El Último Round / ¿En cuál Venezuela?

Por: Jessica Dos Santos Jardim

La semana pasada, mis estudiantes me asomaban los temas que abordarían a través de sus reportajes periodísticos. Una de ellas me comentó que escribiría sobre “la situación que atraviesan los pacientes renales en Venezuela”.

La chica me contaba que su tía había tenido que optar por pagar para practicarse las diálisis en su casa: 8 millones de bolívares por cada sesión, y necesita, al menos, dos por semana: Más de sesenta millones mensuales.

“¿Cómo hace alguien para obtener tal cantidad de dinero? ¿Cuánto tiempo me tomaría a mi reunirlo?”, me pregunté aquella noche. La chama me explicó que un familiar solía enviarle remesas desde fuera, y la cosa, al cambio, no resultaba tan compleja.

Un par de días después, me toco guardia nocturna en mi trabajo, en pleno corazón de Las Mercedes. Durante un largo rato, me pegue al ventanal de la oficina para observar la gran cantidad de carros y personas que entraban y salían de restaurantes de lujo, “putibares” (lugares de apuestas en dólares y algo más), areperas, etc.

“¿Cómo coño hacen?”, me volví a preguntar, de una forma mucho más banal. Aquella mañana yo parí para comprar un pedazo de queso duro y esa gente estaba ahí, divina, hartando de todo. “Y seguramente el viernes fueron por su postrecito a Cine Citta”, pensé.

“¡Esta gente tiene que ser narcotraficante!”, le comenté al chófer mientras salíamos de la oficina rumbo a casa. Una compañera, en una especie de raro estado de negación, me dijo que aquello era una clara señal de que en Venezuela no había ninguna crisis económica:

  • “Ni los restaurantes ni las discotecas son indicadores válidos para medir eso”, le dije.
  • “Mira la cantidad de gente que hay ahí”, me refutó, molesta.
  • “Menos de la que habrá mañana, abajo de mi casa, matándose por un pan regulado”, le contesté. “Estas usando la misma trampita que aplican cuando nos dice que millones de temporadistas se movilizaron en tal o cual asueto… aunque la vaina haya sido solo pa’ La Guaira”, agregué, en un pésimo intento de aligerar la tensión.

El chófer se cago de la risa y me dijo: “Nada, chama, acá hay dos Venezuelas”. La frase no me resultó novedosa, pues, cuando yo era niña, mi madre solía usarla cada vez que íbamos montadas en alguna camionetica que transitase por el Country Club o áreas similares. Sin embargo, esa noche, aquellas palabras se sintieron diferentes.

Al llegar a casa, me puse a leer algunos estudios: alrededor de 8 millones de venezolanos, un 25%, “vive en dólares”, y por eso siguen comprando y consumiendo, porque “todo está barato”, decían.

Los trabajos señalaban que la población con dólares construye burbujas donde siempre hay de todo. Yo enseguida recordé un par de cuentas en la red social Instagram donde se promocionan bodegones que venden cualquier producto (desde desodorantes hasta chucherías) en dólares, directo a tu casa, etc. Básico: ¡Sin clientes esos negocios no funcionarían!

Pero, la locha, la verdadera locha, me cayó a la mañana siguiente, cuando rumbo a mi trabajo, sonó el programa de Cesar Miguel Rondón, un espacio radial que salta de una noticia catastrófica a otra, pero, a la par, me habla de comprar inmuebles en Coral Gables (Miami), adquirir franquicias en Rent-A-House, comer en restaurantes que me hagan sentir “como en Italia”, decorar con estilo, invertir en la bolsa, adquirir puntos de venta sin problema alguno, irme en semana santa a bordo de un crucero por el Mediterráneo, y hasta comprar una visa americana llamada “ EB-5” valorada en medio millón de dólares ($500.000):

¿Quiénes son sus potenciales clientes? ¿Cómo este anuncio “cuadra” en la oferta normal publicitaria, a todo público, en Venezuela? ¿En cuál Venezuela?

Hoy, el país, parece sufrir una nueva fragmentación, como aquella que nos dividió en la Caracas del Este o la del Oeste, pero que ahora nos separa entre ciudadanos con dólares y pelabolas que seguimos subsistiendo (y hasta luchando) con y por el Bolívar… el que solía ser fuerte, al que quisiéramos ver renacer.