por Henrik Hernandez
publicado en diciembre 4, 2024
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El aire en el puerto de Stavanger era frío, cortante, impregnado de un ligero aroma a salitre y pescado fresco. Henrik caminaba despacio por los adoquines húmedos, llevando sobre sus hombros su desgastada mochila militar, mientras el rugido de los motores de los barcos pesqueros llenaba el ambiente. A su alrededor, el bullicio de hombres descargando redes, grúas elevando cajas llenas de mariscos y gaviotas chillando al acecho de restos creaban un caos organizado que contrastaba con la calma de las colinas coloreadas de otoño, que rodeaban la bahía.
El puerto estaba vivo. Desde los muelles, los pescadores intercambiaban gritos en noruego, órdenes rápidas que se perdían en el ruido constante de las olas golpeando los cascos de los barcos. A lo lejos, Henrik distinguió el North Sea Hunter, una mole de acero oscuro que dominaba el horizonte. Su corazón se encogió al verlo. Había imaginado algo más acogedor, menos intimidante, pero ahí estaba: el barco que lo llevaría al corazón del Mar del Norte.
Con cada paso, Henrik sentía el peso de la decisión que había tomado. Había dejado atrás una vida llena de preguntas sin respuesta, pero no estaba seguro de lo que esperaba encontrar en este viaje. Tal vez, pensó, el mar tendría las respuestas que buscaba, o al menos el poder de silenciar las voces en su cabeza.
Cerca del muelle, el sonido de un martillo golpeando metal llamó su atención. Un grupo de mecánicos trabajaba en un barco más pequeño, su piel curtida y sus manos ennegrecidas por el aceite y el frío. A su derecha, un viejo pescador remendaba una red con movimientos lentos pero precisos. Henrik sintió un destello de envidia hacia esos hombres; sus vidas parecían estar enraizadas en algo tangible, sólido, mientras que la suya se sentía como arena arrastrada por el viento.
Finalmente, llegó a la pasarela del Hunter. La madera crujió bajo sus botas mientras subía al barco. Un hombre alto y robusto, con una barba entrecana y ojos grises como el acero, lo recibió con una mirada penetrante. Era el capitán, y no necesitó decir nada para que Henrik entendiera su mensaje: aquí, las palabras no valían nada. Solo el trabajo hablaba.
Henrik dejó su mochila sobre la cubierta y se giró para mirar por última vez el puerto. La ciudad de Stavanger se alzaba a lo lejos, con sus casas de madera blanca y los tejados oscuros brillando bajo la tenue luz de la mañana. A pesar del frío, un sudor helado le recorrió la espalda. Algo le decía que cuando volviera a este puerto, si es que lo hacía, no sería el mismo hombre que ahora subía a bordo del Hunter.
El North Sea Hunter albergaba una tripulación de dieciocho hombres, cada uno con un rol bien definido en la maquinaria que mantenía el barco operativo. Eran un grupo diverso en edades y temperamentos, pero todos compartían una dureza forjada por años enfrentando al Mar del Norte. Había veteranos con rostros surcados por arrugas profundas, como el capataz Lars, un gigante de pocas palabras cuya voz rasposa era ley en cubierta. También estaban los más jóvenes, como Erik, cuya mirada inquieta y manos temblorosas delataban que aún no había aprendido a disimular el miedo.
Los motores rugieron, y el barco comenzó a moverse. Desde la cubierta, Henrik observó cómo el puerto se desvanecía lentamente en el horizonte. A medida que la ciudad desaparecía y el vasto Mar del Norte tomaba el relevo, no pudo evitar sentir que estaba dejando atrás más que tierra firme. Estaba entrando en un mundo donde las reglas eran diferentes, y donde cada ola parecía susurrar un secreto que aún no estaba listo para escuchar.
El rugido del motor del barco resonaba como un eco interminable en los oídos de Henrik mientras el North Sea Hunter, se abría paso en las frías aguas del Mar del Norte. Era su primera vez en un barco pesquero industrial, una decisión impulsiva tomada después de meses de estancamiento emocional y profesional. Había pensado que tres meses en el mar le darían una perspectiva nueva, tal vez una dosis de dureza que necesitaba. Pero, … pronto descubriría que el mar no perdona ni olvida.
Día 1: El Peso del Mar
Desde el primer momento, Henrik se sintió fuera de lugar. Los hombres, curtidos por años de esfuerzo y mar, lo miraban con recelo. No era solo por ser novato; había algo más, una tensión latente que se respiraba como el salitre en el aire. «Aquí todos hacen su parte o se convierten en lastre,» gruñó el capitán, un hombre de ojos grises y voz cortante como el viento del norte.
Henrik aceptó las jornadas interminables, las manos llenas de cortes y el frío que calaba hasta los huesos. Pero pronto, sus ojos comenzaron a notar lo que otros no querían ver: las conversaciones en susurros, los desvíos repentinos del barco hacia puntos del mapa que no parecían tener lógica, y el miedo palpable en los más jóvenes, especialmente en Erik, el pescador más reciente antes que él.
Semana 1: La Rutina del Infierno
El ritmo era inhumano: turnos de hasta 18 horas, pocas horas de sueño en literas estrechas y comida que apenas cumplía el propósito de mantenerlos de pie. Las manos de Henrik pronto estaban llenas de cortes y ampollas, pero el trabajo continuaba. Había aprendido a tirar de las redes, a clasificar peces y a soportar los gritos del capataz, que no perdonaba errores.
Una noche, durante una tormenta, las redes quedaron atrapadas en el fondo marino. «¡Todos a cubierta!» gritó el capitán. Bajo la lluvia torrencial y el oleaje embravecido, Henrik fue arrastrado por una ola, golpeándose contra la barandilla. Mientras luchaba por recuperar el aliento, uno de los pescadores, Ragnar, lo levantó de un tirón. «No te ahogues tan pronto, novato. Apenas estamos calentando», mientras soltaba una sonora carcajada
Semana 4: primera pista
Las faenas a bordo fueron constantes y agotadoras. Desde el amanecer hasta bien entrada la noche, los hombres trabajaron en turnos extenuantes para lanzar, recoger y clasificar las redes cargadas de pescado. Los motores de las grúas rugían mientras levantaban toneladas de captura que se deslizaban por la cubierta mojada. Una vez vaciadas las redes, los pescadores separaban los peces con movimientos rápidos y mecánicos, manos enguantadas que parecían ajenas al frío que calaba hasta los huesos. Otros se encargaban de limpiar la maquinaria, reparar cables o realizar el mantenimiento esencial para que todo siguiera funcionando.
Dentro del barco, la rutina no era menos frenética. En la bodega de procesamiento, un equipo de hombres empaquetaba el pescado en hielo, mientras los ingenieros revisaban las entrañas del Hunter, asegurándose de que los motores soportaran los embates de las olas. Cada hombre parecía una pieza indispensable en un engranaje que no podía detenerse, no solo por el éxito de la misión, sino porque el mar no daba tregua. Y así, entre la fatiga y el rugido constante del océano, la vida en el Hunter seguía su curso, implacable y despiadada.
Mes 1: sombras
El barco no solo cargaba con redes y pescado; también llevaba secretos. Henrik comenzó a notar tensiones entre la tripulación. Las conversaciones en susurros cesaban cuando él se acercaba, y las miradas se volvían evasivas. Una noche, mientras se fumaba un cigarro en cubierta, escuchó al capitán discutir con dos hombres sobre una «entrega especial» que debía realizarse en algún punto desconocido. No pudo evitar sentir un escalofrío que no tenía nada que ver con el frío.
Además, uno de los hombres más jóvenes, Erik, parecía especialmente nervioso. Se pasaba las noches escribiendo en un cuaderno que escondía rápidamente al ver a alguien. Henrik intentó acercarse, pero el chico lo evitaba.
Mes 2: punto de quiebre
Una madrugada, Erik se acercó a Henrik con su cuaderno. «Están traficando armas. Lo llevan haciendo años, usando la pesca como fachada,» le confesó. «Quieren deshacerse de mí. Y ahora tú sabes demasiado también.», le dijo mientras introducía su cuaderno bajo el colchón de Henrik, sin que este se diera cuenta.
Después de un magro desayuno, la jornada pareció ser como siempre. Las grúas hidráulicas que levantaban las redes se atascaron, y la carga se acumuló peligrosamente. El capitán, furioso, ordenó que trabajaran manualmente. Fue entonces cuando un grito desgarrador rompió el aire: Erik quedó atrapado en una de las poleas.
La escena fue caótica. El brazo de Erik quedó destrozado. Mientras intentaban liberarlo, Henrik se dio cuenta de que el capitán no tenía intención de volver a puerto para buscar ayuda médica, ni de llamar a un helicóptero. «Perderíamos tiempo y dinero,» fue su respuesta fría. Mientras la tripulación se retiraba, Henrik notó algo extraño: las redes no mostraban signos de haber fallado por desgaste. El incidente parecía más una manipulación intencionada.
Erik, yacía sobre su litera, con el rostro pálido y tembloroso, cuando Henrik se acerco este le susurró: «Ellos saben que he visto, lo que no debía haber visto. Esto no fue un accidente.», luego añadió, «mira bajo tu colchón». Henrik sintió un golpe seco en su estomago y una sensación de inseguridad le invadió.
Esa misma noche, el alma de Erik ascendió para unirse con el creador. Henrik le cerro los ojos y le cubrió la cara con una sábana, se sentó junto a él hasta que el cuerpo fue llevado a la bodega frigorífica. Era la única «morgue» a bordo. Después, el capitán llamó a la tripulación a una reunión, hablo sobre Erik y su labor aborde del Hunter, ordeno repartir vodka a cada hombre para un brindis a su memoria e hizo una alusión extraña sobre la lealtad en una tripulación.
Henrik sintió un nudo en el estómago. Intentar confrontar al capitán era un suicidio. No dudaba que lo lanzarían al mar si siquiera insinuaba algo. Decidió callar y esperar el regreso al puerto, planeando llevar las pruebas consigo y denunciar todo.
Las notas de Erik
En las semanas siguientes, Henrik comenzó a leer el cuaderno de Erik, a escondidas en los momentos de descanso. Páginas llenas de palabras apresuradas que hablaban de algo mucho más oscuro que la pesca. Las palabras del joven pintaban un panorama sombrío: el Hunter no era solo un barco pesquero. El capitán y algunos de los tripulantes estaban involucrados en tráfico de armas, utilizando las rutas pesqueras para entregar cargamentos ilegales en lugares remotos del Mar del Norte.
Primera entrega: Fair Isle
«Fondeo en Fair Isle,» decía una de las entradas. «Una isla diminuta entre las Shetland y las Orcadas, perdida en medio del mar. Hombres nos esperaban en el muelle, vestidos de negro y llevaban pasamontañas en sus rostros. Cargaron las cajas rápidamente, pero una cayo y se rompió y pude ver su contenido: rifles automáticos. El capitán no nos dejó acercarnos demasiado, pero ahora estoy seguro. Esto no es pesca, es contrabando.»
Henrik recordó haber estado en Fair Isle, aunque en ese momento no entendía por qué se había fondeado el barco en medio de la noche. Ahora, las palabras de Erik dieron sentido a las sombras que había visto moverse en la distancia.
Segunda entrega: Helgoland
Otra entrada describía una parada en Helgoland, una isla alemana conocida por su historia militar. «Llegamos en plena noche. Nos acercamos a un viejo búnker en ruinas. Los hombres que esperaban tenían vehículos listos para cargar. Vi los barriles marcados con insignias extrañas. Estoy seguro de que eran explosivos. Esta operación va más allá del contrabando. Me estoy metiendo en algo que podría costarme la vida.»
Las palabras eran proféticas. Erik había sospechado que su vida corría peligro, y Henrik no podía evitar pensar que su muerte no había sido un accidente. ¿Quién había manipulado las redes? ¿Quién se había asegurado de que Erik estuviera en el lugar equivocado en el momento justo?
Con el cuaderno de Erik escondido entre sus pertenencias, Henrik continuó el viaje, cada vez más atrapado en un juego peligroso. Sabía que confrontar al capitán o a los tripulantes sospechosos podría ser su final. En cada mirada furtiva y en cada silencio prolongado, sentía el peso de su propio secreto.
El Regreso a Stavanger
Cuando finalmente regresaron a puerto después de casi tres meses, Henrik sintió una mezcla de alivio y miedo. Recibió su paga con manos temblorosas, evitando cruzar miradas con el capitán, el cual le tendió su mano grande y fuerte como la garra de un oso. «No esperaba que resistieras la vida a bordo, pero lo hiciste, – hizo una pausa y enfatizo – y muy bien – enfatizo. Te espero el próximo otoño, cubano» – dijo con una sonrisa que no alcanzaba a sus ojos grises.
Henrik descendió del Hunter con pasos vacilantes, como si sus piernas aún buscaran adaptarse al suelo firme después de meses de ser esclavas del movimiento incesante del mar. El puerto de Stavanger, con su bullicio rutinario, parecía una burla cruel a las sombras que Henrik cargaba consigo. Había sobrevivido al mar, pero no estaba seguro de haber escapado de él.
El puerto de Stavanger se extendió ante él, pero el mundo pareció extraño, como si todo estuviera demasiado quieto, demasiado inmóvil. Había pasado tanto tiempo sobre el barco, mecido por las olas como una cuna o lanzado violentamente como un caballo desbocado, que ahora la estabilidad de la tierra le resultaba casi irreal. Cada paso era un recordatorio de lo lejos que había llegado, no solo en distancia, sino en lo profundo del abismo que el mar le había mostrado.
Se ajustó la bufanda y el gorro, cubriéndose después con el capuchón de su abrigo, como si buscara protegerse no solo del frío, sino también de las cicatrices invisibles que el mar había dejado en su alma. Con el cuaderno de Erik oculto en su mochila, Henrik avanzó hacia las oficinas de las autoridades portuarias, con pasos cargados de una mezcla de determinación y temor. Sabía que no podía devolverle la vida al joven, pero se prometió que su muerte no quedaría olvidada ni sus secretos enterrados en las profundidades del mar.
Ahora, con esas páginas llenas de revelaciones, sería el testigo involuntario de un crimen que iba mucho más allá del barco. Mientras cruzaba la entrada del edificio, el eco de las palabras de Erik resonaba en su mente: «Ellos saben que he visto, lo que no debía haber visto. Esto no fue un accidente.» Ahora, Henrik cargaba con el peso de esa verdad y la peligrosa responsabilidad de sacarla a la luz.
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Este artículo fue actualizado en diciembre 4, 2024