KLORIAMEL YÉPEZ OLIVEROS
Sólo Chávez tuvo la solidez conceptual y la inteligencia política para comprender a Maneiro y reconocerle sus haceres y decires de vanguardia revolucionaria, sin las envidias tribales de izquierda y ultraizquierda maltrechas. De poco tiempo para acá flota entre las brumas mediáticas cierta tendencia asociativa -vaya usted a saber preñada de qué intenciones-, entre Chávez y el PRV-Ruptura, contrariando el reiterado testimonio fidedigno del Comandante de la refundación Bolivariana sobre sus mentores, maestros, y amigos.
De un tiempo para acá flota en el ambiente mediático cierta atmósfera -vaya usted a saber preñada de qué efluvios-, que intenta diluir a Chávez entre una deidad mítica y una leyenda urbana. Es hora de darle un tatequieto a esa tendencia de tendencias asomada entre el sobrevenido Partido Somos Venezuela, el GPP, el PSUV y el despelote que ello implica para la acción organizada, la movilización politizada, y la repuesta antimperialista del chavismo originario en esta hora acezante de los hocicos de Trump y el Comando Sur. Esto nos dijo Alfredo Maneiro hace 36 años en un artículo publicado en el Diario de Caracas; anticipaba él o retrogradaron ellos, los de hoy, al punto de repetir al calco los usos, modos y costumbres puntofijistas:
EL DESESPERO
“No van bien las cosas. No van bien las cosas del común, con unos gobernantes de segunda y con una oposición de tercera. Con una clase política que no sólo es incapaz de enfrentar creativamente los problemas políticos, administrativos, sociales, culturales y todo tipo que el país tiene planteado, sino que carece de la voluntad para hacerlo. Reseñar esto parece abundar en un lugar común. Lo que creo un raro lugar es constatar el reciente carácter general del malestar: a un pueblo abrumado por el errático gobierno, se suma ahora un gobierno aturdido por su propia incompetencia. Vale la pena entonces, detenerse en este universal desasosiego. Lo que el pueblo en general ha tenido y tiene que aguantar, habría bastado en una comunidad más impaciente, para hacerle sobrepasar los límites de la prudencia. Aquí sin embargo, salvo casos aislados, desfasados de la voluntad mayoritaria, del común de la gente demócrata contra viento y gobierno, está demostrando que le tumban fácilmente su esperanza de lograr una conducción más sensata y digna para los asuntos del Estado. De hecho, lo que este pueblo soporta cotidianamente sin perder la calma, despeja cualquier duda que pudiera tenerse acerca de su capacidad de aguante. Innecesario enumerar las condiciones adversas a las que se le somete. Es visible la desproporción entre las altas posibilidades que una sabia gestión hubiera aprovechado para invertir el signo de esas condiciones, y los miserables resultados que este gobierno está ofreciendo al país. Las exigencias que la misma realidad plantea como de solución posible e inmediata, se ven respondidas por decisiones y logros que, lejos de contribuir a despejar el camino de la necesidad, nos refieren a un futuro cada vez más incierto a través de un pésimo presente. Eso es así, tan cierto como la resistencia del pueblo a perder la fe en la posibilidad de una acción efectiva que sepa corregir los desastres del manejo de las cuestiones públicas sin tener que recurrir a vías que traspasen los límites de la Constitución y de las buenas maneras. En el conjunto de la ideología democrática, ese es, por cierto, el aspecto que más hondas raíces tiene y más afianzado está en la conciencia ciudadana: el de la confianza en que por las vías pautadas puede darse un vuelco a una situación ingrata; que es cuestión de esperar el momento en que la garantía democrática basada en la elección periódica permita desprenderse de un gobierno particularmente infeliz, y asume como propia la sentencia de Kafka, que califica la impaciencia como el pecado original del cual se derivan los demás. Para decirlo con el lenguaje de la calle, se hace evidente que este pueblo no cae en provocaciones, no cae en las provocaciones de su gobierno ni tampoco ampliando un poco más el radio de responsabilidad de la clase política en general.
No hay duda. El pueblo es paciente y confiado. Con razón o sin ella se siente dueño de los mecanismos de respuesta establecidos y confía en la capacidad de utilizarlos adecuadamente. Es empujado hasta el borde del desespero, mas no se desespera; conserva la cabeza despejada para estar atento al diseño del porvenir sin caer en provocaciones.
Pero ahora que relativa escasez convoca a la seriedad que no tuvo en la abundancia, ahora cuando ocultas podredumbres salen a la luz y cuando la realidad petrolera revela que la firmeza y el piadoso paternalismo eran sólo fanfarronería. Ahora, en fin, que el malestar alcanza también al gobierno, hay derecho sin duda a preguntarse si éste va a tener la misma capacidad de aguante frente al desespero, si va a corresponder a la lección que el pueblo ha dado. Cabría preguntarse si además de todos sus errores, el gobierno sería capaz, ahora, de desesperarse, impacientarse y tirar palos de ciego en un vano pero peligroso intento de disimular su propio y auténtico fracaso. Es para preocuparse. Acabamos de ver cómo el gobierno argentino embarró una reivindicación histórica porque, a la desesperada, la concibió como el pretexto para una operación de diversión. Hablando de gobiernos desesperados, cabría esperar que al nuestro no le diese por inventar algún tipo de juego, grande o chiquito, con la misma intención de desviar la atención. Porque hasta ahora la irreflexión ha sido cultivada sobre todo en el uso de una cuantiosa renta. Sería triste cosa, y peligrosa por cierto, que faltando el dinero la irreflexión busque nuevos espacios.†Notas políticas, pág., 259, Ediciones del Agua Mansa.
Con ese mismo talante de sabiduría estratégica expresado por Maneiro, Chávez leyó a los pueblos, no sólo al suyo sino al pueblo universal constructor de la historia. Con la filosofía de los saberes empíricos, doctos, telúricos y ancestrales, igual a Maneiro, Chávez encaró una rebelión anticapitalista, la suya, la del por ahora paciente e insumiso; un golpe magnicida; un paro genocida y 15 años de asedio imperialista, sin descuidar ni un solo instante su brújula socialista, ni apresurar el paso redoblado que nos marcó el camino a la revolución. Por eso no podemos optar entre vencer o morir, ahora más que nunca necesario es vencer.