Una carta para una señora llamada Omaira

Por: Ramón Centeno
@elboligrafo

Le pregunté: ¿Te hace falta?
Me respondió: Todos los días
«Apenas tenía 8 años de edad cuando enterré a mi mamá y recuerdo su último abrazo tan nítido que siento que aún lo retengo.La extraño», él, uno de mis compañeros de celda se atrevió a contarme su historia. Un relato triste y melancólico que lo sigue desde que quedó huérfano de madre. Me lo narró con el dolor contenido y el recuerdo revoloteando en su cabeza. Desde entonces me he preguntado si esa historia fuera la mía.
Señora Omaira: ¿Qué sería de mí si te hubiese perdido a los ocho años? A esa edad ya me llevabas de la mano a mi primera escuela. Me enseñabas a jugar con las letras y los números. Aprendía a acariciarte tu rostro antes de despedirnos. A los ocho me enamoré de tus ojos tiernos y llenos de esperanza y acaricié tu cabello como si tocara las nubes que nos seguían cada vez que salíamos de casa.
!Oh señora Omaira!
A los 9 años me enseñaste a sentir la literatura. Aprendí a leer las historias de fantasía entre los innumerables libros que ponías frente a mis ojos, y así comencé a soñar junto a ti. Te hice la protagonista de todas mis historias; el amor más hermoso y dedicado.
Me motivaste a amar la naturaleza: los animales, el campo, la pesca, el llano. Nos enseñamos a querernos en el amor hacia el ser humano.
Entre los 10 y 11 años me recordabas que ser virtuoso y útil a la sociedad era el escalón más alto al que debía aspirar. Yo me preguntaba: ¿Virtuoso y útil?
Cuando pasé a los 12, vinieron los montones de periódicos; los análisis y comparaciones. Y desde allí, usted señora Omaira, se convirtió en mi mayor referente de estudio y compromiso con las letras.
A los 16 años me dijiste o más bien me pediste que estudiara medicina. Pero el destino me hizo periodista y allí seguías para aplaudir cada logro.
¿Un hijo periodista?, Te preguntabas.
Cuando me gradué de bachiller estabas con un traje azul rey. Aquel día estábamos de luto. Había perdido a mi papá y tú a un esposo. En la graduación guardaste las lágrimas para abrazarme después de aquel discurso que aún atesoro entre los recuerdos más bonitos.
A los 18 me mudé hacia la independencia y me hice soñador de la ciencia y la virtud. Nunca me retuviste. Me soltaste con el amor único que te caracteriza. La gente me hizo militante y comprometido con la causa de los más humildes. Con pupila vigilante seguiste todos mis pasos.
Me gradué. Viajé. Hice política. He leído. He amado. Me han amado. Me caí. Levanté. Casi muero en un accidente de tránsito. Lloré. Me decepcioné. Me inspiré y me inspiraron. Tú, ahí.
Me hice ciudadano. Voté una, dos, tres y muchas veces más. Tu, ahí.
Perdí a mi hermano. A mí papá. Mi abuela. Tú seguías ahí.
Y ahora tengo 36 años.
Suena el reloj y pareciera que es la alarma de la escuela. Aquella escuela a la que me llevabas cuando tenía los primeros ocho años, pero no, es el timbre de la cárcel.
Rig, rig… !salir!
Me despierto. No te veo. No te toco. No estás. Pero te sigo viendo en mis pensamientos, pero ahora con un poco de arrugas, lo ojos tristes y el cabello suelto hacia el aire.
¿Eres tú mamá?
Nadie responde y sigue el timbre fastidioso de la cárcel. Yo sigo buscándote entre las almohadas como lo hacía cuando era un niño. Levanto las sábanas porque creo que te me escondites, pero tampoco te encuentro.
Ajá… Seguro estás debajo de la cama, pero no. Tampoco estás entre las páginas del calendario ni en el rocío del alba: ¿Dónde estás señora Omaira?

Estás aquí: en el corazón. Y ahora te abrazo cada semana porque nos han separado físicamente y cada vez que te siento, recuerdo que eres el amor genuino que nunca ha dejado de estar.
Por eso, con cada sábado -cuando permiten la visita en la cárcel- te vuelvo a admirar: te huelo, te acaricio como si tus pechos me volvieran a amamantar y tus ojos me siguieran vigilado como hace 29 años, cuando apenas tenía 8.
Así que, esta carta es para ti, señora Omaira, hoy cuando estás de cumpleaños, pero también es para mí compañero de celda, a quien la existencia le arrebató el amor más bonito cuando solo tenía 8 años.