Las cartas están echadas: la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) de Venezuela, vía decreto efectuó una orden al Consejo Nacional Electoral (CNE) con el fin de organizar antes del 30 de abril las elecciones presidenciales correspondientes para este año. ¿Qué nos dice el panorama político y económico general sobre estas importantes elecciones para el futuro del país? ¿Qué factores componen la entrada irreversible a esta nueva batalla política?
Algunas premisas para calentar los motores
Mediante exposición del constituyentista Diosdado Cabello, quien hizo alusiones a las presiones y sanciones que se ciernen sobre Venezuela, el plenipotenciario parlamento de Venezuela determinó que la resolución a los grandes dilemas políticos debe pasar por una nueva medición electoral que defina el proyecto de país y sociedad, de cara a la pugna política entre el chavismo y sus adversarios nacionales e internacionales. También, Cabello dejó ver que el abanderado político del chavismo en esta nueva batalla electoral será el presidente Nicolás Maduro.
Como premisa fundamental: las elecciones presidenciales están atravesadas por un conjunto de factores políticos y económicos, tanto internos como externos, que han reconfigurado el campo de batalla y el nervio central de la disputa. No se trata de una elección de tipo convencional, y esto es importante repetirlo hasta el cansancio, pero sobre todo por lo que no es y dejó de ser hace tiempo de este lado periférico del capitalismo global llamado América Latina: no está en juego el signo ideológico de la Presidencia de la República, como tampoco lo estuvo en Argentina o Brasil, aunque la metódica de derrocamiento haya trabajado con recursos diferentes, sino el estatus del Estado en cuanto Estado en sí: la capacidad de decidir sobre los recursos de la nación bajo un horizonte político propio, quizás la última línea de defensa ante una agenda transnacional de alto octanaje que no sólo ensalza la aniquilación de fronteras y Estados a nivel global, sino que busca aplacar todo el acumulado histórico y político del país, a saber, los códigos y claves del chavismo puestos en práctica en la guerra.
Desvenezolanizar la gestión del conflicto como paso previo a la lógica de exterminio social y cultural que se le intenta imponer a la sociedad a troche y moche, mediante mecanismos que muy poco tienen que ver con el derecho internacional y la diplomacia tradicional, pero sí bastante con instrumentos de guerra híbrida que cubren todas las esferas de la vida social del país, desde cómo la población representa el momento actual (la psicología y las emociones) hasta la cantidad de ingresos con los que cuenta para sobrevivir (la economía de guerra impuesta). Lo que define ese nuevo rasgo del conflicto es la historia reciente en sí, incapaz de ser descifrada en sus claves profundas hasta que le aplicamos la lupa del retrovisor: la guerra como única vía de resolución o el afincamiento en los instrumentos y códigos creados por el país político para preservar la vida.
2017 fue una ruptura sensible y demostró la brutalidad del poder global contra Venezuela, sus recursos y métodos (operaciones paramilitares, sabotaje general económico, cerco diplomático-financiero mediante sanciones unilaterales, posicionamiento de la matriz de «crisis humanitaria» para impulsar una intervención, etc.) puestos en el terreno para consolidar la operación de cambio de régimen, la cual pasa automáticamente por perpetuar el estado de caos actual, toda vez que intenta rebasar los cercos de protección de la Constitución y su marco legal y simbólico que rige el hacer político. La convocatoria a elecciones presidenciales pone de manifiesto que la Constitución sigue delimitando las fronteras del juego político, no como letra muerta en un libro azul que se evoca a conveniencia, sino como ese consenso, creado por nosotros mismos, de que matarnos entre sí no es la única opción que tenemos, por más que desde Estados Unidos, la Unión Europea y el Grupo de Lima digan que así sea, «porque si no, no hay democracia».
Pero la política sobrevivió a la operación de cambio de régimen, y esa es una clave que hace del chavismo un actor con capacidad de gestionar conflictos con imaginación propia, frente a una agenda de alto voltaje y de grandes intereses corporativos que persigue su exterminio como puente histórico de esos rasgos del pasado cultural venezolano que las compañías petroleras y su proyecto de «París tropical», luego remasterizado como la «Venezuela saudí», trabajaron concientemente por extirpar durante el siglo XX.
En las primeras de cambio existen tramas múltiples que componen el panorama político que abre esta nueva batalla política, y que a su vez, ponen en primer plano los factores que condicionarán sus resultados.
Cuatro lecturas en caliente de la convocatoria a presidenciales: factores en juego
1. La trama de asedio político. Esta convocatoria a elecciones en Venezuela tiene la enorme particularidad de darse en un contexto de sumas presiones políticas internas y externas sobre las instituciones venezolanas. El acumulado político se ha decantado en este llamado a elecciones, como un nuevo momento para reestablecer el sentido de paz política y social, así como de estabilidad institucional, luego de años de fuertes episodios de desestabilización.
Durante 2017 Venezuela conoció el episodio más cruento en su historia reciente, cuando los factores del antichavismo dentro y fuera de Venezuela auparon la confrontación interna y el empuje de la población a un conato de confrontación civil que dejó más de 100 fallecidos e incontables pérdidas materiales. Estos actos, que se camuflaron como protestas sociales pero que se desarrollaron mediante formas germinales de violencia paramilitarizada, sirvieron de insumo para que la Casa Blanca y la Unión Europea dieran rienda a un ciclo de sanciones y mecanismos de disuasión, primero contra funcionarios del chavismo y luego contra la economía del país.
Una vez desmontado el marco violento de los meses abril-julio de 2017 mediante la elección de la ANC, Venezuela organizó también elecciones a gobernadores y luego de alcaldes en los meses de octubre y diciembre respectivamente. No obstante aunque estos mecanismos han sido efectivos para resolver la medición de fuerzas y encarrilar a algunos factores y partidos de la oposición en la política, la consolidación de la paz política se intenta poner nuevamente en entredicho, dado que el desbarajuste interno de la oposición venezolana abre paso para que actores claramente alineados con la Administración Trump tomen la batura del conflicto con una mayor agresividad e intervención en la vida política venezolana.
Existe la posibilidad de que la oposición acuda a parcialidad a la cita electoral
Una vez conocido el anuncio de la ANC de convocar a elecciones presidenciales antes de finalizar el primer cuatrimestre de 2018, las vocerías del Grupo de Lima y la Casa Blanca no se hicieron esperar. Paradójicamente, estos frentes de presión política que apenas hace un par de meses clamaban por un llamado a elecciones presidenciales en Venezuela, ahora se han fijado en contra, una vez que evidentemente el chavismo revalidó su fuerza electoral en los comiciones recientes y se consuma una severa fragmentación política de la oposición interna. Una contradicción que si bien muestra debilidad acorde al momento político, también pone de manifiesto que el asedio sobre la política local también va contra la oposición, que será mal vista si decide acudir al evento presidencial.
2. El marco de asedio económico. Un punto débil para el chavismo es también el que da cuerpo a la base de apoyo político de la oposición: el sabotaje económico-financiero contra Venezuela. La caotización de los sistemas de abastecimiento y precios es una realidad fuertemente aupada por la matriz del dólar paralelo manejado por Dólar Today desde Miami. Las medidas del directorio económico del Gobierno han ido dirigidas hacia menguar los efectos del bloqueo financiero, a lo que se le ha respondido con una aceleración de la inflación desde grandes cárteles económicos para revertir sus efectos positivos. El chavismo no teme a la medición política a expensas del contexto económico.
Lidiando con severas sanciones económicas, la caída de los precios del crudo y el despliegue de una guerra económica en el terreno, el chavismo ha instrumentado políticas de organización y construcción de tejido político en medio de la coyuntura, y una de ellas son los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP). Aunada a las políticas sociales que se han eficientado en su asignación mediante el mecanismo Carnet de la Patria, la atención se centra con especial énfasis en sectores socioeconómicamente más vulnerables. Y todo apunta a que será en ese aspecto donde las elecciones tendrán su mayor peso.
Para el chavismo el sentido electoral en una trama de emergencia económica tiene, en esencia, el objetivo de superar los momentos de gran incertidumbre política que limitan las maniobras en el campo económico. El chavismo insiste en la definición política de una «paz económica» que debe pasar por las urnas y juega sus cartas en virtud de esto, en busca de una relegitimación electoral que permitiría aumentar su posición de fuerza en lo económico en contraposición a cárteles económicos, que si bien atizan el dólar paralelo como arma de confrontación política, pudieran estar labrando una posición de debilidad a mediano plazo.
3. La fragmentación del diálogo. Para los sectores adversos al chavismo más radicales, la asistencia de la Mesa de Unidad Democrática (MUD) al diálogo en República Dominicana ha sido una domesticación de esa organización a los designios del chavismo. Para los sectores moderados de la oposición, el diálogo ha sido espacio de búsqueda de oportunidades políticas una vez hayan sufrido un trágico naufragio como fuerza política. Para el chavismo, por el contrario, el sentido de apertura, desde una posición de dominio y con sendas victorias electorales a cuestas, apuntó al empleo del diálogo como mecanismo de regreso a la política de los factores que se deslindaron de ella. Pese a las grandes expectativas, el diálogo alcanzó un nuevo punto de inanición en la tercera semana de enero 2018.
Este nuevo intento podría haber sido explotado por los factores antichavistas externos. Quienes impusieron ciertas presiones a los opositores venezolanos y les inhibieron sus espacios de maniobra cada vez más, llevándolos al callejón sin salida de las posturas inamovibles desde el terreno del derrotado político. Una incongruencia total en cualquier marco de negociación.
La aparición de los factores de la Casa Blanca y el Grupo de Lima han sido claves, articulando presiones y sanciones económicas al chavismo para que se doblegara en la mesa frente a un adversario que resultó ser políticamente menor a lo interno de Venezuela. El tiro de gracia al diálogo vino desde Estados Unidos y la Unión Europea, quienes reclamando agenda propia se han encargado de ponerle una camisa de fuerza a los dirigentes del antichavismo, supeditando su apoyo o reconocimiento a, básicamente, hacer lo que ellos dicen. Una contradicción profunda que el poder global busca resolver por cuenta propia, con sus propios recursos, pasando por encima de quienes figuraban como sus interlocutores.
4. Los dilemas de la oposición. Una vez se anuncia la convocatoria a presidenciales, el antichavismo venezolano demostró, nuevamente, sus niveles de desarticulación y la ausencia de un plan político de cara a ese escenario. De manera incongruente con sus declaraciones apenas mesas atrás, el abanderado de Acción Democrática (AD) Henry Ramos Allup calificó de «poco democrático» el llamado a elecciones. Pero a su vez se asume como líder de su tolda política, que luego de ausencias a elecciones recientes debe revalidarse ante el CNE y han dicho que lo harán, reconociendo también a la ANC.
Contrariamente a una elección primaria -como habían anunciado- de un candidato único contra el chavismo, el abanderado de Avanzada Progresista (AP) Henri Falcón señaló que el candidato presidencial de la MUD debe ser electo por consenso.
Otros partidos, los más proclives a la violencia como Primero Justicia (PJ) y Voluntad Popular (VP), quienes son los más ausentes en los cargos de elección popular por verse sumamente perjudicados en las recientes elecciones, se han mostrado a favor de reanimar la tarjeta unitaria de la MUD, una vez esta fuera desechada por los mismos partidos de la coalición dadas sus pugnas internas frente a las pasadas elecciones.
En todo caso, la ausencia de un liderazgo opositor sólido es un escenario a considerar. No en vano el chavismo denuncia la posibilidad de un nuevo boicot electoral de factores de la oposición como resultado de su debacle interna. La oposición tiene en entredicho la capacidad de movilizar ese sentir social y convertirlo en su fuerza de apoyo electoral, precisamente por sus niveles de desgaste, por despilfarrar su capital político, por asumir de manera desarticulada y errática sucesivos momentos recientes, como el ciclo violento de 2017, la exigencia de sanciones internacionales y sus derrotas electorales resultantes de su dispersión política.
En estos escenarios la oposición reconoce la ventaja electoral del chavismo, aun sin estar en uno de sus mejores momentos. El cálculo parece determinado a expensas de su propia situación interna. Pero el evento presidencial electoral parece un destino inexorable y existe la posibilidad de que la oposición acuda a parcialidad a la cita electoral, lo que podría disminuir dramáticamente su apresto político. Las amenazas de varias candidaturas es otro factor probable, a lo que suma un direccionamiento de la opinión pública hacia un «fraude» anticipado que intenta ralentizar las ventajas con las que parte del chavismo.
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