Con esta nueva situación, los factores de poder en Brasil apuestan a una jugada arriesgada: sin libertad, Lula no puede participar en la campaña para las elecciones presidenciales de este año. Por eso se despidió en el acto en el sindicato de los metalúrgicos, en San Bernardo del Campo, abrazado con dos jóvenes posibles herederos, Manuela D’Avila, del Partido Comunista do Brasil (PCdoB) y Guillerme Boulos, del Movimiento de los Sin Techo (MTST). Son dos figuras con proyección que han surgido al escenario político en los últimos años.
Pero a la vez, los efectos que puede producir su prisión sobre sectores amplios de la población que tienen simpatía por el veterano líder son impredecibles. Los medios de comunicación más importantes, como Folha de S. Paulo, han encuadrado el tema como una justa pena para un líder que cometió violaciones a la ética pública.
A pesar de los ataques sistemáticos realizados por los principales periódicos y canales de televisión a su figura, Lula conserva su popularidad, por las importantes transformaciones que promovió para los más pobres durante sus dos mandatos. Queda por ver si, ahora, en el momento de mayor complicación de la vida política del ex presidente, cuando la justicia pretende expulsarlo al ostracismo, recibirá el apoyo popular necesario para revertir esta situación.
Ariel Goldstein es autor del libro Prensa tradicional y liderazgos populares en Brasil (A Contracorriente, 2017).