Durante los últimos años ha aparecido una clase de personajes políticos, nacidos al calor de la figura del Comandante, que agitan estas credenciales para deslegitimar al Gobierno venezolano cuando más asediado está el país.
Por lo general se los relaciona con la famosa aparición del «chavismo crítico», bloque que es promovido, paradójicamente, por los tanques de pensamiento estadounidenses. Sin embargo, este tipo de personajes afiliados a esta red son síntoma de un fenómeno político posterior a la desaparición física de Chávez.
Nos referimos a los aduladores y asesores que utilizaron al Comandante para convertirse en figuras públicas, como si fuese una mercancía pop que había que aprovechar. Quienes ayer por falta de talento propio vivieron de saquear las ideas de Chávez, hoy buscan marcar distancia con el escenario actual del país. Les recuerdo: la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) es una idea esencialmente chavista.
Comportamiento que cuaja también con las fuerzas políticas regionales, que empujadas por las ideas de Chávez, llegaron al poder en sus países. Ahora, como si no le debieran nada, se prestan para ataques directos contra Venezuela. Como sucede con parte del Frente Amplio de Uruguay, y Pepe Mujica, quien comunicó al líder de su partido, el presidente Tabaré Vázquez, que acompañaría cualquier decisión que tomase respecto a Caracas, poco antes de que se apoyara su suspensión del Mercosur.
Sin embargo, no es el Frente Amplio el actor más representativo de este arribismo, sino que su mayor síntesis es Eva Golinger, una investigadora que se hizo conocida por la autoría del libro El Código Chávez, dedicada a revelar los planes financiados por Estados Unidos para derrocar al Comandante. Paradójicamente con su obra ha pasado de denunciar los planes de derrocamiento de Maduro, firmados por Uribe en Colombia, a comparar al presidente de Venezuela con Trump por «tener poderes supremos con la ANC, como quisiera el presidente estadounidense».
Así es que escudándose en una posición crítica ha sido «objetiva» en darle asidero a argumentos que van en pos de deslegitimar al Ejecutivo Nacional, al Tribunal Supremo de Justicia, al Poder Moral y al Consejo Nacional Electoral por la realización de la ANC. Ubicándose junto a la ex fiscal Luisa Ortega Díaz, Miguel Ángel Rodríguez Torres y la ex defensora Gabriela Ramírez, atacados según ella por la falta de tolerancia del Gobierno, quien se preocupa más por el poder que por el país.
Siempre jugando una doble posición, con un pie aquí y otro allá, para formar opinión precisamente dentro del chavismo con el objetivo de dividirlo de tal manera que, a veces, pierde el equilibrio y comete errores como lanzar la acusación, sin fundamento, de que el Gobierno obligó a votar a la ANC a todos los que tuvieran el Carnet de la Patria. Por esa opinión fue ampliamente criticada en las redes sociales.
Como es usual, cada vez que sus argumentos son contrastados, su mejor defensa es victimizarse replegándose en el derecho a la crítica, refugio de todo aquel imposibilitado de sostener un debate político. Una conducta que se repite desde Nicmer Evans hasta Rodríguez Torres, todos abocados, al igual que ella, en validar la existencia de una dictadura en Venezuela, la misma línea de fondo con la que buscan criminalizar al país.
Por eso, poco de ingenuos tienen sus comentarios, por más que lo matice recordando los hechos golpistas de 2002 y las malas intenciones de Trump, ya que se encuentran justamente enmarcados en la línea de promover un chavismo de centro y domesticado. Dirigido a dividir las fuerzas internas del movimiento bolivariano, y crear un nuevo orden en el futuro donde las posiciones más soberanistas se encuentren aisladas para gobernar Venezuela, como precisamente plantea el Instituto Brookings.
Es que justamente lo que define a estos vividores del legado es la deliberada intención de ubicarse en lo que algunos llaman el extremo centro, para ser las fuerzas políticas progresistas permitidas dentro del nuevo andamiaje de saqueo dispuesto por las corporaciones estadounidenses en la región. Por eso es que no llama la atención que ninguno de los arribistas disidentes por izquierda repitan este tipo de argumentos, que con sus matices comienzan a aparecer en países como Ecuador, Bolivia y Cuba de la mano de ONGs, medios «independientes» y fundaciones de dudosa procedencia.
Desde esa posición es que Eva Golinger se erige, a partir de una supuesta superioridad moral, para señalar que lo que hace Maduro no es coincidente con el legado de Chávez. Como si escribir desde Nueva York hubiese sido lo que habría hecho el Comandante en el momento más duro de Venezuela.