Preludio
En julio de 1999 conocí personalmente a Hugo Rafael Chávez Frías en una actividad programada en el Platillo Protocolar del Teatro Teresa Carreño. Se trataba de la presentación del libro de poemas “Ángel, Caído, Ángel†de Tarek William Saab. Ese fenómeno político que, 7 meses antes, había alcanzado la Presidencia de Venezuela en una hazaña electoral digna de ser contada por mejores relatores, era el encargado de transportarnos con sus palabras al universo poético del actual Fiscal General de la Nación. Mi amiga querida Luisa Díaz me había pedido que ejecutara con la guitarra, junto a mi comadre, la cantante lírica María Elena Vargas, un par de obras y yo me sentí honrado y enormemente comprometido con esa propuesta. Al llegar al teatro, Luisa nos informó que la parte musical cerraría el evento. Yo le sugerí que nos dejara abrir ya que, conociendo la capacidad de movilizar emociones e inquietudes del comandante seguramente, una vez culminada su intervención, los medios de comunicación iban a querer acapararlo y eso significaría el fin de la actividad. Luisa nos dijo que eso de cambiar el orden del programa era imposible pues el protocolo era muy estricto al respecto. Aceptamos el argumento no sin antes recordarle que si había alguien capaz de romper protocolos y otras rigideces ese era justamente el padrino del libro de Tarek, y para muestra el botoncito de la “moribunda†durante su juramentación en el antiguo Congreso.
Al final, ocurrió lo que habíamos temido. Luego de las palabras de presentación, los periodistas y el ejército de camarógrafos, irrumpieron en el espacio que servía de escenario, le hicieron las preguntas de rigor y una vez contestadas, se retiraron. De inmediato, el público presente, entre los que se encontraban una buena representación de la “inteligenzia†de la época, aspirantes a cargos públicos, y representantes de esa clase de intelectuales y artistas domesticada en la Cuarta República a punta de embajadas y feudos culturales -como Carmen Ramia y Miguel Henrique Otero- saltó a estrechar la mano del Presidente, ofrecer sus servicios y elogiar su intervención, no sin antes aprovechar la presencia de algún fotógrafo rezagado para hacerse de un retrato que sirviera después para exigir quién sabe qué prebendas. Mientras tanto, nadie se acordaba de estos músicos que esperaban su turno para cerrar formalmente el acto. Hasta que surgió la voz de mi hermana mayor –toda la vida ha sido “zumbadaâ€- ordenando al Presidente que tomara su asiento pues el acto no había terminado y faltaba la intervención musical. Nunca olvidaré la expresión de niño regañado del Comandante y después sus palabras, expresadas con una picardía envuelta de afecto, “Usted manda y yo obedezcoâ€. Con la firmeza de una mano –la de mi hermana- que aplicaba presión a su hombro, se dejó guiar hasta una silla donde la misma mano lo obligó a sentarse frente a los dos intérpretes. Apenado, yo le decía que en realidad esa no era la idea, que nosotros no habíamos ido para allá a tocarle a él sino a tener una intervención musical en el marco de un acto que, por razones que ni siquiera eran de su responsabilidad, se había interrumpido sin completar lo establecido en el programa. Sin embargo, él insistió en escucharnos por lo que nos dispusimos a interpretar las obras que habíamos preparado para la ocasión, -Rachmaninof, Villa-Lobos y Pérez Díaz- para él y el grupo reducido de invitados que había tenido la decencia de quedarse en la sala. Chávez escuchó atento y emocionado cada obra, haciendo comentarios frescos, confesando su pasión por la música, su vocación serenatera y el entusiasmo que despertaban en él las canciones de género romántico. Empezaba su primer período presidencial y aún no se había atrevido a incluir en sus alocuciones el elemento musical que pasaría a ser, en el futuro inmediato, primordial en la estructura de ese estilo discursivo que lo caracterizó como un comunicador genial.
La raíz evidente
Mucho se ha escrito acerca del amor de Chávez por el llano y sus costumbres. La música estuvo vinculada con el ejercicio de su labor militar mientras permaneció destacado en Elorza y se encargó de organizar las fiestas patronales. Allí surgió su amistad con importantes referentes de la música llanera como Eneas Perdomo, Cristóbal Jiménez, Luís Lozada “El Cubiro†y Reyna Lucero. Harto conocidas son sus preferencias por obras como Linda Barinas, Motivos Llaneros, Adiós Barrancas de Arauca y Lucerito, cuyas interpretaciones han quedado resguardadas en la memoria y el alma del pueblo venezolano. Chávez cantaba sin pretensiones, a punta de puro entusiasmo, desafinando, saliéndose de compás pero con una conexión con las piezas difícil de encontrar en algunos intérpretes profesionales. La misma conexión que mantuvo con su pueblo, con los desamparados, con los de a pie. Por eso, en su imperfección, emocionaba ya que lo que le faltaba de técnica lo cubría con ternura y sinceridad. Su canto era el del hombre común que realiza su jornada con un radio de transistores pegado a su oreja tarareando el tema trasmitido desde alguna emisora local, mientras realiza la labor. Como buen barinés también amó la poesía y sobre todo la de su paisano Alberto Arvelo Torrealba cuya obra está impregnada de una musicalidad innegable. En esa presentación del libro de Tarek a la que me era imposible no referirme en estas líneas, Chávez soltó un verso de la obra cumbre de Arvelo:â€Florentino y el diabloâ€
Yo soy como el espinito
Que en la sabana florea
Le doy aroma al que pasa
Y espino al que me menea
Ese poema al que José Romero Bello supo colocarle los golpes de joropo adecuados para su puesta en música –el pajarillo para el diablo, perfecto para tejer ardides y escaramuzas, y la chipola desbocada para demostrar el ingenio de Florentino, la agilidad para improvisar versos bajo presión, capaces de desbaratar cada una de las triquiñuelas satánicas – Ese poema cuya inspiración acompañó una de las hazañas políticas del gigante: convertir en aprobatorio un referéndum planeado para revocarlo de su mandato.
También es evidente el vínculo entre su programa de gobierno, sus temas sensibles, con la obra de Alí Primera. A través de la acción, Chávez convirtió en memoria viva el repertorio de Alí, lo sacó del anaquel del recuerdo y la nostalgia de la izquierda. A través del verbo certero y pedagógico de Chávez, Alí renació vibrante en el contexto de la revolución. Hace poco, al reafirmarse la Declaratoria de la obra de Alí como Bien de Interés Cultural, el ministro Ernesto Villegas exclamaba que, escuchar a un niño de hoy en día, cantar las canciones de Alí, era la prueba evidente de su arraigo en el alma de nuestro pueblo y eso, sin duda alguna se debe a la labor de difusión que realizó Chávez al involucrar las canciones de Alí en su lógica discursiva. Chávez cantaba a Alí con la misma veneración con la que lo cantábamos en aquellos convulsionados años 70 multiplicando con nuestras voces la denuncia y la urgente necesidad de despertar conciencias, con un vigor y una convicción juvenil, enérgica. La imagen de Chávez, en el Poliedro de Caracas, cantando Lunerito con una niña que le dice tío y le pregunta “¿Tú te acuerdas del columpio, de cuando estabas chiquito?â€, confirma con una contundencia conmovedora, las palabras de Villegas.
Del Bojote a Frenesí: el mismo subversivo
Creo, si mi memoria no me falla, que la primera vez que escuché a Chávez citar una canción fue un sabroso merengue caraqueño que lleva por título “El Monigoteâ€. Un tema pícaro de doble sentido muy popular en la Caracas de los años 40. Su primer verso dice:
El cura de San Juan de Dios
Le dijo a su monigote
Por más que te tongonees
Siempre se te ve el bojote
Esto referido a la oposición venezolana y sus intenciones ocultas. Para las nuevas generaciones tal vez el tema no les haya dicho nada pero para los más viejos y no tan viejos (aquellos que lo escucharon en un mosaico de Billos) no sólo nos trajo reminiscencias de otros tiempos, sino que además nos reencontró con una pieza antológica de la picaresca caraqueña. Lo cierto es que con esta cita, el Comandante etiquetó la forma de hacer política de un sector que nunca ha creído en la posibilidad de volver al poder y recuperar sus privilegios por vías legales y legítimas. Y, así como Joselo en sus tiempos lograba imponer alguna expresión, no era extraño ver algún muchacho diciendo “Se le ve el bojote†ante una situación de sospecha y segundas intenciones. De los mismos tiempos de El Monigote (más bien anterior, de la década del 20) es el pasodoble caraqueño “Claveles de Galipán†de Francisco de Paula Aguirre con letra de Leoncio Martínez, que llegó a recordar en otras alocuciones. Ambas son piezas emblemáticas del repertorio cañonero. No son temas que corresponden a sus tiempos de infancia, pero pudiera haberlos escuchado en la voz de sus padres o de su abuela Rosinés. En todo caso, ambos nos conectan, como capitalinos unos y como adultos mayores otros, con ese llanero entrador que tenía a toda la Patria en su corazón.
Otra cosa era el arsenal de canciones románticas que albergaba en su memoria. Rancheras, boleros y baladas surgían evocativos en medio de un análisis del poder manipulador de los medios o celebrando los logros de la revolución como si junto a su cerebro coexistiera una rockola de esas que se encuentran en los locales de carretera donde el viajante aprovecha para descansar piernas y ojos y también se concretan conspiraciones en reuniones furtivas. Tanto camino recorrido a lo largo y ancho de nuestro territorio, tanto encuentro estratégico, tanta realidad vivida y compartida en esos viajes durante los cuales, en la medida en que curtía sus emociones con el contacto directo se iba aposentando la música en su subconsciente como una conexión, un generador de evocaciones que impedían distanciarse de toda esa realidad.
Pero está el lado obvio, el que implica directamente la carga amorosa, las cosas del corazón. Ese músculo vital, inmenso, donde residió la explicación de tanta hazaña, pues, si recordamos al Che quien se animó a afirmar†«a riesgo de parecer ridículo, que el revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor», no nos cabe duda que, bajo ese parámetro, Chávez ejerció, como nadie y en todos los ámbitos, esa virtud del verdadero revolucionario. Y es allí, por ejemplo y remitiéndonos a esa conversación en 1999 durante la presentación del libro de Tarek, cuando nos imaginamos al joven Tribilín engatusando al soldado guitarrista y a los de la voz bonita, sacándolos del cuartel alguna noche de luna y plantándose al pie de una ventana para imitar a Pedro Infante, o a su venerado Vicente Fernández, con una buena ranchera de José Alfredo Jiménez (Tu recuerdo y yo, esa que empieza así: “Estoy en el rincón de una cantina…â€), o un bolero de Armando Manzanero (“Parece que fue ayerâ€), o esa bella versión de Candilejas (La de Charles Chaplin) que interpretara José Augusto, a quién siempre confunden con Roberto Carlos. Seguro que habrá cedido a la tentación de sumar su voz imperfecta a aquellas más armoniosas y habrá sido la suya, por ese asunto mágico de la conexión, la que cautivaría a la destinataria de semejante ofrenda musical.
Es, también, esa declaración de amor a todo un pueblo, lo que lo impulsó a cantar Frenesí, popular chachachá romántico del mexicano Alberto Domínguez Borrás, desde el balcón del pueblo aquel 3 de diciembre de 2006, cuando obtenía, una vez más, una rotunda victoria electoral y exclamaba: “Es la victoria del amor, es la victoria de lo nuevo, de lo bonito, de lo bueno, es la victoria del futuro.  Tal como ocurrió con El Monigote, a partir de ese momento, este tema estuvo en las bocas de nuestro pueblo, cantado con una pasión militante, distinta a la del enamorado común, sólida en su condición de amor compartido
Finalmente, es el amor a la Patria, plasmado en su última alocución, aquel sombrío 10 de diciembre de 2012, donde, inevitablemente, tenía que estar la música presente. Chávez, en actitud de padre que, ante la inminencia de un desenlace fatal, quiere, necesita, le urge, tranquilizar a su prole y dejar la casa ordenada, nos alerta de los peligros a los que deberemos enfrentarnos y al mismo tiempo nos señala, para nuestra tranquilidad, el sólido terreno en el que nos encontramos: la Patria. Para ello, recurre al Himno del Batallón Blindado Bravos de Apure. Lo interpreta con desgarro, añoranza y una mínima porción de frustración; es decir mostrando toda su humanidad sin falsas posturas. Es un gesto sincero, de sentimientos encontrados, complejo como la circunstancia. Así lo recibimos, consternados, emboscados, con el alma adolorida y esa canción, salida del cuartel, arraigada hasta en los huesos “Patria, Patria, Patria querida, tuya es mi alma, tuyo es mi amorâ€. Del cuartel a las catacumbas del pueblo.
Coda
Termino estas líneas como empecé. Con un recuerdo muy personal. El 22 de agosto de 2012, en plena Faja Petrolífera del Orinoco, El comandante eterno realizó un acto de entrega de los primeros Petrobonos para los jubilados universitarios. Entre los beneficiados se encontraba una muy querida amiga, Aida Santana, sobrina de Aquiles y Aníbal Nazoa y heredera del ingenio extraordinario que invade a todos los miembros de esa familia. En medio del pase televisivo, y como de costumbre, Chávez empezó a cantar un tema popularizado por Rocío Durcal, “La gata bajo la lluvia†y Aída, con la hermosa voz intacta desde los tiempos del liceo cuando sacaba la guitarra y nos cantaba un polo margariteño que todavía hace resonancias en mi memoria, se puso a cantar con él mientras bailaban el tema en un ladrillito. De la experiencia expresó Aída: “Para mí fue increíble y todavía lo disfruto, lo veo a cada rato en la televisión, lo recuerdo mucho. Bailar con Chávez fue un momento inolvidable, porque además fue regalarle al presidente un rato de mucho calor humano y alegría. Sigo disfrutando ese día como si fuera hoy, lo quiero recordar siempre. Me queda la imagen de esa tarde donde él (Chávez) fue tan feliz. Ese es el recuerdo que quiero compartir y por supuesto decirle que para siempre me sentiré una persona absolutamente privilegiada por poder bailar con el Presidente. Además tan sabroso, un llanero. Quede fascinadaâ€. Aída nos dejó en 2016. Así sería de grata la experiencia que decidió echarse el viaje para seguir cantando y bailando con un gigante.
Éxitos de Siempre
(De Cuentos del arañero)
Por ahí conseguí a mi hija María, hace unos días muerta de la risa, pero muerta de la risa. “María, ¿De qué tanto te ríes?â€. “Papá, que estoy oyendo el último disco grabado por tiâ€. “¿Cómo?†â€Sí, éxitos de ayer de Chávezâ€. La Teresita Maniglia ha montado un disco vale, como yo canto en estos programas. Yo canto muy mal, pero créanme que lo hago igual. No importa. Entonces la Teresita grabó y aparecen unas rancheras. ¡Ah! Que yo cantaba no sé qué más, entonces yo canto una ranchera,â€México lindo y querido†y ella le pone música de fondo.
De repente estoy cantando yo, pero pésimo, y además, para mayor agresión le da continuidad a la canción en la voz de Vicente Fernández. ¡Imagínate!, el contraste entre Vicente Fernández y el desastre de mis canciones. Bueno, y las canciones llaneras y no sé qué más. Por ahí anda ese disco, “Éxitos de Siempreâ€, Hugo Chávez. Y María muerta de la risa.