yo más estudié en su momento, centrado en el capitalismo desarrollado de la Europa decimonónica-, más campesinos, trabajadores explotados de toda índole (las amas de casa por ejemplo), sub-ocupados y desocupados -lo que yo en otro tiempo llamé Lumpenproletariät, es decir: población excluida y marginalizada- en algún momento van a explotar. Y ese barril de pólvora se llama revolución. Por eso invierte tanto -ganando mucho dinero en ello, por supuesto- en medios para contener esa explosión.

La historia de la humanidad, y también la historia del capitalismo, se los muestra. Las clases oprimidas aguantan (porque no tienen otra alternativa, porque están sojuzgadas, reprimidas brutalmente a veces, manipuladas en otras ocasiones). Aguantan hasta que, llegado a un punto de la acumulación de contradicciones, estalla un período de violencia revolucionaria, transformándose las relaciones de poder, pasando la propiedad de los medios de producción de una clase a otra. Esto la derecha lo sabe. Sabe muy claramente que la propiedad privada de esos medios es un saqueo legalizado; sabe con precisión milimétrica que no puede dejar ni por un segundo de cuidar esa propiedad, asentado en una explotación inmisericorde. Sabe que, si se descuida, si deja de proteger a capa y espada sus privilegios, las grandes mayorías excluidas se levantan. Por eso, día a día, minuto a minuto, no deja de controlar y evitar que los trabajadores se organicen, piensen, conozcan la verdadera realidad. Por eso los embrutecen con dádivas: es decir, el viejo pan y circo de los romanos. Hoy, según pude constatar, con una cohorte realmente increíble de instrumentos, desconocidos hace algunos años. Esto que ahora se llama «medios audiovisuales» tiene un poder de penetración y convencimiento que deja atónito, estupefacto. A la gente la han sabido llevar, muy magistralmente, a que se interese más en un mensaje corto y banal, sin ninguna trascendencia, que a pensar en su verdadera situación. Antes eran la iglesia o la cantina el bálsamo; ahora ese distractor tiene variadísimas formas, colores y sabores. Sin dudas, el sistema lo sabe hacer bien. ¿Cuánta gente puede lee El Capital y cuántos prefieren dejarse seducir por eso que ahora llaman «memes»?

Pero esa derecha sabe que el barril de pólvora sobre el que está sentada puede explotar, lo cual significaría perder sus privilegios de clase. De hecho, eso ya sucedió varias veces el siglo pasado, durante el siglo XX. Por eso mismo, ante el retroceso que sufrió el primer Estado obrero del mundo, la llamada Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, las fuerzas de la derecha cantaron victoria, mostrando el derribamiento del Muro de Berlín como la caída de las ideas socialistas. Dicho de otra manera: como están tan aterrorizados con la posibilidad que los trabajadores reaccionen alguna vez, se permitieron mostrar ese incidente como el fracaso inexorable de las ideas socialistas. Pero ello no es sino una demostración del pavor que sienten de ser expropiados. De ahí que ese hecho lo presenten como un triunfo apoteósico y que cierra de una vez la historia.

No hay dudas que con la involución que sufrieron las primeras experiencias socialistas del mundo (la Unión Soviética se desintegró, China se abrió al mercado capitalista, Cuba quedó flotando en el aire como pudo), el capitalismo internacional avanzó groseramente sobre las conquistas de los trabajadores obtenidas a fuerza de sacrificio en décadas y décadas de lucha. Por eso ahora ese sistema, que se autopresenta como ganador y única salida posible, se permite explotar más aún que hace un siglo atrás. Hoy día se perdieron conquistas sindicales, se hacen contratos sin prestaciones laborales, no se respeta la jornada laboral de ocho horas, se expolia sin la menor pudicia y se entroniza la figura del «ganador». Algo que me tiene francamente sorprendido, más aún: atribulado, es que muchas empresas capitalistas llaman ahora «colaboradores» a sus trabajadores. ¡Qué descaro!

No hay dudas, para tratar de concluir la referida cita que hice más arriba, que el sistema sabe que ya le va a llegar el turno, que su cabeza, igual que la del monarca francés en 1789 y muchos aristócratas que vivían parasitando del trabajo de otros, rodará por el polvo. Por eso festeja este triunfo parcial -que, sin dudas, hizo retroceder mucho al campo popular en estos últimos años- como un triunfo absoluto, queriendo presentar las cosas como que con el Muro de Berlín derribado terminó la explotación, y por tanto el ideal revolucionario socialista de transformación social. ¡Tamaño despropósito, por cierto!

Los trabajadores del mundo siguen siendo explotados, más que antes incluso, apaleados, reprimidos. ¿Por qué no habrían de reaccionar?, ¿Por qué no habría de estallar ese barril de pólvora alguna vez, aunque se le intente domesticar con la mayor cantidad de medios, sutiles a veces, brutalmente sangrientos otras? Tal vez hoy día, hay que reconocerlo, los partidos comunistas y las izquierdas en general están un tanto despistados. Mis ideas -que, en realidad, no son mías, sino producto de una reflexión científica (¡no digan «marxismo» sino materialismo histórico!)- se han querido presentar como anticuadas, fracasadas, «pasadas de moda». Nada más contrario a la verdad. Veo que lo que en el siglo XIX denunciábamos con Engels sigue muy vigente, con mayor virulencia que en aquel entonces.

Mientras siga la explotación en el mundo (y esa es la esencia del sistema capitalista) habrá quien proteste, quien alce la voz, quien busque organizarse para cambiar la situación. Que hoy día esa organización y los programas políticos al respecto estén golpeados, es una cosa. Pero pretender que se esfumaron, que los explotados quedarán contentos y felices con su condición de tales, que las injusticias cesaron porque el sistema ganó esta batalla, es un craso error. Aunque se les intente tratar de «colaboradores», y aunque, lamentablemente, más de alguien caiga en ese juego, el barril de pólvora sigue listo para explotar.

No hay que olvidar que el capitalismo, como proyecto económico-político, comenzó a surgir en los siglos XII y XIII, allá en la Liga de Hansen, y demoró varias centurias hasta poder tomar mayoría de edad constituyéndose en sistema dominante, casi a fines del siglo XVIII, tanto en Francia e Inglaterra como en los nacientes Estados Unidos de América. Las experiencias socialistas no tienen ni 100 años de vida. ¡No olvidarlo! Cantar victoria porque se ganó una batalla es de mal guerrero. Lo único que demuestra es que sí, efectivamente, ese Amo tiembla porque sabe que ya le va a llegar su guillotina…, aunque en este momento se sienta ganador.

Los 35 años que ahora se pretenden festejar no son sino una demostración que el sistema capitalista no tiene salida. Se festeja el triunfo de la explotación y la injusticia. Si el sistema tuviera «responsabilidad social empresarial», como parece que ahora se puso de moda decir, debería echarse a llorar por el descalabro absoluto que ha creado. Para decirlo sólo con dos ejemplos, lapidarios y terminantes, por cierto: en estos momentos -créanme que sigo muy de cerca estos acontecimientos y estoy perfectamente informado- la humanidad produce un 45% más de los alimentos necesarios para nutrir a los 8.200 millones de almas que pueblan el mundo, y vergonzosamente la principal causa de muerte sigue siendo nada más y nada menos que ¡el hambre! ¡Infame!, no caben dudas. Y para terminar: la principal actividad de la especie humana, la que más ganancias genera desde el punto de vista capitalista, la vanguardia de la ciencia y de la técnica es la producción de armamentos. Es decir: la defensa a muerte de los privilegios de algunos. ¡Más patético todavía!

Por tanto, a quienes lean esta carta, los insto a que no nos dejemos confundir por estos cantos de sirena: la derecha no festeja un triunfo, sino que sigue estando en guerra, y con miedo, porque sabe que los trabajadores, tarde o temprano, reaccionaremos.

Hoy, como hace dos siglos, la consigna no es lamentarse por la paliza recibida recientemente ni quedarse embobados viendo la televisión o siguiendo memes. Sigue siendo como escribí con Federico en 1848: «No hay nada que perder más que las cadenas. Por tanto: ¡uníos!»

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