Un palestino huye de un ataque de las fuerzas israelíes durante las marchas pacíficas celebradas en el sur de Gaza, 4 de abril de 2018.
La mayoría de los israelíes, que nunca han hablado con un solo ciudadano de Gaza, solo sabe que la Franja es un nido de terroristas. Es por eso que está bien dispararles. ¿Escandaloso? Sí, pero cierto.
Uno puede arremeter contra el primer ministro tanto como se quiera, se lo merece. Pero al final uno debe recordar: no es Benjamin Netanyahu, es la nación. Al menos la mayor parte de la nación. Todas las manifestaciones del mal en los últimos días y toda la locura fueron diseñadas para satisfacer los deseos más mezquinos y los instintos más oscuros que albergan los israelíes. Los israelíes querían sangre en Gaza, tanta como fuera posible, y deportaciones de Tel Aviv, tantas como fueran posibles. No hay forma de adornarlo, uno no debe enturbiar los hechos. Netanyahu, débil, patético, malvado o cínico, fue impulsado por un motivo: complacer a los israelíes y cumplir sus deseos. Y lo que ellos querían era sangre y deportación.
Si solo el problema se circunscribiera a Netanyahu y su Gobierno, en una elección más, o tal vez dos, el problema podría solucionarse. La buena gente se hará cargo, Gaza y los solicitantes de asilo serían liberados, la incitación fascista se extinguirá, la independencia de los tribunales estará asegurada e Israel será de nuevo un lugar para estar orgullosos. Ese es un sueño imposible. Es por eso que la campaña contra Netanyahu es importante, pero definitivamente no es lo crucial. La batalla real es mucho más desesperanzada y su alcance es mucho más generalizado. Es una batalla por la nación, a veces incluso contra ella.
Incluso los críticos de Netanyahu admiten que él sabe cómo identificar los deseos de la gente. Él reconoció que la mayoría quiere la limpieza étnica en Tel Aviv, el ultranacionalismo, el racismo y la crueldad. Netanyahu, no siendo tan malo como sus partidarios, probó por un momento otra manera más humana y racional. Pero cuando se quemó y se dio cuenta de que había ignorado el deseo de la gente, se recuperó en un tiempo récord y volvió en sí mismo. La base, el electorado, la mayoría quiere el mal. Esto es lo que proporcionó y es algo que ninguna elección cambiará. La verdadera calamidad no es Netanyahu, es el hecho de que cualquier muestra de humanidad en Israel es un suicidio político.
Una línea recta de maldad y racismo se extiende desde la frontera de Gaza hasta Tel Aviv. En ambos casos los israelíes no ven a seres humanos frente a ellos. Gazanos y eritreos son uno y lo mismo: infrahumanos. No tienen sueños, no tienen derechos y sus vidas no tienen valor.
En Gaza los francotiradores del ejército israelí dispararon a los manifestantes desarmados como si estuvieran en un campo de tiro para un coro de regocijo formado por los medios y las masas. En el sur de Tel Aviv han vuelto los arrestos y deportaciones, también al son de vítores.
Esto es lo que quiere la nación y es lo que tendrá. Incluso si los soldados matan a cientos de manifestantes en Gaza, Israel no se inmutará. La razón: el mal y el odio a los árabes. Gaza nunca se percibe como realmente es, un lugar habitado por personas, una prisión enorme y terrible, un enorme laboratorio de experimentación con seres humanos. La mayoría de los israelíes, que al igual que su primer ministro nunca han hablado con un solo ciudadano de Gaza, solo saben que la Franja es un nido de terroristas. Es por eso que está bien dispararles. ¿Escandaloso? Sí, pero cierto.
Es lo mismo en el sur de Tel Aviv. Cuando uno habla de «los residentes del sur de Tel Aviv», uno se refiere solo a los judíos racistas. Los negros que viven allí no son considerados residentes al igual que los ratones que viven allí. El grado de maldad albergado hacia ellos era semejante al trato presentado por Netanyahu. ¿Por qué deportarlos a Europa y Canadá? ¿Por qué no a África? ¿Por qué no por la fuerza? Es un sentimiento que es difícil de entender. Netanyahu solo se subió a la ola de estos sentimientos despreciables. No los generó. Obviamente un líder de estatura habría luchado contra ellos, pero en Israel ese líder ni siquiera está en el horizonte. Reemplazar a la nación tampoco es una opción viable por ahora.
Oponiéndose a todo este mal hay, por supuesto, otros israelíes también. No hay ninguna razón para no etiquetarlos con el nombre correcto: mejores, más humanitarios, más compasivos, más consientes, izquierdistas morales. No son una minoría despreciable, pero la guerra librada contra ellos por la mayoría y su Gobierno los ha paralizado. La disculpa de Kobi Meidan, emblema de la radio, por sentir vergüenza, indica que este campo ha sido derrotado. Si la masacre de Gaza y la deportación desde el sur de Tel Aviv no los lleva enfurecidos a las calles, al igual que después de la masacre de Sabra y Shatila, son una especie al borde de la extinción.
Seguimos siendo una nación de la mayoría.
Fuente: https://www.haaretz.com/opinion/.premium-this-is-the-nation-1.5976946