Intimidades de la gestación, desarrollo y los momentos cruciales durante más de 4 años de diálogos.
El fin de 52 años de guerra con las Farc comenzó a incubarse bajo la sombra de la casona donde murió Simón Bolívar, en la veraniega tarde del 10 de agosto del 2010, cuando Juan Manuel Santos llevaba sólo tres días como presidente de Colombia.
Fue el día en que el mandatario venezolano Hugo Chávez llegó hasta la Quinta de San Pedro Alejandrino, en Santa Marta, para intentar superar la enemistad que tenía con el presidente colombiano desde que este era ministro de Defensa de su antecesor, Álvaro Uribe.
Al mediodía, poco antes de tomar el camino hacia la antigua hacienda del Libertador, Chávez había dicho a los periodistas en el aeropuerto de Santa Marta: “Vengo a hacer la paz con el presidente Santos y vengo en un día muy especial: el día que cumple 35 años, creoâ€.
(…) –¿Cómo está, Presidente? –le dijo Chávez a Santos ya en las afueras de la casona de Bolívar, mientras sonreía y le extendía efusivamente los brazos.
–Presidente –le respondió Santos en tono de reclamo–, ¡acaba usted de dar unas declaraciones que me ponen en serios problemas!
–¿Pero qué hice? ¡Lo único que dije era que venía con la bandera de la paz! –exclamó, sorprendido, el mandatario venezolano.
–Es que usted dijo que yo cumplía 35 años. Cumplo 58, y si mi señora cree que tengo 23 años menos, ¡me va a demandar mucho más!
Santos recuerda que Chávez “casi se muere de la risaâ€.
–Desde ese momento hasta el día que falleció, gracias al humor, tuvimos una excelente relación. Con nuestras diferencias, que las hacíamos explícitas –dice el Presidente colombiano.
Esa tarde, roto el hielo, los dos mandatarios ingresaron a la sala principal de la histórica hacienda de Santa Marta, y tras acordar el restablecimiento de las relaciones entre Colombia y Venezuela, hablaron de la posibilidad de dialogar con las Farc.
–He pensado en ver si puedo hacer la paz con las Farc –le dijo Santos sin rodeos a Chávez.
–¿Usted está en eso?
–Sí. Estoy en eso.
–Pues cuente conmigo –afirmó el mandatario venezolano–, con mi total y absoluto apoyo. Creo que eso es lo mejor que le puede pasar a Colombia.
Así, ese 10 de agosto del 2010, sin que Colombia lo supiera, quedaron echadas las primeras cartas del proceso de paz que 6 años y 15 días después habría de terminar más de medio siglo de enfrentamiento armado con la guerrilla de Timoleón Jiménez, Timochenko, y en cuya génesis Chávez jugaría un papel determinante.
Portada del libro con las intimidades de la negociación en La Habana, que estará en librerías desde el 3 de octubre. Foto: Archivo particular |
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(…) Santos nunca creyó que su decisión de buscar la paz con las Farc con el apoyo de Chávez lo distanciaría de su antecesor Álvaro Uribe.
–El distanciamiento de Uribe –dice el Presidente– fue por cosas mucho más mezquinas, porque nombré en el gobierno gente que a él no le gustaba. Lo de Chávez, él lo sacó como excusa.
Es más, Santos pensó que la búsqueda de la negociación con las Farc no reñía con la continuación de la guerra al grupo armado, que tantos éxitos le había dado al expresidente Álvaro Uribe, y que él decidió mantener a la par que exploraba la paz con esa guerrilla.
(Lea: Si Colombia dice ‘No’, queda como un pueblo esquizofrénico: Mujica)
Tan es así, que solo 20 días después de que acordó con el empresario Henry Acosta enviarle un mensaje al grupo guerrillero para explorar unos diálogos de paz, ordenó el bombardeo en el que murió el ‘Mono Jojoy’, el hombre de las Farc con mayor poder militar.
–Desde un principio –cuenta el Presidente– les dije a las Farc la famosa frase de Isaac Rabin (ex primer ministro israelí): ‘vamos a negociar la paz como si no hubiese terrorismo y vamos a combatir el terrorismo como si no hubiese negociación de paz’. Esas eran las reglas, y me dijeron: ‘listo’.
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Los primeros encuentros directos con las Farc ocurrieron finalmente desde marzo del 2011.
(…) Los acercamientos parecían ir por buen camino, pero el 4 de noviembre de ese año el presidente Santos fue informado de que el Ejército tenía cercado en el Cauca al entonces máximo jefe de las Farc, Alfonso Cano. Tras evaluar por un largo rato los pros y los contras, el mandatario dio la orden de continuar la operación en la que el jefe guerrillero habría de morir.
–Cuando me contaron que lo tenían cercado pensé: ¿qué significa esto para el diálogo? –recuerda el Presidente–. Si decía que no hicieran la operación, habría dado una señal terrible a las Farc y dentro de nuestras fuerzas. Yo había sido muy claro desde el principio y había dicho: estamos en guerra hasta que firmemos la paz.
(…) –Dije: ‘hagan la operación’, y sucedió lo que sucedió. Lo habrían podido capturar si él no hubiera creído que podía escaparse otra vez.
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La muerte de Alfonso Cano estremeció en lo más profundo a las Farc y motivó un gran debate sobre la conveniencia de enterrar o mantener los diálogos exploratorios con Santos.
En lo personal, a Timochenko, quien asumió la jefatura de esa guerrilla tras el ataque contra Alfonso Cano, le costó mucho decidir si mantenía los acercamientos con el Presidente.
(Además: Farc reiteran que no hay ninguna posibilidad de renegociar el acuerdo)
(…) –¡Es que yo iba a ser el delegado de Alfonso en los diálogos! –dice Timochenko en entrevista para este libro–. Sinceramente, si no hubiera estado Hugo Chávez de por medio, si él no hubiera hablado conmigo, ¡quién sabe si esos diálogos se hubieran mantenido!
(…) –Sostener el diálogo después del asesinato de Alfonso no fue fácil para mí –afirma–. Yo estaba seguro de que esa era la regla que había que seguir, pero es que ese hecho cambió todo. Incidió mucho en los sentimientos, y aunque en las decisiones políticas uno no puede guiarse por los sentimientos, sí hay que tenerlos en cuenta.
–¿Chávez lo convenció a usted de persistir en la búsqueda de una negociación?
–Sí. Después de la muerte de Alfonso hablamos un día desde las ocho de la noche hasta las cuatro y media de la mañana.
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Las oleadas de desconfianza sobre la voluntad de paz de Santos siguieron asediando a Timochenko durante todo el tiempo que duraron los diálogos. (…) La carta del Presidente para aligerar las aprensiones del jefe de las Farc a lo largo de la negociación fue su hermano Enrique Santos.
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(…) En medio de una de las turbulencias de la negociación se dio el primer encuentro secreto y hasta ahora desconocido entre Enrique Santos y Timochenko. Fue en Venezuela, cuando el proceso de paz estaba a punto de cumplir un año.
Imagen de los diálogos secretos, en los que participaron Enrique Santos (primero a la derecha.) y el jefe guerrillero Mauricio Jaramillo (izquierda). Foto: Archivo particular |
(…) –A Enrique –dice el Presidente— lo consultaba en momentos de dificultad. Y si había algo de lo que él había estado muy pendiente, me hacía sugerencias (…). Enrique y yo nos respetamos mucho. En ocasiones lo envié a hablar con Timochenko. Eso lo apreciaban las Farc enormemente, y fue muy útil para generar confianza.
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En enero del 2015, Humberto de la Calle y Sergio Jaramillo viajaron a La Habana sin el resto del equipo negociador para una reunión informal con el Secretariado. Esa vez el equipaje de los dos incluía la lista de condenas que tenían los jefes de las Farc, entre las que se destacaban, por numerosas, las 132 que tenía Iván Márquez.
Esas órdenes de captura eran la herramienta del Gobierno para sustentar su posición frente a lo que creía que debía incluir el componente de justicia: un tiempo de privación de libertad para los guerrilleros.
(…) – Fue una de las reuniones más difíciles –recuerda Humberto de la Calle–. ¡Imagínese lo que era ir a decirles que se tenían que ir para la cárcel!
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El fin de 52 años de guerra con las Farc se diseñó y tuvo algunos de sus más imperceptibles pulsos, no en La Habana, sino en los pisos segundo y tercero de un tradicional conjunto residencial del norte de Bogotá, donde viven Álvaro Leyva y Sergio Jaramillo.
A pesar de la cercana vecindad, nunca cruzaban palabra.
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El 22 de septiembre del 2015, en la víspera del esperado encuentro entre el presidente Juan Manuel Santos y Timochenko para anunciar el acuerdo sobre justicia, Humberto de la Calle les planteó a los jefes de las Farc dos fechas con las que debían comprometerse para que el presidente Santos estuviera al día siguiente en La Habana.
La primera era el 23 de marzo del 2016 como día para la firma del acuerdo final. La segunda, que 60 días después debían comenzar el desarme. Y les dijo que estas fechas tenían que quedar incluidas en el comunicado que darían a conocer.
(…) Pero Iván Márquez rechazó la propuesta.
(…) Aunque el apretón de manos entre el presidente Santos y Timochenko produjo en el país la sensación de que el proceso de paz estaba en un gran momento, los malos entendidos de ese día habrían de superarse solo casi tres meses después.
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Así como dentro de las Fuerzas Armadas hubo quienes se opusieron a los diálogos con las Farc y hubo filtraciones de información reservada al expresidente Álvaro Uribe, la participación de militares en las negociaciones de La Habana fue decisiva para el éxito del proceso de paz.
(…) El general Javier Flórez, quien encabezaba la Subcomisión por el lado del Gobierno, no sólo era un militar fogueado en la guerra contra las Farc, sino que comandó en el Ejército los dos grupos contrainsurgentes élite –Fudra y Omega– que le hicieron pasar los más angustiantes momentos de su vida al jefe guerrillero Carlos Antonio Lozada, quien encabezaba esa subcomisión por el lado del grupo insurgente.
No fue nada fácil para Lozada verse frente a frente con el general.
Guerrilleros y militares visitaron juntos en agosto las zonas donde se desarmarán las Farc. Foto: Archivo / EL TIEMPO |
(…) En agosto del 2014, cuando apenas llevaban una semana de reuniones, hubo un pacto entre las dos cabezas de la Subcomisión del Fin del Conflicto.
(Además: Cuando sean opción política, Farc buscarían convocar a otros partidos)
(…) –En un descanso –recuerda el general Flórez–, después de dos horas y media de trabajo, Lozada y yo nos quedamos en un rincón del Centro de Convenciones. Tomábamos tinto y yo fumaba cigarrillo, y nos hicimos un propósito: sacar el acuerdo de cese del fuego y la dejación de las armas por encima de todas las divergencias que tuviéramos. Y después de dos años, lo logramos.
(…) A pesar de las discusiones que provocó en la mesa de negociaciones la propuesta del general y el jefe guerrillero, esta terminó siendo la base del acuerdo sobre el fin de la guerra que el Presidente y Timochenko le anunciaron al país, finalmente, el 23 de junio.
(…) No era la firma de la paz, pero era el acuerdo más importante de la negociación porque sellaba el compromiso de las Farc de abandonar las armas para convertirse en movimiento político.