Los militares en general tenían a Caldera como un traidor, cuyo acuerdo con los ingleses condenaba a Venezuela a quedar en nada en el asunto esequibo y por eso se hicieron los locos cando el visitante sin nombre se deslizó a su oficina. Entró con pasos seguros y dijo sin saludo
—Vengo a formular una acusación contra usted por traición a la patria, ha entregado el Esequibo a Inglaterra
Caldera no se inmutó. Con voz templada respondió.
—Lo que pasa es que usted se mete en cosas que no comprende.
Tenía razón. En tiempos de su copartidario Luis Herrera Campins se mostraría que su intención en el acuerdo con los ingleses había sido ganar tiempo para un arreglo final anexionista con los Estados Unidos que, por cierto, tendría toda la simpatía del visitante. Es que la vocación del partido socialcristiano Copey es esequiba en grado superlativo. Era algo desconocido pero presente. Se ejemplificaba en el nombre del centro filosófico de jesuitismo en Venezuela, Centro Gumilla. José Gumilla fue un jesuita que vivió en el siglo XVIII en la Guayana de Venezuela, entonces una colonia española, colindante con el Esequibo. En el libro El Orinoco ilustrado y defendido Gumilla lo alude en el siguiente párrafo
“Esto era así, antes que los holandeses formasen las tres colonias de Esquivo, Berbis, Corentin, y la opulenta ciudad de Surinama, que demarqué en el plan en la costa de Barlovento, que corre hacia el río Marañón; pero después que los holandeses, se establecieron en dicha costa, se mudó el fin de la guerra en la mercancía, e interés que de ella resulta; porque los holandeses, los judíos de Surinama, y otra multitud de gentes, que se han mudado a vivir en dicha costa, compran a los caribes todos cuantos prisoneros traen. (Y aun pagan adelantado, instigando con esto a que se multipliquen los males). Suben las armadas de los caribes, y entre las naciones amigas que les sujetan a más no poder, compran, por precio de dos hachas, dos machetes, algunos cuchillos, y algunos abalorios por cada cautivo”.
Afirma que allí vivían las tribus de Israel que, según la biblia, desaparecen tras ser lanzadas al exilio por Dios en un capítulo que se titula Por cuanto los indios judaizan, parece que decienden de las tribus que se perdieron; “he oído a muchos, y muy prácticos misioneros jesuítas de ambas Américas. Todos realmente convenimos, en que los indios judaizan : (como con muchas señas innegables dije en el capítulo sexto de la primera parte) de donde nace el inclinarnos a que los pobladores de las Américas fueron hebreos. Todas, o parte de las diez tribus que al sexto año del reinado de Ezequías transplantó Salmanasar, rey de la Asiria: y después, o se confundieron entre todas las naciones, o separados a regiones incógnitas (como dice Esdras) tal vez entonces poblaron el nuevo mundo, región bien incógnita, hasta estos siglos últimos: así casi lo persuade la multitud de ceremonias judaicas, que entre las sombras de su ignorancia se han observado, y llevo apuntadas ya”.
En el libro se escriben detalles judíos en las costumbres de los caribes.
Añadió un detalle geopolítico adverso a lo yorkino al colocar en el mapa que ilustra el tomo el río Orinoco como nacido en la actual Colombia con el nombre de río Meta.
El centro Gumilla era el cenáculo, tanto como la Universidad Católica Andrés Bello, de los estudiosos jesuitas del tema Esequibo, los más eruditos del país y denunciaban a los ingleses sistemáticamente sin mencionar las aspiraciones anexionistas norteamericanas, en verdad sólo señaladas en este libro.
La pugna de las dos potencias anglosajonas en el punto esequibo parece intensificarse en la década de 1970 hasta su crisis grande en 1982 con la guerra de las Malvinas.
Todo esto parecía ser ignorado por el violento visitante, que en ese momento se preparaba a huir. Lo hizo, tras lo que Caldera, saliéndose de su normal tono ponderado ordenaba al edecán, que había entrado
—¡Mátenlo!
El visitante huyó para su oficina, recogió dinero y un arma y se desplazó corriendo hasta Chacaíto, ocupado entonces por un pajonal. Se escondió allí protegiéndose de los asesinos que Caldera enviaba tras él. Estuvo en ese sitio muchas horas respirando el detestable olor de las heces de los clochards que entre las pajas dormían. Cuando calculó que la búsqueda había desfallecido salió del monte y abordó un taxi ofreciéndole cincuenta bolívares por llevarlo hasta la embajada de México, una enormidad en ese entonces. El taxista no olió o fingió no hacerlo. En la embajada lavó los zapatos y solicitó asilo, le fue concedido. Muy a su pesar el gobierno concedió que saliera rumbo a México. Allí habló largo con Francisco Herrera Luque, embajador que, psiquiatra, obtendría los datos llenaban de rabia al viajero. Así salió el libro 1999. Pero ¿Era exacta la descripción de la conspiración que el visitante atribuía a Caldera?, ¿Eran exactos los detalles? ¿Se intentaba fragmentar a Venezuela en tres partes? Ello hubiera implicado sensata alianza de Estados Unidos e Inglaterra. La república del Zulia se intentó bajo el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez, protagonista de la novela. Es un hecho de sabor corroborativo ¿Había la parte esequiba en la operación frustrada por el alzamiento de Chávez? ¿Fue adivinación del viajante o deducción del escritor?
A la vez ha aparecido en los espacios de la Universidad Simón Bolívar de Caracas, creada en el gobierno de Caldera, un instituto dedicado al tema canalero. Está presidido por un profesor de nacionalidad rumana y apellido Georgescu que publica estudios académicos sobre los canales que podrían unir a los diversos países de Suramérica pero cuando caiga el comunismo se quitará la máscara.