Venezuela hoy es un recipiente donde se ponen etiquetas como «dictadura», «irrespeto a los derechos humanos», «mal gobierno», «falta de democracia», «hambre», «violencia» y «muerte». Identificándolas todas con el nombre del Gobierno de Nicolás Maduro cuando no las endilgan al chavismo a secas.
Hoy este fenómeno se ha recrudecido debido a la celeridad con la que Estados Unidos necesita imponer que Maduro es un dictador para avanzar con su agenda en Venezuela. Ampliamente sabido es que cuando Barack Obama preparaba la invasión a Libia sucedió lo mismo con Gadafi, avalado por la izquierda y la derecha por igual. Y hoy ese país es un mercado de esclavos a cielo abierto.
Entonces se da la casualidad de que en América Latina comienza a suceder la misma maniobra en países como Brasil, Argentina y Ecuador, por citar los ejemplos más visibles donde el progresismo ha perdido completamente el poder y está en serios problemas para detener las reformas económicas neoliberales que se les vienen encima, como los recortes en programas sociales y la hipoteca del futuro de sus países vía deuda y privatizaciones.
Sin embargo, bastante demostrativo es el caso de lo que sucede en Argentina, en medio de una campaña electoral donde el principal activo del macrismo es desviar la atención con Venezuela, porque hay sectores de la progresía que, asediados por la derecha, se ven obligados a calificar a Maduro como un dictador, entre líneas, para ubicarse automáticamente en la cola de Trump, McMaster y el resto de personajes listos a quebrar a Venezuela en mil pedazos.
Sus argumentos, calcados a los de Eva Golinger, se resumen en que Venezuela se encuentra en una zona gris, donde ninguna de las partes respeta las reglas institucionales. Lo que según ellos es responsabilidad de Nicolás Maduro por no permitir elecciones abiertas y libres, en un momento donde la estrategia contra el país es utilizar este pretexto para vaciar de contenido las instituciones. Bajo el fin de transformar el Estado en una cáscara donde, al igual que Brasil y México, se permita la reconversión de la fuerza laboral de los venezolanos en trabajadores de maquila y sus recursos naturales en baratijas en el mercado mundial, violando todas las normas de la institucionalidad democrática que dicen defender.
Estos sectores progresistas, además, le exigen al chavismo que respete ser eliminado física, moral y simbólicamente con todos sus dirigentes presos. Pero claro está que por una vía democrática de todo o nada, donde no se discuta el modelo de sociedad de fondo, en un contexto en el que el mismo Consejo Nacional Electoral ha abierto dos vías electorales para definir el conflicto y la parálisis institucional: las elecciones a la Asamblea Nacional Constituyente y las regionales del 10 diciembre de este año.
Así es que al chavismo se le critica ser audaz por buscar reinventar el mismo Estado que pretende destruirse desde fuera con anuencia de la oposición local. Con una votación donde las postales son las de millones de personas yendo a sufragar amenazadas físicamente y secuestradas por sus propios vecinos, cuando no por los paramilitares colombianos de frontera, que pretenden iniciar un conflicto civil en ese área territorial, acorde a lo que dijera el jefe de la CIA, Mike Pompeo, sobre el trabajo con este país para una «transición democrática» en Venezuela.
Estos progresistas de clase media se refugian en sus mejores lugares cómodos, sus edificios con vistas panorámicas en grandes urbes, y desde ahí es que se suman al coro para decirle dictador a Maduro con estrambóticas explicaciones académicas para ni siquiera asumir su posición real. Según ellos, Leopoldo López y Antonio Ledezma son, además, presos políticos y en ningún momento se detienen a observar cómo dirigentes opositores han aupado a grupos que queman personas vivas y quieren iniciar una guerra. Porque, como decimos, el único culpable es Maduro y el chavismo, quienes se resisten a hacer una elección abierta como las regionales del 10 de diciembre, paradójicamente.
La cobardía tiene ese lugar común del que no se vuelve
Esta crítica cómoda, para sentirse bien con uno mismo ante el pésimo momento regional, en realidad esconde un extravío político mucho más grande en esta matriz de pensamiento progresista, influenciada por institutos de la socialdemocracia europea. Hablamos de la imposibilidad de comprender y actuar sobre la transformación completa de los Estados en la región para evitar su total desguace, una vez que estos buscan ser asimilados en el mercado global para volver a «crecer económicamente» con acuerdos de libre comercio.
Por lo que Venezuela es una hermosa etiqueta de autoconsolación, y el chavismo es todo aquello que estos sectores no pueden idear ni hacer en sus propias realidades concretas, en un momento en el que se han retirado de la militancia activa hacia empleos para producir ideas y opiniones para la maquinaria de sentido común dominante, de izquierda y de derecha, cuando sus propios países son entregados a grandes bancos y pierden cualquier tipo de mínima soberanía.
No es para menos esta crisis de pensamiento, de comprensión real del momento regional, en la que para ellos sólo importan los dirigentes, no los millones de chavistas asediados de muerte, porque es lo que explica que, caído Correa en Ecuador, no haya ningún gobierno progresista en el hemisferio que tenga cuadros altos de conducción que sean de clase media, ni tributen directamente a este pensamiento, por más que los tengan alrededor como consejeros.
Una verdadera crisis de ideas, de construcción de poder, que busca en fórmulas de márketing electoral como Podemos un sustituto a estrategias concretas, en un mundo donde el poder global actúa sobre la política local y nacional para torpedearle cualquier acción que resuelva los problemas reales de la gente a partir de rediscutir su lugar en el mundo.
Justamente lo que hoy le sucede al chavismo en Venezuela, en su asedio, es esto mismo, a partir de utilizar sus puntos débiles en su contra en la administración y las incongruencias en discurso y acción para destruirlo como fuerza política, con aval ahora de parte del progresismo que habla más de Leopoldo López que de las amenazas de Donald Trump.
Sin embargo, el chavismo debería tomar nota de estas posiciones porque parte de sus errores, en lo enunciativo y la aproximación al problema venezolano, parten de esta misma matriz progresista que hoy no puede actuar sobre la realidad, y ha quedado totalmente carcomida por el avance de la historia. Así lo muestran intelectuales, ideólogos y arribistas asesores de esta misma matriz, que viven de usar a Chávez como baratija, para generar influencia en un circuito cultural del chavismo, que si no se transforma ante la luz de estas posiciones, está solamente destinado a comer los recursos del Estado, sin generar las respuestas ni iniciativas para afrontar los embates contra Venezuela.
En ese sentido, la convocatoria a la ANC para reencausar el conflicto a la vía política es más propio del chavismo que las fantasías incumplibles de sectores, cuya única utopía actual es que sus empleados domésticos tengan seguro social para sentirse menos inseguros de sí mismos, como si fueran tutores de pobres por la vía positiva (eso que Diego Sequera llama secamente como la dictadura del bien).
Porque si a Venezuela la bloquean por ser una dictadura, ellos estarán lo suficientemente cómodos en sus edificios siguiendo las noticias por Twitter con un pote de helado en la mano y un Le Monde Diplomatic en la mesa para contrastar «fuentes». La cobardía tiene ese lugar común del que no se vuelve.