Más de 1.600 agrupaciones musicales conforman este colectivo de artistas. Para los miembros existe una sola condición: que sean revolucionarios. Con varios proyectos generan sus espacios musicales y sus recursos.
En Venezuela, un artista que se identifique abiertamente con el chavismo es ‘invisibilizado’ de forma casi automática por los circuitos comerciales del espectáculo. La televisión, la radio, las revistas y las disqueras privadas les cierran las puertas. Simplemente no existen.
Algunos se quejan, otros se ocupan de procurarse nuevos espacios y otras formas de entender el oficio de creador, sin atenerse a las poses de la fama y las portadas de los diarios.
En esa búsqueda de alternativas nace en esta nación suramericana el Frente Nacional de Bandas Rebeldes (FNBR), un movimiento que se encarga de agrupar a colectivos y bandas musicales con presencia en 23 estados del país. Solo tienen una única exigencia: que sean revolucionarios y profundamente chavistas.
A poco de celebrar su quinto aniversario, el pasado 15 agosto, se han vuelto un batallón de cultores y creadores que lo mismo rasgan un cuatro que una guitarra eléctrica. En el FNBR tienen cabida desde la música folklórica de Vidal Colmenares hasta el heavy rock de Paul Gillman. Suman más 1.600 agrupaciones musicales.
Sus principios están contenidos en un manifiesto donde hacen públicos sus métodos y objetivos.
Inclusión
Pero esa única condición que exigen a los que se suman al frente tiene su explicación en la realidad política del país.
Javier Maestre, miembro del equipo de dirección nacional del FNBR, lo explicó de esta forma a RT: «En nuestra realidad política y social, el tema de inclusión pasa por incluir a gente que piensa como nosotros. Que a su vez fueron excluidos de los circuitos comerciales. En ocasiones, incluir a otros significa excluir a uno de los nuestros. Nosotros hemos trabajado estos cinco años para diseñar nuestra plataforma artística».
Una plataforma con representaciones en casi todos los estados del país y que opera bajo tres comandos: comunicacional, político y operativo. Además, en cada región van organizándose nodos que se reúnen en asambleas y procesos productivos, formativos y expresivos.
«Hemos invitado a los artistas que no militan en el proyecto político de la revolución a que también se organicen y generen sus espacios. Nunca verás a una banda chavista de invitada en sus tarimas, sus espectáculos o sus premios. Cosa que si ocurre cuando organismos públicos organizan eventos musicales», asegura Maestre.
No solo arte
Desde que comenzaron a operar, el FNBR se plantea la autogestión de sus procesos y la inmersión en procesos productivos.
«En 5 años el frente se ha convertido en una muralla, un bastión de resistencia, un foco de esperanza. Vamos nadando contracorriente, desarrollando creativamente nuevos proyectos. Hemos tenido muchos traspiés, contratiempos que se derivan de la falta de voluntad política, aunque hemos consolidado la credibilidad desde todas las ópticas», afirmó a RT David Meire, vocalista de la agrupación MasMegahertz y parte del equipo conductor del frente.
El plan general con el que trabaja el FNBR se llama Nave Nodriza, «una escuela técnica de producción para la formación de nuevos técnicos, productores y artistas militantes».
También desarrollan el proyecto ‘El Trio’, que consiste en un modelo productivo que integra: sala de ensayo, estudio de grabación, café y restaurante alternativo, además de un hospedaje solidario.
Otro de los proyectos de este colectivo musical se llama ‘Música Para Todos’, un festival musical que tiene por escenario las escuelas secundarias públicas y donde participan más de 5.000 secundarias.
«Se han constituido 17 establecimientos (bares) que llamamos Unidades Socio Productivas. En estos locales se presentan agrupaciones en vivo que pertenecen al frente, se desarrollan festivales musicales, se venden bebidas artesanales, gastronomía local y productos varios elaborados por nosotros mismos», apunta Javier Maestre.
Tiempos de guerra
Ningún aspecto de la vida venezolana ha escapado a los efectos de la guerra económica. Y estos artistas no esperan sentados en una esquina.
Cuenta Maestre que varios de los colectivos que pertenecen al frente en la Región Centroccidental de Venezuela, «asumieron tareas productivas».
Bajo la marca colectiva El Cascabelero, fabrican cocuy (un licor artesanal venezolano), también un café aromatizado. «Tenemos para la venta, en las localidades donde operan: harina de yuca (mandioca), harina de auyama (calabaza). Jabones artesanales y hasta estamos cosechando granos en pequeños terrenos de los que dispone cada agrupación», cuenta Maestre.
Ellos incursionan en los esfuerzos gubernamentales para superar la guerra económica, pues sus productos son incluidos en la estrategia de venta de alimentos casa por casa, llamados Clap.
En opinión de Javier Maestre, «un músico quisiera vivir de su música, pero no podemos ser indiferentes a la guerra que enfrenta el país. Nuestros proyectos buscan generar sustentabilidad como seres humanos, como familia, como colectivo».
La militancia
Así es como estos artistas crean música y generan sus recursos. Eso no es contradictorio, señala David Meire.
«La militancia política consolida los vínculos entre los artistas. Saber quiénes somos, cuántos somos y con quién contamos, es fundamental. Hay sectores que se verán afectados cuando un artista tome una posición determinada. La militancia política define cuáles son los espacios en los que un artista determinado se va a conectar con el potencial público al que le interesa lo que propone».
Con cinco años de funcionamiento, el Frente Nacional de Bandas Rebeldes es una joven organización. Meire cree que «aún no hemos alcanzado ni el 10% de nuestros objetivos».
Pero tienen claro el rumbo: «Entender el arte y la música como medio de expresión y como la vía más contundente para la transformación de la conciencia de la nueva sociedad».
Ernesto J. Navarro