Los esperpentos de las minorías

 

 

Por Antonio Peredo Leigue

La Paz, julio 12, 2006

 

Los resultados son abrumadores: más del 50 por ciento de los votantes eligieron a los candidatos del Movimiento al Socialismo (MAS) para la Asamblea Constituyente. En Santa Cruz y Tarija, donde la derecha creyó tener sus baluartes, ganó el MAS. El referéndum autonómico, cumplido en la misma fecha, el NO a las autonomías propiciado por el MAS, contó con 57% del voto. Aún una elección municipal extraordinaria en un pueblo de 500 habitantes, el MAS dejó muy atrás a su contendor.

Pero, por supuesto, la derecha no se resigna. La democracia funciona bien, cuando la manejan ellos. Si sale de sus manos, entonces la condenan como «intentos hegemónicos» y sacan a relucir pretendidos derechos de minorías que deben imponerse, según afirman, al «totalitarismo mayoritario».

 

La agrupación PODEMOS, que lidera el ex presidente Jorge «Tuto» Quiroga, de un 28% que obtuvo en diciembre pasado, debió resignarse a 15% en esta elección. Partidos tradicionales y pequeñas agrupaciones, que ocultan deserciones derechistas, fueron castigados con votaciones ínfimas que apenas los salvan de la desaparición.

 

Las razones de la sinrazón

 

De siempre, y aún ahora, los grupos de poder consideran que el grueso de la población no piensa; se limita a seguir consignas. No en balde un ex presidente español, sostuvo que los pueblos latinoamericanos están equivocándose en las elecciones y habría que propiciar nuevos plebiscitos para rectificar errores; por supuesto, ellos financiarían tales rectificaciones.

 

Pero, en Bolivia, tres votaciones han favorecido al MAS consecutivamente: municipales en diciembre de 2004, generales en diciembre de 2005 y constituyentes el pasado 2 de julio. Podríamos decir que las «equivocaciones» se repitieron 7 veces, en Venezuela. En otras naciones de este continente habrá otras repeticiones y, en alguna más, han debido recurrir al consabido fraude para tratar de obstaculizar el avance de los pueblos.

 

Es que, para los poderosos del mundo, democracia es el sistema mediante el cual se eligen mandatarios aprobados por Washington. Basta recordar que, en un tiempo, los candidatos debían exhibir su visa de ingreso a Estados Unidos, para habilitarse. Si un mandatario, elegido mayoritariamente, dicta medidas y toma rumbos que desagradan a George W. Bush, el «Napoleón chiquito», pierde la paciencia y hasta puede ordenar la devastación del país en cuestión, siempre que el negocio valga la pena.

 

Y no discutan las formas de votación. Incluso con las reglas fijadas por ellos, con los mecanismos de control que ellos implementaron, una derrota les resulta inaceptable. Como no se atreven a hablar de fraude (¿cómo?, si ellos lo hicieron para reducir la ventaja del ganador) gritan «injerencia foránea», «subvención de una potencia extranjera». Y ante la mayoría que obtuvo el MAS en Santa Cruz y Tarija, proclaman que los constituyentes deben obedecer las consignas regionales (léase «del comité cívico»), desoyendo las orientaciones partidarias. Así funciona la democracia, para ellos.

 

Las razones del sentimiento popular

 

La democracia del voto, no funciona. Esa es la conclusión a la que han llegado los americanos (incluso en Estados Unidos y Canadá). No es democrático el voto que debe elegir entre quienes derrochan recursos en campañas electorales. No es democracia, si el padrón electoral «depura legalmente» un 20% del electorado, a título de que no votaron la vez anterior. Pero, sobre todo, no hay democracia si se pisotean derechos fundamentales de la persona: derecho al trabajo, derecho a la salud, derecho a la educación, derecha a la vivienda e, incluso, derecho a la vida. ¿De qué democracia hablamos, cuando más del 70% de la población vive en la miseria que provocan los modelos impuestos por esos mandatarios que elegimos cada cuatro o cinco años?

 

La democracia debe ser el ejercicio de un gobierno que atienda las urgentes necesidades del pueblo. A esa conclusión han llegado los sectores sociales, aunque en algunos casos todavía caen en el embeleso de algún demagogo. Superando obstáculos, construyen su propio camino y entierran definitivamente a los partidos tradicionales, aquí en Bolivia, y en otras latitudes.

 

Así lo hicieron aquí, en diciembre pasado, y lo confirmaron hace apenas diez días. Es decir, instalan un gobierno que realmente los representa y que, en estos seis meses, ha tomado medidas radicales en niveles económicos y sociales. No es suficiente; la Asamblea Constituyente que se instalará en agosto siguiente, debe orientarse en el mismo sentido. Por tanto, una mayoría indiscutible tendrá en sus manos la conducción de la asamblea y discutirá los consensos necesarios con las minorías.

 

Existe el riesgo de que éstas, pretendan rechazar las fuertes medidas de transformación que exige la refundación de Bolivia, usando su capacidad de «veto». La movilización del pueblo en las calles apoyará a esa mayoría que es la real representación popular.

 

¡Cuidado con los tropiezos!

 

Que la derecha cumplirá su papel depredador, nadie lo duda; sería sospechoso que no lo hiciese. Hay que estar preparados para enfrentarlos. Han sido duramente golpeados, pero aún pueden reorganizarse y dar su última batalla.

 

Pero son más peligrosas las debilidades internas que pueden hacernos correr riesgos mayores. Hemos vivido veinte años bajo el modelo neoliberal y 180 en una estructura capitalista de dominación externa. Nos cuesta mucho superar los dogmas y mitos creados por el sistema. Y caemos en contradicciones constantemente. Trabajamos para construir nuestra soberanía, pero seguimos capturados por las instituciones internacionales y las potencias mundiales. Necesitamos desarrollar nuestra economía y no sabemos aún zafarnos de las importaciones, sobre todo, ilegales. Urge un plan de dotación de tierras, pero nos obstaculizan las mismas organizaciones indígenas y campesinas, en sus menudas luchas impulsadas por la derecha. Los sindicatos también responden a la misma lógica egoísta, en la que se han desvalorizado los dos decenios pasados, y no estamos trabajando para salir de ese círculo vicioso.

 

De resultas de estas y otras contradicciones, el Plan de Desarrollo Nacional nos deja sabor a poco. Austeridad, honestidad y servicio, son esenciales, pero insuficientes para cambiar la estructura. Los principios del neoliberalismo no se han tocado aún. Somos conscientes de que debemos caminar lento, pero seguro. Correcto, pero cavando y socavando los cimientos del modelo globalizador.

 

Otras son nuestras fortalezas

 

Pero si aquel es el riesgo, es inobjetable la fuerza con que se lleva adelante el cambio. Parece increíble, pero el Instituto Nacional de Estadística informa que, en los cinco primeros meses de este año, las exportaciones alcanzaron más de 1.500 millones de dólares. Esto significa casi 500 millones más que en el mismo periodo del año pasado. Un dato importante: los incrementos provienen de la minería (99,1) y de hidrocarburos (59,4). En otros términos: los cambios que implementa el gobierno, abren mejores posibilidades a la exportación.

 

En cuanto a la imagen internacional -otro de los temas recurrentes de la derecha-, Bolivia es objeto de atención, ya no por golpes militares o tráfico de drogas, sino por los avances que están ocurriendo.

 

Por encima de esto, el tema central en el que se trabaja arduamente es la apertura del empleo. Miles de bolivianos fueron expulsados del país, dado que el modelo neoliberal los desempleó. En busca de supervivencia, salieron a países vecinos e incluso a Europa, donde sufren explotación y discriminación. Incitarlos a volver sólo es posible mediante la generación de empleo. El plan de desarrollo ofrece una media de 900 mil empleos por año. Aún si se lograse la mitad, se está avanzando por buen camino.

 

Esta es la fuerza que no podrá vencer la derecha anclada en el modelo neoliberal, masticando sus grandes y pequeños resentimientos.