El puntapié inicial para comprender la dimensión geopolítica de Venezuela y los recursos naturales que posee es considerar que su importancia reside en que es parte de lo que el Pentágono denomina como el «Arco de Inestabilidad».
Justamente porque en esta región, que va de América Latina hasta el sudeste asiático, es donde el Pentágono, como herramienta de poder duro de Wall Street, planifica el grueso de sus operaciones y prevé que se desarrollen los episodios de mayor conflictividad para hacerse del control de recursos naturales y rutas estratégicas para el futuro de las potencias.
El Arco Minero del Orinoco, como la Faja Petrolífera, no pueden ser desligados ni aislados en su perspectiva de lo que en este «Arco de Inestabilidad» viene sucediendo en otros países con características similares, en cuanto a recursos y posición estratégica, porque son los ejemplos más claros para sostener que difícilmente pueda circunscribirse su análisis bajo la dicotomía entre explotar sus recursos o no.
Precisamente porque este falso blanco o negro se da en un contexto en que Estados Unidos carece de 40 minerales estratégicos para su defensa y una economía fuerte, y que China tiene el Producto Interno Bruto (PIB) per cápita más bajo en materia prima.
Sólo basta con observar la trayectoria geopolítica en esta franja territorial a partir de 2008, cuando la crisis y el colapso financiero radicalizaron la necesidad de hacerse de recursos, rutas y mano de obra para posicionarse en el mercado global: una en la que Libia fue invadida y saqueada, una en la que Irak continuó escalando su camino hacia la partición, una en la que Siria atestigua al menos 250 mil muertos y gran parte de su infraestructura destruida por una guerra de cinco años.
Un trayecto, además, en el que el conflicto se impuso sobre las mediaciones políticas y que ponen al Arco Minero del Orinoco dentro de uno de los corredores geopolíticos globales en los que chocan proyectos, modelos y ejes estratégicos en profunda disputa.
Algunos de ellos que van del norte y centro de África, Medio Oriente, el sudeste asiático, Asia central y Europa oriental hasta América Latina con importantes recursos como agua, gas, petróleo y minerales de vital importancia para los aparatos de producción globales, hoy en plena crisis.
El Arco Minero visto desde América Latina
La importancia regional radica, entre otros elementos, en que posee siete de los diez países con mayores recursos minerales, en un momento en el que el sistema financiero global, centro mismo de la acumulación de capital en este momento, necesita absorber nuevos territorios y mercancías para sostener el actual modelo de bachaqueo global. Lo que pone aún mayor presión por acceder a nuevas regiones y áreas que no estén completamente integradas al sistema y sean también de vital importancia para negocios rentables a futuro relacionados al salto tecnológico, altamente dependiente de minerales como los presentes en el Arco Minero.
Esta presión se observa, por un lado, en un indudable aumento de explotación de recursos naturales y la apertura de nuevos proyectos a futuro, como los relacionados a la Cumbre Pre-sal en Brasil, el petróleo en aguas profundas cubano, el litio en Bolivia, el rico Yasuní en Ecuador y la posibilidad cierta de acceso al agua del Acuífero Guaraní en Argentina, Brasil y Paraguay, en un continente con la mitad de reservas de este recurso en el planeta.
Y por el otro, con el hecho de que a partir de 2009, con el golpe en Honduras, se desencadena un ciclo ascendente de conflictividad y cambio de gobiernos, operado por el aparato de Estados Unidos, en el que se plantea reconfigurar el envase político que, en clave regional, se venía armando para administrar los recursos naturales vía Mercosur, Unasur, Alba, Celac y Petrocaribe.
En el fondo también se juega por mampuesto a frenar en seco el progresivo aterrizaje del poder blando de China y Rusia, y acceder privilegiadamente a recursos en áreas no controladas por los capitales de Wall Street, como los alojados en territorios colombianos bajo control de las FARC, Cuba, Venezuela y el Atlántico brasileño. Esta última dirigida exclusivamente, hasta ahora, por la estatal Petrobras y anhelada por Chevron.
Como vemos, los últimos cambios de gobierno en Brasil y Argentina junto a la presión in crescendo contra Venezuela apuntan directamente a hacerse de estos recursos naturales por vía directa a través de la absorción de la región en los megatratados comerciales (TPP, TTIP, TISA). Y así encontrar una manera rápida y directa para que estos recursos reimpulsen la economía de Estados Unidos y Europa, bajo el fin de poder disputar con más fuerza otras áreas de gran importancia estratégica frente al bloque multipolar.
La traducción local
Lo que al principio nombramos sobre la estrecha relación entre «Arco de Inestabilidad» y Arco Minero tiene que ver, justamente, con esa noción de territorio-mina liberado y a disposición del gran capital, y se mueve en distintos puntos álgidos del mundo configurando el orden de las nuevas confrontaciones.
Sólo, repetimos, vale observar cómo el mismo plan de asedio y bloqueo financiero se impuso sobre Libia, Siria, Irak e Irán, saliendo prácticamente ileso este último si lo comparamos con los primeros, antes de aplicar la estrategia de tierra arrasada ante la imposibilidad de controlar completamente estos territorios.
Esconderse de esta realidad es simplemente cerrar los ojos para sólo escuchar las bombas, porque la peligrosidad actual radica en que Venezuela tiene para Washington el mismo status que el de estos países: ser un «amenaza inusual y extraordinaria».
Condición que hace a esa política del poder global atentar en lo más directo contra las necesidades y deseos de la población venezolana, buscando hacerse del país a precio de gallina flaca y sin disparar un tiro. La decisión sobre el Arco Minero del Orinoco es la anteposición de la política para evitar que no ocurra ni lo libio ni lo sirio, ni tampoco lo especial del período cubano después de la caída de la Unión Soviética.
Porque en el fondo si el objetivo matriz de la guerra contra Venezuela es la disolución y el saqueo del país en medio de la total anarquía, entonces la decisión del Gobierno Bolivariano de administrar un conflicto a futuro quebranta el análisis demagógico y moral de quienes la critican con más ahínco. O mejor dicho: los que más critican la decisión del Arco Minero (por izquierda o derecha) parecen estar muy interesados en que lleguemos a ese objetivo lo más rápido posible y sin capacidades de manejar la situación, sin ninguna política con la cual hacerle frente.
Y en este marco de confusiones es que suele pensarse a Venezuela unicamente como una experiencia bonita, pura y estática del legado de Chávez, cuando la realidad de la política global es que todos los engranajes del poder trasnacional se la juegan de lleno por terminar con el chavismo para eliminarlo como actor político regional y global. El chavismo sigue siendo, hoy por hoy, la única opción histórica que tienen los pobres del planeta para organizarse y comprenderse como fuerza política capaz de realizar grandes cambios y transformaciones. Supeditar esa opción a la explotación del Arco Minero del Orinoco, no sólo habla de la incapacidad de comprender el caótico momento político global, sino de la poca valoración de lo que políticamente significamos hoy para el país y el planeta en su conjunto.
Una fuerza política como el chavismo no se puede medir por el panfleto. Se debe medir por cómo en la chiquita y en momentos complejos sabe lo que tiene que hacer para preservarse como opción a futuro. Ahí seguimos dando la talla, donde precisamente sostener la vida como actores políticos tiene muy poco que ver con libritos, manuales y demagogos.