Jacobo Torres: En todos los sueños‚ en todas las horas

Por: Yldefonso Finol

  

Un amigo, un compadre.

En la cultura rural cuasi cristiana donde se formaron nuestras abuelas y nuestros abuelos, y, por ende, también nuestras madres y nuestros padres, hacerse compadres era una forma de consagrar la amistad ya cosechada, aproximándola al rango familiar. Estoy hablando de la gente sencilla y honrada de la que venimos. Los aduladores, «interesados», preferían buscarse al dueño de fincas, al político o militar con poder, a quienes tenían billete, en el cálculo de recoger algún favor, alguna dádiva. Esto también ocurre en otros ámbitos no relacionados a la pila bautismal: existen los padrinazgos políticos y también los intelectuales: las preferencias grupales, elitistas, las más de las veces, indignas, siempre.

Abro este comentario con un tema tal vez desubicado, trasnochado por el desvelo que un torbellino de recuerdos me mantiene en vilo desde que el sábado 15 de febrero, cuando, en pleno acto por los 206 años del Discurso de Angostura, un poco antes de las 7 de la noche, el camarada Ernesto Etchepare me escribió desde Montevideo preguntándome -muy angustiado- si sabía que «algo le había pasado» a Jacobo Torres (signo de un internacionalismo sostenido y profundo). De inmediato acudí al más cercano amigo común, Albert Reverón, y me confirmó que Jacobo había fallecido por un fulminante accidente cardiovascular.

¡Profunda puñalada muerte malaya nos diste en el alma!

Jacobo debía haber estado en esa Sesión Solemne como diputado de la Asamblea Nacional. Antes de comenzar preguntamos por él, y nadie tenía respuesta precisa, suponían que podría andar de viaje en su condición de Canciller de la Clase Obrera, responsable de las relaciones internacionales de la Fuerza Socialista Bolivariana de Trabajadoras y Trabajadores.

Estábamos allí en la doble condición de constituyente de 1999 -dado que el Presidente Maduro presentaría su Proyecto de Reforma Constitucional-, y como parte de la delegación del Movimiento de la Historia Insurgente que el día anterior había realizado el seminario Del Discurso de Angostura al Libro Azul, acompañando al grupo de compatriotas que recibieron el Premio Nacional de Historia. El viceministro de educación y presidente del Centro de Estudios Simón Bolívar (CESB), Alejandro López, pronunció una magnífica pieza oratoria que resumió para los presentes el prolijo aporte del seminario.

He aquí la concatenación del párrafo inicial con la esencia afectiva de este texto: cuando los organizadores de la FILVEN 2022 me dijeron que designara un padrino para la presentación de mi libro Simón Bolívar: ideología y método de la emancipación de Nuestra América, editado por el CESB, no lo pensé dos veces y di el nombre de Jacobo.

Incluso quienes no somos creyentes del contenido religioso de rituales como el bautismo, no desdeñamos el vínculo de amor y honor que ellos implican, por lo que somos celosos al momento de escoger a esa persona que asume cuota de maternidad y paternidad de nuestra prole.

Pues quién más que Jacobo, un fervoroso hermano en el culto que reza ¡Proletarios del Mundo, Uníos!

II

Un militante ejemplar.

Sudoroso, con los ojos explayados, con un roído y diminuto morral por equipaje, delgadito, despeinado, y sacándose con apuro la caja de cigarrillos del bolsillo de la camisa, así conocí a Jacobo hace cuarenta y cinco años; en el terminal de pasajeros de Maracaibo lo esperaban Betty Martínez y su compañero Espíritu Santo Colina, alias Tato, porque al día siguiente nos encontraríamos con el aún clandestino Comandante Fausto (Alí Rodríguez Araque) en alguna granjita del Bajo en San Francisco o de los caseríos cercanos a los Puertos de Altagracia (normas de seguridad elementales, aplican).

Eran los días confusos y tristes de la división del Partido de la Revolución Venezolana (PRV) al que estábamos consagrados en cuerpo y alma. (Esa historia ya la han ido contando por ahí varios protagonistas, y Jacobo nos dejó un hermoso libro autobiográfico con el sugerente título Testimonio de un prontuario).

Jacobo nació en Cabimas, con pedigrí revolucionario (¿»prontuario»?) del que hacía gala; huérfano de padre desde chamo, en esos días que nos conocimos, ambos perdimos -con meses de diferencia- a nuestras amadas madres, ambas compañeras cómplices de nuestras riesgosas andanzas.

Betty Martínez siempre hablaba de la «señora Meroe», la mamá de Jacobo, a quien conocía del PRV, por eso se sentía más que una hermana de él, siempre pendiente de sus problemas y presta a socorrerlo permanentemente, actitud que Betty ejercía con la naturalidad típica de un hogar especialmente amoroso como el que formaron sus padres Luís y Eglé.

La soledad de Jacobo nunca significó un vacío, a pesar que -de vez en cuando- su mirada melancólica lo delatara. La militancia precoz que surgió desde la propia familia (padre y madre ausentes), le regaló otro tipo de congregación afectiva en una camaradería que arropaba sus sentimientos y aupaba sus pensamientos para la realización personal y colectiva, que Jacobo abrazó con ese corazón inmenso que navega luminoso y optimista hacia el horizonte de una mejor humanidad.

Porque eso fue Jacobo Torres: un militante a tiempo completo, en toda circunstancia y sin haber vacilado un solo segundo de su vida ejemplar. La división del PRV, traumática para mucha gente buena que entregó todo a aquella utopía-herejía, no podía, sin embargo, detener las convicciones, y la revolución no debe depender de unas letras por muy valiosas que hayan sido.

Buscamos seguir construyendo conciencia y movimientos sociales en el seno del pueblo. No nos paralizamos a pesar del zarpazo ponzoñoso. Jacobo, de la mano de Betty y Tato, sumaron esfuerzos con Alí Rodríguez, Julio Chirinos «El Cabito», el «Chino» Daza, su hermano Roy, y otros camaradas, para crear Tendencia Revolucionaria, un pequeño destacamento que destacó por sus contribuciones en diversas etapas duras desde la década del ochenta, y por sus cuadros que -como Jacobo- siguen dando frutos en la actualidad del proceso revolucionario venezolano y nuestroamericano.

En abril de 2002 lo vieron empujando los portones de Miraflores, no para buscar un cargo o alguna prebenda; Chávez (a quien tanto amó) había sido derrocado por un golpe fascista, nuestro Jacobo estaba allí -como de costumbre- jugándose la vida para serle fiel a su compromiso existencial. Porque Jacobo pertenecía a las huestes de Urdaneta: Él era de esos que llevan la lealtad al infinito y están allí donde dos bastan para emancipar la Patria.

III

Jacobo tejiendo historias con hilos del amor.

En 1987 Jacobo se vino de Caracas como voluntario a apoyarnos en la campaña para rescatar la Federación de Centros Universitarios de La Universidad del Zulia que tenían por entonces los adecos. En 1984 habíamos fundado el Movimiento 20 con la unión de los grupos de izquierda sin partido, que algunos queríamos convertir en un bastión revolucionario, idea que apoyaba la pequeña organización liderada por Alí. Aunque me gradué de economista en 1985 seguí siendo parte del M20 para ayudar en la formación ideológica y sacarnos el clavo de la derrota sufrida en el 84. Resistíamos a golpes el maleficio con que la «concertación» de Lusinchi y Blanca Ibáñez domesticó la «izquierda» tradicional. Jacobo estaba feliz de participar en aquel despliegue de energía vertiginoso que desatamos en 1987 coronado con el triunfo que obtuvimos en mayo.

Cumplida esa meta pendiente, debía abrir otros escenarios. Allí estuvo Jacobo azuzando mi ida a Cuba, a vivir la experiencia del saber científico que representaba la Escuela Superior del Partido Comunista de Cuba, donde gracias a su insistencia y la mediación de Alí y el Cabito, pasé una de las épocas más enriquecedora de mi vida. (En La Habana nos vimos con Jacobo, Antonio Aguillón y Toni Boza, cuando iban de paso a Pyongyang al Festival de la Juventud y los Estudiantes).

De regreso al país, a finales de 1989, me esperaba Jacobo en Maiquetía, donde -para variar- la DISIP me tenía preparada una muy amarga recepción. Superada temporalmente la saña, Jacobo fue mi refugio esos días de retorno y readaptación en la Venezuela post Caracazo. El tour caraqueño incluyó pernoctas en escaleras del 23 de Enero, veredas del barrio Niño Jesús, Lomas de Urdaneta, y residencia estudiantil en El Paraíso. Vueltas de «blanqueo» antes de mi definitivo retorno a poner en marcha el «Plan Zulia».

La noche del 3 de febrero de 1992, al conocer que se estaba activando la insurrección por la que habíamos trabajado en silencio varios años, mi primera tarea era llamar a Jacobo desde un teléfono público (CANTV Sabaneta), para verificar si el «equipo que estaba jugando era el nuestro»; así me lo confirmó, para proceder según el plan discutido en Valencia en marzo de 1991 con la Dirección de la otrora Causa R (desaparecida en huida naufragante), y las últimas instrucciones que recibimos de parte de Alí Rodríguez, una madrugada decembrina de ese año 1991 en un local de la avenida Bolívar valenciana.

IV

Un viaje más tras la Utopía de la Comuna.

La casa de uno era la casa de todos. Se amaba a los sueños, a las ideas, y al humano que construye el hogar de la república común. Volábamos montados en la capa de Bolívar con una tinaja colmada de solidaridad.

Un Hermano de las Luchas por la Vida: JACOBO. Sinónimo de perseverancia y solidaridad. Un MILITANTE. Un EJEMPLO de REVOLUCIONARIO. Un ser humano extraordinario, humilde, brillante, magnánimo, heroico, AMABLE…

Un Hermano en las causas justas, en la veneración por la Patria de la Clase Trabajadora. Una Vocación innata: ser útil a la Revolución Socialista. Bolivariano integral. Estudioso y sacrificado. Los dolores del camino no le quitaron un miligramo de ternura y buen humor. Conocerlo era quererlo al instante y nunca olvidarlo. Él siempre quiso amar más. Su medio siglo de militancia es un monumento a la lealtad y la claridad.

Gracias JACOBO -hermano- por compartir el hogar de lo sublime del que seguimos asidos hasta la victoria final (ese horizonte movedizo que nos obliga a luchar cada día como si fuera el primero). Tendremos el eterno paradigma de tu existencia virtuosa en el Panteón de nuestras almas irreductibles. El dolor será leña para el combite esplendente de la Unidad. Cantaremos los poemas que tu amistad regó por todo el mundo, en todos los idiomas, en todas las trovas, en todos los caminos.

Te abrazamos eternamente hermano, camarada.

Yldefonso Finol («Choncho»)